AUTOR: Italo Calvino
TÍTULO: El Sendero de los Nidos de Araña
EDITORIAL: Círculo de Lectores, S.A. (Primera edición)
AÑO: 1991
PÁGINAS: 230
TRADUCCIÓN: Aurora Bernárdez
Hay momentos históricos en los que se exige de la literatura
un compromiso político, y de nada sirve entonces insistir en las
justificaciones artísticas de ésta: mientras a nuestro alrededor se viva una
realidad de hambre, guerra y apatía, las páginas de los libros no podrán
contener palabras distintas a aquellas que denuncian y abren las puertas de la
conciencia social. Es como si, de golpe, la misma época se encargara de cercar
a los autores, de apabullarlos con su presencia, de hacerlos partícipes de sus
problemas, hasta el punto de que les resulta imposible eludir el sentarse a
narrar esa vida que por destino les ha correspondido conocer.
Uno de esos momentos tensionantes corresponde a la Segunda
Guerra Mundial, concretamente, al desarrollo del fascismo en Italia. Aquel
tiempo en el que el miedo signó el rostro de los italianos, testigos de una
bestia negra que lo devoraba todo (los campos, las ciudades, los hombres, el
futuro), necesariamente inició también una acción creadora; muchas voces se
alzaron, más allá de sus diferencias literarias, de la censura y del pesimismo,
hasta construir el relato que ahora conocemos de esa etapa amarga e ignominiosa
en la que, no sólo Italia, sino la humanidad entera, se vio escindida por el
impacto de la violencia ideológica.
De qué otra manera podrían entenderse obras como Vino e Pane
(1936) de Ignazio Silone, Cronache di Poveri Amanti (1947) de Vasco Pratolini,
Mondo Piccolo: Don Camilo (1948) de Giovanni Guareschi, Il Giardino dei
Finzi-Contini (1962) de Giorgio Bassani e, incluso, aunque menos explícitas,
algunas otras de Cesare Pavese y Alberto Moravia. En todas ellas se expone
aquel contexto único, con sus espacios (el campo, la ciudad) y sus personajes
(fascistas, comunistas, obreros, campesinos, militares), y a partir de ellos se
teje ese conjunto de relaciones de las que es posible colegir los odios, las
culpas y frustraciones del pueblo italiano.
Tampoco Italo Calvino (1923-1985) pudo evitar escribir sobre
los sucesos de este tiempo: él, que fue enlistado en las filas del ejército
oficial; que, después de desertar, luchó junto a los partisanos por la
liberación de Italia; que sufrió el secuestro de sus padres por parte de
alemanes; en fin, que estuvo en el centro del conflicto fascista, sintió, como
los otros, el compromiso de la escritura. Su primera novela, Il Sentiero dei
Nidi di Ragno (1947) es, justamente, la materialización de ese llamado, como él
mismo lo ha dicho “fruto del clima general de la época”, no producto de un
búsqueda artística, sino de una necesidad de expresión existencial, colectiva.
Durante la posguerra, Calvino se persuadió de la obligación
que tenían los escritores de capturar y expresar toda la violencia y terror
vividos por los italianos años atrás; supo desde el principio, que esta era una
tarea que no debía realizarse desde una perspectiva moralizante o de victoria,
sino ateniéndose a la experiencia directa que todos habían tenido del conflicto
y que se mezclaba misteriosamente hasta ser sólo una: aquella que se contaba en
las calles, los campos, los cafés, las escuelas. Para Calvino, esto significó
alejarse de una postura ideal, sobre todo, con relación a los partisanos (protagonistas
de su relato), buscando mostrar cómo fueron realmente:
“(…) No representaré a los mejores partisanos sino a los
peores, pondré en el centro de mi novela un conjunto de tipos un poco
retorcidos. Bueno, ¿y qué diferencia hay? Aun en quien se ha lanzado a la lucha
sin un porqué claro, ha obrado un impulso elemental de redención humana, un
impulso que los ha vuelto cien mil veces mejores que vosotros, que los ha
convertido en fuerzas históricas activas que jamás podréis soñar con llegar a
ser” (Pág. 21)
Mucho caviló Italo Calvino la manera de escribir El Sendero
de los Nidos de Araña, pero esta convicción inicial de apegarse a lo verídico
fue su soporte fundamental; no en vano se le vinculó entonces con el
Neorrealismo, que el autor entendía a manera de un acercamiento a lo inédito,
en su caso, a todos esos sectores de Italia que todavía no tenían el relato que
los narrara. Avergonzado de San Remo y sus excesos, Calvino prefirió enfocarse
en las zonas más periféricas, las mismas en las que el fenómeno de la
Resistencia había fusionado de modo más fuerte el paisaje y la gente.
Pero, a esta necesidad de construir un relato con contenido
real, sólido, se sumó otro problema para Calvino: el hecho de no tener
experiencia narrativa. Y es que, siendo su primera novela, se enfrentaba al
dilema de su realización (el primer libro siempre define al autor, sin este
estar realmente definido), hecho que no dejaba de suscitar en él dudas y
vacilaciones. Al final, decidió escribir optando por una ruta particular: utilizando
a un niño como protagonista, y amparando en su inocencia los errores que él
pudiese cometer como escritor.
La obra, a razón de esto, más exactamente, del carácter de
Pin –su personaje central-, tiene un tono picaresco. Se trata de un niño perdido
en un mundo donde los hombres mienten, luchan y se enredan en juegos
incomprensibles; él, terminará asumiendo la amoralidad del ambiente y aceptando
la exclusión como su condición natural, los dos rasgos básicos del pícaro según
Pavel [1]. Realidad, humor, pero, ante todo, un fuerte coletazo a la miseria
que acompaña buena parte de nuestras acciones fueron, así, los puntos
cardinales de El Sendero de los Nidos de Araña.
A continuación realizaremos un breve resumen de la novela y,
posteriormente, emprenderemos un análisis del carácter de su protagonista, de
los aspectos sociales más relevantes de la época y, por último, de la
problemática que enfrentó la Resistencia en aquel entonces.
Síntesis de la novela
Pin es un muchacho al que le cuesta encontrar su sitio
dentro del pueblo: por un lado, de parte de sus vecinos recibe únicamente
ofensas y maltrato; por otro, él mismo se incomoda con los chicos de su edad (a
quienes considera tontos) y con los adultos (con los que pasa más tiempo, pero
siempre lo desconciertan). Sin un padre o madre que pueda orientarlo, sus días
los pasa en los carrugios más pobres, cantando, peleando y evitando el trabajo
donde Pedroflaco, el zapatero. Su hermana, joven como él, aunque mayor, se gana
la vida como prostituta, así que Pin también invierte algo de su tiempo en
conseguir muchos de los clientes que ella atiende, y en espiarlos tras los
tablones de su habitación.
En las tardes y noches, Pin frecuenta el bar en donde se
reúnen sus conocidos: Mishel el francés, Gian el chofer y el Jirafa, todos
ellos hombres que tratan de olvidar con el licor el vacío de sus existencias.
El chico los anima a veces con canciones y, otras, los incomoda con sus
comentarios y groserías; mas, nunca entre ellos logra haber una total comunión.
Sólo en cierta ocasión Pin parece hallar la fórmula para entrar definitivamente
al mundo de los hombres: estos le piden robar la pistola de un oficial alemán
que frecuenta a su hermana para probar con ello que está del lado del Comité
(entiéndase, de los partisanos).
Por supuesto, Pin no sabe nada de política, sólo ve en el
asunto del revólver una aventura extraña. Efectivamente, el muchacho
aprovechará una ocasión para cometer el robo, pero al llegar emocionado al bar
a describir lo sucedido, se da cuenta de que para sus “amigos” esto ya no
reviste importancia. Decepcionado, correrá a enterrar la pistola en un lugar
que únicamente él conoce: la parte del bosque en la que las arañas hacen sus
nidos. Lastimosamente, al volver a su carrugio, es sorprendido por los
alemanes, advertidos ya del robo, y es llevado a la Jefatura.
A partir de aquí la historia de Pin cambia de manera
notable: los interrogatorios para saber los motivos que lo llevaron a tomar el
arma son violentos, le muestran la fuerza del régimen que actúa sin dilaciones
aun con los niños. Es enviado a prisión, en donde conoce a Lobo Rojo, un
muchacho acusado de agitación política. Con este mismo joven escapa de la
cárcel y huye hacia el campo. El protagonista admirará desde entonces el ánimo
de su compañero, pero se lamentará de la prepotencia que acompaña sus actos y
lo ininteligibles que resultan sus discursos sobre la lucha de clases.
Con todo, la misma noche del escape ambos se ven separados y
Pin tiene que vagar por las montañas sin rumbo fijo. Por fortuna, tropieza con
Primo, un hombre regio y firme que lo lleva consigo hasta el Destacamento de
Trucha, es decir, hasta un campamento partisano. Este será el primer encuentro
de Pin con aquellos sujetos, alzados en armas, que luchan, por una u otra
razón, contra los fascistas que azotan las ciudades y contra los alemanes que
invaden su país. Allí conoce, entre otros, a Zurdo, un cocinero que vive
inmerso en intrincadas reflexiones marxistas; a Trucha, el comandante
desilusionado de la guerra; a Piel, el joven coleccionista de armas; y al
Carabinero, un desertor de las líneas del Fascio.
En poco tiempo, Pin se siente a gusto con el grupo: aprende
de armas, vive de cerca las batallas contra los alemanes, se entera de las
redadas hechas por o contra los fascistas, conoce la historia de los hombres
del Destacamento, canta para ellos, les ayuda en muchas cosas, y se burla de
unos y otros por igual. Todo transcurrirá así, en relativa tranquilidad, aunque
sin comprender el fondo de la guerra, hasta el día en el que, por un descuido
de Trucha, se incendie el campamento, y el batallón se vea obligado a alejarse
del lugar. Los ánimos de todos decaerán un poco, y esperarán con temor la
llegada del Comisario Kim y del comandante Ferriera (emisarios del Comité
Central de los partisanos), quienes decidirán la suerte de cada uno.
Coincidencialmente, el incendio ocurre poco antes de que los
alemanes se lancen sobre la montaña en la que se ubican varios campamentos
partisanos. Por ello, el Destacamento de Trucha (sin él, el Trucha, que
argumenta estar enfermo) es enviado a defender un punto de la ladera. Kim y
Ferriera saben que este batallón es el más desafortunado de todos, pero aun así
lo necesitan activo durante la guerra; empezarán a discutir sobre los motivos
que han llevado a cada miembro a unirse a los partisanos, y terminarán
envueltos en una discusión profunda de tipo político-ideológica.
Aquella batalla resulta un fiasco, y todos los campamentos
deben dirigirse más hacia la cumbre, dada la ofensiva de los alemanes. Tal es
el mal ambiente que se vive en aquel momento que las usuales bromas de Pin no
son bien recibidas por Trucha, de quien se mofa por su falta de valor y por
haber preferido quedarse a intimar con la esposa del cocinero, que dirigir a
sus hombres contra los enemigos. Aburrido y advirtiendo toda la hipocresía que
hay en los adultos, aun en los partisanos, se marcha del campamento en busca de
la pistola que enterrara antes.
Vagará Pin por los campos solo y sin dirección, se dará
cuenta de que su arma ha sido robada por Piel, a la sazón convertido en
fascista; comprobará que su hermana se prostituye ahora con agentes del Fascio
a cambio de favores; verá todos los nidos de araña destruidos y pisoteados por
la guerra; y se sentirá perdido, incomprendido, sin siquiera un amigo que lo
escuche o se interese por él realmente, y, así, en medio de ese polvo salvaje
que lo tapa todo (los rostros, las palabras, el porvenir) se convencerá de que
los juegos de los hombres muy pocas veces son atractivos, y siempre están
llenos de horror, engaño y soledad.
Retrato existencial de Pin
Para analizar de manera integral a Pin, siendo consecuentes
con el tipo de relato que presenta Italo Calvino, es necesario remitirnos a una
tesis de Walter Benjamin sobre los hombres; este autor afirma que “entre el
destino y el carácter se acostumbra admitir la existencia de una relación de
causa a efecto y se suele definir el carácter como causa del destino” [2]. En
otras palabras, la forma de ser de un individuo, todas aquellas cualidades que
conforman su personalidad son un correlato del destino que le ha correspondido
vivir, principalmente, de aquel que se va construyendo sin la intervención
directa de sus decisiones.
Cuando nos acercamos a la vida de Pin observamos que en
realidad su carácter tiene la impronta de un destino que no termina de
comprender. El chico ha tenido que vivir en una época en la que la violencia asecha
de forma permanente, y esta agresividad que él mismo experimenta en su
carrugio, en los campos, termina por hacerlo tosco: es su propia incomprensión
lo que lo lleva al aislamiento. Para entender mejor la idea vamos a situar tres
marcos de referencia: la soledad, las relaciones con los otros y el azar en el
que transcurre su vida.
La soledad. Una convicción acompaña a Pin a lo largo de su
historia y es el saberse enteramente solo. El concepto de familia es difuso
para él: su padre nunca se hizo cargo de ellos, su madre murió bastante pronto,
y su hermana le genera un rechazo simbólico por las conductas que tiene en la
cama con los hombres y su falsa ternura. Por otra parte, en el carrugio no
existe alguien a quien pueda llamar “amigo”: las mujeres evitan que sus hijos
permanezcan con él, y los adultos lo conciben a modo de blanco para desquitar
sus frustraciones.
No es algo que Pin escoja; es, simplemente, su suerte: se
sentirá solo en casa, en las calles e, incluso, también en el Destacamento de
Trucha, a pesar de que allí la presencia de un grupo sea tan cercana. Lo que
sucede es que las experiencias que va viviendo pulen su personalidad hasta
hacerlo receloso, dubitativo. Así se comprende que, más allá de su aprecio por
Lobo Rojo o Primo, siempre subsista algún cuestionamiento hacia ellos, alguna
duda que nuevamente lo haga replegarse.
Las relaciones con los otros. Como se dijo antes, a Pin le
cuesta encontrar su sitio en la sociedad, básicamente, porque sus experiencias
no están en consonancia con su edad. Es un niño, está claro, y se divierte
clavando agujas a los insectos, orinando sobre la tierra hasta crear
borbotones, o imaginando escenas en las que todos le temen por una gran pistola
que lleva en sus manos. Sin embargo, también está en contacto con ambientes
sociales que, sustancialmente, no son infantiles como la cárcel, la
prostitución, los bares, la lucha revolucionaria, etcétera.
Su destino es algo así como una maduración precoz y, por
tanto, incomprensible; de repente, a su corta edad, se mira en el espejo, y no
encuentra un niño (rehúye de ellos por considerarlos tontos), tampoco un hombre
(no termina de asumir las conductas de esos individuos que le dan la espalda),
sólo ve la presencia de alguien arrojado en un mundo de guerra: ese conflicto
del que ha escuchado hablar desde que nació y que hace que la gente se comporte
de modo extraño, hipócrita, temeroso. En él nacerá también, en su momento “esa
ansia que no se sabe bien por qué la tienen los hombres y que debe de contener,
cuando se la satisface, placeres secretos y misteriosos”.
El azar. Es muy difícil operar, actuar en una situación que
no se entiende y, por ello, todo el destino de Pin se ve marcado por el azar,
por los hechos fortuitos. En contadas ocasiones es él quien decide lo que
quiere; la casualidad es la que lo lleva a escapar con Lobo Rojo de la cárcel,
la que lo hace tropezar con Primo en la montaña, la que lo advierte sobre el
romance entre Trucha y la esposa del cocinero, la que le permite reencontrarse
con su hermana después de escapar del campamento.
Con todo, aunque hay pocas decisiones suyas en la base de su
destino, Pin debe asumir siempre las consecuencias de lo que hace; sabe que
cada camino por el que transita se vuelve irrevocable: una vez roba la pistola
al alemán no hay vuelta atrás, tampoco la hay cuando escapa de la cárcel, o
cuando se burla de Trucha en el Destacamento: el azar lo ata, forja su destino,
y hace que su carácter –como afirma Benjamin- se vaya templando a fuerza de
sobresaltos y experiencias. El destino de Pin lo envuelve, lo pisotea, lo
engulle de manera feroz: algo similar a lo que ocurre con los nidos de araña
que tanto le gustan, los cuales terminan destruidos por la guerra, con toda la
tierra invadiendo sus caminos, con ese paisaje nebuloso por encima.
Hay, además, una visión metafórica con relación a Pin, y es
aquella que el mismo Calvino pensó antes de escribir la novela. Al respecto el
autor escribió:
“La inferioridad de Pin como niño frente al mundo
incomprensible de los mayores corresponde a la que sentía yo en la misma
situación, como burgués. Y la despreocupación de Pin por obra de su tan alabada
procedencia del mundo del hampa, que lo hace sentirse cómplice y casi superior
a todos los ‘fuera de la ley’, corresponde al modo intelectual de estar a la
altura de la situación, de no maravillarse nunca, de defenderse de las
emociones… Así que, dada esta clase de transposiciones, la historia en la que
se declaraba mi punto de vista personal volvía a ser mi historia” (Pág. 30)
El ambiente social durante el fascismo
Como todo ambiente de guerra, la Italia durante el fascismo
constituyó una sociedad materialmente derruida, con sus campos olvidados o
convertidos en lugares de batalla, con sus ciudades oscurecidas por los toques
de queda y la violencia sistemática. Quienes vivieron esta época
inevitablemente se vieron enfrascados en un temor colectivo, en la división
ideológica (que rompió, incluso, los lazos familiares), en la tragedia que
resulta de no saber qué deparará la mañana siguiente.
El Sendero de los Nidos de Araña recupera este paisaje en
sus dos planos principales: el de la ciudad y el del campo. Refiriéndose al
primero, Calvino muestra la sordidez de las callejuelas, escenarios de pobreza
y mendicidad; también pasa su lente por el interior de las cárceles y recorre
aquellos rincones atestados de presos políticos, carcomidos por los piojos y
los interrogatorios; y se alza, además, sobre los bares, para escuchar los
discursos melancólicos que pronuncian los borrachos, herederos como cualquiera
del pesimismo general.
Las calles de ciudad son para Calvino un espacio
desgraciado: las redadas fascistas caen sobre ellas en cualquier instante, los
tanques alemanes las transitan sin miramientos, los hombres hambrientos van y
vienen oscureciéndolas con su apariencia. Hasta los rayos del sol deben
realizar giros incomprensibles para iluminar sus rincones y alcanzar las
ventanas de las casas apostadas a lado y lado.
Pero no sólo en las calles se respira esta atmósfera,
también en las cárceles, en donde ya no hay espacio para más presos y, sin
embargo, se siguen acumulando de forma infrahumana. Cuando Pin recorre sus
pabellones, comprende la dureza del régimen fascista, atento a cualquier
traspié de los italianos para llenarlos de acusaciones y señalamientos. Con
estas palabras se describe su experiencia:
“Entre los detenidos hay muchos que no han respondido a la
convocatoria y también muchos culpables de delitos económicos, carniceros
clandestinos, traficantes de gasolina y libras esterlinas. Delincuentes comunes
han quedado pocos, ahora que nadie persigue a los ladrones: gentes que cumplen
viejas condenas y que ya no tienen edad para enrolarse y condonar la pena. Los
presos políticos se distinguen por los cardenales de la cara, por la forma en
que se mueven con los huesos rotos en los interrogatorios” (Pág. 75)
Más allá de la ciudad, en los campos, también se respira el
aire de la guerra: la belleza de las montañas, de las mesetas, de todos los
árboles italianos se ha trastrocado por el humo de las explosiones, el aroma a
pólvora, el ruido de los aeroplanos y los gritos de fascistas y partisanos que
caen moribundos sobre la tierra. Donde antes quedaba la casa de un campesino y
su familia, ahora se emplaza un destacamento; donde antes se veían cultivos de
una u otra cosa, ahora pasan camiones atestados de soldados. Así lo señala
Giacinto a sus compañeros de campamento:
“Yo era estañador y recorría el campo, mi grito se oía desde
lejos y las mujeres iban a buscar las cacerolas agujereadas para que yo las
remendara. Entraba en las casas y bromeaba con las criadas y a veces me daban
huevos y un vaso de vino. Me ponía a estañar y a mi alrededor siempre había
niños que se quedaban mirando. Ahora ya no puedo recorrer los campos porque me
arrestarían y hay bombardeos que acaban con todo. Por eso somos partisanos:
para volver a ser estañadores, y que haya vino y huevos baratos, y que no nos
arresten más y no haya más alarmas. Y además queremos el comunismo. El
comunismo es que no haya más casas donde te cierren la puerta en las narices.
Que no haya que meterse de noche en los gallineros a robar. El comunismo es que
entres en una casa donde estén tomando la sopa y te den sopa, aunque seas
estañador, y si comen pan dulce, en Navidad, te den pan dulce. Eso es
comunismo” (Pág. 162)
Existe una ruptura de cierto estado de Italia por la llegada
del fascismo, que introduce un clima de desaliento y terror. Empero y, como
puede deducirse del discurso de Giacinto, pervive en buena parte de sus
habitantes una especie de solidaridad propia de quienes trabajan con afán su
pan diario. Acaso Calvino se refiera a ese mismo apoyo que describiera
emotivamente Gramsci al afirmar que las estrecheces materiales y la necesidad
hacen surgir sentimientos de comprensión humana superiores a cualquiera: “tales
sentimientos –dice en sus Cartas a Yulca- son propios de clases explotadas, no
de la burguesía, de aquellas clases a las que la opresión se les manifiesta en
el carácter inestable de la vida y en la inseguridad en la que se encuentran a
la hora de conseguir pan, vestido y techo para sus hijos y para sus viejos”
[3].
Los dilemas de la Resistencia italiana
Para concluir, es necesario escribir un poco sobre la
discusión que establece Calvino en torno a la Resistencia como movimiento
político. Se precisó antes que el autor no deseó nunca crear un relato en el
que los partisanos constituyesen un grupo ideal, con fines enteramente claros y
fórmulas de acción establecidas. Por el contrario, Calvino sentía la urgencia
de mostrar los vacíos de la Resistencia, ese compromiso de describir los puntos
blandos de su constitución.
Así, pues, lo que se halla al respecto en El Sendero de los
Nidos de Araña es una reflexión, ciertamente, crítica que se moviliza, a
nuestro modo de ver, en tres direcciones: los fines de la lucha partisana, los
problemas de movilidad en su interior y las dudas sobre el futuro italiano.
Vistos más de cerca resultaría lo siguiente:
Los fines de la lucha partisana. No es sólo que Pin, como
protagonista de la novela, no tenga claras las razones por las cuales se une a
los partisanos; es que, en rigor, el movimiento no tiene un fin claro, y bajo
su amparo conviven cientos de diferentes motivos de lucha. Calvino introdujo en
la novela un capítulo en especial –el IX- (que le valió muchos comentarios
negativos por parte de los críticos) en el que, desentonando un poco con el
ritmo narrativo que lleva el libro, elabora, a través de la voz del Comisario
Kim y Ferriera, una larga discusión sobre los objetivos de la Resistencia.
De entrada es necesario clarificar que a la lucha partisana
se unieron individuos bien disímiles: obreros, campesinos, extranjeros,
intelectuales, pequeño-burgueses e, incluso, jóvenes de ánimo belicoso. Tratar
de establecer qué había en común entre todos ellos para unirse a la Resistencia
constituía, y constituye todavía una tarea muy compleja. Pero nada habría más
falso, a ojos de la historia, que presumir una falsa claridad ideológica, en
donde hubo, ante todo, una agitación colectiva de muchos matices.
Los partisanos coinciden en que, en su mayoría son gente
pobre; así lo puede entender el mismo Pin cuando llega al Destacamento de
Trucha y los ve subir por la montaña: parecen un grupo de vagabundos
extraviado, con sus botas hechas trizas, los uniformes disonantes, barbudos y
brillantes de sudor. Y cada uno de ellos está allí por una razón totalmente
diferente a la del otro: Giacinto porque desea volver a ser estañador; el
Carabinero porque desertó del Fascio y ahora no podría retractarse; Primo
porque purga allí una mala experiencia amorosa; Piel, porque encuentra en la
guerra más armas para su colección; y el mismo Pin, porque la suerte lo ha
traído hasta el Destacamento.
Como se ve, en muchos de ellos no existe ni de lejos un
fundamento ideológico de lucha, solamente, un deseo primario, directo. Tal es
así que los discursos del Zurdo, hombre instruido en las teorías marxistas, no
son bien recibidos por el resto de partisanos, que encuentran en sus palabras
un marullo incomprensible e innecesario. El tratar de ubicar a estos hombres
dentro de un panorama de lucha de clases es un objetivo prácticamente
imposible; en esto la novela de Calvino recuerda mucho las páginas de Vino e
Pane en las que el Partido no halla el lenguaje preciso para transmitir las teorías
marxistas a los camaradas campesinos.
Precisamente, esa es la discusión sobre los fines de la
Resistencia que sostienen Kim y Ferriera, ambos comisarios, hombres
intelectuales y prácticos –en especial el primero- que entienden que las
condiciones para la interiorización de un discurso real de Resistencia no están
dadas para un alto porcentaje de los partisanos y que, en consecuencia, a ellos
debe hablárseles en un estilo más directo, reconociéndoseles la importancia de
sus motivos y no obligándolos a asumir otros que no comprenden. Lo que tienen
en común los campesinos que han perdido sus tierras, los obreros que trabajan
en las fábricas, los intelectuales y estudiantes de ciudad, los prisioneros
extranjeros unidos a los resistentes, y todos aquellos sin nada concreto que
defender, es, simple y llanamente, un ideal de transformación, pequeño o
grande, pero ideal de cambio, a fin de cuentas:
“Este es el significado de la lucha, el significado
verdadero, total, más allá de los diversos significados oficiales. Un impulso
hacia el rescate humano, elemental, anónimo, de todas nuestras humillaciones:
de su explotación para el obrero, de su ignorancia para el campesino, de sus
inhibiciones para el pequeño-burgués, de su corrupción para el paria. Yo creo
que nuestro trabajo político es éste, utilizar incluso nuestra miseria humana,
utilizarla contra sí misma, para nuestra redención, así como los fascistas
utilizan la miseria para perpetuar la miseria, y utilizan al hombre contra el
hombre” (Pág. 178)
El interior de la Resistencia. De la anterior cita se
desprende un valor trascendente de la Resistencia que es la redención humana,
obviamente, algo superior a la lucha de clases. Sin embargo, también se infiere
de lo dicho una especie de practicidad para alcanzar esa redención: quienes
abanderan el movimiento marxista ven en los otros hombres medios para la lucha
proletaria, y esto se convierte en otra fórmula de enajenación. Ese es uno de
los dilemas de la Resistencia, pero hay muchos otros que tomaron fuerza en Italia;
Calvino retoma en particular el del ir y venir de la base resistente.
A lo largo de El Sendero de los Nidos de Araña es posible
identificar numerosos ejemplos de la inestabilidad de los partisanos: Mishel el
francés pasa de los discursos a favor del Comité a enrolarse en el Fascio; Gian
el chofer y Jirafa esperan pacientes el desarrollo de los acontecimientos para
decidirse por un bando concreto; Piel también pasa del Destacamento a la
Brigada Negra; Trucha prefiere satisfacer sus deseos carnales que unirse a la
guerra; el Carabinero se une a los partisanos pero no deja de defender a
Mussolini; y Rina se olvida de los de su clase para empezar a acostarse con
agentes de las SS.
Tanta es la confusión que hay al interior del grupo
partisano, sus oscilaciones, que Pin confesará: “los grandes son una raza
ambigua y traidora, no tienen en los juegos esa seriedad terrible de los
chicos, pero ellos también tienen sus juegos, cada vez más serios, un juego
dentro del otro, tanto que jamás se consigue entender cuál es el verdadero”. Es
imposible prever qué hará alguien cuando las circunstancias se modifiquen:
continuará luchando, se unirá al Fascio, se pegará un tiro; el mismo miedo, la
fuerza de la situación hace que muchos hombres duden de la fortaleza de sus convicciones.
El futuro de la Resistencia. Dice Calvino que “los sueños de
los resistentes son raros y cortos, sueños nacidos de las noches de hambre,
ligados a la historia de la comida siempre escasa”. ¿Cuál será, así, el futuro
que cabe esperar para esos hombres que, aun en sus sueños, sufren las penurias
de su vida? Todos los partisanos esperan –unos con mayor optimismo que otros-
una sociedad mejor, más justa, lejos de la guerra y las divisiones que
observan, capaz de distribuir equitativamente los recursos.
Pero ese futuro puede estar tan lejano; la Resistencia es un
movimiento –se dice Kim- de pequeños logros, pero todavía así debe asumirse.
Entrar al campo de batalla es tener claro que es posible morir antes de que
desaparezca el último fascista, el último alemán, pero haber contribuido con
ese pequeño gesto anónimo del combate a que la historia del género humano se
transforme. No es una cuestión de optimismo exacerbado, es más bien, ser
realista en el punto justo.
¿Y qué se hará después? Esa gran pregunta que propone
Calvino cuando empieza a cerrar su historia es la síntesis de las expectativas
partisanas. Una vez la Resistencia haya triunfado qué pasará: ¿se volverá a
caer en el individualismo, en la delincuencia? ¿Italia, en general, estará
preparada para organizarse de una manera diferente? ¿Los ex fascistas
comprenderán de veras los errores de su pasado?
La virtud del relato de Calvino es dejarnos este retrato
complejo de la Resistencia, no idealizado, sino mostrado con todos sus vacíos y
deficiencias, con esa condición que ya había descrito Lenin en uno de sus
libros: “un paso adelante, dos pasos atrás… Es algo que sucede en la vida de
los individuos, en la historia de las naciones y en el desarrollo de los
partidos. Y sería la más criminal de las cobardías dudar, aunque sólo fuera por
un momento, del inevitable y completo triunfo de los principios de la
socialdemocracia revolucionaria, de la organización proletaria y de la
disciplina del partido” [4]
_______________________
Con El Sendero de los Nidos de Araña, Italo Calvino nos pone
de frente a una época amarga de la historia, describiéndola con la tenacidad de
alguien que la ha vivido directamente. Su lectura debe remitirnos, en la
actualidad, a la evaluación de los rastros que queden en nuestra vida de las
prácticas fascistas, convencidos de que “todos estamos impregnados de fascismo
y, conscientes de nuestra culpabilidad, lo escupimos como insulto” [5].
NOTAS:
[1] PAVEL, Thomas (2005) Representar la Existencia: El
Pensamiento de la Novela. Barcelona: Editorial Crítica. p. 94.
[2] BENJAMIN, Walter (1967) Destino y Carácter; en Revista
Eco No. 87. Bogotá: Editorial Buchholz. p. 239.
[3] GRAMSCI, Antonio (1989) Cartas a Yulca. Barcelona:
Editorial Crítica. p. 93.
[4] LENIN, Vladimir I. (1981) Un Paso Adelante, Dos Pasos
Atrás. Moscú: Editorial Progreso. p. 204.
[5] LUDWIG, Emil (1979) Conversaciones con Mussolini.
Barcelona: Editorial Juventud. p. 33.
__
De LA PASIÓN INÚTIL (blog del autor)
No comments:
Post a Comment