JOAQUÍN CAMPOS/Phnom Penh
Mientras el mundo
debate sobre el calentamiento global, en pleno centro de la capital de Camboya, donde casi todos los días supera los 35 grados
centígrados, el 'hielo' sigue congelando centenares de cabezas de
nativas que no poseen más ayuda que la de su camello, a menudo uno de los
mismos policías que patrullan –por denominarlo de algún modo– la zona centro de
Phnom Penh.
Son las tres de
la tarde de un martes cualquiera. Nos encontramos en la zarrapastrosa
habitación de un negocio que dice ser un hotel, a escasos cincuenta
metros del epicentro de este tsunami humano. Es la calle 51, a la altura
del Golden Sorya Mall, un espacio que fue gestado como centro
comercial y de ocio cuando en realidad da pena verlo: el 80% de los espacios en
alquiler vacíos y el resto ofreciendo bebidas al extranjero que sabe que podrá
practicar sexo fácilmente. La habitación, sin aire acondicionado, cuesta
diez dólares. Del baño sale un hedor considerable. Y el ventilador comete dos
fechorías: aligerar poco el cargadísimo ambiente, y soltar un sonido tan
estridente como repetitivo.
Y hace frío.
Mucho frío. Porque el 'ice' es la motivación para que Sreymom, una prostituta
con evidentes rasgos de poseer alguna que otra enfermedad, ayude económicamente
a la mafia que controla la calle. Porque por otros diez dólares
adicionales, los que cuesta la dosis básica de 'ice' –lo mismo que pernoctar en
un zulo sin necesidad de llevar el pasaporte encima–, la drogadicta que se hace
pasar por prostituta –realmente haría cualquier cosa con tal de no perder la
comba de su macabro globo continuo– dará rienda suelta a los sueños de
su cliente, normalmente jubilado o cercano, y casi siempre en bermudas y
chanclas.
Mientras todo
esto sucede, miles de camboyanos, que nada tienen que ver con este tinglado que
acontece a plena luz del día, intentan mantener sus vidas a flote.
El pescadero reparte vieiras repletas de tierra dada la cercanía del mercado
central de 1937; otro señor en moto y descamisado carga con un inmenso espejo
al borde del accidente de tráfico; diversas señoras ataviadas con trajes
locales ofrecen vegetales encurtidos a los viandantes que hacen como que se lo
piensan; súmense los centenares de niños descalzos que juegan
alrededor del Golden Sorya Mall sin enterarse de qué va la cosa.
Escena cotidiana
al caer la noche en el Golden Sorya Mall: prostitutas, y parroquianos locales,
en torno a las siempre concurridas mesas de billar. (J. Gazzano)
Ni comer ni
dormir
El 'ice' o
'hielo' es una metanfetamina refinada que se deja cristalizar y que
visualmente parecen pequeñas láminas transparentes, cercanas al
azul. La droga, y no sólo por barata –una meretriz en Camboya, uno de los
países más paupérrimos del mundo, no podría permitirse el lujo de engancharse a
la cocaína–, hace estragos por lo que fulmina. Nan, otra de nuestras
protagonistas, nacida en la sureña provincia de Kampot y que dice tener 19 años
-cuando, aunque aparenta 33, sabes que podría tener 15-, nos
confirma por qué la consume.
– Me vacía la
cabeza. Me olvido de todo– comenta, mientras aspira por la boca una
buena dosis de un hielo que la deja completamente grogui entre ese densísimo
humo blanco.
Cuando Nan habla
de "olvidarse de todo" se refiere a dos asuntos básicos. Porque
cuando se consume esa maldita sustancia desaparecen por completo las
ganas de comer y dormir, dos asuntos primordiales si una persona desea
permanecer cuerda, o mejor dicho, viva. Echando un vistazo al panorama general
de consumidoras, uno detecta un dato irrevocable: el 95% de las chicas no tiene
más de 25 años y probablemente ninguna se acerque a los 40. El 'ice' no sólo
te arranca las piezas dentales, sino que contribuye a que la esperanza de
vida del camboyano siga siendo de las más bajas de Asia y del mundo.
Solo hay que
pasearse por esta manzana en pleno centro de su capital, Phnom Penh,
a la que esa droga sepulta de gloria, para comprobar que el daño, si no es
irreversible, al menos lo parece. La ciudad ya es demasiado famosa por su
turismo sexual de extranjeros septuagenarios tatuados, y por el no menor
de exconvictos con visados anuales sin que rechisten siquiera
los del control de pasaportes y sin que ninguna autoridad, competente o
parecida, les haya preguntado por sus antecedentes penales.
Phnom Penh, que
fue conocida en el París del pasado siglo como "La perla de Asia",
hoy es un destino facilón para pederastas de medio mundo que campan a
sus anchas. Además hay que sumar que a la capital del antiguo Imperio Jemer
se la sigue asociando con ese lamentable pasado que dejaron los Jemeres Rojos:
uno de los gobiernos de la historia documentada de la humanidad que más
población ha matado. Concretamente al 25%.
Hoy, como
recompensa, la ONU dice enjuiciar a los presuntos culpables de aquella masacre
mientras pasa por alto a Hun Sen, el primer ministro de todo este desaguisado,
que fue alto cargo de aquellos golpistas maoístas y que hoy, corrupto hasta la
médula, presume de llevar más años que nadie en la poltrona del poder
absoluto y totalitario: treinta y uno. Estamentos internacionales le
acusan de amañar elecciones, de quitar de en medio a opositores –algunos asesinados,
otros presos y el más importante, Sam Rainsy, exiliado– y de amasar cientos de
millones de dólares cuando en el país el sueldo medio de sus votantes no
supera un billete de cien, o por acercarlo más a nuestras mentes, a un ida
y vuelta en AVE de Madrid a Barcelona.
Por eso y por
otras circunstancias, Sophan, natural de la vecina provincia de Takeo, decidió
prostituirse hace dos años. Solo hay que verla y escucharla para comprender
todo esto. Con 22 años y aparentando, según la mala tarde, el doble de edad,
desprende una realidad difícil de explicar sólo con palabras. Por eso en este
texto las imágenes son mucho más que primordiales. Si acaso esenciales.
Dos jóvenes
prostitutas camboyanas. (J. Gazzano)
"Cuando
has entrado, no sales"
– Hace dos años
me salió un trabajo de masajista a 120 dólares; todo un dineral. Y con
propinas. Pero la vida en Phnom Penh no es fácil y los gastos
muy altos. Por lo que dejé aquel trabajo y comencé a hacer de chica de compañía
en un bar. Sin sexo. Pero claro, allí desde la primera a la última consumía
'ice', y a mí no me quedó más remedio que probarlo. Y cuando has
entrado ya está. No sales. Al medio año me echaron y desde hace tres meses
vivo aquí, en la calle, donde me prostituyo.
Es una pena que
Sophan, de rasgos faciales espectaculares –lástima que le falten siete
dientes y que sus ojos sean un par de bolas negras de billar,
dilatados hasta el extremo; opacos; con menos brillo que el entierro de un
neonato–, gane el doble por hacerlo sin preservativo.
– ¡Son ellos! Me
ofrecen 20 dólares, y a veces hasta más, por hacerlo sin protección.
– ¿Y tú qué
haces?
– ¿Tú qué crees?
A partir de estos
mismos instantes, querido lector, este texto va a ascender en
contundencia informativa. Avisado queda. Habrá quien se plantee que todo
esto que cuento sea pura ficción. Pero todo es verdad y seguramente me quede
hasta algo corto.
Sophan no tiene
problemas en desnudarse delante de mí, dejando ver innumerables manchas
negruzcas. Cuando le pregunto a qué se deben esquiva la respuesta.
– ¿Qué manchas?
– Éstas– señalo
una especialmente grande.
– Debe de ser de
cuando di a luz.
– Mi madre ha
dado a luz dos veces y no tiene manchas.
– Pues no sé.
– ¿Qué edad tiene
tu hijo?
– Cuatro años.
– ¿Quién lo
cuida?
– Mi madre.
– ¿Tú madre sabe
que te prostituyes?
– No… Cree
que trabajo en un restaurante de camarera.
El consumo de
hielo rápidamente deja su huella: marcas de enfermedad repartidas por cualquier
parte del cuerpo. (J. Gazzano)
Un cibercafé
como tapadera
– ¿Desde cuándo
no la ves?
– ¡Hace dos meses
fui a verlas, a ella y a mi hija! Por cierto, ¿podrías invitarme a una
dosis? Son sólo diez dólares. Más dos para la 'moto'. ¡La necesito!
Y claro, te
asalta la duda. ¿Se puede invitar a 'ice'? ¿No? ¿Pero si dice que lo necesita?
¿Y a chupitos de tequila sí? ¿Y a rayas de coca? ¿Y a ceder tarjetas de crédito
para vivir endeudado? ¿Hay alguna ley que informe a qué sí y a qué no se puede
invitar?
Con la 'moto',
Sophan se refería al motorista que, compinchado con policía y camello –sinónimo
de la 'kunda' española que conduce a los heroinómanos a los
barrios menos residenciales de las grandes capitales–, acerca a las
desesperadas a su manantial de hielo: un local provisto de computadoras
obsoletas donde uno puede conectarse a internet como si hubiera viajado en el tiempo
hasta los años noventa. En realidad no hay un solo internauta navegando,
por mucho que Camboya siga siendo, en general, un país atrasado en su
tecnología y en otros tantos asuntos. El espacio incoherente abre las
veinticuatro horas del día. Las chicas entran y salen a cada rato. Sin ningún
género de dudas es una tapadera. Un policía con maltrecha imagen por el alcohol
consumido, y con la chaquetilla verde caqui casi abierta de par en par, hace
como que patrulla a solo quince metros del asunto. Seguramente él
también se lleve su parte. Los mosquitos hacen de satélites alrededor de su
cabeza. Nadie me mira a los ojos: ni el dueño del local, ni la prostituta que
me acompaña –que sale disparada a por su dosis–, ni el policía descamisado.
Ni que decir
tiene, y volviendo a la conversación anterior, que una enganchada –ya sea al
'ice', cocaína, ansiolíticos o al tapete– hace lo que sea, incluyendo mentir,
por sacar una nueva dosis. Porque Sophan, según confirmaríamos luego, lleva
para su familia y su hija como año y medio desaparecida. "¿Tú
crees que casi sin dientes se va a atrever a visitar a su madre?", me
confirma otra enganchada que esa noche anda a la gresca con Sophan por no sé
qué cliente que le levantó hace dos días. "Era mi novio",
me recalca.
********************
Al otro lado del
aparato telefónico atiende Sok Chamreun, director ejecutivo en Camboya de la
ONG Aids Alliance, que concentra su ayuda en el gremio de
las trabajadoras sexuales, infectados de sida y los enganchados por
drogas varias.
– ¿Cuántos
infectados por HIV cree que hay ahora mismo en Camboya?
– En 2015 se
cerró el año con 73.000 casos confirmados, de los que 58.000 fueron
diagnosticados y 54.000 estaban bajo algún tipo de tratamiento. Los otros
15.000 ni lo saben ni se tratan.
El proceso de
convertir el cristal en polvo, y éste, en el humo consumido. Acto terriblemente
ordinario en Phnom Penh pero raramente visto en sus calles. (J. Gazzano)
Esperando una
muerte lenta
El asunto grave
es que desde 1998, que es cuando las ONG comenzaron a operar en Camboya, los números
siguen sin descender y si acaso hasta ascienden. Y que realmente nadie
sabe cuántas personas hay infectadas hoy en día. Hay que recordar que en
Camboya la única sanidad algo decente es privada y carísima, cuando la estatal,
que también se apoquina en efectivo, es demasiado nefasta, y que los jemeres
saben que dar positivo en
este tipo de análisis les llevarían a ser señalados por la sociedad como enfermos y por
ende, a perder sus trabajos y estatus sociales, por muy paupérrimos que estos
pudieran llegar a ser. Por lo que la mayoría espera hasta que enferman
para acudir al médico. Y entonces, ya es demasiado tarde. Cuando, además,
el tratamiento les sale más barato viendo que el deceso está a la vuelta de la
esquina.
Según Sok
Chamreun, en 2012 eran 13.000 los nativos que consumían algún tipo de droga en
el país, de los que 1.300 se inyectaban heroína por vena. Hoy
ninguna de las personas consultadas, aparte del responsable de Aids Alliance,
se atreve a confirmar que el número haya bajado, sino todo lo contrario. Sobre
las prostitutas que en pleno centro de Phnom Penh consumen 'hielo' no hay un
solo dato fiable. Por eso, lo mejor es acercarse y enfrentarse a la
realidad preguntando a las enganchadas, que en esa manzana no son
precisamente pocas.
– Sabemos que la
policía camboyana cobra 'mordidas' a las prostitutas. Y que el gobierno de Hun
Sen no se pronuncia sobre si la prostitución es legal o ilegal. Lo peor viene
cuando hay redadas, ya que las detenidas son enviadas al centro de
rehabilitación Prey Speu, donde las meretrices dicen que aquello en
realidad es una cárcel inhumana donde sufren vejaciones de todo tipo. Hasta en
algunos casos son violadas u obligadas a practicar sexo por dinero, o por mejor
cama o comida.
Mientras se
escribe este texto salta a la luz una noticia lamentable: una prostituta que
huía de unos policías cayó al río Tonlé Sap, desapareciendo entre sus
aguas. Dos días después, su cuerpo sería encontrado bajo un puente, dos
kilómetros más abajo. Su familia clama justicia. Los medios camboyanos, salvo
el Cambodia Daily, no tratan el asunto. Hun Sen, el primer
ministro ex Jemer Rojo sigue marcando el paso de casi todos.
– Es usual que
cuando un policía quiere sacar dinero y/o sexo se acerque a las chicas que
hacen la calle. Cuando les preguntan a qué se dedican les registran los
bolsillos, y cuando les pillan droga o condones las amenazan: o me
das dinero o te envío al centro de rehabilitación, les advierten.
Menores y
minusválidos tratando de ganarse la vida. Al fondo el Plan B, uno de los muchos
antros de la zona. (J. Gazzano)
Pagar el
triple por una menor
Sok Chamreun
asegura que sus empleados acuden en numerosas ocasiones a regalar
profilácticos, jeringuillas y agujas sin estrenar en zonas calientes
de la ciudad. A veces tratan de hacer pruebas rápidas del HIV, pero no todas
acceden.
Nosotros
–escritor y fotógrafo–, que hemos acudido en decenas de ocasiones a la zona y
que para realizar este trabajo estuvimos incrustados en el Golden Sorya Mall
del orden de doce horas diarias ventiladas en varias visitas consecutivas,
aseguramos que jamás hemos visto a nadie que no fuera cliente,
proxeneta, policía o camellocharlando con las chicas.
********************
– ¿Me dejas ver
tu DNI?
– Sí claro… ¿Pero
me vas a pagar mi dosis?
Aren tiene 16
años. O eso dice su carné de identidad: nacida el 12 de marzo de 2001. Según la
práctica totalidad de su competencia –no lo olviden: el capitalismo permite no
sólo que haya gente que se haga rica según su valía, sino que existan
personas que paguen el triple por una menor, aunque sea yonqui–, el
hecho de que Aren tenga dieciséis y pese 38 kilos es la clave de su éxito al
facturar, aún a pesar de que parece una niña de mucha menor edad. Al menos
tiene tetas, la defiende una de sus compañeras.
Otros niños de
entre tres y doce años, a veces sin ropa, juegan entre ellos a juegos
completamente inventados, generando un paisaje visual extraño si tratamos de
comprender que el resto del atrezzo son prostituas, droga y gentuzas
varias. Una vez que dos pequeños echaban una carrera, una madre vino a
ofrecernos sus servicios con su bebé a cuestas. El 'ice', recalcamos, no sólo
te vacía la mente, sino que te oculta la realidad por completo.
Paisaje habitual:
niños y prostitutas. Todos, a su manera, necesitan llamar la atención. (J.
Gazzano)
Entre el
delirio y la realidad
Terminamos este
reportaje con una embarazada de cuatro meses. Su barriga la delataba tanto como
la completa pérdida de la realidad que le generaba el 'ice' en su cara
completamente ida y sus comentarios sin sentido. Como podrán comprobar el
hielo, aparte del hambre y el sueño, también quita la vergüenza sin
que siquiera lo sepan sus consumidores.
– ¿Por qué tomas
'ice'?
– Porque lo
necesito… me gusta. ¿Tienes?
– ¿Qué metes en
la bombilla?
– El 'ice'.
Para consumir
esta droga se necesita una botella de agua y una de esas pajitas que
sirven para beber a los niños y sus amigos en sus fiestas de cumpleaños. En
Asia, continente infantil donde los haya, las madres de 45 años las siguen
utilizando en su día a día: para el refresco, para el batido… Otras, que
prácticamente nunca alcanzan esas edades, para fumar el hielo.
– ¿Quién es el
padre?
– Un inglés.
– ¿Se lo has
dicho?
– Claro.
– ¿Y?
– Le da igual.
Aquella noche
Joseph Gazzano –el fotógrafo– y yo salimos con los gestos congelados. Demasiada
información desde el desconocidísimo Polo Norte del Sudeste Asiático.
Antes de desertar, nos pasamos por las numerosas salas de juegos recreativos
donde esas mujeres con pintas de niñas muestran una realidad incontestable: que
alguien se les llevo su infancia. Porque cada vez que andan algo lúcidas, lo
que practican son los juegos recreativos.
Y tras todo este
reportaje, cuando dormir no es fácil viendo lo que has visto, uno se pregunta:
¿y quién fue el hijo de puta que inventó el 'ice'? ¿Por qué no sale en
la Wikipedia con nombres y apellidos? Por eso a mi querido Albert Hofmann, el
inventor del LSD, lo
seguiré admirando por el resto de los días. Y no porque salga o no en la
Wikipedia. Sino porque hay situaciones en la vida, que por extremas, parecen
irreales. Como lisérgicas.
_____
De EL CONFIDENCIAL, 12/09/2017
Imagen de
portada: Nan, prostituta camboyana, aspirando hielo tras improvisar una pipa
con una botella de agua mineral importada. (Foto: Joseph Gazzano)
No comments:
Post a Comment