Saturday, August 20, 2016

El alcalde Leyes y sus ‘maravillosos’ autorretratos

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Aún me sigo preguntando quién habrá sido el señor Rojas Mejía como para que un centro de salud lleve su nombre, tal vez fue un patricio o meritorio ciudadano cochabambino del que no conocemos ni siquiera su foto o un busto en su defecto. Sin embargo, según mis archivos fotográficos, parece que el buen hombre ha sido retratado no una, sino dos veces y por dos fotógrafos distintos, de otra manera no entendemos el cambio radical de su apariencia en tan corto tiempo (ver figura 2).

A poco de asumir el cargo, don Marvell José María Leyes Justiniano, tal vez inspirado en su bienaventurado nombre, empezó a actuar de las mil maravillas. Lo primero que hizo fue borrar todo rastro de su predecesor, esgrimiendo como látigo purificador su lema de “Hagamos bien las cosas”, y bien que lo hizo (si se entiende de otra forma) nombrando a personajes de dudosos antecedentes en puestos claves de su administración que, por ser de conocimiento público, no viene al caso detallar. Conviene más bien detenerse en su vergonzoso modus operandi a la hora de atribuirse obras ajenas, así como la de plagar toda la ciudad con sus retratos a título de informar a la ciudadanía.

Todo empezó con la inauguración de las millonarias fuentes de agua “inteligentes”, que un alcalde interino no terminó por un escaso par de semanas. Leyes, recién estrenado su sillón edil, aprovechó la ocasión para concluir los retoques estéticos y, de paso, le puso su sello personal bautizando a las fuentes con denominaciones de lo más ñoñas, a manera de gestión, convocando al mismísimo Evo Morales para que le ayudara a cortar la cinta de apertura, mientras se disparaban las baterías de fuegos artificiales y se embobaba a la muchedumbre con bombos y platillos. El sentido común mandaba estrenar el sitio con mesura y poco ruido, considerando que la obra era un gasto superfluo y, a todas luces, estúpida (por la escasez de agua en la ciudad) y que por compromiso institucional con una empresa extranjera había que concluir de todas maneras. A pesar de ello, el flamante alcalde armó la fiesta a toda pompa, y en medio de los discursos el caudillo le recordó que las fuentes eran inspiración de su amado compadre Cholango y de nadie más.

Pero parece que nuestro novato burgomaestre no aprendió la lección, ni tiene un mínimo de respeto por sí mismo, pues al poco tiempo se dio a la tarea de remover carteles donde figuraba el anterior alcalde, para reemplazarlos con su respectivo rostro engarzado en casco de obrero para que todo el mundo se hiciera a la idea de cómo trabajaba el hombre. En apenas un año y poco más, ha inundado el municipio con gigantografías a todo color donde sobresalen con nitidez su hermosa jeta y su inagotable sonrisa. Y lo increíble de todo, por hacer tareas rutinarias, las que atañen al cargo para el que ha sido elegido. He ido paseando por diversos barrios y allí donde se cambian unas tuberías de alcantarillado, se efectúan mantenimientos de parques (“mejoramiento de áreas verdes” le llaman), o se vuelve a asfaltar calles y avenidas ("construcción de recarpetados", ¿?)  con sus respectivas pintadas y otras señalizaciones de tránsito, entre otras labores de obligada necesidad; los vecinos seguramente se santiguarán ante su fotografía y le agradecerán por el “progreso que llega a su barrio”, según rezan los letreros.

Dan ganas de reír por tan obscena exhibición y autopromoción como si no bastara que periódicamente pasen por las cadenas de televisión, spots supuestamente informativos donde aparece nuestro héroe besuqueando niños, abrazando ancianos, consolando a bomberos agotados o dirigiendo obras en plan capataz mientras los tractores rugen. Todo lo que cualquier político oportunista hace cuando está en plena campaña, que abiertamente nuestro alcalde ha mezclado con sus funciones edilicias. Tampoco extraña tal proceder ya que el joven burócrata se ha convertido en el mejor discípulo o émulo de Evo Morales, quien inauguró su populismo a punta de gigantografías y retratos por todo el territorio nacional. Lo que de veras indigna es que con el dinero de los contribuyentes, a través de los impuestos, arribistas de toda laya se labran una carrera política y, con toda probabilidad, una prosperidad económica. Cuidar el sentido del ridículo es los de menos, que los politiqueros lo tienen permanentemente atrofiado, tal parece.

Y así voy trajinando las calles de mi ciudad, topándome a cada paso con los mofletes de nuestro satisfecho alcalde. Ayer mismo fui a conocer los horrorosos armatostes de hormigón de la zona comercial de La Cancha. Los dichosos viaductos que iban a ser las “obras estrella” que el mafioso Cholango encargó a empresas chinas cuando fungía de alcalde y que por diversos motivos su construcción demoró más de lo previsto, de tal manera que Leyes aprovechó la ocasión para inaugurar parcialmente uno de los puentes, adornando el lugar con el cartel respectivo y mandando a colocar una plaqueta metálica donde figura su nombre exclusivamente junto a unos caracteres chinos. ¡Por estrenar una obra llave en mano, negociada por la administración anterior, a la cual únicamente le añadió unos rosetones de plantitas en las jardineras, unos bancos de madera enfrente y la instalación de las luminarias de rigor. A pocos kilómetros de casa, los contratistas asiáticos están apurando las obras para que en septiembre se termine el distribuidor Beijing,  quizá el más elevado de su tipo en Bolivia. No bien empezaron a retirar los encofrados y algunos andamios, el oportunísimo alcalde Leyes mandó a colocar sus carteles en los cuatro puntos cardinales de la gigantesca construcción, como si fuera el arquitecto intelectual de todo el asunto.

Pocos días atrás, con el sol a plenitud escapaba del sopor pestilente del centro de la urbe, desde la ventanilla del minibús pude atisbar una hilera de flamantes camiones cisterna, estacionados a un lado de la avenida Blanco Galindo. ¡Menuda sorpresa!: reconocí al instante la sonrisa estampada de nuestro ubicuo alcalde. La ocurrencia de su nefasto antecesor, de bautizar unos carros basureros con su apodo (Cholango), había quedado en poca cosa. Nuestro maravilloso y activísimo Leyes también jugaba a generoso filántropo con el dinero de la ciudad.

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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 18/08/2016


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