MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Ese es el nombre
aymara de la ciudad de La Paz y el título de la crónica urbana que ayer
presenté en la Feria Internacional del Libro, fruto de nueve viajes a Bolivia.
El regreso para presentar ese libro me ha deparado algunas sorpresas, no todas
amables. La realidad no está para hacerte fiestas y cucamonas, al margen de que
tus percances son eso, percances y pejigueras.
Hacía tres años
que no venía a Bolivia. Entonces las quejas de miembros de la clase acomodada
me entraban por una oreja y me salían por la otra porque sabía que sus negocios
iban viento en popa, como habían ido desde la revolución de 1952 y antes. Ahora
sin embargo, a personas asalariadas con las que tengo confianza y trato, les
oigo hablar de paro, de alza de precios, de carencias de suministros, de
bajadas de salario, de retirada de ayudas sociales en las empresas privadas, de
los aguinaldos (pagas extras) en globo, del «esto o nada» de los contratos
basura, y lo que era un clima de bonanza relativa y de mucha esperanza se ha
convertido en uno de preocupación. Al Gobierno le preocupa mucho el asunto de
la salida al mar y la confrontación eterna con Chile, y poco el progresivo
estado de sublevación de los ponchos rojos de la región de Omasuyos, que fueron
su sostén reclamador y violento, y ahora son muchos miles los movilizados en su
contra por un motivo u otro. Ya no se trata de reclamaciones concretas, sino de
afianzar un clima de descontento en muchos frentes.
A las clases
populares, que se autodenominan medias, les preocupan los salarios, los
precios, las precariedades que asoman aquí y allá, la ausencia de clientela por
mucho que se mercadee hasta el delirio. El fantasma venezolano agita sus
carracas en el fondo de la escena, aunque no sé muy bien cómo, al margen de la
siempre interesada orquestación mediática; una carracas que, oh casualidad,
están en manos de los miembros de una clase que se ha beneficiado
económicamente del régimen de estos años y se ha enriquecido de manera
ostentosa y palmaria.
Lo cierto es que
cunde el descrédito del masismo, basado más en las acusaciones de corrupción
generalizada en la clase dirigente, que encuentran su apoyo en tristes
realidades, que en aceptar la precariedad de unas instituciones públicas que no
han acabado de armarse, por falta material de tiempo tal vez.
Y enfrente, como
es natural, los apoyos incondicionales al Proceso de Cambio, impulsado por el
MAS, que enarbolan sus logros sociales, que sería injusto decir que no los ha
habido. Pero no hace falta ser Chomsky para ver que la izquierda
latinoamericana está en sus horas bajas. El discurso es siempre el mismo: poner
en los platillos de la balanza los logros y las pifias del gobierno de turno, y
que sea siempre mucho mayor el peso de estas. Veo gente que acogió con
entusiasmo la llegada del MAS y de Evo Morales, representante indígena, y si no
se han puesto descaradamente enfrente –algunos por no haber recibido
prebenda–, sí rezongan con el «no era esto, no era esto». ¿Qué era? No lo
saben, casi nunca lo sabemos. Eso al margen de que los gobernantes suelen
olvidar que tarde o temprano, los gobernados acaban cansándose de que sean
siempre los mismos quienes dirigen sus destinos… con la salvedad de esos países
donde los votantes apoyan a quienes los apalean, empobrecen, amordazan y
esquilman.
También me he
encontrado gente que sostiene la bonanza de la situación actual en que Pablo
Iglesias dice que se ha inspirado en el Estado plurinacional de Bolivia para
arbitrar una idea parecida para España… Con todos los respetos, eso me parece
una melonada o un error de óptica, o desconocer de manera paladina en qué se
materializa esa plurinacionalidad. Las realidades de los países no son ni
similares, sus necesidades y anhelos no son idénticos, muchas veces ni
parecidos.
Al fondo de la
escena aparece aquel ángel de la utopía que dibujó Cioran, ese que en un primer
momento toca trompetas de gloria y acaba empuñando una metralleta, la del
autoritarismo, la del enrocamiento, y a su lado otro ángel, igual de negro, de
una manipulación informativa de verdad retorcida.
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De VIVIRDEBUENAGANA
(blog del autor), 06/07/2017
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