Saturday, July 23, 2016

Under para siempre

AGUSTINA FRONTERA

Es 1984, hace 7 meses que asumió Raúl Ricardo Alfonsín la presidencia y las promesas de una renovación primaveral en la moral y la cultura excitan a la juventud. Enrique Jorge Symns tiene 38 años pero es un niño con aspecto de sufi disfrazado de Philip Marlowe. Está arriba de un escenario, en La Esquina del Sol de Gurruchaga y Guatemala. Al lado esperan Los Rendonditos de Ricota. El monólogo que recita antes del próximo tema es sobre James Huberty, un asesino serial que mató a 21 personas pocos días atrás en un McDonalds de Estados Unidos: “En nombre de todos los desesperados, en nombre de toda esa turba de imbéciles que son como una plaga de langostas (…), sabía que la sangre era una cosa traviesa, comenzó a disparar, entonces se produjo un milagro maravilloso, la sangre de un abogadito se mezclaba con el cerebro del hijo de un estudiante de medicina, las tripas de un hippie que había cantado una canción de Bob Dylan con la sangre de un empleado que estaba ahí haciendo un chorizo (…). Nuestro héroe, se atrevió a matarnos a nosotros, esta lacra inmunda, a nosotros”. El centenar de personas que están apretadas en el local rompen en gritos. En la voz de Symns ya está todo: la vibración del asediado por la sociedad, un cantar que no se le irá nunca más, la arenga lindante entre el burlesque, el arrabal y la unidad básica, espantado pero elegante.  

La escena de Enrique Symns en La Esquina del Sol es un mojón que separa su vida hacia atrás y hacia adelante, una línea que lo pone ora del lado del asesino ora del que mastica una hamburguesa. Atrás está la infancia, la huida de la sociedad, el cincelado de la marginalidad, la pérdida voluntaria del hogar, el peregrinaje por la actuación, la música, las drogas, la literatura, los viajes, la filosofía, el delito; hacia delante, el periodismo, los periodistas, los libros, las drogas, las bandas, el linyerismo, la enfermedad, el amor y el dolor.

¿Qué me mirás?

Enrique Symns conoció a sus padres antes de saber que eran sus padres. Vivió con sus tíos en Monte Grande y en Lanús. Según sus autobiografías, nació en una u otra ciudad el 2 de enero de 1947 o el 22 de diciembre de 1944, siempre bajo el signo de capricornio: un animal mitad cabra, mitad pez. Enrique Jorge era hijo extramatrimonial de su padre y tuvo que esperar a que la esposa muriera para poder vivir con papá y mamá bajo el mismo techo. A los 13 años se mudó con ellos a Buenos Aires, al barrio de Barracas.

A los 10 años, recuerda en El señor de los venenos, le disparó en la pierna con un rifle de aire comprimido a un nene de la bandita enemiga del barrio. El comisario de Monte Grande se lo puso entre ceja y ceja: ahí comenzó la relación de Symns con la policía. Los viejos edictos policiales condenaban a cualquiera que deambulara, no hacía falta ser un ladronzuelo o estafador como de hecho lo era el Symns adolescente. Conoció varios de los calabozos de la Capital. A los 14 comenzó una seguidilla de fugas de la casa. En el movimiento repentino del paso de la urbe despojada, semi rural, a la ciudad, se germina, según él, una incomodidad primordial: “No hubo transición. La adultez fue una ropa que me pusieron como si fuera un presidiario; nunca dejás de ser niño, te obligan a dejar de serlo.” Por entonces, la defensa ante la mirada acusatoria de los otros solía ser: “¿Qué me mirás?”

En varios pasajes de sus textos autobiográficos y entrevistas Symns dice: “como no fui a la escuela no aprendí nada”. Dice también que sus padres nunca lo enviaron al colegio, pero en Big Bad City cuenta una anécdota que lo contradice: “Yo tenía 15 años y había aprobado el segundo año de la secundaria. Mis padres me premiaron con un veraneo en Mar del Plata en casa de mis tíos”. Ha hecho del relato de su vida una autoficción, así como ha llevado al extremo en sus excursiones periodísticas el género periodismo-ficción.

Symns no terminó la escuela secundaria. A los 19 años fue a Mar del Plata y trabajó en el restaurante del Hotel Sheraton. El chico tímido y poco comunicativo que era había empezado a robar en el restaurante. Así llegó a triplicar su sueldo, que compartía con su amigo Arturo, un linyera gay que paraba cerca del hotel. Esa relación fugaz, “fuimos amigos durante 24 hrs”, prefigura un rasgo fraternal que no abandonará nunca: “amigos, ese es el nombre de mi raza”, dirá mucho tiempo después en una editorial de Cerdos & Peces.

Las primeras lecturas habían sido de la mano de la hermana, unos años mayor que él, profesora de filosofía. Suele decir que de su biblioteca absorbió a los 15 años La crítica de la razón pura, de Kant, y los libros básicos de Nietzsche, Schopenhauer, Heidegger. También recuerda que una de las primeras veces que conoció el cariño fue cuando, sin querer, la hermana le rozó el brazo: se espantó.  

Después del paso por Mar del Plata volvió a Buenos Aires. Tuvo las primeras experiencias de vida callejera, ya no como delincuente juvenil sino como un merodeador adulto. Pasaba el tiempo entre un zaguán en la calle Carlos Calvo, donde podía leer las novelas policiales que robaba de la biblioteca pública de la calle Patricios y un bar que había montado en las escalinatas del Parque Lezama.  

Symns ha contado otra historia de Symns: a los 17 años, como no había terminado el secundario tuvo que falsificar un título para poder inscribirse en la facultad de Psicología de la Universidad del Salvador. Cursó un año entero. Según él dice “leía tres páginas de El ser y la nada de Sartre y de inmediato me convertía en un experto en existencialismo (…) era un farsante con una capacidad innata que atravesaba todas mis actividades”.  

En aquellos años 60, Symns deambulaba entre el Politeama, La Academia, el bar La Paz, y se mezclaba con sus enemigos de guante blanco: los intelectuales. En esos bares pasó algo que le cambió la vida para siempre: fumó marihuana. Con las primeras pitadas inauguró una sospecha: alguien hablaba dentro suyo.  

Así habló Symns

   Al revés que la mayoría de la humanidad, el cuerpo de Symns no disminuye en tamaño con los años: se acrecienta hasta llegar a ser un abominable hombre de humo. Como un santito andino, recibe cigarrillos a cambio de sus palabras. Detiene el paso, no podría pitar y empujar el andador al mismo tiempo. Nubla la vista y lo despabila un griterío: “hay quilombo”. Quiere ir a ver, falsa alarma: fue sólo una trifulca de las tantas que ocurren en el barrio de Constitución.  

Es noviembre de 2014 y Symns dice que le gusta Radiohead. La banda británica no existía cuando tomó ácido por primera vez, pero sí su equivalente psicodélica, Pink Floyd. Ese verano de 1971 un peruano que convivía con él en Río de Janeiro, en el Barrio Santa Teresa, le convidó LSD. Recordó sus pesadillas de niño. Alimentaba sus pensamientos místicos con las lecturas de Gurdjieff, Krishnamurti, Castañeda. Symns ya estaba adiestrado en domesticar el horror.  

—Nunca estuve preso. Bah sí…caí preso por pegarle una trompada a un cana y sacarle el revólver. Estaba peleándome con mi esposa en un bar y agarró y rompió todo lo que había en la mesa, se paró un tipo del bar y se metió en el medio. “Soy policía”, dijo, sacó el chumbo y le pegué una patada en las bolas. Ahí fui preso.  

En 1970, también en Río, había estado en una cárcel con “50 tipos que parecían panteras”.  

Symns parece un viejito cándido de 70 años, con la camisa arrugada. Vista de afuera, la conversación resultaría grotesca. Acaba de pedir una milanesa y una ensalada de zanahoria. Exige que no haya sal en la mesa y con modales cariñosos hace cada tanto un ademán a la moza, para que le complete con soda el vaso de vino. Para cualquier transeúnte que lo ve comer, es un abuelo tierno, que no tiene quién le sugiera cómo vestirse. Sin saber que el yeti andrajoso que se saca una zanahoria mal rallada de la boca fue un faro de la cultura libertaria del país.

Symns desborda referencias en cualquier conversación. El ritmo frenético, cargado de frases misteriosas pero prístinas se alimenta de sus lecturas, que confunde erráticamente, que por momentos inventa o, en otros casos, atribuye a algún autor reconocido.  

—“Nada es verdad, por lo tanto todo está permitido”, dice Dostoievski en Crimen y castigo. Cuando lo leí siendo borrego quería salir a matar gente… si nada es verdad, explicame por qué no me voy a coger un chico de ocho años, ¡explicame!  

Symns no es un intelectual, no es un farsante, o sí. Es aquel tipo que en un destello de LSD decidió convertirse, o fue convertido, en un predicador. Es quizás lo más parecido que hemos tenido y tendremos a Zaratustra.

Ricardo Ragendrofer leyó a Symns antes de trabajar con él varios años en la revista Cerdos & Peces: “Sus textos eran absolutamente maravillosos”. Hay una frase de Bukowski que Ragendorfer trae en relación a Symns, para muchos, su doble argentino:  

—“Escribir es como darle una pitada a un faso, el humo es para uno y la ceniza es lo que se publica”. Con Enrique hicimos empatía inmediatamente, vivíamos intensamente, creíamos que el horror nunca se iba a terminar, y Enrique tenía esa forma de ser, que te alentaba a decir cualquier cosa con libertad, no había límites, y si causaba escozor lo que uno decía, tanto mejor.  

Osvaldo Baigorria, periodista, escritor, también conoció a Symns en la redacción el El Porteño. No dice que es nuestro Zaratustra, pero sí reconoce que mientras para él el espíritu libertario compartido se basaba en expandir los límites de lo que se puede decir y hacer, Symns lo vivía en términos de control versus caos: batallaba para expandir el caos. Lo predicaba.  

Cuando Symns vuelve a Argentina ya es un hombre de 30 años.  

La vieja Europa

   “A España me fui en el ‘75. Habían secuestrado a Beatriz Perosio, la presidenta de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, y le tocaba a mi novia, que era la vicepresidenta. Ella se escapó porque la iban a matar y me fui con ella. Nos separamos allá y volví a Argentina en el ‘80 o en el ‘81.” Según el Nunca más, Beatriz Perosio fue secuestrada en 1978, la capturaron en el jardín de infantes que había creado y la llevaron al campo de detención “El Vesubio”.  

Enrique Symns es uno de esos personajes que el mismo Symns retrató en Cerdos & Peces. Tiene el don del relato, pone en relación eventos, circunstancias y lugares y arma una historia. Una habilidad que quizás haya aprehendido atando los cabos familiares, o sorteando acusaciones en el barrio, cuando robaba los billetes que los vecinos dejaban debajo de los sifones. Una gracia que maduró en los bares, al calor del alcohol en la garganta, con la lubricación de algún estimulante extra y la urgencia por hacerse de alguna mujer, de algún amigo. “Fui un lumpen hasta los treinta y pico de años”, dice con la mirada puesta en una puerta.  

La presión en los tímpanos de la prueba de sonido lo hace gritar. Está acodado en la barra de Plasma, en San Telmo. Es 2012: vuelve a “tocar” (en rigor, a monologar) con una banda después de varios años. Dice que no está nervioso. Toma un fernet casi puro. Saluda cariñosamente. Todos son sus amigos, aunque no recuerde los nombres. Sube muy lento las escaleras, ya necesita un bastón para caminar. Arriba lo espera un público (¿ricoteros, escritores, periodistas, artistas, músicos?) que no supera los 35 años de edad promedio, que ni siquiera había nacido cuando Symns andaba por Europa.  

—Llegué a España un día después de la muerte de Franco, me acuerdo que los mismos medios que lo cuidaron y no lo dejaron morir durante meses tenían champagne en la heladera y brindaron cuando murió. Y España de un convento se convirtió en un prostíbulo, se convirtió en el país que más se chupaba la pija en el mundo.  

En El señor de los venenos, Symns cuenta que cuando partió a España trasladó objetos de arte y muebles del actor Norman Briski. Es cierto: Briski recuerda haber recibido a Symns en su casa y cenado con él. Era uno más de los argentinos exiliados que Briski, ligado a Montoneros, debía contener y ayudar a encontrar trabajo. En España, Symns tuvo su primer empleo como escritor: por pedido de unos mejicanos escribió La represión sexual en el franquismo, un libro de divulgación que no firmaría (y que resulta inhallable). En esos años en Europa iba y venía de Holanda a España, hacía compra-venta de vehículos, vendía combustible en Italia, robaba televisores, traficaba joyas a Portugal, e incluso fue encuestador. De la reunión con Briski se había llevado sólo un dato, el teléfono de otro filoperonista: el sociólogo y encuestador Julio Aurelio. Norman Briski no recuerda este dato que menciona Symns en su autobiografía.  

En esos años europeos  experimentó  con sustancias psicotrópicas, en especial con drogas enteógenas. Todavía no había probado la cocaína. Fue a conciertos de los Rolling Stones, de Pink Floyd, aprendió a violar con la mente, tuvo sexo con niñas, con muchos, drogado y sin drogar, probó todo y configuró para siempre su porte de chamán degenerado, de predicador astral paranoico. Es en estos años cuando delinea estéticamente una lengua del submundo. En España comenzaba “el destape”, “la movida madrileña”, el punk. En esos ambientes de desburguezación del mundo Symns tenía mucho para dar. Su lengua había nacido menor, no necesitaba quitarse lo blanco, salir del closet. Symns era su propio otro.  

La revista de este sitio inmundo

 “Después de acá, me voy a cenar con Calamaro”, avisa, para que los talleristas que asisten a su clase en el Bar La Academia no crean que pueden entrevistarlo tan fácil. Es octubre de 2014 y Symns ya tiene las rueditas del andador incorporadas. Se lo ve ágil. Los bigotes se le tiñen de naranja fluorescente cada vez que apura un trago del Campari que con delicadeza familiar, de quien ha crecido en los bares, le pide a la moza que llene pero no tanto. Acaba de volver de Mar del Plata. Está enfermo: la diabetes avanza y necesita dinero. Por eso su amigo y periodista Rodolfo Palacios organizó el taller: dos encuentros intensivos en los que desplega lecturas, poesía y el anecdotario de su vida.  

Symns volvió de España en 1982, influenciado por algunas lecturas de revistas europeas.  

—Recuerdo Ajo Blanco, El Viejo Topo y El Víbora, una revista de historietas que se atrevía por ejemplo a mostrar a un niño haciéndole una fellatio a su padre. Los italianos eran lo más dark en temas de sexualidad. El impacto de esas imágenes y lecturas me hizo recordar la maldición moral que regía en el país donde yo había nacido.  

Cuando llegó a Argentina, la Dictadura todavía no había terminado, la Guerra de Malvinas había sacado las multitudes a la calle —“en la multitud no hay nadie, sólo la voz del poder hablando”, dice que dice Schopenhauer—, y había puesto en evidencia la pleitesía con el gobierno militar de varios de los referentes del rock. El rock, que había conquistado a Symns por su espíritu insurrecto, ahora hablaba de “patria”, “nación”, “pueblo”.  

—En realidad mi oficio era el de monologuista callejero. Estaba en la calle Corrientes y me vio actuar Jorge Pistocchi, el director de Pan Caliente, aunque parezca increíble, y me preguntó si quería ser Jefe de redacción de la revista. Al mes, dos meses, me vino a visitar el Jefe de redacción de Clarín y me llevó al diario.  

—¿Va a comer postre?  

—¿Tiene flan casero?  

—No, ¿le mando a comprar uno de supermercado?  

—Bueno, pero traémelo que no me dé cuenta, no en el envase de plástico.  

En Pan Caliente conoció a Gabriel Levinas. Levinas era un marchand de lo contemporáneo que había tenido que abandonar la militancia en el PCR por un cáncer fulminante, al cual sobrevivió, y en 1974 abrió una galería de arte a metros de la calle Florida. Levinas dirigía El Porteño desde 1979 y esa tarde de 1982 Pistocchi lo había llamado para pedirle asesoramiento acerca del rumbo de Pan Caliente. Según cuenta Levinas, en la redacción estaba Symns solo: había escrito toda la revista con seudónimos mientras Pistocchi se fumaba un porro. Al poco tiempo, en una marcha por Teatro Abierto, Syms y Levinas volvieron a cruzarse. Cuenta Symns que Levinas, que estaba con León Gieco, lo presentó como “el mejor periodista del país”. Y ahí se lo llevó a trabajar a El Porteño.  

Sus primeras notas fueron sobre homosexualidad, dando la palabra a gays y lesbianas. En paralelo a su incipiente actividad como periodista, había empezado una ascendente carrera como monologuista en pequeños antros. Symns quería hacer el periodismo que había aprendido en España, pero tuvo resistencia interna, “Fogwill, Briante, me querían prohibir”.

Cuenta Levinas:   —Cerdos & Peces surge de la incompatibilidad entre el staff tradicional de El Porteño y Enrique Symns. El jefe de redacción era Miguel Briante, el secretario fue Jorge Di Paola, después fue Ernesto Tiffenberg, pero la realidad es que todos ellos tenían un criterio muy arcaico de lo que era el periodismo. Estaban pasando otras cosas, el mundo tenía otras necesidades, tenía las reivindicaciones de los aborígenes, de la sexualidad, de la homosexualidad, de los presos comunes, de un montón de cosas que no eran advertidas como una necesidad y era algo que resultaba para nosotros muy obvio, para mí, para Enrique.  

Levinas dice que la forma de expresarse y de pensar de Symns chocaban con el periodismo tradicional. Los editores no aceptaban el estilo de Symns ni su vehemencia. Briante amenazaba a cada rato con renunciar. Levinas, que tenía el capital, creó dentro de El Porteño un espacio exclusivo para Symns. El suplemento sería independiente y Briante no tendría nada que ver con el contenido. El nombre del suplemento fue jugado a los designios del Iching. Levinas tiró y salió el hexagrama 61 “la verdad interior”, que dice: “los cerdos y los peces son los animales menos espirituales y por lo tanto los más difíciles en ser influidos. Cuando uno se halla frente a personas tan indómitas. Todo el secreto del éxito consiste en encontrar el camino adecuado para dar con el acceso a su ánimo”.  

Symns buscaba combatir al “periodismo jurisprudente”, aquel que está a favor de los policías y no de los ladrones, de los médicos y no de los leprosos, de los jueces y no de los drogadictos. Contra un periodismo que juzga, que mapea, que interviene a favor del orden, proponía la mirada de los marginados, de todo lo que excede, lo que espanta, lo inmundo. Cerdos & Peces, la revista de este sitio inmundo fue un intento de captura de las subjetividades libres, desclasadas, “los peores”, los sujetos que “se resisten a la cultura”, según se interpreta del hexagrama 61.  

Baigorria describe el público lector de C&P en continuidad con la redacción: cualquier lector podía convertirse en productor de la revista. Y ¿quiénes la leían?, contesta Baigorria:  

—La revista la leían las minorías, lo minoritario, no hablábamos de “under”, eran los márgenes de la sociedad: dealers, gays, punks, anarcos, presos, la gente del rock, cuando el rock todavía era rock, la gente que iba a Cemento, al Parakultural, todo ese tipo de gente. En la redacción estaba siempre Enrique, a veces con su sifoncito, la gente se podía quedar a dormir, llevabas tu nota y te hacía una leve modificación ahí mismo, era eso y acto seguido se armaba un derrape de alcohol y cocaína, en el que podías participar o no.  

En el cruce entre el linyera trotamundo de Lanús, hijo de anarquistas, flaneur de las drogas y los porteñísimos periodistas de profesión, analistas culturales, escritores de novelas, se desarrolla el vector Symns de la cultura argentina. Es en ese encuentro que Enrique debe forzar su identidad y comienza a definir su voz periodística y literaria (oral y escrita). ¿No hay, sin embargo, en él una tradición circense, un tinte pantagruélico, una comicidad emparentada con Alberto Olmedo, con la extroversión del surrealista Salvador Dalí, afecto también a las declamaciones? Symns no era under hasta que la cultura burguesa lo encapsula allí. Su desarraigo, su explosión infantil, payasesca y delincuencial, de quien “pelea por divertirse”, no pudo ser tragada por la intelectualidad, pero inaugura una vertiente carnavalesca. Enrique queda ligado a los submundos pero con un lugar en el mundo desde donde decir: una revista, un monólogo. Queda amigo de los actores y actrices, los músicos delirantes, los poetas. A su don para ver relatos por doquier y para contarlos con plasticidad de escultor se le sumaba ahora la dimensión de la lengua: rufián, androide, miserable, elegancia, merodeo, todas palabras de su léxico personal.  

C&P se editó por primera vez en agosto de 1983: la tapa era la foto de unos jóvenes pidiéndole fuego a un policía para prender un porro. El día que salió pusieron una bomba en la redacción de El Porteño.  

—Yo era anarquista, de mentira, porque ni siquiera era anarquista, yo decía que era anarquista para que me dejaran de joder con por qué no era peronista. Era anarquista-individualista, que es la peor mierda, sos un hijo de puta burgués que le chupa un huevo la humanidad.  

Esa es su respuesta cuando alguien le pregunta si en aquel espíritu de la revista había política. Lo dice con sus manos alzadas, como dirigiendo la orquesta de su propio discurso. El padre de Enrique era anarquista y decía que el fraude de Perón fue convertir a los guerreros revolucionarios en mendigos sindicales. “Militar viene de milico”, dice, todavía peor que el periodismo jurisprudente: el periodismo militante.  

Aunque rehúye de la palabra política, porque le remite a “la dominación”, como director de Cerdos & Peces participó de la organización de un festival en Parque Lezama en apoyo a la candidatura de Augusto Conte, diputado de la Democracia Cristiana y referente de Derechos Humanos (uno de los fundadores del CELS). Symns cuenta una anécdota de aquel festival: lo recaudado iba a la campaña de Conte, pero cuando terminó el recital, en el que tocaron Los Redondos (sin El indio, que no estaba de acuerdo), entre otros, se dieron cuenta de que faltaba buena parte de la caja y acusaron a Miguel Abuelo por el robo. El ladronzuelo había sido el propio Symns.  

13 mil ejemplares y un amor  

Esos años de frenesí, con Luca Prodan, Batato Barea, José Sbarra, Los Redondos, Vera Land, cuando “todos éramos como chamanes, íbamos de plaza en plaza, de bar en bar” fueron los años más exitosos de la revista: llegó a vender 13 mil ejemplares por número mensual. En las noches blancas de la redacción, Symns escribía las editoriales acompañado de alguno de los cadetes, “todos chicos hermosos, los amaba”, entre los que se cuenta El Mosca, el cantante de 2 minutos.  

“Leer la revista era como comer un sánguche de milanesa, era mi alimento”, dice Hugo de la Paz es un lector fanático de la revista y de Los Redondos, ese cocktail simbólico fue para él “como ir a vivir a la China”. De la Paz tenía 17 años, trabajaba en una fábrica y la revista fue una gran compañía para “soportar el mundo”. No sólo para eso: en sus páginas, por ejemplo, conoció “quién fue Carlitos Marx”. De la Paz hoy tiene casi 50 años, trabaja de plomero, pasa música, y aunque Symns fue su ídolo en tiempos de rebeldía lo recuerda con desengaño: las posturas políticas de Symns, abiertamente antipopulistas, antikirchneristas, le bajaron el mito.  

Helmostro Punk editaba, junto con Mosquil y Picún, la sección Barrio Chino, una agenda del rock, el punk y las drogas que experimentaba la miscelánea, el cómic, el humor erótico y la estética y factura del fanzine. Fue además quien escribió un texto clave para entender el punk argentino, el editorial del compilado Invasión 88. Mauricio Kurcbard (como se hace llamar ya adulto Helmostro, devenido clown y cantante, “exiliado cultural del macrismo” en México) recuerda a Symns como un maestro. En Argentina muchos temas los habilitó él (drogas, sexo oculto, estafadores, ladrones, pervertidos), era un talentoso, aunque un poco reiterativo. Seguramente cuando muera va a estar al lado de Arlt”.  

Symns también recuerda a Helmostro:  

—En la redacción estábamos yo, Vera, Helmostro Punk, Fernando Almirón, que se murió hace poquito, pobrecito, y Levinas… Éramos como el francés Michel Foucault: primero comía, después cogía y después se dedicaba a pensar, así tiene que ser la vida. No podés pensar sin coger, se piensa después de coger, cuando ya liberaste todas tus energías.  

Vera Land fue su amiga, amante y esposa. Por consejo del Indio Solari devino Jefa de Redacción de la revista. Una mujer imponente con quien se casó por pedido de los padres de ella, que era menor de edad cuando empezó a “salir” con Symns.

Vera hoy trabaja en Mavirock, una revista para público joven, que homenajea a una fan de Los Redondos que murió adolescente. Tu maquillaje de fuga se evapora con la luz (publicado en 2001 en Chile), es el único libro de Vera, una novela emparentada con la lengua de Symns. Andrea Álvarez, su nombre real (“Rebotín, rebotán, de la vera Vera Land”, la recuerda una canción de Los Piojos), se resiste a dar testimonio a periodistas sobre esta época, tampoco existen imágenes de ella en Internet. Llevan separados más de 10 años: “El divorcio lo pagó ella, salió como 6 mil pesos”. Vera vivía hasta hace muy poco en la Casa Marconetti, de Paseo Colón y Brasil, frente a Parque Lezama: edificio emblema de la época, donde alguna vez convivió con Symns.  

Symns no abandonó el nomadismo, ni cuando tenía un poco de plata. “Nunca me importó el dinero, yo quería dinero para el champagne, cocaína y taxi”, dice con la risa seca en busca de complicidad. Cada tanto volvía a la casa de sus padres a dormir en una cama limpia y despertar con el desayuno que la madre anciana le preparaba.  

Henry, líder dealer  

“Fabi Cantilo echó a Henry Miller/ porque era muy tarde y por lo que escribe”, dice “Tercer Mundo”, hit de 1990 de Fito Páez. Ese “Henry Miller” es nuestro Enrique Symns. Dos años después del éxito radial, Fito colaboraba con 5000 pesos para el retiro que iba a hacer Symns a Necochea. Los Redondos pusieron 700 pesos: habían editado La mosca y la sopa —con el arte de tapa de Rocambole, que había elegido la imagen de un cerdo comiéndose a un pez—,  un disco que incluía Blues de la artillería, el tema dedicado a Symns: “¿Cabe todo lo tuyo en una maldita valija?”.  

A medida que Symns creaba su propia cofradía se distanciaba de Los Redondos, que a fines de los 80 cambiaron los tugurios febriles por microestadios. La Negra Poli le había pedido a Symns que no participara más en los shows: los monólogos le parecían muy subidos de tono y la amistad casi hermandad que tenía con El Indio se había evaporado. Cuando a fines de abril de 1991 asesinaron a Walter Bulacio en la puerta de un recital de los Redondos en el Estadio Obras Sanitarias, Symns ya estaba enemistado con ellos y la postura de la banda terminó de romper el vínculo.  

—Cuando muere Walter Bulacio le escribo una carta al Indio Solari en Cerdos & Peces y lo acuso de complicidad en el crimen. Nunca reconocieron la muerte como asesinato. Aún hoy cuando todos reconocen el homicidio, todavía los Redondos no asumieron la culpa y responsabilidad en ese crimen. A la policía la habían contratado ellos.   “Conversaciones de pajaritos” llama Symns a los diálogos de la merca. La cocaína es la explicación que muchos dan para entender el presente de Symns, enemistado con sus amigos, en soledad y angustiado por tener que seguir vivo.  

—La cocaína era la única manera de vivir, era la única manera de soportar la estupidez de la normalidad, de la inmunda galería de espectros que es la ciudad, donde lo único que podes hacer es trabajar, estudiar, casarte, tener hijos, toda la pelotudez junta en una masa de mierda de giles perdidos. El tipo que va a la facultad es un pelotudo, en vez de perderse, extraviarse y leer y aprender de la vida y de los demás, no, vivís en una masa de gente que no le importa un carajo los otros. Y además, si sos negrito sos confiable, si sos blanquito no te creo nada.    

Ya convertido en mito, luego del distanciamiento de Los Redondos, continuó como monologuistas de Bersuit Vergarabat, Los Piojos y Los Caballeros de la Quema.  

—Enrique era muy generoso con las bandas nuevas. Yo lo conocí porque leía la Cerdos. Habíamos sacado un casete que se llamaba Primavera Negra, se lo llevé a la redacción, ahí estaban Vera y Enrique. Era un tipo inquietante. Era un chaman del under, no del under pedorro, el under era otra cosa, por su inteligencia y su formación, no por su costado de reviente, una leyenda que él ayudó a construir, es un tipo autodestructivo. La autodestrucción es su sino. Era un cazador nocturno, cuando todavía parecía que la noche tenía algo para dar, un gran cronista de la época.  

El que habla es Iván Noble. En entrevista de 2005, Symns lo mencionó como su mejor amigo. En Cemento, en Arpegio, compartieron escenario. “Después se hizo más amigo de mi ex mujer, Julieta Ortega”, dice Noble. “La última vez que lo vi fue en la casa de mis ex suegros, hace dos años, tenía problemas para caminar, siempre lo recuerdo como una puerta de entrada a un mundo que de otra forma no podrías conocer”.  

Los años 90 pusieron reflectores de gran potencia apuntando hacia el under, las bandas de rock se volvieron comerciales, los periodistas de los márgenes entraron a la Rock and Pop, a Página/12, crearon suplementos, hicieron magazines en TV. Hasta Symns llegó a la pantalla, como invitado del programa de Mariano Grondona, representando  al“Movimiento disidente toxicológico”, al lado de Chiche Gelblung, Mariano Grondona, Nicanor González del Solar, Carolina Perin y Mempo Giardinelli. El debate era sobre la pertinencia de mostrar por televisión las experiencias del español Antonio Escohotado.  

Los 90 son la deglución mediante el mercado de todo lo que una década atrás eran experiencias inclasificables. Los periodistas y artistas under buscaban entrar al mercado y a los nuevos medios privatizados como asalariados. La contracara era la cocaína.  

Las clínicas   Symns publicó varios libros. Algunas de sus historias comenzaron a la manera del folletín en las páginas de Cerdos & Peces, como La banda de Los Chacales (1987), la historia de un grupo de delirantes que toma un estudio de televisión. Luego publica Invitación al abismo (1995), selección de textos periodísticos y literarios; Páez (1996), biografía de Fito Páez; La vida es un bar (2002), selección de textos periodísticos y literarios, reeditado por El Cuenco de Plata en 2008; La última canción (2002), biografía del grupo de rock chileno Los Tres; El señor de los venenos (2004), autobiografía; En busca del asesino (2005), Big Bad City (2006) y Senderos extraviados: crónicas y entrevistas al límite (2013). Además, participó como investigador en el film Sobredosis (1986) de Fernando Ayala y como actor en el corto El Puñal (1990) y en Plástico cruel, adaptación de la obra de José Sbarra, dirigida en 2004 por Daniel Ritto.  

En 1998 se fue a vivir a Chile. Fue profesor universitario, dio clases de Epistemología del Lenguaje en una universidad en Concepción y fue parte del equipo fundador de The Clinic, una revista contracultural.  

Patricio Fernández, uno de los miembros fundadores y actual director del semanario, cuenta su relación con Symns en un texto acerca de los orígenes de esa publicación: “Symns se incorporó a la revista”; dice. En cambio, para Symns, la revista fue inventada por él: “Éramos él y yo, nadie más. Yo me consideraba un co-director, no un empleado. Yo inventé la revista, inventé todos los suplementos”, argumenta en el famoso descargo que hace contra The Clinic en el diario El Mercurio en noviembre de 2001. Symns no sólo acusa a Fernández de no reconocer su participación en la sociedad sino también de “fraude ideológico”, porque Symns había descubierto que el capital inicial de la revista era en parte de un ministro del gobierno. Pato Fernández niega las acusaciones y cuenta que indemnizaron a Symns, que después de amenazar con encadenarse en las puertas del edificio se fue a vivir con ese dinero a La Isla Negra. Sus discusiones en el Bar Liguria de Santiago lo habían hecho famoso. Aquel fue el momento de mayor exposición y éxito económico, pero no duró mucho. La biografía que escribió con Vera Land sobre el grupo Los Tres le trajo complicaciones legales y personales. Se gastó toda la plata y en 2002 volvió a Argentina. Lo esperaba una vida de croto.  

Deambuló entre diversas publicaciones, programas de radio (El falso impostor, con Gillespie, fue lo más destacable), pensiones y clínicas. Pasó una temporada en Bariloche, donde sufrió un ACV en el medio de un bosque. Allí le ocurrió lo mismo que en sus sueños de infancia: por más que le hablara, su mano estaba como muerta, no era suya, no le respondía. Vivió en Derqui, después en Mar del Plata, dejó de tomar cocaína pero no soportó la vida en hoteles. Sacó la Pensión de escritores de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy vive con eso y con los derechos de sus libros.  

—Nunca tuve miedo a la pobreza, siempre fui pobre. Una de las cosas que me tiene cansado es que vivo en pensiones horribles, desde hace 10 años ya. La soledad del hotel no es lo mismo que la soledad de vivir en una casa, la soledad de un hotel es como la cárcel: tenés que compartir con desconocidos, está prohibido tener amigos y familiares.   Es 2014 y Symns termina el flan de plástico en un bar de Constitución. Está rodeado de gente que lo admira y le hace preguntas. Symns apenas modula las palabras: no es su dentadura, no son las copas de vino, no es la salud deteriorada; está retorcido por la angustia.

—Ya no tengo ganas de escribir, tengo que hacerlo para sobrevivir, por mí no escribiría más, no sé lo que haría, por eso no sé si seguir viviendo, es algo que mis amigos no quieren escuchar pero es la verdad. Yo no puedo dormir de noche porque… Odio todo lo que me pasó, odio Cerdos & Peces, odio ser escritor.  

De regreso a su pensión, pasa por un banco a retirar dinero, pide ayuda para colocar la clave alfanumérica. El que reniega de la revista, teclea su secreto: P-E-Z.   Hoy   —El clima de derrota y negatividad siempre lo acompaña, es como una sombra maldita que lo persigue. Pero está mejor de ánimo.  

Rodolfo Palacios, con quien comparte la admiración delincuencial, es su gran amigo de los últimos años. Para el 2016 tienen proyecto conjunto: un libro sobre la Triple fuga, que ocurrió en diciembre pasado, mientras Symns se recuperaba de una intervención compleja. En 2015 un grupo de admiradores organizó eventos y colectas para operar a Symns de la próstata: se juntaron cerca de 70 mil pesos. Gracias a ellos se volvió a salvar. Hoy lee y mira películas todo el día, solo en una pensión.  

El 24 de mayo hizo un show en El Emergente. Tenía la potencia ancestral intacta pero por momentos la voz se perdía. Tomó sólo agua y fumó sin parar. Como es usual habló pestes de los hospitales y avisó que esa era su despedida. Como es usual también, sobre el final, se desdijo: “la pasé tan bien esta noche que quizás pueda repetirla”.  

—Lo revitaliza el caos —dice Palacios.  

Symns, el mito viviente de under, el falso impostor, el escritor que vivió su vida como si fuera parte de su obra: un degenerado, un genio, un chaman, un miserable, ¿un mito?  

—No, leyenda. Leyenda es un ejemplo que dejás sobre cómo sobrevivir en soledad en un mundo de zombis, de seres estructurados, de personas ausentes que andan por las calles yendo y viniendo de lugares, no estando en ningún lado como la mayoría de ustedes, como ustedes que no están en ninguna parte. Nosotros éramos como una manada de desahuciados que tratábamos de escapar de la cárcel del tiempo.

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De ANFIBIA


Fotografía: Alejandro Kaminetzky

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