PABLO CINGOLANI
A la niña Abigail,
En memoria
Fue Hemingway el
que escribió que el hombre no estaba hecho para la derrota: un hombre puede ser
destruido, pero no derrotado, anotó en El viejo y el mar. Hemingway
sabía bien de lo que hablaba y fue consecuente con lo que nos legó.
En 1936, cuando
el gran escritor norteamericano vagabundeaba por el mundo rescatando memorias y
esencias, un pensador popular argentino –que sigue siendo un
desconocido-develaba también algo esencial, cuando publicaba un ensayo titulado El
periodismo, instrumento de la dominación británica.
Allí, Scalabrini,
desnudaba una clave del vasallaje cultural al cual nos sometían los poderes
mundiales, esos años de un mundo en disputa. Señaló con claridad meridiana, con
esa certeza absoluta del pensar sin ataduras: “La prensa argentina es
actualmente el arma más eficaz de la dominación británica. Es un arma traidora
como el estilete, que hiere sin dejar huellas. Un libro es siempre testigo de
lo que afirma. El libro permanece, está en su anaquel para que lo confrontemos
y ratifiquemos o denunciemos sus afirmaciones. El diario pasa. Tiene una vida
efímera. Pronto se transforma en mantel o en envoltorio, pero en el espíritu
desprevenido del lector va dejando un sedimento cotidiano en que se asientan,
forzosamente, las opiniones. Las creencias que el diario difunde son
irrebatibles, porque el testimonio desaparece…”.
¿Qué diría
Scalabrini Ortiz si asistiera al circo mediático al cual estamos condenados a
padecer en el presente? ¿Qué diría Scalabrini, ya no frente al desplazado papel
impreso, sino frente a la vomitada diaria con la cual nos hiere el alma la
televisión o nos llenan de mierda la vida los medios cibernéticos de
comunicación masiva? Tal vez, se hubiese pegado un tiro como Hemingway. O
mejor, hubiese insistido con la lectura. Leer será siempre el prerrequisito
básico del escribir, y escribir, es una manera eficaz de sentir y de pensar, de
resistir a la locura que nos quieren inocular y seguir luchando.
O un sueño.
Juntos, el hombre que estaba solo y esperaba la redención social y el hombre
que siempre supo el significado que atesoraban las nieves del Kilimanjaro,
proclamarían, frente a la enfermedad espiritual que nos provocan los medios y
la tecnología desbocados -la robotización, la inteligencia artificial y la
conquista de Marte incluidas-, que nosotros, los humanos, no estamos hechos
para la derrota.
Que puede que nos
estén destruyendo, deshumanizando, desarraigándonos, pero no nos derrotaran,
moriremos enfrentando todo este despropósito. Porque o el mundo cambia, y es
para todos, o no habrá mundo para nadie. Y esto no lo dijo ni Hemingway, ni el
gran Scalabrini, ni siquiera un izquierdista o algún anarco: lo dice Stephen
Hawking.
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Imagen: Wilfredo Lam
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