Los rancios de la
camisa azul abrían sus virguerías literarias de efeméride con un rebuscado y
solemne anacronismo: «En el día del señor Santiago», es decir, hoy. Yo prefiero
hacerlo del Tata Santiago boliviano que enmascara a Illapa, el dios andino del rayo,
el trueno, la lluvia, la venganza, la justicia y demás imposibles raras veces
vencidos. Hoy, hace unos pocos años, estaba una vez más en Guaqui, en la
iglesia y santuario de Santiago, el de la Iglesia católica y el de los yatiris
del lago, más lejos, en una ladera que domina un amplio panorama con el
Titikaka como fondo, que ofician sus propios ritos en las alturas
alrededor de cruces y piedras o apachetas que les son sagradas.
Los retablitos del Tata Santiago son muy comunes entre las familias de campesinos y comerciantes que el 25 de julio acuden a su santuario a bendecirlos y a llevar gladiolos a su capilla, encender velas, pedirle favores y grabar sus peticiones a punta de navaja en las paredes renegridas de humos, cubrirse con maná o pétalos, lucir chales de lujo y joyas de oro viejo, procesionar por las calles, comer pescados del lago en los puestos callejeros, challar y beber cerveza…
En su capilla, bajo la imagen, he visto ofrendas de todas clases, cartas al más allá, piedras que han pasado por challas poco ortodoxas, aerolitos tal vez, azúcar, arroz, pétalos, huesos, envoltorios… y en uno de los muros había un cartel que decía que estaba prohibido encender velas negras, que allí se acude a hacer el bien y no a desear el mal, algo que sin embargo va con las penumbras de la naturaleza humana y con quien se siente burlado, estafado, agredido y no encuentra justicia ni reparación… que los cielos arreglen lo que no hay manera de arreglar desde la tierra con las manos del trabajo. Los yatiris de las negruras y los descalabros mortales no están allí, sino en la carretera de Oruro… metían miedo hasta de lejos y eso que andaban jugando al balón, pero esta es otra historia.
Los retablitos del Tata Santiago son muy comunes entre las familias de campesinos y comerciantes que el 25 de julio acuden a su santuario a bendecirlos y a llevar gladiolos a su capilla, encender velas, pedirle favores y grabar sus peticiones a punta de navaja en las paredes renegridas de humos, cubrirse con maná o pétalos, lucir chales de lujo y joyas de oro viejo, procesionar por las calles, comer pescados del lago en los puestos callejeros, challar y beber cerveza…
En su capilla, bajo la imagen, he visto ofrendas de todas clases, cartas al más allá, piedras que han pasado por challas poco ortodoxas, aerolitos tal vez, azúcar, arroz, pétalos, huesos, envoltorios… y en uno de los muros había un cartel que decía que estaba prohibido encender velas negras, que allí se acude a hacer el bien y no a desear el mal, algo que sin embargo va con las penumbras de la naturaleza humana y con quien se siente burlado, estafado, agredido y no encuentra justicia ni reparación… que los cielos arreglen lo que no hay manera de arreglar desde la tierra con las manos del trabajo. Los yatiris de las negruras y los descalabros mortales no están allí, sino en la carretera de Oruro… metían miedo hasta de lejos y eso que andaban jugando al balón, pero esta es otra historia.
Y lo mismo hacen,
otros devotos o los mismos, poco importa, el 3 de mayo, pero esta vez en el
templo de los yatiris, con otros rituales y otras oraciones en las que los
latinajos aproximativos se mezclan con el castellano rudo y el aymara.
¿Devociones? ¿Supersticiones? Lo mismo me da porque en el fondo de
desamparos, precariedades y reveses de la perra suerte es el mismo. De
los gajes del humano vivir se trata, que son muchos.
¿Regresaría? Sin
lugar a dudas, el 3 de mayo y el 25 de julio, y en cualquier fecha, pasaría por
el cementerio, vagaría por la ladera desde la que se divisa el lago, entraría,
miraría, escucharía rezos, murmullos, olería el aceite hirviendo de las
sartenes donde fríen pescados, el humo del palo santo, el incienso, la cerveza…
y lejos, me pararía a escuchar el silbido del viento entre la yareta y la paja
brava, o el silencio, la luz.
–¿Pero no ha ido usted a Guaqui suficientes veces, hombre, que el tiempo apremia? –me pregunta insidiosa mi sombra.
–No, nada está nunca demasiado visto ni vivido, no al menos para mí, ni en Guaqui ni en parte alguna.
–¿Pero no ha ido usted a Guaqui suficientes veces, hombre, que el tiempo apremia? –me pregunta insidiosa mi sombra.
–No, nada está nunca demasiado visto ni vivido, no al menos para mí, ni en Guaqui ni en parte alguna.
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 25/07/2016
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