Mi hora de
revisión de archivos digitales se suele alargar hasta el anochecer. Cómo pude
haber llegado a acumular tanto material valioso. Deambulo entre epistolarios de
famosos, cuentos de Murakami, Roberto Arlt, Torcuato Tasso. Me quedo pegado con
Blasco Ibáñez, ese desmesurado español, cuánta cultura, qué variedad de
registros. Su obra es vasta y poco leída. En 1909 anduvo por Chile. Cruzó la
cordillera a lomo de burro. Fue recibido con recelo por los oligarcas locales.
Los chilenos educados de entonces eran unos señoritos afrancesados.
Mariconcitos que no sabían crear nada original y cuyo único sueño rastrero era
hacer vida de bohemio en Paris. No les agradó que ese personaje que comía y
sudaba como un Gargantúa les viniera a decir entre eructos que la gran mayoría
de los intelectuales chilenos eran unos huevitos sin yema, vacíos, envidiosos y
mediocres. Se fue en silencio dejando abundantes orgullos heridos en el camino.
Sigo bajando
libros. Hemingway, Josep Conrad, varias obras de Bashevis Singer y Thomas
Bernhard. Persigo novelas de Allan Sillitoe y del ruso Varlam Sholómov. Casi di
un salto de alegría cuando encontré dos poemarios de Wallace Stevens. He
completado la obra de Roberto Bolaño. Irregular, rosquero y solitario, como
suelen ser los buenos escritores.
Una ráfaga de
viento cimbra el techo de chapa. Leemos con Lorena Tiempos Modernos de
Paul Johnson. Nos sirve para debatir con unas cervezas mediante. Johnson
es un bocazas de la historia, un auscultador fino del behind the scenes de la
gran política, un hocicón cizañero que escarba en los papeles arrugados tirados
en los basureros del tiempo. Y aunque sea un conservador borracho ensalzador de
derechas y dictaduras, leerlo me parece iluminador y divertido.
Hace días que la
bruma se comió el cielo. Los perros andan flojos, miran con desgano a los
paseantes y sólo atinan a lamerse las bolas. Tengo un cerro de libros por leer,
cientos de textos por terminar, tres novelas-golem que escribo al mismo tiempo,
y un largo camino por recorrer. Largo en sentido metafórico, porque en el
sentido habitual el calendario a mediano plazo aparece borrado, como en la
película Volver al Futuro. Que aparezcan nuevos días en el calendario depende
de lo que haga ahora. He dejado de lado numerosas actividades que me consumían
inútilmente. Mi reloj de vida solo tiene segundero y apenas me alcanza para
construir una fracción absurda de los multiuniversos que demanda mi mente.
Imagen: Qiang Huang
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 20/0672017
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