Es 1984, hace 7
meses que asumió Raúl Ricardo Alfonsín la presidencia y las promesas de una
renovación primaveral en la moral y la cultura excitan a la juventud. Enrique
Jorge Symns tiene 38 años pero es un niño con aspecto de sufi disfrazado de
Philip Marlowe. Está arriba de un escenario, en La Esquina del Sol de
Gurruchaga y Guatemala. Al lado esperan Los Rendonditos de Ricota. El monólogo
que recita antes del próximo tema es sobre James Huberty, un asesino serial que
mató a 21 personas pocos días atrás en un McDonalds de Estados Unidos: “En
nombre de todos los desesperados, en nombre de toda esa turba de imbéciles que
son como una plaga de langostas (…), sabía que la sangre era una cosa traviesa,
comenzó a disparar, entonces se produjo un milagro maravilloso, la sangre de un
abogadito se mezclaba con el cerebro del hijo de un estudiante de medicina, las
tripas de un hippie que había cantado una canción de Bob Dylan con la sangre de
un empleado que estaba ahí haciendo un chorizo (…). Nuestro héroe, se atrevió a
matarnos a nosotros, esta lacra inmunda, a nosotros”. El centenar de personas
que están apretadas en el local rompen en gritos. En la voz de Symns ya está
todo: la vibración del asediado por la sociedad, un cantar que no se le irá
nunca más, la arenga lindante entre el burlesque, el arrabal y la unidad
básica, espantado pero elegante.
La escena de
Enrique Symns en La Esquina del Sol es un mojón que separa su vida hacia atrás
y hacia adelante, una línea que lo pone ora del lado del asesino ora del que
mastica una hamburguesa. Atrás está la infancia, la huida de la sociedad, el
cincelado de la marginalidad, la pérdida voluntaria del hogar, el peregrinaje
por la actuación, la música, las drogas, la literatura, los viajes, la filosofía,
el delito; hacia delante, el periodismo, los periodistas, los libros, las
drogas, las bandas, el linyerismo, la enfermedad, el amor y el dolor.
¿Qué me mirás?
Enrique Symns
conoció a sus padres antes de saber que eran sus padres. Vivió con sus tíos en
Monte Grande y en Lanús. Según sus autobiografías, nació en una u otra ciudad
el 2 de enero de 1947 o el 22 de diciembre de 1944, siempre bajo el signo de
capricornio: un animal mitad cabra, mitad pez. Enrique Jorge era hijo
extramatrimonial de su padre y tuvo que esperar a que la esposa muriera para
poder vivir con papá y mamá bajo el mismo techo. A los 13 años se mudó con
ellos a Buenos Aires, al barrio de Barracas.
A los 10 años,
recuerda en El señor de los venenos, le disparó en la pierna con un
rifle de aire comprimido a un nene de la bandita enemiga del barrio. El
comisario de Monte Grande se lo puso entre ceja y ceja: ahí comenzó la relación
de Symns con la policía. Los viejos edictos policiales condenaban a cualquiera
que deambulara, no hacía falta ser un ladronzuelo o estafador como de hecho lo
era el Symns adolescente. Conoció varios de los calabozos de la Capital. A los
14 comenzó una seguidilla de fugas de la casa. En el movimiento repentino del
paso de la urbe despojada, semi rural, a la ciudad, se germina, según él, una
incomodidad primordial: “No hubo transición. La adultez fue una ropa que me
pusieron como si fuera un presidiario; nunca dejás de ser niño, te obligan a
dejar de serlo.” Por entonces, la defensa ante la mirada acusatoria de los
otros solía ser: “¿Qué me mirás?”
En varios pasajes
de sus textos autobiográficos y entrevistas Symns dice: “como no fui a la
escuela no aprendí nada”. Dice también que sus padres nunca lo enviaron al
colegio, pero en Big Bad City cuenta una anécdota que lo
contradice: “Yo tenía 15 años y había aprobado el segundo año de la secundaria.
Mis padres me premiaron con un veraneo en Mar del Plata en casa de mis tíos”.
Ha hecho del relato de su vida una autoficción, así como ha llevado al extremo
en sus excursiones periodísticas el género periodismo-ficción.
Symns no terminó
la escuela secundaria. A los 19 años fue a Mar del Plata y trabajó en el
restaurante del Hotel Sheraton. El chico tímido y poco comunicativo que era
había empezado a robar en el restaurante. Así llegó a triplicar su sueldo, que
compartía con su amigo Arturo, un linyera gay que paraba cerca del hotel. Esa
relación fugaz, “fuimos amigos durante 24 hrs”, prefigura un rasgo fraternal
que no abandonará nunca: “amigos, ese es el nombre de mi raza”, dirá mucho
tiempo después en una editorial de Cerdos & Peces.
Las primeras
lecturas habían sido de la mano de la hermana, unos años mayor que él,
profesora de filosofía. Suele decir que de su biblioteca absorbió a los 15 años
La crítica de la razón pura, de Kant, y los libros básicos de Nietzsche,
Schopenhauer, Heidegger. También recuerda que una de las primeras veces que
conoció el cariño fue cuando, sin querer, la hermana le rozó el brazo: se
espantó.
Después del paso
por Mar del Plata volvió a Buenos Aires. Tuvo las primeras experiencias de vida
callejera, ya no como delincuente juvenil sino como un merodeador adulto.
Pasaba el tiempo entre un zaguán en la calle Carlos Calvo, donde podía leer las
novelas policiales que robaba de la biblioteca pública de la calle Patricios y
un bar que había montado en las escalinatas del Parque Lezama.
Symns ha contado
otra historia de Symns: a los 17 años, como no había terminado el secundario
tuvo que falsificar un título para poder inscribirse en la facultad de
Psicología de la Universidad del Salvador. Cursó un año entero. Según él dice
“leía tres páginas de El ser y la nada de Sartre y de inmediato me convertía en
un experto en existencialismo (…) era un farsante con una capacidad innata que
atravesaba todas mis actividades”.
En aquellos años
60, Symns deambulaba entre el Politeama, La Academia, el bar La Paz, y se
mezclaba con sus enemigos de guante blanco: los intelectuales. En esos bares
pasó algo que le cambió la vida para siempre: fumó marihuana. Con las primeras
pitadas inauguró una sospecha: alguien hablaba dentro suyo.
Así habló Symns
Al revés que la mayoría de la
humanidad, el cuerpo de Symns no disminuye en tamaño con los años: se
acrecienta hasta llegar a ser un abominable hombre de humo. Como un santito
andino, recibe cigarrillos a cambio de sus palabras. Detiene el paso, no podría
pitar y empujar el andador al mismo tiempo. Nubla la vista y lo despabila un
griterío: “hay quilombo”. Quiere ir a ver, falsa alarma: fue sólo una trifulca de
las tantas que ocurren en el barrio de Constitución.
Es noviembre de
2014 y Symns dice que le gusta Radiohead. La banda británica no existía cuando
tomó ácido por primera vez, pero sí su equivalente psicodélica, Pink Floyd. Ese
verano de 1971 un peruano que convivía con él en Río de Janeiro, en el Barrio
Santa Teresa, le convidó LSD. Recordó sus pesadillas de niño. Alimentaba sus
pensamientos místicos con las lecturas de Gurdjieff, Krishnamurti, Castañeda.
Symns ya estaba adiestrado en domesticar el horror.
—Nunca estuve
preso. Bah sí…caí preso por pegarle una trompada a un cana y sacarle el
revólver. Estaba peleándome con mi esposa en un bar y agarró y rompió todo lo
que había en la mesa, se paró un tipo del bar y se metió en el medio. “Soy
policía”, dijo, sacó el chumbo y le pegué una patada en las bolas. Ahí fui preso.
En 1970, también
en Río, había estado en una cárcel con “50 tipos que parecían panteras”.
Symns parece un
viejito cándido de 70 años, con la camisa arrugada. Vista de afuera, la
conversación resultaría grotesca. Acaba de pedir una milanesa y una ensalada de
zanahoria. Exige que no haya sal en la mesa y con modales cariñosos hace cada
tanto un ademán a la moza, para que le complete con soda el vaso de vino. Para
cualquier transeúnte que lo ve comer, es un abuelo tierno, que no tiene quién
le sugiera cómo vestirse. Sin saber que el yeti andrajoso que se saca una
zanahoria mal rallada de la boca fue un faro de la cultura libertaria del país.
Symns desborda
referencias en cualquier conversación. El ritmo frenético, cargado de frases
misteriosas pero prístinas se alimenta de sus lecturas, que confunde
erráticamente, que por momentos inventa o, en otros casos, atribuye a algún
autor reconocido.
—“Nada es verdad,
por lo tanto todo está permitido”, dice Dostoievski en Crimen y castigo. Cuando
lo leí siendo borrego quería salir a matar gente… si nada es verdad, explicame
por qué no me voy a coger un chico de ocho años, ¡explicame!
Symns no es un
intelectual, no es un farsante, o sí. Es aquel tipo que en un destello de LSD
decidió convertirse, o fue convertido, en un predicador. Es quizás lo más
parecido que hemos tenido y tendremos a Zaratustra.
Ricardo
Ragendrofer leyó a Symns antes de trabajar con él varios años en la revista
Cerdos & Peces: “Sus textos eran absolutamente maravillosos”. Hay una frase
de Bukowski que Ragendorfer trae en relación a Symns, para muchos, su doble
argentino:
—“Escribir es
como darle una pitada a un faso, el humo es para uno y la ceniza es lo que se
publica”. Con Enrique hicimos empatía inmediatamente, vivíamos intensamente,
creíamos que el horror nunca se iba a terminar, y Enrique tenía esa forma de
ser, que te alentaba a decir cualquier cosa con libertad, no había límites, y si
causaba escozor lo que uno decía, tanto mejor.
Osvaldo
Baigorria, periodista, escritor, también conoció a Symns en la redacción el El
Porteño. No dice que es nuestro Zaratustra, pero sí reconoce que mientras para
él el espíritu libertario compartido se basaba en expandir los límites de lo
que se puede decir y hacer, Symns lo vivía en términos de control versus caos:
batallaba para expandir el caos. Lo predicaba.
Cuando Symns
vuelve a Argentina ya es un hombre de 30 años.
La vieja Europa
“A España me fui en el ‘75. Habían
secuestrado a Beatriz Perosio, la presidenta de la Asociación de Psicólogos de
Buenos Aires, y le tocaba a mi novia, que era la vicepresidenta. Ella se escapó
porque la iban a matar y me fui con ella. Nos separamos allá y volví a
Argentina en el ‘80 o en el ‘81.” Según el Nunca más, Beatriz Perosio fue
secuestrada en 1978, la capturaron en el jardín de infantes que había creado y
la llevaron al campo de detención “El Vesubio”.
Enrique Symns es
uno de esos personajes que el mismo Symns retrató en Cerdos & Peces. Tiene
el don del relato, pone en relación eventos, circunstancias y lugares y arma
una historia. Una habilidad que quizás haya aprehendido atando los cabos
familiares, o sorteando acusaciones en el barrio, cuando robaba los billetes
que los vecinos dejaban debajo de los sifones. Una gracia que maduró en los
bares, al calor del alcohol en la garganta, con la lubricación de algún
estimulante extra y la urgencia por hacerse de alguna mujer, de algún amigo.
“Fui un lumpen hasta los treinta y pico de años”, dice con la mirada puesta en
una puerta.
La presión en los
tímpanos de la prueba de sonido lo hace gritar. Está acodado en la barra de
Plasma, en San Telmo. Es 2012: vuelve a “tocar” (en rigor, a monologar) con una
banda después de varios años. Dice que no está nervioso. Toma un fernet casi
puro. Saluda cariñosamente. Todos son sus amigos, aunque no recuerde los
nombres. Sube muy lento las escaleras, ya necesita un bastón para caminar.
Arriba lo espera un público (¿ricoteros, escritores, periodistas, artistas,
músicos?) que no supera los 35 años de edad promedio, que ni siquiera había
nacido cuando Symns andaba por Europa.
—Llegué a España
un día después de la muerte de Franco, me acuerdo que los mismos medios que lo
cuidaron y no lo dejaron morir durante meses tenían champagne en la heladera y
brindaron cuando murió. Y España de un convento se convirtió en un prostíbulo,
se convirtió en el país que más se chupaba la pija en el mundo.
En El señor de
los venenos, Symns cuenta que cuando partió a España trasladó objetos de arte y
muebles del actor Norman Briski. Es cierto: Briski recuerda haber recibido a
Symns en su casa y cenado con él. Era uno más de los argentinos exiliados que
Briski, ligado a Montoneros, debía contener y ayudar a encontrar trabajo. En
España, Symns tuvo su primer empleo como escritor: por pedido de unos mejicanos
escribió La represión sexual en el franquismo, un libro de divulgación que no
firmaría (y que resulta inhallable). En esos años en Europa iba y venía de
Holanda a España, hacía compra-venta de vehículos, vendía combustible en
Italia, robaba televisores, traficaba joyas a Portugal, e incluso fue
encuestador. De la reunión con Briski se había llevado sólo un dato, el
teléfono de otro filoperonista: el sociólogo y encuestador Julio Aurelio.
Norman Briski no recuerda este dato que menciona Symns en su autobiografía.
En esos años
europeos experimentó con sustancias psicotrópicas, en especial con
drogas enteógenas. Todavía no había probado la cocaína. Fue a conciertos de los
Rolling Stones, de Pink Floyd, aprendió a violar con la mente, tuvo sexo con
niñas, con muchos, drogado y sin drogar, probó todo y configuró para siempre su
porte de chamán degenerado, de predicador astral paranoico. Es en estos años
cuando delinea estéticamente una lengua del submundo. En España comenzaba “el
destape”, “la movida madrileña”, el punk. En esos ambientes de desburguezación
del mundo Symns tenía mucho para dar. Su lengua había nacido menor, no
necesitaba quitarse lo blanco, salir del closet. Symns era su propio otro.
La revista de este sitio inmundo
“Después de
acá, me voy a cenar con Calamaro”, avisa, para que los talleristas que asisten
a su clase en el Bar La Academia no crean que pueden entrevistarlo tan fácil.
Es octubre de 2014 y Symns ya tiene las rueditas del andador incorporadas. Se
lo ve ágil. Los bigotes se le tiñen de naranja fluorescente cada vez que apura
un trago del Campari que con delicadeza familiar, de quien ha crecido en los
bares, le pide a la moza que llene pero no tanto. Acaba de volver de Mar del
Plata. Está enfermo: la diabetes avanza y necesita dinero. Por eso su amigo y
periodista Rodolfo Palacios organizó el taller: dos encuentros intensivos en
los que desplega lecturas, poesía y el anecdotario de su vida.
Symns volvió de
España en 1982, influenciado por algunas lecturas de revistas europeas.
—Recuerdo Ajo
Blanco, El Viejo Topo y El Víbora, una revista de historietas que se atrevía
por ejemplo a mostrar a un niño haciéndole una fellatio a su padre. Los
italianos eran lo más dark en temas de sexualidad. El impacto de esas imágenes
y lecturas me hizo recordar la maldición moral que regía en el país donde yo
había nacido.
Cuando llegó a
Argentina, la Dictadura todavía no había terminado, la Guerra de Malvinas había
sacado las multitudes a la calle —“en la multitud no hay nadie, sólo la voz del
poder hablando”, dice que dice Schopenhauer—, y había puesto en evidencia la
pleitesía con el gobierno militar de varios de los referentes del rock. El
rock, que había conquistado a Symns por su espíritu insurrecto, ahora hablaba
de “patria”, “nación”, “pueblo”.
—En realidad mi
oficio era el de monologuista callejero. Estaba en la calle Corrientes y me vio
actuar Jorge Pistocchi, el director de Pan Caliente, aunque parezca increíble,
y me preguntó si quería ser Jefe de redacción de la revista. Al mes, dos meses,
me vino a visitar el Jefe de redacción de Clarín y me llevó al diario.
—¿Va a comer
postre?
—¿Tiene flan
casero?
—No, ¿le mando a
comprar uno de supermercado?
—Bueno, pero
traémelo que no me dé cuenta, no en el envase de plástico.
En Pan Caliente
conoció a Gabriel Levinas. Levinas era un marchand de lo contemporáneo que
había tenido que abandonar la militancia en el PCR por un cáncer fulminante, al
cual sobrevivió, y en 1974 abrió una galería de arte a metros de la calle
Florida. Levinas dirigía El Porteño desde 1979 y esa tarde de 1982 Pistocchi lo
había llamado para pedirle asesoramiento acerca del rumbo de Pan Caliente.
Según cuenta Levinas, en la redacción estaba Symns solo: había escrito toda la
revista con seudónimos mientras Pistocchi se fumaba un porro. Al poco tiempo,
en una marcha por Teatro Abierto, Syms y Levinas volvieron a cruzarse. Cuenta
Symns que Levinas, que estaba con León Gieco, lo presentó como “el mejor
periodista del país”. Y ahí se lo llevó a trabajar a El Porteño.
Sus primeras
notas fueron sobre homosexualidad, dando la palabra a gays y lesbianas. En
paralelo a su incipiente actividad como periodista, había empezado una
ascendente carrera como monologuista en pequeños antros. Symns quería hacer el
periodismo que había aprendido en España, pero tuvo resistencia interna,
“Fogwill, Briante, me querían prohibir”.
Cuenta Levinas:
—Cerdos & Peces surge de la incompatibilidad entre el staff
tradicional de El Porteño y Enrique Symns. El jefe de redacción era Miguel
Briante, el secretario fue Jorge Di Paola, después fue Ernesto Tiffenberg, pero
la realidad es que todos ellos tenían un criterio muy arcaico de lo que era el
periodismo. Estaban pasando otras cosas, el mundo tenía otras necesidades,
tenía las reivindicaciones de los aborígenes, de la sexualidad, de la
homosexualidad, de los presos comunes, de un montón de cosas que no eran
advertidas como una necesidad y era algo que resultaba para nosotros muy obvio,
para mí, para Enrique.
Levinas dice que
la forma de expresarse y de pensar de Symns chocaban con el periodismo
tradicional. Los editores no aceptaban el estilo de Symns ni su vehemencia.
Briante amenazaba a cada rato con renunciar. Levinas, que tenía el capital,
creó dentro de El Porteño un espacio exclusivo para Symns. El suplemento sería
independiente y Briante no tendría nada que ver con el contenido. El nombre del
suplemento fue jugado a los designios del Iching. Levinas tiró y salió el
hexagrama 61 “la verdad interior”, que dice: “los cerdos y los peces son los
animales menos espirituales y por lo tanto los más difíciles en ser influidos.
Cuando uno se halla frente a personas tan indómitas. Todo el secreto del éxito
consiste en encontrar el camino adecuado para dar con el acceso a su ánimo”.
Symns buscaba
combatir al “periodismo jurisprudente”, aquel que está a favor de los policías
y no de los ladrones, de los médicos y no de los leprosos, de los jueces y no
de los drogadictos. Contra un periodismo que juzga, que mapea, que interviene a
favor del orden, proponía la mirada de los marginados, de todo lo que excede,
lo que espanta, lo inmundo. Cerdos & Peces, la revista de este sitio inmundo
fue un intento de captura de las subjetividades libres, desclasadas, “los
peores”, los sujetos que “se resisten a la cultura”, según se interpreta del
hexagrama 61.
Baigorria
describe el público lector de C&P en continuidad con la redacción:
cualquier lector podía convertirse en productor de la revista. Y ¿quiénes la
leían?, contesta Baigorria:
—La revista la
leían las minorías, lo minoritario, no hablábamos de “under”, eran los márgenes
de la sociedad: dealers, gays, punks, anarcos, presos, la gente del rock,
cuando el rock todavía era rock, la gente que iba a Cemento, al Parakultural,
todo ese tipo de gente. En la redacción estaba siempre Enrique, a veces con su
sifoncito, la gente se podía quedar a dormir, llevabas tu nota y te hacía una
leve modificación ahí mismo, era eso y acto seguido se armaba un derrape de
alcohol y cocaína, en el que podías participar o no.
En el cruce entre
el linyera trotamundo de Lanús, hijo de anarquistas, flaneur de las drogas y
los porteñísimos periodistas de profesión, analistas culturales, escritores de
novelas, se desarrolla el vector Symns de la cultura argentina. Es en ese
encuentro que Enrique debe forzar su identidad y comienza a definir su voz
periodística y literaria (oral y escrita). ¿No hay, sin embargo, en él una tradición
circense, un tinte pantagruélico, una comicidad emparentada con Alberto Olmedo,
con la extroversión del surrealista Salvador Dalí, afecto también a las
declamaciones? Symns no era under hasta que la cultura burguesa lo encapsula
allí. Su desarraigo, su explosión infantil, payasesca y delincuencial, de quien
“pelea por divertirse”, no pudo ser tragada por la intelectualidad, pero
inaugura una vertiente carnavalesca. Enrique queda ligado a los submundos pero
con un lugar en el mundo desde donde decir: una revista, un monólogo. Queda
amigo de los actores y actrices, los músicos delirantes, los poetas. A su don
para ver relatos por doquier y para contarlos con plasticidad de escultor se le
sumaba ahora la dimensión de la lengua: rufián, androide, miserable, elegancia,
merodeo, todas palabras de su léxico personal.
C&P se editó
por primera vez en agosto de 1983: la tapa era la foto de unos jóvenes
pidiéndole fuego a un policía para prender un porro. El día que salió pusieron
una bomba en la redacción de El Porteño.
—Yo era
anarquista, de mentira, porque ni siquiera era anarquista, yo decía que era
anarquista para que me dejaran de joder con por qué no era peronista. Era
anarquista-individualista, que es la peor mierda, sos un hijo de puta burgués
que le chupa un huevo la humanidad.
Esa es su
respuesta cuando alguien le pregunta si en aquel espíritu de la revista había
política. Lo dice con sus manos alzadas, como dirigiendo la orquesta de su
propio discurso. El padre de Enrique era anarquista y decía que el fraude de
Perón fue convertir a los guerreros revolucionarios en mendigos sindicales.
“Militar viene de milico”, dice, todavía peor que el periodismo jurisprudente:
el periodismo militante.
Aunque rehúye de
la palabra política, porque le remite a “la dominación”, como director de
Cerdos & Peces participó de la organización de un festival en Parque Lezama
en apoyo a la candidatura de Augusto Conte, diputado de la Democracia Cristiana
y referente de Derechos Humanos (uno de los fundadores del CELS). Symns cuenta
una anécdota de aquel festival: lo recaudado iba a la campaña de Conte, pero
cuando terminó el recital, en el que tocaron Los Redondos (sin El indio, que no
estaba de acuerdo), entre otros, se dieron cuenta de que faltaba buena parte de
la caja y acusaron a Miguel Abuelo por el robo. El ladronzuelo había sido el
propio Symns.
13 mil ejemplares y un amor
Esos años de
frenesí, con Luca Prodan, Batato Barea, José Sbarra, Los Redondos, Vera Land,
cuando “todos éramos como chamanes, íbamos de plaza en plaza, de bar en bar”
fueron los años más exitosos de la revista: llegó a vender 13 mil ejemplares
por número mensual. En las noches blancas de la redacción, Symns escribía las
editoriales acompañado de alguno de los cadetes, “todos chicos hermosos, los
amaba”, entre los que se cuenta El Mosca, el cantante de 2 minutos.
“Leer la revista
era como comer un sánguche de milanesa, era mi alimento”, dice Hugo de la Paz
es un lector fanático de la revista y de Los Redondos, ese cocktail simbólico
fue para él “como ir a vivir a la China”. De la Paz tenía 17 años, trabajaba en
una fábrica y la revista fue una gran compañía para “soportar el mundo”. No
sólo para eso: en sus páginas, por ejemplo, conoció “quién fue Carlitos Marx”.
De la Paz hoy tiene casi 50 años, trabaja de plomero, pasa música, y aunque
Symns fue su ídolo en tiempos de rebeldía lo recuerda con desengaño: las
posturas políticas de Symns, abiertamente antipopulistas, antikirchneristas, le
bajaron el mito.
Helmostro Punk
editaba, junto con Mosquil y Picún, la sección Barrio Chino, una agenda del
rock, el punk y las drogas que experimentaba la miscelánea, el cómic, el humor
erótico y la estética y factura del fanzine. Fue además quien escribió un texto
clave para entender el punk argentino, el editorial del compilado Invasión 88.
Mauricio Kurcbard (como se hace llamar ya adulto Helmostro, devenido clown y
cantante, “exiliado cultural del macrismo” en México) recuerda a Symns como un
maestro. En Argentina muchos temas los habilitó él (drogas, sexo oculto,
estafadores, ladrones, pervertidos), era un talentoso, aunque un poco
reiterativo. Seguramente cuando muera va a estar al lado de Arlt”.
Symns también
recuerda a Helmostro:
—En la redacción
estábamos yo, Vera, Helmostro Punk, Fernando Almirón, que se murió hace
poquito, pobrecito, y Levinas… Éramos como el francés Michel Foucault: primero
comía, después cogía y después se dedicaba a pensar, así tiene que ser la vida.
No podés pensar sin coger, se piensa después de coger, cuando ya liberaste
todas tus energías.
Vera Land fue su
amiga, amante y esposa. Por consejo del Indio Solari devino Jefa de Redacción
de la revista. Una mujer imponente con quien se casó por pedido de los padres
de ella, que era menor de edad cuando empezó a “salir” con Symns.
Vera hoy trabaja
en Mavirock, una revista para público joven, que homenajea a una fan de Los
Redondos que murió adolescente. Tu maquillaje de fuga se evapora con la luz
(publicado en 2001 en Chile), es el único libro de Vera, una novela emparentada
con la lengua de Symns. Andrea Álvarez, su nombre real (“Rebotín, rebotán, de
la vera Vera Land”, la recuerda una canción de Los Piojos), se resiste a dar
testimonio a periodistas sobre esta época, tampoco existen imágenes de ella en
Internet. Llevan separados más de 10 años: “El divorcio lo pagó ella, salió
como 6 mil pesos”. Vera vivía hasta hace muy poco en la Casa Marconetti, de
Paseo Colón y Brasil, frente a Parque Lezama: edificio emblema de la época,
donde alguna vez convivió con Symns.
Symns no abandonó
el nomadismo, ni cuando tenía un poco de plata. “Nunca me importó el dinero, yo
quería dinero para el champagne, cocaína y taxi”, dice con la risa seca en
busca de complicidad. Cada tanto volvía a la casa de sus padres a dormir en una
cama limpia y despertar con el desayuno que la madre anciana le preparaba.
Henry, líder dealer
“Fabi Cantilo
echó a Henry Miller/ porque era muy tarde y por lo que escribe”, dice “Tercer
Mundo”, hit de 1990 de Fito Páez. Ese “Henry Miller” es nuestro Enrique Symns.
Dos años después del éxito radial, Fito colaboraba con 5000 pesos para el
retiro que iba a hacer Symns a Necochea. Los Redondos pusieron 700 pesos:
habían editado La mosca y la sopa —con el arte de tapa de Rocambole, que había
elegido la imagen de un cerdo comiéndose a un pez—, un disco que incluía
Blues de la artillería, el tema dedicado a Symns: “¿Cabe todo lo tuyo en una
maldita valija?”.
A medida que
Symns creaba su propia cofradía se distanciaba de Los Redondos, que a fines de
los 80 cambiaron los tugurios febriles por microestadios. La Negra Poli le
había pedido a Symns que no participara más en los shows: los monólogos le
parecían muy subidos de tono y la amistad casi hermandad que tenía con El Indio
se había evaporado. Cuando a fines de abril de 1991 asesinaron a Walter Bulacio
en la puerta de un recital de los Redondos en el Estadio Obras Sanitarias,
Symns ya estaba enemistado con ellos y la postura de la banda terminó de romper
el vínculo.
—Cuando muere
Walter Bulacio le escribo una carta al Indio Solari en Cerdos & Peces y lo
acuso de complicidad en el crimen. Nunca reconocieron la muerte como asesinato.
Aún hoy cuando todos reconocen el homicidio, todavía los Redondos no asumieron
la culpa y responsabilidad en ese crimen. A la policía la habían contratado
ellos. “Conversaciones de pajaritos” llama Symns a los diálogos de la
merca. La cocaína es la explicación que muchos dan para entender el presente de
Symns, enemistado con sus amigos, en soledad y angustiado por tener que seguir
vivo.
—La cocaína era
la única manera de vivir, era la única manera de soportar la estupidez de la
normalidad, de la inmunda galería de espectros que es la ciudad, donde lo único
que podes hacer es trabajar, estudiar, casarte, tener hijos, toda la pelotudez
junta en una masa de mierda de giles perdidos. El tipo que va a la facultad es
un pelotudo, en vez de perderse, extraviarse y leer y aprender de la vida y de
los demás, no, vivís en una masa de gente que no le importa un carajo los
otros. Y además, si sos negrito sos confiable, si sos blanquito no te creo
nada.
Ya convertido en
mito, luego del distanciamiento de Los Redondos, continuó como monologuistas de
Bersuit Vergarabat, Los Piojos y Los Caballeros de la Quema.
—Enrique era muy
generoso con las bandas nuevas. Yo lo conocí porque leía la Cerdos. Habíamos
sacado un casete que se llamaba Primavera Negra, se lo llevé a la redacción,
ahí estaban Vera y Enrique. Era un tipo inquietante. Era un chaman del under,
no del under pedorro, el under era otra cosa, por su inteligencia y su
formación, no por su costado de reviente, una leyenda que él ayudó a construir,
es un tipo autodestructivo. La autodestrucción es su sino. Era un cazador
nocturno, cuando todavía parecía que la noche tenía algo para dar, un gran
cronista de la época.
El que habla es
Iván Noble. En entrevista de 2005, Symns lo mencionó como su mejor amigo. En
Cemento, en Arpegio, compartieron escenario. “Después se hizo más amigo de mi
ex mujer, Julieta Ortega”, dice Noble. “La última vez que lo vi fue en la casa
de mis ex suegros, hace dos años, tenía problemas para caminar, siempre lo
recuerdo como una puerta de entrada a un mundo que de otra forma no podrías
conocer”.
Los años 90
pusieron reflectores de gran potencia apuntando hacia el under, las bandas de
rock se volvieron comerciales, los periodistas de los márgenes entraron a la
Rock and Pop, a Página/12, crearon suplementos, hicieron magazines en TV. Hasta
Symns llegó a la pantalla, como invitado del programa de Mariano Grondona,
representando al“Movimiento disidente toxicológico”, al lado de Chiche
Gelblung, Mariano Grondona, Nicanor González del Solar, Carolina Perin y Mempo
Giardinelli. El debate era sobre la pertinencia de mostrar por televisión las
experiencias del español Antonio Escohotado.
Los 90 son la
deglución mediante el mercado de todo lo que una década atrás eran experiencias
inclasificables. Los periodistas y artistas under buscaban entrar al mercado y
a los nuevos medios privatizados como asalariados. La contracara era la
cocaína.
Las clínicas
Symns publicó varios libros. Algunas de sus historias comenzaron a la
manera del folletín en las páginas de Cerdos & Peces, como La banda de Los
Chacales (1987), la historia de un grupo de delirantes que toma un estudio de
televisión. Luego publica Invitación al abismo (1995), selección de textos
periodísticos y literarios; Páez (1996), biografía de Fito Páez; La vida es un
bar (2002), selección de textos periodísticos y literarios, reeditado por El
Cuenco de Plata en 2008; La última canción (2002), biografía del grupo de rock
chileno Los Tres; El señor de los venenos (2004), autobiografía; En busca del
asesino (2005), Big Bad City (2006) y Senderos extraviados: crónicas y entrevistas
al límite (2013). Además, participó como investigador en el film Sobredosis
(1986) de Fernando Ayala y como actor en el corto El Puñal (1990) y en Plástico
cruel, adaptación de la obra de José Sbarra, dirigida en 2004 por Daniel Ritto.
En 1998 se fue a
vivir a Chile. Fue profesor universitario, dio clases de Epistemología del
Lenguaje en una universidad en Concepción y fue parte del equipo fundador de
The Clinic, una revista contracultural.
Patricio
Fernández, uno de los miembros fundadores y actual director del semanario,
cuenta su relación con Symns en un texto acerca de los orígenes de esa
publicación: “Symns se incorporó a la revista”; dice. En cambio, para Symns, la
revista fue inventada por él: “Éramos él y yo, nadie más. Yo me consideraba un
co-director, no un empleado. Yo inventé la revista, inventé todos los
suplementos”, argumenta en el famoso descargo que hace contra The Clinic en el
diario El Mercurio en noviembre de 2001. Symns no sólo acusa a Fernández de no
reconocer su participación en la sociedad sino también de “fraude ideológico”,
porque Symns había descubierto que el capital inicial de la revista era en
parte de un ministro del gobierno. Pato Fernández niega las acusaciones y
cuenta que indemnizaron a Symns, que después de amenazar con encadenarse en las
puertas del edificio se fue a vivir con ese dinero a La Isla Negra. Sus
discusiones en el Bar Liguria de Santiago lo habían hecho famoso. Aquel fue el
momento de mayor exposición y éxito económico, pero no duró mucho. La biografía
que escribió con Vera Land sobre el grupo Los Tres le trajo complicaciones
legales y personales. Se gastó toda la plata y en 2002 volvió a Argentina. Lo
esperaba una vida de croto.
Deambuló entre
diversas publicaciones, programas de radio (El falso impostor, con Gillespie,
fue lo más destacable), pensiones y clínicas. Pasó una temporada en Bariloche,
donde sufrió un ACV en el medio de un bosque. Allí le ocurrió lo mismo que en
sus sueños de infancia: por más que le hablara, su mano estaba como muerta, no era
suya, no le respondía. Vivió en Derqui, después en Mar del Plata, dejó de tomar
cocaína pero no soportó la vida en hoteles. Sacó la Pensión de escritores de la
Ciudad de Buenos Aires. Hoy vive con eso y con los derechos de sus libros.
—Nunca tuve miedo
a la pobreza, siempre fui pobre. Una de las cosas que me tiene cansado es que
vivo en pensiones horribles, desde hace 10 años ya. La soledad del hotel no es
lo mismo que la soledad de vivir en una casa, la soledad de un hotel es como la
cárcel: tenés que compartir con desconocidos, está prohibido tener amigos y
familiares. Es 2014 y Symns termina el flan de plástico en un bar de
Constitución. Está rodeado de gente que lo admira y le hace preguntas. Symns
apenas modula las palabras: no es su dentadura, no son las copas de vino, no es
la salud deteriorada; está retorcido por la angustia.
—Ya no tengo
ganas de escribir, tengo que hacerlo para sobrevivir, por mí no escribiría más,
no sé lo que haría, por eso no sé si seguir viviendo, es algo que mis amigos no
quieren escuchar pero es la verdad. Yo no puedo dormir de noche porque… Odio
todo lo que me pasó, odio Cerdos & Peces, odio ser escritor.
De regreso a su
pensión, pasa por un banco a retirar dinero, pide ayuda para colocar la clave
alfanumérica. El que reniega de la revista, teclea su secreto: P-E-Z.
Hoy —El clima de derrota y negatividad siempre lo acompaña, es como una
sombra maldita que lo persigue. Pero está mejor de ánimo.
Rodolfo Palacios,
con quien comparte la admiración delincuencial, es su gran amigo de los últimos
años. Para el 2016 tienen proyecto conjunto: un libro sobre la Triple fuga, que
ocurrió en diciembre pasado, mientras Symns se recuperaba de una intervención
compleja. En 2015 un grupo de admiradores organizó eventos y colectas para
operar a Symns de la próstata: se juntaron cerca de 70 mil pesos. Gracias a
ellos se volvió a salvar. Hoy lee y mira películas todo el día, solo en una
pensión.
El 24 de mayo
hizo un show en El Emergente. Tenía la potencia ancestral intacta pero por
momentos la voz se perdía. Tomó sólo agua y fumó sin parar. Como es usual habló
pestes de los hospitales y avisó que esa era su despedida. Como es usual
también, sobre el final, se desdijo: “la pasé tan bien esta noche que quizás
pueda repetirla”.
—Lo revitaliza el
caos —dice Palacios.
Symns, el mito
viviente de under, el falso impostor, el escritor que vivió su vida como si
fuera parte de su obra: un degenerado, un genio, un chaman, un miserable, ¿un
mito?
—No, leyenda.
Leyenda es un ejemplo que dejás sobre cómo sobrevivir en soledad en un mundo de
zombis, de seres estructurados, de personas ausentes que andan por las calles
yendo y viniendo de lugares, no estando en ningún lado como la mayoría de
ustedes, como ustedes que no están en ninguna parte. Nosotros éramos como una
manada de desahuciados que tratábamos de escapar de la cárcel del tiempo.
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De ANFIBIA
Fotografía:
Alejandro Kaminetzky