NICOLÁS GARCÍA RECOARO
“La libertad es
el oficio más viejo del mundo”. Así grita el cartel que cuelga de una de las
paredes del bar Vuela el Pez, sede de la primera edición del festival ¡Fuerza
Puta! El encuentro, en la difusa frontera entre Palermo y Villa Crespo, se
propone hacer visible el deseo de autonomía y reconocimiento de las
trabajadoras sexuales argentinas. Empoderarlas, darles la palabra.
“El trabajo
sexual no está penalizado, y aun así la policía violenta persigue a las
trabajadoras, las criminalizan. Por otro lado, no se reconocen sus derechos
laborales y buena parte de la sociedad ubica su trabajo corporal como el más
deleznable de todos, las condena a la marginalidad y además son acusadas de
usar la sexualidad como un servicio que ‘denigra’ la dignidad. Para la mujer,
la sexualidad debe ser ‘sagrada’ y reservada sólo para la reproducción, no al
goce, no al negocio. Un prejuicio muy arraigado y ante el que intentamos
revelarnos”, explica a Tiempo Agustina Paz Frontera, periodista, poeta y organizadora
del encuentro, junto a la artista visual Fátima Pecci Carou. “Se nos ocurrió
generar un espacio desde el arte y la cultura, que incentive una forma
problemática de pensar la sexualidad, los placeres, el abolicionismo. En un
país que tiene una larga tradición con los Derechos Humanos, pero en el que
siempre se pensó a las trabajadoras sexuales en función de víctimas, y no como
un auténtico empoderamiento que puede tener una mujer que quiere trabajar”,
arriesga Frontera.
El ágape incluye
un menú variado: lecturas, bandas en vivo, conversatorio con trabajadoras
nucleadas en Ammar –el sindicato de trabajadoras sexuales–, “tiraditas” de
tarot y proyección de films porno-feministas. También la exposición de obras de
arte: una vulva pantagruélica que invita a ser acariciada, creada por las
artistas Mariana Lazo y Valeria Camerano Ceijas, engalana el salón principal.
Frontera, que
forma parte del colectivo NiUnaMenos, resalta que en el último Encuentro
Nacional de Mujeres de Rosario hubo un taller renovador sobre trabajo sexual.
“Antes sólo se abordaba el tema desde la trata o la ‘situación de
prostitución’, o sea desde la vulnerabilidad. Se les decía que eran esclavas,
víctimas del patriarcado, o que eran serviles al sistema. Se ponía en duda la
voluntad de las trabajadoras. El feminismo también tiene que romper con esas
miradas.”
Unidas y
organizadas
Georgina Orellano
es la secretaria general de Ammar. Poco antes de participar en el conversatorio
junto a tres compañeras resalta que “es importante que se generen este tipo de
espacios porque muestran el avance de las trabajadoras sexuales, que siempre
estuvimos muy invisibilizadas”. Tiene 29 años y trabaja hace diez haciendo la
calle, en Villa del Parque. “Si vuelvo a nacer, elegiría ser trabajadora
sexual, ya no a los 19 años, sino a los 18, porque a la distancia creo que
perdí todo un año”, arriesga orgullosa la morocha. Comenta también que abraza
el feminismo que le da poder a las mujeres para elegir qué quieren hacer con su
cuerpo. Sobre su rol sindical, Orellano rescata el carácter rupturista de
Ammar: “Integramos la CTA, y muchas compañeras vienen de otros países a conocer
nuestra experiencia. Tenemos muchas batallas ganadas, pero hay que seguir
peleando por las políticas públicas, resistir las embestidas abolicionistas y
las falencias de la política anti-trata.”
María Riot es
otra trabajadora sexual que combina en partes desiguales su labor con el
activismo. “No vendemos nuestro cuerpo, primero porque es nuestro y no se
puede vender, y segundo porque nuestra profesión no es otra cosa que ofrecer
sexo a cambio de dinero”, afirma la joven de 24 años, nacida en el oeste del
Conurbano. Comenzó en el gremio como webcamer en Internet, luego exploró los
encuentros en el mundo físico y hoy incursiona en el cine porno-feminista,
ético y alternativo. Aunque María prefiere llamarlo “porno” a secas. Pasa la
mitad del año en Europa, rodando. Anuncia que en el futuro cercano quiere
explorar el rol de directora, con producciones Made in Argentina. “Películas
que le den más espacio al placer de la mujer, y no tanto al hombre, como se ve
en las mainstream. Mostrar otras sexualidades y romper estereotipos.”
La dama del
puerto
Para romper el
hielo de la calurosa tarde, el escritor y periodista Osvaldo Baigorria lee
fragmentos de Memorial de los infiernos, la ardiente biografía publicada por
Julio Ardiles Gray en 1972, sobre la primera militante sindical e impulsora de
la agremiación de las prostitutas en estas pampas, Ruth Mary Kelly. “Trabajó
muchos años en prostíbulos, pero prefería ser una trabajadora independiente.
Decía que era una artesana del sexo”, resalta Baigorria, quien luce un furioso
rojo shocking sobre sus delgados labios. Recuerda que Kelly se ganaba la vida
en la zona portuaria de Buenos Aires. Relojeaba en la sección marítima de la
prensa los horarios de los barcos que arribaban. Puntual, se presentaba en los
muelles, subía a bordo y luego pasaba varios días trabajando en los camarotes.
“Venía de una familia de migrantes británicos venidos a menos, manejaba perfecto
el inglés. Decía que el dominio de la lengua ayudaba a que los marineros la
eligieran, porque podían conversar con ella.” Más allá de satisfacer sus
deseos, los navegantes querían compartir sus andanzas y desandanzas en los
siete mares. Los más atrevidos, incluso, llegaban a pedirle que les cosiera
algún botón flojo de sus abrigos.
Kelly fue cultora
de una ferviente militancia disidente dentro del feminismo. En los '70 se
acercó al Grupo Política Sexual y al Movimiento de Liberación Femenina, tras su
expulsión de la Unión Feminista Argentina. Siempre se reivindicó como
prostituta y bisexual. Baigorria cuenta que pudo entrevistarla en un caserón de
La Boca, en 1985, durante la primavera democrática. “Ella tenía 70 años y se
jactaba de seguir trabajando. No decía ‘putas’. Hablaba de proletarias del
sexo.
Resaltaba que la
prostitución era un trabajo y debía ser pagado con dignidad, sin proxenetas ni
policías. Creía que el día en que todas las prostitutas del mundo dijeran
‘somos trabajadoras’, y en el que todos los trabajadores dijeran ‘somos
prostitutas’, se haría la revolución. Ese era su ideario”. Ruth Mary Kelly
murió en 1994, poco antes de que se formara la primera Asociación de Mujeres
Meretrices de la Argentina.
La educación
sentimental
En el patio del
bar, Stella no hace rancho aparte y levanta la bandera de las trabajadoras
sexuales trans. “Las putas hemos sido la vanguardia del feminismo. Las primeras
mujeres alfabetizadas, las que les disputábamos la calle a los varones. Es muy
injusto que se nos siga criminalizando y discriminando, y lo peor de todo,
muchas veces por nuestro colectivo”, sostiene. Ejerce la prostitución hace una
década. Hizo la calle dos años en Constitución, en pleno casco histórico de las
putas. Pero luego decidió dejar el sexo exprés y empezó a atender a sus
clientes en su departamento privado, en la zona de Acoyte y Rivadavia. “A
diferencia de lo que se piensa, la mayoría de los clientes tiene necesidades de
piel, pero también afectivas. Quieren ser contenidos. Nosotras somos educadoras
sexuales”, cuenta Stella, y agrega que complementa sus ingresos trabajando como
docente. Dice que muchas chicas son profesionales, pero eligen ser trabajadoras
sexuales. Sin embargo, para la mayoría de sus compañeras travestis y
transexuales, la calle es la única salida laboral. Por eso pide que se cumpla
con la ley de cupo, para abrir nuevas posibilidades.
“Tienen que
empezar a respetar nuestros derechos laborales”, se despide Stella y va hacia
el rincón donde la “taróloga” Lu Martínez hace sus promocionadas tiraditas de
tarot. “A las chicas que se acercaron les salió mucho la carta de La
Emperatriz: la mujer seductora por excelencia, con mucha fuerza sexual”,
asevera. Para la tiradora de barajas, el tarot ayuda a empoderar y es
liberador: “Rompe los prejuicios”. A sus espaldas, cuelga un cartelito que
advierte: “Bruja y puta. Si no te gusta, tu ruta”. «
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De TIEMPO ARGENTINO, 18/12/2016
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