Saturday, July 9, 2016

IMPRESIONES DE GUINEA Y EL RÍO MUNI

ANTONIO ÁLAMO

Hacía tiempo que quería visitar algún país del África negra. Como otros muchos viajeros europeos, sentía una vaga fascinación por ese continente, el más próximo geográficamente del nuestro y, al mismo tiempo, el más lejano e incomprendido. Claro que, siendo África la principal despensa de Occidente, allí donde el inmisericorde sentido utilitarista que domina nuestra civilización ha sido aplicado con el mayor de los rigores, no me veía yo desembarcando en un hotelito para sacar un par de instantáneas y darme la vida padre. La oportunidad de hacer otro tipo de viaje me llegó por una amiga que vivía en la Isla de Bioko, lugar desde el cual cruzaríamos al continente guineano, Río Muni.

- Los cocodrilos
Nuestro viaje, pues, comienza en el aeropuerto de Malabo, donde los cocodrilos son llevados como si fueran maletas. En efecto: algunos viajeros portan estos saurios por todo equipaje. La boca atada, las cuatro patitas unidas con una cuerda que forma un asa, la cola arrastrándose y los ojos vidriosos y enojados: África.

- Una postal
El avión carga las maletas y los cocodrilos. Nos acomodamos y un vaho londinense, aunque perfumado, sale por los respiraderos. En Bata podríamos habernos alojado en un hotel, pero por fortuna conocimos en Malabo a un amigo de un amigo que nos dio el nombre y la dirección de otro amigo que vivía en la ciudad y que nos recibiría como si fuéramos amigos. Naturalmente, localizarlo nos lleva nuestro tiempo, pero al fin le estrechamos la mano. La casa da al mar de Bata, menuda postal, en el punto justo donde desaguan las cañerías de la población.

- Plato de espinas
Nuestro amigo, pues ya nos atrevemos a llamarle así, es un tipo que habla por los codos y cuenta historias fabulosas, historias increíbles, historias que nos dejan perplejos: son historias sobre la supervivencia en África. Tiene a su cuidado a una niñita de unos 11 años, lista como el hambre, que escucha en un silencio concentrado nuestras largas conversaciones. Sus ojos nos miran como con sumo descuido, pero no hay ojos más vivos y atentos que los suyos. Es una niña que aprende de cada instante, que aprende incluso mientras duerme. Un día la invitamos a tomar pescado, y era extraordinario presenciar hasta qué punto puede aprovecharse un plato de comida. Nunca olvidaré esas espinas relucientes.

- Vida nocturna
En Bata hay vida nocturna, y algunos blancos se lo pasan en grande.

- Mucho mosquito
Y mucha pulga. Rascarse es una de las actividades a las que con mayor fruición nos aplicamos. Inevitablemente recordamos las mendaces películas de safaris, donde el héroe se palmea elegantemente el antebrazo cada 20 fotogramas, pero aquello, lo descubrimos ahora, es una idealización inadmisible. La química nos protege de las fiebres. Hace calor y llueve.

- Atasco en la selva
Contratamos una ranchera. Cuatro personas viajamos en la cabina, incluyendo al conductor, y el resto, que son multitud, sobre varias cajas de mercancía, que son pastillas de jabón y cartones de vino tinto. Se trata de cruzar el país de norte a sur, una distancia de apenas 150 kilómetros. Mas las carreteras son imposibles. No es tan sólo que se encuentren en mal estado, sino que hay tramos en los cuales la carretera pasa a ser camino y el camino un barrizal, lo que nos obliga a bajar del vehículo, hundir las botas en el barro y empujar. Vencidos los primeros lodos, la carretera desaparece y, una vez que ha desaparecido, vuelve a aparecer, hasta que encontramos unos troncos de árbol que nos impiden el paso. Tomamos un camino que se adentra en la selva y, poco después, sucede lo más increíble: nos vemos envueltos en un atasco. Varias filas de jeeps y rancheras esperan turno para cruzar un río de barro con ayuda de una excavadora que, naturalmente, cobra su justo peaje.

- Carne de antílope
Horas después, y antes de adentrarse por un camino minado de baches en una selva aún más profunda y majestuosa, repostamos en una cabaña donde nos ofrecen carne de antílope. Es una carne negra, de un gusto intenso, sin condimentar en absoluto. Sabe a antílope. Quiero decir que sabe exactamente a antílope, pero crudo y con piel.

- Ganas de ver monos
Nos adentramos en la selva. Yo veo monos a lo lejos, pero soy el único que los ve, por lo que es posible que sean mis ganas de ver monos lo que me hace ver monos.

- Los niños
Cogo es un pueblo con vistas al estuario, de una belleza extraordinaria, de una vegetación lujuriosa. Es con los niños con los que en seguida se traba amistad. Una amistad de palabras, canciones y piel. Hay más contento por la vida en uno de ellos que en 10 de nuestros civilizados infantes. Estos niños tienen nombres sin ego: uno se llama El último, otro Uno más. No es broma. Acaso sus progenitores tienen un agudo sentido del humor, una ligereza para enfrentarse con la vida que ya la quisiera yo para mí.

- La travesía
Dos días después contratamos un cayuco para que nos lleve hasta la isla de Corisco, y ahí estamos, disfrutando a rabiar mientras la barcaza está a punto de quebrarse, las olas nos dan tortas, vemos pasar tiburones y el oficial segundo, un chaval de 14 años, no cesa de achicar el agua que se cuela entre los esparadrapos que nos salvan del naufragio. Lo que más me llama la atención es que estos valientes no saben nadar.

- Pasta de cangrejo
En Corisco nos alojamos en una cabaña de uno de los grandes propietarios de la Isla. Su mujer nos prepara una comida para la que tengo un encendido recuerdo. Yo creo que fue ese refinamiento de pasta de cangrejo, con sabores tan bien mezclados y sutiles, lo que hizo que empezáramos a llorar de agradecimiento.

- Playa de Corisco
Si quieren ver algo de verdad hermoso vayan a Corisco. Es la arena más blanca del mundo. Son playas de harina.

- El regreso
Regresamos a Bata unos días después en un cayuco que recorre toda la costa guineana de sur a norte. Viajamos con seis mujeres, 22 niños y cinco tortugas gigantes.

Antonio Álamo (Córdoba, 1964) es autor de la novela Una buena idea, publicada por Planeta.

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De EL PAÍS, 20/08/2001


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