Tuesday, August 1, 2017

Postales callejeras: tercera entrega

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Dale que dale a la caminata, aporreando mis pies contra el pavimento, cotidianamente. Ya quisiera que estuviera en mis manos poder resolver el asunto del transporte. Menos mal que tengo unos zapatos confortables para las andadas, sino a las primeras levantaría las patas, digo las manos. Ya decía alguien que en esta vida sólo hay dos cosas imprescindibles que todo humano debería procurarse: una buena cama y unos buenos zapatos, porque o se está en una o en los otros, infaltablemente.  

Las calles bolivianas son el mejor termómetro de nuestra idiosincrasia. Porque no solamente son auténticos talleres de trabajo (cierre los ojos si alguien está soldando o tápese los oídos si otro corta aluminio, ambos a mitad de acera, y dese un rodeo a tiempo que esquiva a los coches), mercadillos y merenderos al paso, bulevares para que perros se olisqueen mutuamente y paseos para que parejitas tomadas de la mano circulen a ritmo de tortuga. Todo en uno. Usted jódase si no tiene un pasillo despejado.

Por si fuera poco, dese de narices con toldillos bajos y tropiece a cada rato con salientes de acera si es que antes no se ha torcido el tobillo metiendo el pie en un agujero. Una vez más, los perros y sus cagarrutas que no limpia nadie, ni siquiera los activistas protectores de animales. ‘No sea animal, no toque bocina’, reza alguna calcomanía en la ventanilla trasera de un auto. Ni quién haga caso.

Calzones encajados en aros de alambre cuelgan delante de la entrada de una tienda, con parlantes sonando a reguetón desde los costados. Unos pasos más allá, sírvase unas tucumanas del carrito callejero, con toda su gama de salsas, mientras sazona su rica merienda con una generosa ración de humo diésel. Siga caminando y compre una rodaja de piña en carretilla y tire la bolsa plástica ahí mismo, como todos. A media cuadra están los basureritos trillizos y siempre vacíos. 

Después de salir airoso de todos estos obstáculos que le estorban el paso, prepárese para el encontronazo con los innumerables carteles, anuncios comerciales y avisos que, aparte de seguir jabonándole la paciencia, por lo menos le compensarán con los chascarrillos o chistes involuntarios que su presencia genera. Y en algunos casos, podrá toparse con frases que destilan un fino humor.  


Así pues, mientras le doy un repaso a las calles de mi ciudad, un día levanto la mirada y veo que en las vidrieras de un edificio en construcción requieren “maestro fachero”, preguntándome si en verdad estaban buscando profesores de buenas pintas o elegantes o, simplemente, albañiles con experiencia; tal ambigüedad causaría extrañeza o repulsa en España, por ejemplo, dada la connotación que tiene el término “facha” como sinónimo de fascista. Es que aquí todo el mundo se da aires de maestro por ser especialista. ¿No es así, maestro?, le digo al taxista.


Creo que me dio hambre de tanto hablar. Tal vez me vaya para la “Pencion” a tomarme una sopa de letras, a ver si así alimento un poco más mi léxico. Aunque también me muero por probar unas “almondigas” y una sopa de “papaliza”, pero después de leer que también sirven “chage” de trigo me dan ganas de ahorcar al dueño del restaurante; porque si no tiene ni remota idea de cómo se escribe “ch’aqe”, seguro que tampoco entiende ni papa de comida criolla. Buena pista esa de saber la calidad de los platos por el modo cómo los anuncian, aventuro.


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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 30/07/2017 

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