Tuesday, August 29, 2017

Mi viaje a los EEUU de Trump

CHELLIS GLENDINNING

Durante siete años no se me ocurrió regresar a EEUU —hasta la mañana del 9 de noviembre 2016 cuando la voz del comentarista de Radio Panamericana anunció, “El nuevo presidente de los EEUU es…”, y aquí notoriamente jadeó… “Donald J.” —concluyendo, con dificultad— “Trump.” Jadeé también —y lloré por todo el día. Después, no podía sacudirme de una obsesión sobre mi pobrecito país. No me malinterpreten: ¡nunca estuve a favor de Hillary Clinton! Las opciones patéticas eran entre el fascismo y el neoliberalismo. Pero este chiflado descontrolado representó aún otra degradación del modelo del arte de gobernar con dignidad que aprendí en mi juventud.

Entonces era necesario viajar a EEUU para comprender —o al menos, sentir— la realidad del desastre.

Muchos de mis amigos son activistas, intelectuales y artistas con una predilección al feminismo, la izquierda democrática, el anarquismo, el pensamiento verde, el antiracismo y el antiimperialismo; han dado décadas de sus vidas para lograr un poco de progreso. Cuando fui a sus casas, sus talleres y sus cafés, me dijeron que en las primeras semanas de la nueva administración estaban pasionalmente involucrados en la resistencia. En todas partes había manifestaciones después de la toma de posesión, como la vanguardista Marcha de Mujeres en Washington el día después de la posesión. Mis amigos reportaron que fueron a tres o cuatro manifestaciones cada semana. Seguían diariamente y sin aliento las noticias. Cuando Trump firmó una orden ejecutiva prohibiendo la entrada de viajeros con visas válidas desde Siria, Iraq, Irán, Somalia, Libia, Sudán y Yemen, espontáneamente surgieron manifestaciones en los aeropuertos. Mientras tanto, los comediantes televisivos se distinguieron con sus sátiras sobre el maníaco de pelo naranja. El New York Times publicó una lista abultada de las mentiras que dijo el (así llamado) Mandatario. Y aún los jueces federales resistieron la arremetida contra las leyes y la democracia.

En los primeros 100 días de la administración, Trump redujo los fondos para el cambio climático, legalizó los excesos de corporaciones e instituciones financieras y eliminó la protección a trabajadores, mujeres y niños. No designó a los directivos de las agencias que quería demoler, dejándolas sin la posibilidad de funcionar. Insistió en la construcción de un muro impenetrable entre EEUU y México.

Además, con sus berrinches infantiles, Trump lanzó sus chantajes a México, Corea del Norte, Rusia, Irán, Australia, China, Afganistán, Siria, Suiza, y Alemania.

En el campo de la psicología sabemos que una reacción a un golpe inaguantable puede empezar con un frenesí hacia la sobrevivencia inmediata. Pero muchas veces tal actividad llega a la estupefacción, la depresión, la parálisis o el cinismo, lo que revela el sentido de la imposibilidad de resistir. Ahora, después de meses de Donald Trump encabezando el país, muchos de mis amigos caminan cubiertos con una capa de silencio —frente a sus televisores, radios y computadores respondiendo con el horror apropiado— aunque sin saber qué hacer. Oí conversaciones sobre la llegada del fascismo, con comparaciones a los Nazis. “Es demasiado,” se encogió de hombros una feminista. “Están destruyendo todas las instituciones, leyes y valores que —con nuestra vida— hemos creado. ¡Mira! Estamos al borde de una guerra nuclear. ¿Qué podemos hacer?”.

Eso… hasta que llegué a la casa de un activista chicano. Él trabaja en una organización de acción política y no había perdido su ritmo. “La tarea es la misma que hemos hecho siempre: organizar, protestar, legislar y construir un mundo de justicia, paz y democracia”.

La autora es psicóloga y escritora.    www.chellisglendinning.org

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De LOS TIEMPOS (Cochabamba), 29/08/2017

Imagen: Portada del Daily News

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