Oh Lou, where have
you gone?
Peter Gabriel
julio de 2013,
hora crepuscular azul, última noche con vistas a la calle Feria. cantaba Lou
susurrante, místico pero nada enigmático. bebías vino blanco mientras la
esperabas. era el ático de una casa de 1928 de tres pisos donde experimentaste
decenas de veces estados muy próximos a eso que algunos pánfilos llaman felicidad.
quizá aquella desdentada fachada de obra vista creía que lo había visto todo, y
ciertamente mucho vio: una república y cinco jornadas de guerra emparedadas
entre dos dictaduras, una transición sin crisálida y, ahora, esta cosa rara.
asomado al balcón contemplabas, entre melancólico y ufano, el panorama por
última vez, y desde aquella perspectiva privilegiada que aún no extrañas pronto
se advino el desfile de almas en pena. (1) nuevas enemistades cruzaban la acera
en dirección a la Alameda de Hércules. las mismas caras, más años, sombras algo
más anchas. has encajado como buenamente has podido las sucesivas muestras de
ignominia. ya no te afectan las figuraciones, los plúmbeos ecos de sus reproches,
hasta te enternece esa necesidad endémica que tienen de aparentar, sabes cuál
es la carencia que delata el pedir a gritos las consumiciones en las tabernas,
los titánicos esfuerzos por merecer el beneplácito de la parroquia. tú te
quedas con ser raro. definitivamente. un raro impopular, libre, nada manso. ya
no te molestas en guardarles rencor. te conoces, en otra época habrías escrito
algo así: […] no olvido cómo negaron al hermano/ fue prescindible
mientras duró, / y quizá duró demasiado. ahora sólo quieres la paz: quien
esté libre de estulticia que tire la primera cuita. por muy contradictorio que
parezca, en esta ciudad mariana no abundan los santos. (2) pequeña cíngara
rumana, mártir sin vocación del sindicato del metal y de la vida. tan cría y ya
ajada. aplicadamente descuartizó una nevera en dos minutos, introdujo todos
aquellos miembros tumefactos en su carro tuneado, tiró de él evitando mirarse
en el reflejo del escaparate de la frutería, dejó atrás el cajero que por un
tiempo más siguió escupiendo tu dinero y la perdiste de vista cuando dobló
hacia Relator. adiós, muñeca, susurraste sobreactuado. no estás rota,
simplemente eres de trapo. es el azar. sólo el azar. (y 3) viejo mendigo
autóctono, emérito del sindicato de lo orgánico. lo conoces, no sale del
barrio. a veces le sufragas el vicio. jura que habla con ángeles. por supuesto,
le crees. hace unos años le dio por decir que era inventor y que estaba
trabajando en un saco de dormir los malos sueños. con los beneficios obtenidos
acabaría con el hambre en África. siempre había alguien que le decía que en
otros muchos sitios se pasa hambre, pero él aseguraba que en ningún sitio como
en África. se ve que el proyecto no acabó de cuajar y sigue sin tener nada de
nada. aquella noche, sin embargo, hubo suerte: la frutera fue maja y dejó unas
manzanas medio podridas sobre el contenedor. pero antes de que el viejo
finalizase el escrutinio llegaron los basureros. el conductor hizo rugir el
claxon para apremiarlo. el más joven y posiblemente el más imbécil, el
meritorio, se mofó de su Parkinson a sus espaldas. los otros dos le rebuznaron
la gracia. el viejo antes de largarse les sonrió cándidamente. no se perdería
nada si el cerebro de aquellos mentecatos acabara también triturado por las
fauces de la bestia. el viejo se fue haciendo pequeño en la distancia y tú te
preguntaste si alguna vez se le pasó por la cabeza algo parecido a aquello que
escribió el enorme Fonollosa: No me podréis parar cuando comience / a
emprender el camino hacia el primer puesto. te aterra pensar que un
día hiciste tuyos esos versos y que quizá ahora simplemente estés demorando el
momento de la irremisible caída. en breve no te quedará otra que comprobarlo.
la noche se consolidaba. Lou seguía cantando las delicias de Ámsterdam y de sus
canales, del Van Gogh Museum. no podías imaginar que en apenas unos meses todo
aquello que contemplabas desde tu torre formaría parte de una suerte de oda
póstuma. (ayer fue domingo precisamente y hoy recibes condolencias de antiguas
novias y de amigos que aún te quieren bien. quizá por una vez hoy tenías que
haberte vestido de blanco para dar la nota). no eres especialmente nostálgico,
ya no, quizá sólo un poco, pero ahora recuerdas con especial emoción aquellas
notas de xilófono que lo iniciaron todo en casa de Ramón, los viajes a Madrid
para ver al maestro en cuero y hueso, la mañana que escuchaste «Romeo had
Juliette» sobrevolando Brooklyn, el tren que cogiste en soledad para comprobar
que Coney Island existía aquella lluviosa mañana de otoño en la que casi
fuerzas tu detención. porque no querías volver a casa. nunca quieres volver a
casa. llenaste la copa y entraste en el dormitorio para estar más cerca del
bardo. te tumbaste bajo las lentas aspas del ventilador que apuraba su último
hálito en aquel techo a prueba de gigantes, pensaste en las mujeres que
subieron aquellos gastados peldaños, en las novelas atravesadas, en los poemas
inconclusos, en las canciones, en las risas de los compinches en los
trasnoches, en las rupturas y en las adhesiones. te incorporaste y bebiste,
miraste el reloj y te volviste a asomar al balcón. justo ella se aproximaba: la
mujer atlántica. te excitó pensar que en breve releerías su libro. dejaste caer
las llaves, esquivaste de nuevo las columnas de cajas, abriste la puerta y en
el rellano te dijiste: todo va bien, chico, ¿acaso no se trataba de esto? lo
hiciste, forzaste el despido antes de que te largaran de mala manera y ahora te
adelantas al desahucio. estás en bancarrota, pero seguirás luchando,
persistiendo en la escritura entre sueños conscientes, urdirás tu venganza
mientras duerme el enemigo, no te detendrás, seguirás en el camino. siempre
sigues en el camino. justo cuando ella entró sonó el pitido. la dorada, que
estaba lista. el vino era bueno, ella un portento de mujer. una vez más te
sentiste sobrevivido. E.L., 2013
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Del blog del
autor, 29/08/2016
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