El que haya visto
una cascada de agua en Brasil seguramente estará de acuerdo conmigo: la obra de
Jorge Amado tiene esa misma fuerza brutal del agua llena de espuma que se
precipita con una fuerza incontenible. E inevitable. Sin embargo, atención: la
belleza poética de esa imagen no impide sentir que la intención del escritor es
política o ideológica. Un escritor que es un testigo valiente y participa de
una época y una sociedad. Un escritor que, con un estilo muy a menudo poético,
impregnado de lirismo, nombra y denuncia los males de esa sociedad y esa época.
En una
declaración sobre su obra, Jorge Amado afirma: "Mis personajes derivan de
la suma de las personas que forman parte de mi vida". Así, de la realidad
a la ficción, vemos deambular por sus novelas y cuentos a la gente real de
Brasil: trabajadores y desocupados; niños con toda la gracia triste de un
pueblo que en ocasiones es tan alegre; ¡ah! el carnaval... De un pueblo que
podrá ser alegre (como escribió un joven músico), pero no es feliz.
¡Los fabulosos
personajes de Jorge Amado! En ese desfile vemos pasar a los poderosos
dirigentes políticos locales y también a las prostitutas. Vemos a las damas
puritanas y a los libertinos. Vemos a los soñadores apasionados y a los
canallas. En resumen, esta muestra de la especie humana es de una riqueza
extraordinaria.
El escritor
construye con seriedad una obra comprometida. Al ritmo del mar, que a veces es
implacable y, en ocasiones, dulce como una balada, en medio del exuberante
escenario brasileño de una naturaleza pródiga y generosa, Jorge Amado teje los
hilos de su denuncia. Seduce para denunciar, ríe para revelar su inconformismo
respecto de nuestro sistema político, que es terriblemente injusto. ¡Un país de
contrastes!, dicen los turistas, esos seres volubles que, según el poeta
Drummond de Andrade, descansan en la playa, se untan el cuerpo con aceites
perfumados y olvidan. El escritor, sin embargo, es consciente de que, en esos
famosos contrastes (opulencia y miseria), late el corazón indignado de la nación.
Podríamos dividir
la obra de Jorge Amado en dos etapas: en la primera, yo ubicaría sus primeras
novelas, esas que me apasionaron cuando era una joven estudiante: Jubiab, Mar
muerto y Tierras del sin fin. Son las llamadas novelas de
Bahía. En un reciente trabajo sobre nuestra literatura, el profesor y crítico
Alderado Castello habla mucho de esos textos inspirados en corrientes políticas
y sociales que empezaban a aparecer entonces: "Así, de narración en
narración, se van acentuando la ternura y el sentimiento lírico que traducen el
amor del autor a su país, sin que por ello se vean afectados el contenido
crítico y la intención de denunciar, de combatir y de cambiar". Son esos
libros en que "la tierra se nutre de sangre", testimonio de los
campesinos que la doblegaron.
En la segunda
etapa, quiero destacar dos hermosos libros, Gabriela, clavo y canela y La
muerte y la muerte de Quincas Berro Dagua, ambos admirables. Con
extraordinaria espontaneidad y mucha inteligencia, el escritor acentúa el
erotismo y desafía al puritanismo. Es un universo divertido y, al mismo tiempo,
desgarrador. Doloroso. Un universo que nos hace llorar y reír y que, finalmente,
nos ofrece como compensación el consuelo del arte.
Le Monde y Clarín, 2001. Traducción de Cecilia Beltramo.
Le Monde y Clarín, 2001. Traducción de Cecilia Beltramo.
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De CLARÍN, 12/08/2001
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