Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable (o más)
Imagino a Miguel
Sánchez-Ostiz, barba y pelo blanco, saliendo de sus cuarteles de invierno en el
precioso y tranquilo valle del Baztán para llegar a Madrid, ciudad de paso en
este caso, y tomar un avión rumbo a La Paz. Imagino, también, a Miguel Sánchez-Ostiz
contemplando desde el aire la totémica mole del Illimani, recogiendo su mochila
en la cinta de equipajes y lanzándose en un taxi (o similar) a toda velocidad,
siempre y cuando la ruta no esté cortada por alguna protesta, por la autopista
que baja desde el aeropuerto hasta las calles de La Paz. Le imagino siempre con
la mirada presta a nuevos descubrimientos, pese a ser la enésima vez que visita
la ciudad.
Uno puede
preguntarse por qué siempre La Paz, ciudad sórdida y cataclismática, ciudad de
contrastes. La respuesta más sencilla: porque es un lugar en el que, pese a (o
precisamente por) que siempre será un extraño, Sánchez-Ostiz es dichoso. Pero
también porque es una ciudad dura que atrapa con su realidad inabarcable,
indescifrable y laberíntica.
Pese a esto, y
creo que aquí está la principal virtud del libro, no estamos ante una guía de
viajes al uso ni ante una “carta de amor incondicional” a la ciudad.
No es guía de
viajes al uso porque no se trata de un inventario de seres y lugares comunes.
Obviamente hay elementos que uno espera encontrar en cualquier libro sobre el
país y aquí también se encuentran: la omnipresente coca, las sangrientas
dictaduras militares de Banzer, Barrientos o García Meza, el indigenismo, Evo
Morales, las diferencias y miedos raciales y de clase, etc. Pero “Chuquiago” se
trata, más bien, de un estudio antropológico sin antropólogo titulado, un
testimonio de lo visto y de lo vivido fuera de consignas o convenciones.
Sánchez-Ostiz es un paseante más en el barullo de la vida paceña, un
registrador de imágenes de una ciudad a la que constantemente califica de
termitero humano hecho de furia y reivindicaciones, de mundo abigarrado en permanente
ebullición.
Y no es una carta
de amor incondicional a la ciudad porque el autor es plenamente consciente de
las contradicciones que en ella habitan. Porque hay una La Paz oscura, la de
los timadores de poca monta, las borracherías, la droga, el mercado del sexo,
los charlatanes de sectas de lo más variopinto, etc, pero también hay una La
Paz hermosa, alegre y colorida, la de los recónditos patios, la de los
carnavales paceños, la de los colores y sabores de los mercados callejeros, la
de la gente que uno encuentra por el camino, casi sin querer, y que realmente
vale la pena, etc.
Pero, además de
las dos anteriores, hay más "La Paz", entre las que destacan las
siguientes:
1. La Paz
sincrética, esotérica, mágica y religiosa, mundo absolutamente desconocido y
llamativo para el blanquito de turno. Esa La Paz de challas, amautas, yatiris,
reciris, curanderos, etc, que nos enseña el autor sin entrar a juzgarla ya que
es jodido juzgar lo que nos somos capaces de entender.
2. La Paz
cultural, escenario de una literatura caótica y desesperada, de la que son
buena muestra autores malditos, ensalzados y denostados por igual, como Jaime
Sáenz o Víctor Hugo Viscarra y autores no tan malditos como Juan de Recacoechea
o Alfonso Murillo. El catálogo de autores (y, en menor medida, pintores,
arquitectos, etc) es amplio y sirve para tratar de ponerse al día, tanto es así
que este martes me acerqué a rebuscar por la madrileña Librería Iberoamericana
a ver si encontraba algo de los autores citados. Escaso éxito el mío,
por cierto.
3. La Paz
política, lugar en el que cohabitan víctimas y victimarios, refugio y escenario
de la andanzas de personajes como Regis Debray o el nazi Klaus Barbie y sus
“Novios de la muerte”, reyes del hampa paceña durante años, gracias a la
connivencia de los gobiernos o desgobiernos de turno.
Pero todo viaje
termina y este, la deriva o patiperreo paceño de Miguel Sánchez-Ostiz, también.
Y lo hace dejando la sensación de ser un lectura más que recomendable a poco
que uno tenga algo de curiosidad por el tema y sea capaz de sentarse en un
rincón a leer la vida paceña pasar. Y si no lo tiene, pues a otra cosa, pues
esta no será su lectura.
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De UN LIBRO AL
DÍA, 26/04/2018
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