Crece a diario el
número de españoles que ven anidar en sus carnes las muy diversas modalidades
de mordida que propina la voracidad de unos gobernantes insaciables. En esto se
podrían resumir las lamentables noticias con que vamos abandonando este año
nefasto. Bueno, tal vez podrían unirse al resumen una masa, aún más amplia, de
ciudadanos de otros países. Más si tenemos en cuenta la creciente y -en boca
del nuevo Ministro de Exteriores patrio- amplia de miras, movilidad
exterior de gran parte de los habitantes de este planeta.
Y es que los
titiriteros han decidido renovar su corral de tragicomedias sustituyendo algún
que otro títere del anterior Gobierno por nuevos, más lustrosos y de apellido
más desconocido (salvo por sus familiares). Así la cartera de Exteriores, que
porta hoy un nuevo y flamante depredador, pero en cuyo interior anidan aún los
restos del anterior banquete.
Últimamente fumo
demasiado. Sí, a pesar del precio. Y sólo tabaco, advierto, justamente por el
precio. Tabaco de liar, que se supone menos dañino y, a la par, menos gravoso
para la salud. El caso es que siempre quedan, finalizando el paquete, unas
hebras de tabaco que no dan para liarse un nuevo cigarro. Así que las trasvaso
al nuevo. Y ahí quedan, me temo, hasta el siguiente cambio de paquete, en que
repito idéntica maniobra. Al final, pienso, hay unas hebras de tabaco que
siempre quedan sin fumar. Lo mismo son infumables, si me permiten el estúpido
juego de palabras. Debería dejar de fumar... en fin.
El caso es que algunos de los muy y mucho españoles que andan merodeando geografías lejanas, tienen por costumbre, si la economía lo permite, volver a casa por Navidad, abrazar a los familiares y amigos, ensuciar el mantel de Nochebuena con lamparones de melancolía retenida largo tiempo en vasijas de lágrima huérfana. Dice el citado Ministro que no es grave eso de dejar familia y amigos. Y hemos de darle la razón: el abandono de lo propio no es enfermedad que socave los escasos recursos de la sanidad pública. O sea, que de hacer nueva vida lejos de casa nadie se muere... y si lo hacen ocurre lejos, fuera, y sin cargo alguno para nuestros bolsillos. Uno, que ha vivido largo tiempo en el extranjero, sabe de lo que habla. Pero me asaltan las dudas al respecto de esta certeza gubernamental de que los que salen del propio país (aunque este, no lo olvide el Ministro, en numerosas ocasiones, se reduzca a la geografía carnal del abrazo amigo y materno) lo hacen porque son intrépidos, altos de miras, aventureros... y no dudo por los conciudadanos exiliados, no: lo hago por los naturales de otros países que guardan en su interior idéntico espíritu viajero, ya saben: sirios, afganos, subsaharianos, magrebíes, sudamericanos, toda esa indómita caterva de irreductibles salvajes con ansia de crecer en sabiduría y conocimiento haciendo lo único que resta a su alcance: viajar, conocer nuevas sociedades... perder países, que dijese mi amado Pessoa.
El caso es que algunos de los muy y mucho españoles que andan merodeando geografías lejanas, tienen por costumbre, si la economía lo permite, volver a casa por Navidad, abrazar a los familiares y amigos, ensuciar el mantel de Nochebuena con lamparones de melancolía retenida largo tiempo en vasijas de lágrima huérfana. Dice el citado Ministro que no es grave eso de dejar familia y amigos. Y hemos de darle la razón: el abandono de lo propio no es enfermedad que socave los escasos recursos de la sanidad pública. O sea, que de hacer nueva vida lejos de casa nadie se muere... y si lo hacen ocurre lejos, fuera, y sin cargo alguno para nuestros bolsillos. Uno, que ha vivido largo tiempo en el extranjero, sabe de lo que habla. Pero me asaltan las dudas al respecto de esta certeza gubernamental de que los que salen del propio país (aunque este, no lo olvide el Ministro, en numerosas ocasiones, se reduzca a la geografía carnal del abrazo amigo y materno) lo hacen porque son intrépidos, altos de miras, aventureros... y no dudo por los conciudadanos exiliados, no: lo hago por los naturales de otros países que guardan en su interior idéntico espíritu viajero, ya saben: sirios, afganos, subsaharianos, magrebíes, sudamericanos, toda esa indómita caterva de irreductibles salvajes con ansia de crecer en sabiduría y conocimiento haciendo lo único que resta a su alcance: viajar, conocer nuevas sociedades... perder países, que dijese mi amado Pessoa.
Hay quien habla
de la necesaria Revolución. Hay quien asegura que deberíamos comenzar
demoliendo los cimientos que tan mal nos sustentan para poder edificar nueva
sociedad. No seré yo quien lo ponga en duda. Pero quizás, tal vez, deberíamos
comenzar por exigir al Ministro que abrace a todos los exiliados que su
correligionario de Interior ametralla con pelotas de goma (o de vaya usté a
saber qué otros armamentos fabricados por su antiguo correligionario de
Defensa) en la frontera de Melilla, por ejemplo... sí, las concertinas esas, y
tal. Al fin y al cabo, hablamos de ciudadanos abiertos de mente, ansiosos por
recorrer geografías inhóspitas... como los españoles que emigran, o sea.
Sinceramente, pienso en esto y se me va la cabeza. Miro a Munay dormido, afortunadamente alimentado, y valoro si puedo o no pasar, esta noche, sin abrir esa latita de sardinas en aceite que me alimente a mí -como a él la tortilla- los sueños. Luego pienso si no sería mejor regresarme a Bolivia, que tanto me abrió la mente, señor Ministro. De ahí, no puedo evitarlo, mi discurrir cerebral entra en barrena, y acabo pensando que tal vez no era yo uno de esos jóvenes españoles intrépidos y despegados que hacen vida en cualquier rincón con el único ánimo de ser emprendedores, abiertos de miras... y es que ya no soy tan joven, y parte de mi juventud la quemé lejos de los míos.
Sinceramente, pienso en esto y se me va la cabeza. Miro a Munay dormido, afortunadamente alimentado, y valoro si puedo o no pasar, esta noche, sin abrir esa latita de sardinas en aceite que me alimente a mí -como a él la tortilla- los sueños. Luego pienso si no sería mejor regresarme a Bolivia, que tanto me abrió la mente, señor Ministro. De ahí, no puedo evitarlo, mi discurrir cerebral entra en barrena, y acabo pensando que tal vez no era yo uno de esos jóvenes españoles intrépidos y despegados que hacen vida en cualquier rincón con el único ánimo de ser emprendedores, abiertos de miras... y es que ya no soy tan joven, y parte de mi juventud la quemé lejos de los míos.
Sinceramente,
señor Ministro (disculpe que no diga su nombre, pero a mí, tan español, me
resulta demasiado ajeno, como noruego o así), tal vez tenga razón, pienso,
porque el retorno, si no es por Navidad, te descubre que los que se proclamaban
amigos no tienen noción de dicha cualidad, y que los familiares sólo se
preocupan por ver quién trincha el pavo. Eso sí: deje entrar, de una vez, en
España, ese fulgor nacarado de una sonrisa negra destrozada a dentelladas de
hambre, ese ondear de banderas escritas en árabe que ansía alimentar a los
suyos con la única lengua que conoce, porque ellos también son aplaudidos por
los gobiernos que les someten, cuando deciden poner fin a su tormento de pan
que no llega y salario que nos comemos, nosotros, entre las migajas de su crujientes
de su coltán y su aceite de palma. Se van. Dejan familia y amigos. Viajan con
amplitud de miras. Son emprendedores.
Y no se sienta atacado, señor Ministro, por el equívoco que han generado sus declaraciones. Tiene usted la suerte de poder decir lo que le plazca en televisiones y Congresos. Tiene usted la suerte de la sopa cinco estrellas y el jamón pata negra. Y tiene usted el apoyo del resto de títeres. Me explico: tenemos una Ministra de Defensa que para defenderse de quién sabe qué duplica el gasto militar mientras encomienda la vida de nuestros militares a dioses y vírgenes, y un Ministro de Cultura que ha danzado alegremente durante toda su juventud al ritmo de Leonard Cohen, y un Presidente de la cosa que cuenta por kilómetros de caminata matutina el número de familias que esta Navidad sólo podrán soñar con el regreso de los suyos mientras calientan el pollo relleno de nada a la luz de una vela dibujada en una postal navideña.
Así que: Feliz Navidad, señor Ministro... pero tenga cuidado con la cena de Año Nuevo, no vaya a ser que algún español viajero y alto de miras haya decidido envenenar su Möet Chandon con chicha boliviana, por ejemplo (le aseguro que puede resultar nociva en cantidades no tan excesivas... cuando a uno sólo le apetece beber para olvidar).
Y no se sienta atacado, señor Ministro, por el equívoco que han generado sus declaraciones. Tiene usted la suerte de poder decir lo que le plazca en televisiones y Congresos. Tiene usted la suerte de la sopa cinco estrellas y el jamón pata negra. Y tiene usted el apoyo del resto de títeres. Me explico: tenemos una Ministra de Defensa que para defenderse de quién sabe qué duplica el gasto militar mientras encomienda la vida de nuestros militares a dioses y vírgenes, y un Ministro de Cultura que ha danzado alegremente durante toda su juventud al ritmo de Leonard Cohen, y un Presidente de la cosa que cuenta por kilómetros de caminata matutina el número de familias que esta Navidad sólo podrán soñar con el regreso de los suyos mientras calientan el pollo relleno de nada a la luz de una vela dibujada en una postal navideña.
Así que: Feliz Navidad, señor Ministro... pero tenga cuidado con la cena de Año Nuevo, no vaya a ser que algún español viajero y alto de miras haya decidido envenenar su Möet Chandon con chicha boliviana, por ejemplo (le aseguro que puede resultar nociva en cantidades no tan excesivas... cuando a uno sólo le apetece beber para olvidar).
Vuelvo a pasar
los restos de tabaco al siguiente paquete. Como los Ministerios se pasan la
cartera dejando en su interior lo inservible. Quizás este tabaco sea infumable
y deba tirarlo a la basura. Quizás igual los Ministerios, y esas pequeñas
hebras de ignominia que pasan de cartera a cartera. Quizás en esos restos de
tabaco quepa toda la Revolución que aún no llega y, por tanto, le
permite a usted, señor Ministro, aullar en el Congreso lo que el titiritero le
susurra al oído.
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De POSTALES DESDE
EL HAFA (blog del autor), 26/12/2016
Fotografía: Pablo
Cerezal
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