La mañana fresca y
soleada de fines de marzo de 1997, Alberto Salguero Vaca Narvaja, 30 años,
sobrino de Fernando, líder montonero, conduce por la avenida Octavio Pintos de
la capital de Córdoba, hasta la calle Democracia. Un Renault 9 gris pasa a gran
velocidad. Apenas baja la ventanilla lo primero que ve es el pelo blanco.
Descubre que el viejo que se cree dueño de la calle es Luciano Benjamín
Menéndez. A Salguero Vaca Narvaja no le importa llegar tarde a su trabajo de
biólogo.
—¡Asesino! ¡Asesino,
hijo de mil puta! —le grita, impulsivamente.
Menéndez, 70 años,
pulóver gris, pantalón de vestir, baja con el rostro desencajado. En el auto lo
acompaña una mujer.
—¿Qué me dijiste?
—pregunta el ex militar.
—Asesino. Asesino hijo de puta —repite Salguero, desde
su asiento.
Apenas escucha el
insulto Menéndez, un metro setenta y cinco, se le arroja encima. Salguero Vaca
Narvaja, cuarenta años menos, fornido, los brazos largos, abre la puerta y le
pega una trompada. Luego, otra. Y cuando el hombre intenta agarrarle el cuello
lo noquea con un golpe en el mentón. El septuagenario trastabilla y dos
trabajadores de una verdulería cercana lo ayudan a subir a su auto. Menéndez
huye pasando semáforos en rojo. Vaca Narvaja lo persigue unas cuadras.
Después llama a su
padre. Repasaron las veces que su familia lloró la desaparición del abuelo
Miguel Hugo, el fusilamiento de su padrino Huguito (el padre del actual juez
federal de Córdoba) y el exilio en México. Luego va hasta una comisaría. En los
´90, Menéndez seguía siendo un hombre poderoso. Los H.I.J.O.S pintaban “acá
vive un genocida” en las paredes, pero los vecinos las tapaban. En su casa del
barrio Bajo Palermo había una garita con tres custodios. La policía no lo
dejaba solo. Parecía intocable.
Y sin embargo nunca,
nadie, le había dado semejante paliza. Ni en la época de “la lucha contra la
subversión”, en los ´70, cuando se jactaba de los “objetivos de guerra”
eliminados, escritos en rojo en su lista personal como los Vaca Narvaja, Mario
Santucho y René Salamanca. Entre 1975 y 1979, cuando era jefe del Tercer Cuerpo
de Ejército, Menéndez nunca disparó un tiro. En 1984 fue acusado por tres mil
casos de torturas, secuestros y privaciones ilegítimas de la libertad así como
de la existencia de los campos clandestinos de detención de La Perla y la
Ribera en Córdoba, dos de los más activos en todo el país.
Veinte años después la
justicia argentina sumó infinidad de pruebas y lo condenó diez veces a cadena
perpetua por genocidio. Pero Menéndez está en otra cosa.
“Parece que siguiera con
las botas puestas”, dice Facundo Trotta, fiscal del megajuicio por lesa
humanidad “La Perla”, en Córdoba. A veces, Menéndez se levanta y deambula por
la sala. Y vuelve a su asiento. Los jueces lo miran de soslayo sabiendo que, de
un momento a otro, cerrará los ojos.
Sentado en el banquillo,
aislado del resto, el general se prepara: bosteza y entrelaza las manos sobre
las rodillas.
***
1 de octubre de 2015.
15.30.
—Hola
—Sí, qué tal…
¿hablo con Luciano Benjamin?
—Sí, ¿quién habla?
—Mucho gusto. Soy periodista de
Buenos Aires y quisiera saber si….
—Le agradezco el llamado. Pero desde que
estoy preso no hablo con la prensa.
—Está bien, comprendo. Quería saber cómo
estaba de salud. Sé que tuvo bronquitis la semana pasada y no pudo ir al
juicio.
—Ah, sí. Mejor. Me reincorporé a mis actividades normalmente.
—¿Lo está
cuidando su hijo Juan Martín?
—Mire, no se moleste, pero no le voy a decir
nada. Perdón.
La voz flemática de
Luciano Benjamín Menéndez, desde la calle Ilolay del barrio Bajo Palermo donde
cumple prisión domiciliaria desde hace tres años, se fue apagando lentamente.
Hace tres años, también, murió su esposa, Edith Angélica Abarca: 38 años de
casados y siete hijos. Ese día no fue al entierro: prefirió llorar a solas en
su chalet.
Nacido el 19 de junio de
1927, tres años antes del primer golpe militar argentino, creció en la certeza
que el Ejército tenía un destino manifiesto: ser el guardián de la nación.
“Necesitamos una guerra por generación”, dijo, cuando le dieron el grado de general
a los 45 años. Se lo acusa de ser el “autor de escritorio” de secuestros,
asesinatos, torturas y desapariciones: uno de los jefes de la dictadura militar
que premeditó y planificó un “aparato organizado de poder”. Menéndez sabe que
no podrá salir más en libertad: las condenas por lesa humanidad son
imprescriptibles e inamnistiables.
“Cachorro” – así le
pusieron sus superiores cuando entró al Ejército por ser hijo de un militar-
sólo tiene permitido ir a los tribunales y a los consultorios médicos. En la
semana, está ocupado con una agenda completa: martes, miércoles y jueves se
sienta como acusado en la “La Perla” -el centro clandestino más grande del
interior, por el que pasaron cerca de tres mil detenidos-; jueves a la mañana,
por teleconferencia en San Luis; y jueves a la tarde y viernes, por la misma
vía, en La Rioja.
De los 622 ex militares
de la última dictadura condenados por delitos de lesa humanidad, Menéndez es
récord. Desde que la Corte declaró la inconstitucionalidad de las leyes de
obediencia debida y punto final en 2005 y hasta la fecha -según datos de la
Procuraduría contra Crímenes de Lesa Humanidad- fue imputado en 73 causas y
acumula 12 condenas.
Las sentencias lo sitúan
como principal responsable del “plan sistemático de exterminio que se impuso
entre 1976 y 1983”. Siete de las condenas son de reclusión perpetua, tres de
prisión perpetua, y las dos restantes de 20 y 12 años. Y cuatro de las
perpetuas están firmes por resolución de la Corte Suprema.
“Él sigue justificando
en los juicios que el Ejército salvó al país de una agresión interna financiada
por el exterior. No existen dudas que muchas de las víctimas optaron por la
lucha armada. Sin embargo, el Estado militar procedió al margen de la ley. Ante
la sospecha de un delito, debieron hacer lo mismo que hoy estamos haciendo con
ellos”, dice el fiscal Trotta.
Calmo y entusiasta, el
ex jefe militar sigue repitiendo que Argentina “vivió la Tercer Guerra Mundial
entre Occidente y el marxismo”. Como si los días de los 382 años de prisión no
le afectaran.
***
El poder que manejó como
Comandante en Jefe del Tercer Cuerpo de Ejército –el segundo más grande del
país-, con sede en Córdoba, fue absoluto. La Junta Militar –compuesta por el
Ejército, la Armada y la Fuerza Área- dividió el territorio en cuatro zonas.
“Cachorro” lideró la Zona III con 15 mil efectivos, tres brigadas, 24 áreas y
veinte regimientos a su cargo en diez provincias: Córdoba, San Luis, Mendoza,
San Juan, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy. Era
la mitad del país.
“En el Tercer Cuerpo él
había creado todo el sistema de represión, secuestro y tortura”, resume la
sentencia del Tribunal Oral Federal Nº1 de Córdoba que lo condenó a perpetua
por primera vez en 2008 por los secuestros, torturas y asesinatos de cuatro
militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Para María
Teresa Sánchez, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, Menéndez creó un “grupo
interrogador de detenidos” antes del golpe de marzo del ´76 y lideró acciones
paramilitares.
“A las desaparecidas
Menéndez las hacía rotar de norte a sur para que nunca las pudiéramos
encontrar”, dice Sonia Torres, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de
Mayo de Córdoba, sobre quien fue responsable de 238 centros clandestinos en el
total de las diez provincias–Tucumán con 78 y Córdoba con 59 fueron las
principales- . Sólo en Córdoba, hay entre 500 y 700 víctimas por el terrorismo
de Estado. Menéndez siempre lo negará: “Los desaparecidos desaparecieron y
nadie sabe dónde están, lo mejor será entonces olvidar” -Revista Gente, 25 de
febrero de 1982-. Sonia aún busca al hijo de Silvina Parodi, su hija
secuestrada en 1976. Es el primer caso por sustracción de menores que se juzga
en su provincia.
—Me gustaría saber qué
hace en su tiempo libre, si lo van a visitar amigos…
—Si salgo en libertad, le
doy una entrevista. Hasta luego, que le vaya bien.
***
A los 20 años, en el
Colegio Militar, Luciano Benjamín Menéndez sentía que el mundo estaba a sus
pies. Había entrado cinco años antes y ya le habían dado el cargo de teniente,
con cadetes a cargo. “Se empeña por sobresalir. Es un oficial muy eficaz en el
escuadrón”, dijo Alberto Juan Iribarne, su jefe de regimiento. “Enseña con el
ejemplo y tiene mucho ascendiente sobre sus subordinados, posee una conciencia
del deber para el grado inmediato superior”, escribió el teniente coronel
Manuel Mateos, en su legajo militar.
Los Menéndez dejaron
España para radicarse en el Río de la Plata a mediados del siglo XIX. Su abuelo
fue teniente coronel de las Guardias Nacionales, una fuerza que precedió a
Gendarmería y actuó en la “Conquista del Desierto”. José María, su padre,
teniente y participó de la represión contra anarquistas y comunistas. “El
interés soviético viene de 1919 con el levantamiento de obreros. Fue la primera
amenaza”, reconocería Luciano Benjamín décadas después, hablando de la tarea
“ejemplar” de su linaje.
No hubo un Menéndez que
no pisara fuerte en el Ejército. Su tío, el general Benjamín, intentó un golpe
militar en 1951 contra Juan Domingo Perón. Y uno de sus primos, Mario Benjamín,
fue gobernador militar de las Islas Malvinas en guerra de 1982- al que le cortó
el diálogo por considerarlo un “flojo” en el mando-.
Alumno de la escuela
contrarrevolucionaria francesa, Luciano Benjamín aplicó la doctrina: el enemigo
interno ya no vestía uniforme, se infiltraba en cualquier rincón de la sociedad
y todo ciudadano podía ser sospechoso.
“No se matan seres
humanos sino anti patriotas, enemigos de la civilización occidental. Como Adolf
Eichmann, Menéndez era un hombre profundamente ideológico, un nacionalista
católico con tintes liberales que odiaba a los comunistas, a los peronistas y a
toda minoría racial”, dice Daniel Mazzei, historiador experto en el Ejército
argentino.
Criado en la localidad
de San Martín, el niño Luciano Benjamín se la pasaba montando a caballo junto a
su único hermano José María. Décadas después, como Comandante en Jefe, paseaba
con su yegua por los parques del Ejército mientras su séquito torturaba en los
centros clandestinos.
En el Colegio Militar,
además de “Cachorro”, le decían “Chupete” por su cara aniñada. Cuando subió a
recibir el diploma de teniente, se encontró con viejos compañeros de grado:
Jorge Rafael Videla, Albano Harguindeguy, Ramón Genaro Díaz Bessone, Santiago
Omar Riveros y Leopoldo Galtieri. Los últimos tres serían sus compañeros en el
“ala dura” del Ejército, a los que intentó liderar sin éxito.
En los ´70, para conocer
la Doctrina de Seguridad Nacional, viajó hacia el campamento de Fort Lee, en
Estados Unidos. Y a su regreso aterrizó en Tucumán como uno de los comandantes
de la V Brigada, la segunda más importante del Tercer Cuerpo. Dirigió tropas en
los meses previos del “Operativo Independencia”. Fue el preludio del golpe
militar: el despliegue descomunal de militares en febrero del ´75 para combatir
a la Compañía Ramón Rosa Jiménez del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Con 45 años, fanático de
Julio Argentino Roca, San Martin y un workaholic entregado a la misión militar,
en 1972 cumpliría un viejo sueño de abuelo y padre: ser uno de los generales
del Ejército más jóvenes de la historia.
***
10 de diciembre de 2015.
14.30.
El coronel retirado
Mariano Menéndez, 64 años, hijo de Luciano Benjamín, está eufórico. Mauricio
Macri acaba de jurar como presidente de Argentina.
—Papá es el más feliz
—dice el hijo de “Cachorro” al otro lado del teléfono, desde alguna calle de
Buenos Aires.
Es el segundo de sus
hijos vivos. Eran siete y quedaron cinco. Fue militar como el primogénito ya
fallecido Luciano Benjamín. Luego siguen Martín Horacio, ingeniero químico;
Marita, que está casada con un coronel retirado –y tienen ocho hijos-; María
Victoria, casada con un comodoro de la Fuerza Área –nueve hijos-; el menor,
Juan Martín del Milagro. “Y José”, remarca. El primer hijo muerto.
El 14 de julio de 1976,
el nene, de nueve años, se intoxicó con monóxido de carbono por la pérdida de
un calefón. Su padre, sospechando un homicidio, se negó a la autopsia y siguió
como si nada hubiera pasado. Cinco días después un soldado de su Ejército dio
un golpe maestro al asesinar a Mario “Roby” Santucho, fundador del Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y líder del Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP).
“Los marxistas no conciben
la armonía sino el conflicto permanente”, dijo implacable, en una conferencia
de prensa.
—Para mi papá seguimos
siendo siete. Nunca pudo superar la muerte de José, era el preferido. Lo sigue
llorando.
Mariano se muestra en
Facebook con banderas argentinas, con postales de mesas largas con amigos y
parientes. Es un acérrimo defensor de la última dictadura – sus seis hijos y
sus sobrinos repiten la fórmula: fotos y comentarios de la unión familiar, la
defensa de la patria y el rechazo visceral a la década kirchnerista-. En uno de
sus últimos posteos, convoca a firmar en apoyo a la editorial del Diario La
Nación “No más venganza” (23 de noviembre de 2015).
En la entrevista
telefónica dice que el triunfo de Mauricio Macri fue histórico “porque es la
primera vez que no se necesitó recurrir a las Fuerzas Armadas (FFAA) para
derrocar una tiranía”.
—¿Una tiranía?
—Sí, eran
delincuentes. Ahora tenemos recambio presidencial porque los militares
derrotaron a la subversión.
—¿Cómo es eso?
—El mayor peligro era el comunismo.
Hay que recuperar la Argentina grande que fuimos.
—¿Y cuál es?
—La de
principios del siglo XX, potencia del mundo.
Mariano Menéndez es el
espejo de su padre: misma cadencia lenta de voz, mismas cejas, misma mirada
gélida.
—¿Qué piensa de los
juicios contra él?
—Son inconstitucionales, con testigos comprados y sentencias
escritas desde Buenos Aires.
—¿Todas las pruebas son truchas?
—No se respetan
los principios jurídicos, mi padre combatió una guerra. A mí me gustaría que se
anularan. A mi viejo le allanaron la casa y no encontraron nada.
Luego dice que “papá”
les enseñó a galopar “mirando firmes al horizonte y siendo cariñosos con el
caballo” y que nunca los castigó –“se tentaba cuando veía a mamá enojada por
nuestras travesuras”- . Y recuerda cuando fue agredido por “una turba de
locos”. Fue el 21 de agosto de 1984, a la salida del programa de Bernardo
Neustadt y Mariano Grondona en Canal 13. Su padre sacó un cuchillo de
paracaidistas cuando militantes de la Juventud Comunista le gritaron “asesino”
y “cobarde”. La foto recorrió el mundo.
—¿Alguna vez te
encontraste con un hijo de desaparecidos?
—Nunca se dio la ocasión. Pero no
tendría problema.
—Y si eso pasa, ¿qué dirías?
—Si saben que sus padres
agredieron el país con las ideas comunistas. Y con la violencia más despiadada.
Luego, el coronel
retirado se despide amablemente. Como su padre.
***
En 1977 Luciano Benjamín
Menéndez ordenó un pacto de sangre. A los oficiales y suboficiales los hizo
partícipes de torturas y asesinatos. Luego creó un ritual. Era una ceremonia de
fusilamientos selectivos que consistía en sacar de a tres a los presos y
llevarlos “de paseo”, como ocurrió con el dirigente gremial del Sindicato de
Luz y Fuerza Tomás Di Toffino y otros en los carnavales del ´77. En la prensa
se decía que los “subversivos” habían sido aniquilados por enfrentamientos
fraguados o intentos de fuga.
“Todos están salpicados
por sangre”, les decía a sus hombres de confianza en “La Comunidad
Informativa”, en donde confluían autoridades de inteligencia, especialmente del
Destacamento de Inteligencia 141 del Ejército, SIDE, Gendarmería, Policía
federal y las policías provinciales. Apenas asumió como jefe del Tercer Cuerpo
-entre agosto y septiembre de 1975- felicitó al Comando Libertadores de
América, un comando paramilitar que, al estilo de la Triple “A”, asesinó a
Marcos Osatinsky, creador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y
masacró a la familia Pujadas, en un golpe especial contra la organización
Montoneros.
Menéndez felicitó a la
inteligencia policial pero concentró el poder en sus manos. Creía que los
militares eran los especialistas en luchar contra los “subversivos que nos
quieren cambiar el estilo de vida y la visión cristiana del hombre”.
***
Ernesto “Nabo” Barreiro
era uno de los líderes –con Jorge Exequiel Acosta y Héctor “Capitán Vargas”
Vergés- de “La patota” de La Perla, tropa de elite del Grupo de Operaciones
Especiales (OP3) y una de las preferidas de “Cachorro”. Barreiro es el que
confesó, varias veces, que profesores universitarios y empresarios participaron
del armado de las listas negras. El que ahora, con su jefe débil de salud,
lidera a sus compañeros en los juicios.
“La patota” era experta
en secuestros e interrogatorios bajo torturas pero también en maniobras de
distracción como los “lancheos” -salidas de civil en dos o tres autos con
prisioneros-, como los que hicieron al Festival de Cosquín y al Chateau
Carreras, sede cordobesa del Mundial de Fútbol de 1978. A veces hacían
chocolateadas por aniversarios patrióticos y los sacaban a ver desfiles
militares.
Cuando en 1979 llegó al
país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) –en Córdoba visitó
Campo de la Ribera y La Perla-, Menéndez ordenó pintar las paredes, perfumar
los pisos y llevar muebles y camas. “La patota” encabezó la misión. A pocos
detenidos les permitieron ir a sus casas por unos días.
Menéndez estaba furioso:
creía que abrir las puertas del país era una “concesión inadmisible”. Pero era
tarde: su idea de “blanquear” la represión clandestina con juicios militares y
públicos nunca había sido apoyada.
“Al que llegue a actuar
mal, le corto los huevos”, dijo en La Comunidad Informativa.
Nunca pasó: el pacto de
sangre fue un éxito.
***
La cárcel de máxima
seguridad de Bouwer está a 17 kilómetros de la ciudad de Córdoba. En 2010,
Jorge Rafael Videla y Menéndez compartieron el pabellón de lesa humanidad por
el asesinato de 31 presos políticos –uno de ellos era “Huguito” Vaca Narvaja -.
Videla permanecía aislado y colaboraba con las tareas domésticas. Menéndez
agarraba el control remoto para mirar partidos de polo y ordenaba papeles en
una suerte de oficina. Vestía sobretodo negro. Leía los diarios y a Esteban
Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Roberto Potash.
No era la primera vez
que “Cachorro” caía preso. A fines de septiembre de 1979 se había rebelado por
36 horas contra el entonces titular del Ejército y poco después presidente de
facto Roberto Viola. Pero sólo lo acompañaron 800 de sus 15 mil hombres. Pasó
detenido noventa días en un cuartel de Curuzú Cuatiá, en Corrientes. Creía que
el Proceso de Reorganización Nacional se había “ablandando” por la liberación
del periodista Jacobo Timmerman. Sin embargo, había otro telón de fondo:
aspiraba a ser el reemplazante de Videla como jefe de Ejército. Pero el elegido
fue Viola.
Treinta años después y a
pocos centímetros de distancia, en la cárcel, Menéndez no le reprochó ninguna
decisión: le volvió a hacer la venia.
Mario Baldo, 45años, es
piloto de avión y estuvo detenido en Bouwer entre 2007 y 2012. Conoció a
Menéndez en los recreos y conversaban de aviones. El general era distante y
reservado. “Subteniente, acompáñeme a la sala de enfermería”, le dijo una
mañana, como si fuera uno de sus hombres. Cuando atravesaron un pasillo oscuro
por los pabellones comunes, algo los frenó. “Usted es un asesino, un cobarde
hijo de puta”, se escuchó que le gritaron desde una celda. Menéndez no
reaccionó: sólo miró hacia el suelo. Después fijamente a Baldo.
—He matado mucha gente,
pero tendría que haber matado mucho más –le dijo, casi en secreto. Luego: “Es
el único país que encarcela a sus héroes”. Y silencio.
Hubo un día que Bouwer
se convirtió en una fiesta. En el pabellón de lesa, había gritos y aplausos
como si se festejara la final de un mundial de fútbol. Menéndez levantó los
brazos al cielo.
En la pantalla, Crónica
TV reflejaba una placa roja con letras blancas gigantes: “Murió Néstor
Kirchner”.
***
—¡Es mentira, es
mentira!
El grito sacudió los
Tribunales Federales de Córdoba. A comienzos de septiembre de 2015, el abogado
querellante Juan Carlos Vega hablaba sobre apropiación de las empresas del
grupo Mackentor, especialista en la construcción vial e hidráulica. Los
militares acusaron al grupo de financiar la guerrilla armada –sin acreditar
ninguna prueba- y detuvieron a un grupo de directivos, a los que secuestraron y
torturaron el 25 de abril de 1977. Menéndez supervisó la cadena de mandos. En
cuestión de días, el juez Adolfo Zamboni Ledesma – su mano derecha judicial –
firmó la ocupación militar de las empresas.
—¡Eran guerrilleros!
—volvió a aullar Menéndez.
El presidente del
Tribunal, Javier Díaz Gavier, conocía esos ataques de ira.
—Usted sabe que no puede
interrumpir. ¿Quiere que lo retire de la sala? –le advirtió.
El ex militar se calmó.
Sus defensores oficiales lo miraban desconcertados. Estiró los músculos y se
fue a una sala con el maletín marrón debajo del brazo.
La apropiación de
“Mackentor” no había sido casual. El grupo era una amenaza para el
establishment económico porque le sacaba mercado a las corporaciones.
“Cachorro” nunca disimuló la simpatía con los ideólogos del modelo neoliberal,
como la Fundación Mediterránea – creada en 1977 y dirigida por el ex ministro
de Economía Domingo Cavallo-, y con familias tradicionales y millonarias como los
Minetti, los Roggio, los Urquía y los Tagle. Los que ganaron por su modelo de
obra pública, capital concentrado y cero conflicto sindical.
Pero esos amigos lo
abandonaron.
La fotógrafa Irma
Montiel, de la agencia Télam, nunca lo había visto como en los últimos meses:
“La actitud débil en los hombros lo perfila como si estuviera entregado”.
“Se pone loco cuando lo
tratan de ladrón, cuando lo incriminan y cuando declara un Vaca Narvaja”, dice
la periodista Marta Platía. El arriero Julián Solanille juró haberlo visto
dando la orden en un fusilamiento masivo en La Perla. Ese día de audiencia
Menéndez levantó la mano para hablar –no lo dejaron- y masculló insultos.
La ex detenida Teresa
Celia Meschiatti dijo que después del operativo militar de 1977 en “El Castillo”
–una casona que fue destruida con bazucas- escuchó decir al ex agente civil de
inteligencia, Ricardo “Fogo” Lardone, que su jefe se había quedado con “valijas
llenas de dólares” de los siete montoneros asesinados. El hecho nunca se
esclareció.
Es la tarde de un jueves
de noviembre de 2015 y desde el chalet del barrio Bajo Palermo Juan Martín del
Milagro Menéndez, 41 años, habla después que su padre, Luciano Benjamín, le
acerca el teléfono inalámbrico a su pieza. Es ingeniero civil, suele levantarse
después del mediodía y es el único de los hermanos que no tuvo hijos.
—Mi viejo no es un
corrupto. Eso son los políticos.
La voz suena simpática y
reposada. Pero el padre le habla por lo bajo, como dictándole órdenes, y se
pone nervioso. Levanta el tono.
—¿Vos sabés quién fue el
comandante Mario Santucho? Leí sobre los ´70 ¡Y ahora lo llaman un joven
idealista! — Juan Martín parece ser, en cuestión de minutos, otra persona.
—¿Y
qué lees?
—Los guerrilleros fueron los primeros en hablar de una guerra, no los
militares.
—¿Y qué más te interesa?
—Que la sociedad apoyó a los militares. ¿O
la Plaza de Mayo no estaba llena cuando habló Galtieri? Perdón, no quiero
hablar más. Ustedes tergiversan todo.
—¿Ustedes?
—Sí, los periodistas.
Disculpame, tengo que salir. Hasta luego.
***
En los medios y en las
redes sociales, una escasa minoría aún lo apoya. En los comentarios de la nota
“Menéndez: me persiguen hace 30 años y sólo declararé ante juez militar”
–Diario Uno, 17/08/15-, aparecen opiniones desde Facebook. Entre los 12
comentarios, el ciudadano Facundo Gianoni dice “Grande Cachorro, vos sos de los
responsables que un sucio trapo rojo no flamee hoy en lugar de nuestra querida
celeste y blanca”; otro usuario, Carlos Alberto Busnelli, opina que es “un
MILITAR CON HONOR Y muchos de sus camaradas deberían seguir su ejemplo”. Y para
el usuario Hio Shiva, “lo que dice el general es correcto, eran terroristas,
algunos quedaron vivos y están ahora en el poder”.
La realidad era otra
hacía veinte años. En el retorno a la democracia Menéndez fue protegido por la
burocracia sindical, el poder eclesiástico liderado por el cardenal Raúl
Primatesta y un amplio espectro político cordobés, tanto del peronismo como del
radicalismo. El ex gobernador Eduardo Angeloz lo invitó varias veces a subir al
palco, donde compartió asiento con Oscar Aguad, actual ministro de
Comunicaciones.
A los juicios solían
acompañarlo los militantes de Famus (Familiares de Muertos por la Subversión).
Ellos festejaron cuando en 1990 recibió el indulto del ex presidente Carlos
Menem a pesar de que nunca había sido condenado. Por ese entonces fundó el
partido de ultraderecha “Nuevo Orden Republicano”, que propuso el retorno de
las FFAA en la calle. Pero nadie lo siguió.
“Todo nuestro espectro político
está a la izquierda, deslumbrado por el éxito de la demagogia y el populismo de
Perón”, había dicho en un acto, reconociendo el fracaso como líder político.
***
Se jactó de aniquilar la
“subversión” antes que cualquier jefe militar. Y quiso dar el salto: pasar del
enemigo interno a una guerra convencional.
En 1978 se preparó para
una batalla con Chile por el canal de Beagle. “El brindis de fin de año lo
hacemos en el Palacio de La Moneda y después iremos a mear el champagne en el
Pacífico”, le dijo a su tropa, que preparó durante cuatro meses en la frontera.
Cuando se enteró que el
Papa Juan Pablo II había intervenido para frenar el conflicto, en las vísperas
de Nochebuena, perdió los estribos. “Videla es un cagón”, rumió ante sus
hombres de confianza.
La ilusión de invadir
Chile se hacía añicos.
***
Es una tarde del verano
de 2015 y Paola Salamanca, maestra de escuela, 45 años, piensa dormir una
siesta. Es hija de René Salamanca, ex secretario general del Sindicato de
Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), cuadro cordobés del
Partido Comunista Revolucionario, y el primer detenido-desaparecido después del
golpe militar. “Nosotros quedamos destruidos en la pobreza”, dice, con un tono
acongojado.
Según el Nunca Más,
Menéndez fue a ver a Salamanca a “La Perla”. Luego de un interrogatorio, el
jefe militar ordenó “trasladarlo” en un camión, que los prisioneros conocían
como “Menéndez Benz”. “En el juicio Menéndez nos clavó esos ojos malignos de
asesino”, dijo José María, otro hijo de René. “Las fábricas no me dieron
trabajo por llevar un apellido de “subversivo”, comentó luego. El caso
Salamanca demuestra una máxima del Tercer Cuerpo: “barrer a los líderes para
exterminar la base”.
Entre 1976 y 1979,
Menéndez pisó los centros clandestinos -fusta en mano- cuando caía un “pez
gordo”. La Perla –y 580 testimonios lo comprueban- era el epicentro del
exterminio: por la jerarquía de detenidos políticos, la llamaban “La
Universidad” –a La Ribera, por contraposición, le decían “La Escuelita”-. Los
periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo, autores del libro “La Perla.
Historia y testimonios de un campo de concentración”, dijeron que el vínculo de
Menéndez con el centro clandestino fue tan estrecho que lo asociaron al
sobrenombre de su mujer, Edith Abarca, a la que llamaba cariñosamente como “La
Perla”.
Tanto como en la ESMA
había un circuito profesional de la tortura compuesto por “el ablande” – los
interrogatorios-, “la sala de terapia intensiva o la margarita”- se picaneaba
en una cama de hierro- y “la cuadra” –donde los cautivos permanecían acostados,
atados y vendados-. En “La Perla” hubo doce casos de muertes por tortura, como
el de Herminia Falik de Vergara, que murió agonizando en los brazos de una
compañera. Esa noche Barreiro y “La patota” salieron apurados para cenar con
sus familias en la Nochebuena del `76.
“Cachorro” pensaba que
la muerte por tortura era un error táctico. Pero no se enojó ni les hizo
sumarios.
***
—Fue el mejor comandante
de cuerpo, el de más confianza. Un león listo para la pelea —dijo Videla en la
biografía “Cachorro. Vida y muertes de Luciano Benjamín Menéndez”, escrita por
Camilo Ratti.
“Cachorro” se movía como
pez en el agua: en el lugar justo, en el momento indicado. Desde los ´60, con
la fusión del movimiento obrero, estudiantil y sindical, Córdoba y Tucumán se
convirtieron en focos guerrilleros. En 1969 ocurrió el “Cordobazo” y operaban
los líderes de Montoneros y ERP pero también de otras organizaciones políticas
del peronismo de base o de la izquierda revolucionaria. El golpe policial
cordobés del ´74 conocido como “El Navarrazo” había encendido la reacción. Pero
los militares consiguieron una legitimidad impensada: la presidencia de Isabel
de Perón, y luego la de Ítalo Luder, dictaron decretos que dieron vía libre a las
FFAA para “aniquilar a la subversión”.
—Un gobierno democrático
nos pidió combatir la agresión comunista. Es un país insólito. Se juzga a
soldados patriotas que dieron la vida. Fuimos los ganadores –dijo en agosto de
2015, en el juicio de La Rioja—. Allí dijo que jamás persiguió a nadie por sus
“ideas políticas nacionales” y que la agresión marxista empezó con el
campamento de los Uturuncos en 1959 como “reflejo de la Revolución Cubana”. Y
agregó: “Ni Francia con Indochina, ni Estados Unidos por Hiroshima repudiaron
lo que hizo su Ejército”.
Como ningún otro jefe
antes de la dictadura, Menéndez se anticipó en estilo, forma y contenido:
visitas periódicas a las tropas, creación de los primeros centros clandestinos
–La escuelita de Famaillá, en Tucumán, y Campo de la Ribera, en Córdoba-, una
mesa de inteligencia con todas las fuerzas, y redacción de documentos
fundacionales del golpe militar. Eufórico y con mano de acero, “Cachorro” olía
a sangre.
—A los subversivos los
liquidamos con la mente fría y el corazón ardiente. El ejército argentino nunca
perdió una guerra. ¡Subordinación y valor! –envalentonó a su tropa cuando
asumió como Comandante en Jefe.
A los que no lo
saludaban, les daba 60 días de arresto.
***
Apenas asumió como jefe
del Tercer Cuerpo de Ejército, convocó a los periodistas para la quema pública
de libros y a la sociedad les exigió un sacrificio: “Las muertes de la guerra
son para alcanzar una democracia, porque el argentino no puede vivir en otro
sistema que el democrático”. Cuando iba a rezar ponía flores en las iglesias.
En una de ellas, una vez se encontró con el obispo de La Rioja Enrique
Angelelli y le dijo “usted se tiene que cuidar mucho”. Meses después lo mandó a
matar.
Nadie dudaba que
Menéndez tuviera un compromiso personal con la represión. Solía ir a en la
estancia La Ochoa, conocida como “Casa de Piedra” y a poca distancia de La
Perla. Allí, mientras descansaba, dejó que torturaran detenidos, como a Salomón
Gerchunoff, dirigente del Partido Comunista.
Pero el preferido de
Videla en el campo de batalla –“No puedo hacer nada, está en territorio de
Menéndez”, respondía ante un pedido de intervención- no lo fue en el campo de
la política. “Cachorro” creó la “Organización Nacionalista” o “Partido
Militar”, que acusaba al jefe de la Junta por “blando”. Como Emilio Massera,
aspiraba a ser la cabeza de la dictadura y se creía el paladín de los duros
pero nadie lo siguió. “Es un bruto, le falta cintura para negociar”, había
dicho su enemigo Roberto Viola.
La conspiración política
le costaría el destierro. Cuatro años antes del fin del Proceso, por sublevarse
contra Videla, le sacaron el traje de general.
***
Siete meses después de
la guerra de Malvinas la periodista Cristina Wargon lo entrevistó para el
diario Tiempo de Córdoba. Fue la única que se atrevió a enfrentarlo. “Me
impresionaron sus ojos: como los de un yacaré. Eran claros, y con esa membrana
que parece una persiana que se cierra”, dice. Por teléfono, el general le pidió
que le mande un formulario por correo y Wargon respondió:
—General, no me diga que
le tiene miedo a una mujer.
Diez minutos después le
abrió la puerta de su casa. Le pareció un departamento aséptico. En esa
histórica entrevista, a solas, dijo cosas como “yo estaba en los cuarteles, no
sabía del modelo económico”, “a las Madres de Plaza de Mayo las respeto pero
hasta en el uso del pañuelo copiaban a los rusos” y respondió que los
desaparecidos “estaban en el exterior pagados por organismos internacionales”.
A Wargon le temblaba el grabador en la mano. “No te alcanza con ser rubia y de
ojos claros para hacer esas preguntas comunistas”, la increpó.
Cuando se publicó la
entrevista, en enero de 1983, Menéndez no la volvió a llamar. “Puse todo lo que
me dijo y mi marido me decía que si me mataban al menos los estudiantes de
periodismo iban a tener un póster en sus piezas”, ríe, ahora, más de treinta
años después desde su departamento de Buenos Aires.
En aquel momento, sin
embargo, salía a la calle mirando hacia los costados.
***
Una tarde cualquiera, a
fines de octubre, Juan Martín Menéndez está contento. Talleres de Córdoba, del
que también es hincha su padre, ascendió a la segunda división del fútbol
argentino.
—Me gustaría salir a
festejar con él, pero no lo dejan. Lo siguen tratando como a un criminal —dice,
por teléfono. Los hijos nunca quisieron dar entrevistas personales.
Se ríe nervioso. Los
amigos lo cargaban por el apellido. Pero cierta vez su padre los invitó, no
paró de hacer bromas y lo vieron como alguien “normal y divertido”.
La peor bronca, dice, la
sintió con los cuatro escraches de H.I.J.O.S. “No quiero que vuelvan a
aparecer”, dice, desde el encierro de su pieza, donde pasa la mayor parte del
día. Pero Juan Martín se tranquiliza y vuelve a hablar de Talleres –“volvimos a
ser grandes”-. Después, que su papá es sencillo: un hombre “de bien”. Ve más
noticieros que películas y en las comidas le da igual si el menú es arroz con
queso o salmón rosado.
—No es muy gourmet, es
bastante espartano.
—¿Espartano?
—Sí (ríe).
—¿Cómo se reparten los gastos de la
casa?
—A papá lo borraron (N de R: En 2001, el Ministerio de Defensa le dio de
baja como “general retirado” junto a Antonio Bussi) pero él sigue cobrando la
jubilación.
—¿Ustedes sufrieron por ser los hijos de Menéndez?
—Mi viejo sufrió
tres infartos. ¿No te parece mucho?
En 2006, Juan Martín fue
detenido por la policía en la madrugada de un domingo. “Soy el hijo de
Menéndez”, fue lo primero que dijo cuando le pidieron el documento. Olía a
alcohol: horas antes había frenado en la puerta de una casa. Allí vio a un nene
de ocho años. Salió del auto, se bajó los pantalones y le exhibió los
genitales. Juan pagó fianza y recuperó la libertad.
Emilio Salguero,
referente de H.I.J.O.S. filial Córdoba, dice que no tiene nada en contra de los
hijos de Menéndez, pero piensa que “el dictador” debería estar en una cárcel
común. “Los organismos de derechos humanos construimos una condena social. Por
algo le dicen el Chacal o la Hiena. ¿Quién puede defender ahora al represor más
condenado de la Argentina?”.
Desde que está con prisión
domiciliaria, Menéndez apareció caminando por las calles y yendo a turnos
médicos sin que los ciudadanos se sorprendieran. El 9 de diciembre de 2015
circuló por Facebook una foto en la sala de espera del Instituto de Cardiología
de Córdoba. Estaba solo, de traje y corbata, y sin custodia policial. Nadie
reparó en su rostro cadavérico salvo Paola Gramaglia, que acompañó a su padre
–militante en los ´70- a un chequeo médico. “No pude hacer más que sacar una
foto, y hasta con miedo, pero no podía dejar que esto pase sin más “, escribió
en su Facebook.
“Queremos una Navidad en
paz”, desea Juan Martín Menéndez desde el otro lado del teléfono. Insiste que
ama a sus hermanos, con los que se escribe por grupo de WhatsApp todos los
días. En el chalet de Bajo Palermo piensan en hacer asado para las fiestas de
fin de año. La familia imagina al abuelo Luciano Benjamín en uno de los
sillones de cuero del living, levantando una copa con sus 30 nietos. Allí, en
el calor del hogar, es el único lugar donde lo ven sonreír.
Con su máxima suprema:
Dios, Patria y Familia.
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De PERIODISMO NARRATIVO EN LATINOAMÉRICA (originalmente en ANFIBIA), 26/01/2016
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