JOSÉ CRESPO ARTEAGA
Dale que dale a
la caminata, aporreando mis pies contra el pavimento, cotidianamente. Ya quisiera
que estuviera en mis manos poder resolver el asunto del transporte. Menos mal
que tengo unos zapatos confortables para las andadas, sino a las primeras
levantaría las patas, digo las manos. Ya decía alguien que en esta vida sólo
hay dos cosas imprescindibles que todo humano debería procurarse: una buena
cama y unos buenos zapatos, porque o se está en una o en los otros,
infaltablemente.
Las calles
bolivianas son el mejor termómetro de nuestra idiosincrasia. Porque no
solamente son auténticos talleres de trabajo (cierre los ojos si alguien está
soldando o tápese los oídos si otro corta aluminio, ambos a mitad de acera, y
dese un rodeo a tiempo que esquiva a los coches), mercadillos y merenderos al
paso, bulevares para que perros se olisqueen mutuamente y paseos para que
parejitas tomadas de la mano circulen a ritmo de tortuga. Todo en uno. Usted
jódase si no tiene un pasillo despejado.
Por si fuera
poco, dese de narices con toldillos bajos y tropiece a cada rato con salientes
de acera si es que antes no se ha torcido el tobillo metiendo el pie en un
agujero. Una vez más, los perros y sus cagarrutas que no limpia nadie, ni
siquiera los activistas protectores de animales. ‘No sea animal, no toque
bocina’, reza alguna calcomanía en la ventanilla trasera de un auto. Ni quién
haga caso.
Calzones
encajados en aros de alambre cuelgan delante de la entrada de una tienda, con
parlantes sonando a reguetón desde los costados. Unos pasos más allá, sírvase
unas tucumanas del carrito callejero, con toda su gama de salsas, mientras
sazona su rica merienda con una generosa ración de humo diésel. Siga caminando
y compre una rodaja de piña en carretilla y tire la bolsa plástica ahí mismo,
como todos. A media cuadra están los basureritos trillizos y siempre
vacíos.
Después de salir
airoso de todos estos obstáculos que le estorban el paso, prepárese para el
encontronazo con los innumerables carteles, anuncios comerciales y avisos que,
aparte de seguir jabonándole la paciencia, por lo menos le compensarán con los
chascarrillos o chistes involuntarios que su presencia genera. Y en algunos
casos, podrá toparse con frases que destilan un fino humor.
Así pues,
mientras le doy un repaso a las calles de mi ciudad, un día levanto la mirada y
veo que en las vidrieras de un edificio en construcción requieren “maestro
fachero”, preguntándome si en verdad estaban buscando profesores de buenas
pintas o elegantes o, simplemente, albañiles con experiencia; tal ambigüedad
causaría extrañeza o repulsa en España, por ejemplo, dada la connotación que
tiene el término “facha” como sinónimo de fascista. Es que aquí todo el mundo
se da aires de maestro por ser especialista. ¿No es así, maestro?, le
digo al taxista.
Creo que me dio
hambre de tanto hablar. Tal vez me vaya para la “Pencion” a tomarme una sopa de
letras, a ver si así alimento un poco más mi léxico. Aunque también me muero
por probar unas “almondigas” y una sopa de “papaliza”, pero después de leer que
también sirven “chage” de trigo me dan ganas de ahorcar al dueño del
restaurante; porque si no tiene ni remota idea de cómo se escribe “ch’aqe”,
seguro que tampoco entiende ni papa de comida criolla. Buena pista esa de saber
la calidad de los platos por el modo cómo los anuncian, aventuro.
_____
De EL PERRO ROJO (blog del autor), 30/07/2017
De EL PERRO ROJO (blog del autor), 30/07/2017
No comments:
Post a Comment