Oscurece y la
nieve se sigue acercando a las lomas bajas. Una blancura gris envuelve las
montañas y las agiganta a medida que la noche se impone. Los perros dialogan a
las ocho. Se adhieren a Mozart, a los budismos de Kim Ki Duc, al silencio
mismo. Es el contrapunto crepuscular a la marcha de los días, al tic tac de la
mente, al dolor de ir siempre en reversa. La tarde estuvo pródiga en lluvia. Un
ventarrón del oeste estropeó la ventana que está justo bajo el encino. Cayeron
estuches y abanicos. Siguen ahí mismo, como instalación artística de la
desidia. Hubo tiempo de hojear Los palabristas de Hrabal.
Miseria resignada. Vaho invernal. Pies azulosos de frío. La inclemencia al
interior de los zapatos que nunca podrán repararse. Humor a pesar de la
historia. Tal como en La patria de la electricidad, de Andréi
Platónov. Es mejor marchar hacia la muerte como un payaso. Sonrisa estilosa.
Guante blanco. Flor lila al pecho. La vida humana cabe en una carpa de circo.
En un ataúd de mago. Las cosas nunca han sido demasiado serias. Se ha
silenciado la noche. Se han callado los perros. No hay nada más que decirse por
hoy, salvo soñar, rascarse pulgas insomnes o esperar el raleo de alguna nube
que deje una estrella al desnudo.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 22/08/2017
Imagen: Bohumil Hrabal
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