PABLO CEREZAL
Los noticiarios
nos demuestran, día a día, que la realidad es más monstruosa, peligrosa y
terrible que cualquiera de los apocalipsis cinematográficos o televisivos con
que decidieron bombardearnos los magnates de la nada, hace ya tiempo, sin
pensar ni por un instante en los daños colaterales. Al fin, tales daños, como
en la guerra, son los que menos duelen a quien ostenta el poder, o a quien
contempla el dolor encerrado tras los barrotes de la pantalla de plasma. Leo
estos días sobre las torturas que sufrían/sufrieron/sufren un nutrido puñado de
chavales internados en un centro de menores de Almería.
Ocurre en
Almería, ya digo: Campos de Níjar que recorriese Juan
Goytisolo, cuando aquellas tierras cargaban públicamente el fardo infame de
la carestía y el hambre. Hambre que descubría llagas en los parajes lunares de
una tierra que decidimos olvidar en un pliegue de esta piel de toro con que
cubrimos el latido de un perro rabioso. Pero, según nos explica el poeta en su
libro, la dignidad y la cercanía de aquellas gentes hicieron más llevadero su
peregrinaje almeriense. Hoy, tal calidad humana ha tornado lúgubre y goyesco
lienzo, y Almería se engalana con opulencias de plástico bajo cuyo techado de
toxicidad y fruto apócrifo sucumben los nuevos olvidados. Me refiero a esos
llegados del Este de Europa, de Latinoamérica, del Magreb o más allá. Los
oriundos, por contra, añaden cifras a sus crecientes cuentas bancarias. La
miseria ya no es cosa suya. Y, ya puestos, igual da un
putomoroterroristajodidogitanorumanomalditovagosudaca que un chaval al que se
pretende extirpar violento brote de violencia en un centro de menores,
a pesar de que dicho centro deba velar, ante todo, por su salud física y
mental.
Retorno, estos
días, a la música de diafragma y cuchillo de Micah P. Hinson, un
treintañero estadounidense que ya cultivaba en su piel, desde aún más tierna
edad, las esquirlas del infortunio. El citado cantante, con sólo 23 años de
edad, sorprendió oídos y dermis con sus tonadas de daño y desastre. Una voz
rota de Tom Waits en paro, cantando su adolescencia de
adicciones farmacológicas, su largo periplo de vagabundo sin techo, la torva
lesión lumbar que le postró en cama durante largo tiempo... acudan a wikipedia para
informarse de los incontables infortunios del bardo. Y a las tiendas de discos
(¿queda alguna?) para hacerse con su discografía completa. Lo de wikipedia no
es baladí, allí desvelan casualidades como la de que el día en que nacía
Hinson, el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan sufría
un atentado del que, lamentablemente para la humanidad, salió indemne. Ya ven,
hay gente desocupada que puede jugar a entrelazar efemérides para mostrar su
resultado en el diccionario global... ¡y sin pedir nada a cambio! El caso es
que Hinson ha vuelto a regalarnos una nueva joya sensorial vestida de melodías,
tras sufrir un accidente de tráfico, en alguna carretera de nuestro país, que
le dejó inutilizados los brazos. Incapacitado para retomar la guitarra, sí pudo
retomar la ayuda de un grupo de amigos, y grabó Micah P. Hinson and The
Nothing. La Nada, sí, la que debe observar cada noche asomado al espanto de
los recuerdos, con la venganza ciega del subconsciente susurrándole tequieros.
Pero mucho más que nada es lo que nos ofrece este nuevo diamante musical en que
la voz de Hinson se quiebra una y otra vez como se quiebran las esperanzas de
muchos iguales, cada día.
Dirán algunos que
poco desafortunado es el cantautor que, al contrario, ha cosechado no pocos
éxitos al albur de su desgraciado periplo vital. Pueda ser, no lo niego, pero
las heridas del alma no hay billete que las restañe, creo. Lo más grave del
asunto es que quizás su éxito se deba a lo mucho que gustamos los hombres de
las historias de infortunio, siempre y cuando el infortunado sea otro.
O tal vez sea que
sólo el que sufre tiene capacidad para crear obras incólumes al paso del
tiempo, porque nos recuerdan que la vida no es buena, ni bella. Así, me
pregunto si sería factible que alguno de los niños torturados en el centro
de menores almeriense vuelque, alcanzada la edad adulta, su trágico
devenir en bellas estrofas contra las que el tiempo nada pueda. De seguro que
sí. Pero serán, como la poesía de Micah P. Hinson, verbo torturado, palabra
acribillada. Aunque, de momento, lo único que pueden escribir esos atormentados
chiquillos, si alguien les proporciona la oportunidad, es largas y dolorosas
"confesiones" sobre los abusos sufridos, soñando que algún día
alguien pueda ejercer su labor una justicia que se hace pasar por ciega para
recibir ayudas de la ONCE, por ejemplo.
Disculpen, aún no
he terminado. Ventajas de escribir con retraso: recién leo que la Junta de
Andalucía ha desestimado las denuncias argumentando que se siguieron en todo
momento las normativas aplicables según la Ley del Menor. Tal ley,
ya de por sí, es pura antinomia si tenemos en cuenta que no hay más ley para el
niño que el libre albedrío y la ausencia de horizontes jurídicos. Pero si
consideramos que, además, se permite reescribir con versos de sangre el futuro
de tantos menores, deberíamos empezar a aplicarle el nombre que merece, el de
esa otra ley por la que nos regimos los adultos: la Ley de la Selva. Y,
sabiendo que los trabajadores que ejercían el maltrato en el citado centro
de menores no habrán de temer por su futuro laboral, sí podemos
proponerles un ascenso recordándoles que hace falta mano dura en la valla de
Melilla. Y es que los niños maltratados, si además son negros, tendrán poesía
más cruel con que encandilarnos los sentidos... si alcanzan la edad adulta,
claro.
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De POSTALES DESDE
EL HAFA (blog del autor), 11/02/2015
Foto: Micah P. Hinson
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