Wednesday, July 20, 2016

Masas y mazamorras

JOSÉ CRESPO ARTEAGA

Estaba aguardando que un día de estos haga auténtico frío para preparar un api casero. La prueba es que mis sacones y chaquetas gruesas acumulan polvo en el armario. No he tenido ni oportunidad de desenrollar el edredón extra. Con una colcha delgada me basta. Estamos en mitad del invierno austral y hasta ahora no llega nieve a las faldas del Tunari como en otros años. Hemos tenido tardes ventosas como anuncio de posibles nevadas pero no ha pasado de eso. Salvo esporádicas motas blancas que se divisan entre sus picos, el resto es una mole decepcionante de gris azulado. Sabido es que cuando se producen borrascas y nubarrones en torno de su cumbre no tardan en llegar sus aires fríos hasta la ciudad, a veces acompañados de moderadas lluvias que disipan el smog acumulado, por unos días.

Uno de esos días mínimamente borrascosos y húmedos estaba esperando. Pero la sensación es que aquello va a ser nomás historia. Entretanto el clima se torna más seco, polvoriento e inusualmente cálido para la temporada. Anuncian entre 27 y 28 grados para toda la semana pasado el mediodía, clima primaveral que, sin embargo, no se traduce en verdor y aire respirable, sino todo lo contrario. Los brazos se queman y la cara arde por caminar cinco minutos sin sombra. Y como casi ya no quedan árboles en Cochabamba suplicio se convierte trajinar la calle.

Ando antojado de api, pero si el termómetro no desciende lo suficiente no voy a asaltar la despensa en busca de mis provisiones. Tanto que tengo mis frascos de harina de maíz morado, tanto que hice secar cascarilla de naranja y tanto que pensé en “pasteles” (empanadas de queso fritas) y buñuelos aunque sean comprados. No por andar antojado voy a rebajar mi estilo: sin atmósfera adecuada (un frio respetable, mejor acompañado de niebla) no vale la pena poner a hervir la olla y alistar cuchara de palo para la mazamorra, por muy purpurada que sea.

Para calmar las ansias bien vale otra mazamorra, esta vez de plátano verde que no probaba hace años. Uno de mis primos, de vuelta de su pueblito natal, Suri (según él, Súrich, la capital del mundo, con jocoso orgullo), trajo variadas frutas para repartir entre la parentela. Me dejó unas walusas, raros tubérculos que tienen la consistencia harinosa de la papa, y un manojo de plátano (bien verde, de ese que no llega a madurar completamente) para que haga sopa, me dijo, sin saber yo ni remota idea de cómo se hacía. Para no echar a perder y tirar la fruta le acepté unos cuantos. Mala idea. Después recordé que alguna vez mi padre había puesto a secar rebanadas de la misma y con su harina había elaborado un grisáceo api que me supo a manjar en aquel entonces.

Lamentando haber despreciado los plátanos de mi primo (pues la harina resultante apenas alcanzó para una olla mediana), me puse manos a la obra, ya que no era complicado seguir el mismo procedimiento de preparar un api tradicional. Agua, canela, clavos de olor y azúcar para potenciar el sabor y luego tener la precaución de remover el caldo cuando hirviera para que no se pegara al fondo y punto. Veinte minutos de hervor a fuego lento y ya tenía el desayuno que acompañé con empanadas clásicas, rollitos de queso y pucacapas. Si de masitas hablamos, siempre saladas y, mejor con ají, por favor. Ya sea para el té inglés o para una mazamorra como ésta.

Guardé el resto en la heladera y para mayor satisfacción cuajó como gelatina. En dos días me lo zampé en frío, a modo de postre. Bañado con unos chorritos  de leche evaporada, el regusto por ese contraste en la boca no tiene parangón. No sabe a plátano, ni a otra cosa. Pero sabe a algo: a puro deleite.

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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 19/07/2016


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