Saturday, July 30, 2016

Postales callejeras

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Un día de aquellos, tomaba el micro como de costumbre para dirigirme al centro de la ciudad. Una vez en el asiento, me ponía los auriculares del MP3 para aislarme de su insufrible música tropical. Rodábamos tranquilamente sobre el asfalto hasta que llegamos a la intersección de una avenida principal que fue cuando el vehículo se nos apagó. El conductor le estuvo dando a la llave del encendido durante varios minutos y sólo recibía un quejumbroso chirrido de la máquina. Cinco minutos después, no le quedó otra que devolvernos el pasaje a medida que íbamos bajando en fila india. Yo estaba sentado asientos atrás y al llegar al alargado espejo interior, junto a la entrada, donde generalmente pegan frases o figuritas pude observar que con orgullo decía: Aquí todo es chévere: el carro, la música y el chofer.

Ayer por la mañana caminaba por la céntrica avenida Heroínas, a toda prisa y sorteando a varios transeúntes. Cuando de pronto, el muchacho que iba delante de mí se agachó hacia un costado junto al pretil de acera y pude ver que levantó un billete anaranjado. Le envidiaba su suerte, pues en mi vida jamás encontré más que algunas monedas de cinco pesos, las de mayor valor en metálico. Justo en el momento que lo adelantaba pude reparar con el rabillo del ojo que se estaba persignando por semejante golpe de fortuna. No sé si el joven se pasó de supersticioso, ya que a los pocos segundos vino corriendo un adolescente que le dijo que esos 20 bolivianos eran de él, según pude claramente oír. Como pillado en un acto ilícito, vi que entregaba el dinero sin decir nada.

Uno que camina a diario se puede topar con situaciones insólitas, chuscas o por lo menos llamativas, como las descritas líneas arriba. Aparte está el mundillo de los carteles y letreros que adornan o estropean la ciudad, según se vea. Los hay algunos que se pasan de creativos, como abundan los que patean el castellano además de estorbar la circulación a cada paso. No se salva ni la publicidad profesional tamaño fachada de edificio que provoca la hilaridad por no decir vergüenza ajena. Entre toda esta maraña de obstáculos visuales o agresión a la vista, no se puede negar que algunos anuncios, en toda su candidez o cutrerío, poseen cierto encanto que por lo menos arrancan una sonrisa.  O tal vez tenga yo un retorcido sentido del humor producto de mi ociosidad. ¿Cómo es eso de  “innovando flotas de última generación”?, si alguien puede echarme un cable, se lo agradecería. Ahí se los dejo.


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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 27/07/2016

1 comment:

  1. Para una historia de la lingüística callejera. Muy bueno.

    Saludos cordiales.

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