RUBÉN PANICERES
A
principios de los años setenta Michel Foucault publicó un
libro titulado Yo Pierre Rivière... Dicho texto,
basado en un caso real de parricidio ocurrido en Francia en el siglo XIX,
utilizaba la reconstrucción de un parricidio para una exploración de la
dimensión polisémica y manipuladora del(os) lenguaje(s). El crimen de Pierre
Rivière parecía transmutarse en algo diferente según fuera relatado por las
transcripciones de la declaración del implicado, los informes psiquiátricos o
la jerga legal del proceso. Foucault pretendía sugerir que cada estamento,
antes que tratar de comprender el origen de los hechos, se limitaba a cosificar
con su particular retórica las palabras y las cosas de los seres humanos. Ésta
es una situación prototípica de los tiempos actuales. Siempre que se comete un
asesinato especialmente cruento, la reacción de la sociedad y de sus
portavoces, los medios de comunicación, expone, antes que el horror por
el hecho en sí, una sensación de incredulidad y desconcierto. ¿ Cómo ha podido
pasar algo así? ¿Por qué se ha cometido el acto? A continuación viene el
desfile de “expertos”: criminalistas, psiquiatras forenses, policías, leguleyos
y periodistas amarillos que canalizan el odio de las buenas gentes, pidiendo a
media voz o a gritos la vuelta de la tortura, la pena de muerte y la condena
sin juicio previo. Pero, en realidad, exponiendo tópicos de manual o de
gacetilla sobre las raíces del elemento de crimen, que diría Lars von
Trier.
Y es que se nos
hace muy difícil comprender qué pasa en la mente de un asesino. Eso lo han
intentado grandes escritores como Dostoiewski, Jim Thompson, Guy
de Maupassant, Edgar Allan Poe o el
japonés Shiro Hamao. Sin embargo, este último creo que fue más
lejos que los autores occidentales. Mientras aquéllos intentaban explorar la
tierra de las sombras de las mentes criminales, para dar un poco de luz sobre
sus motivaciones, Hamao insinúa que el crimen no es más que una comedia de
equivocaciones, de percepciones erróneas sobre el yo y los otros, cuyo primer
afectado es el propio asesino.
Nacido en 1896 en
Tokio, Shiro Hamao perteneció a la nobleza nipona, llegando a poseer el título
de vizconde. Doctorado en derecho, ejerció como fiscal del distrito en su
ciudad natal y en ese oficio comenzó su curiosidad sobre las motivaciones
psicológicas del delito, las cuales trasladaría a su obra literaria, que se inicia
en la revista Shin-Sheinen en 1929, publicando varias novelas
cortas (las dos primeras son las que aparecen en la presente antología de la
asturiana Satori Ediciones: El discípulo del diablo y
¿Fue él quien los mató?). En una breve carrera que abarca aproximadamente
unos seis años (fallece en 1935) publica 19 narraciones, 16 de ellas con el
formato de novela corta, y se convierte, junto con el legendario Edogawa
Rampo, en el padre de la novela negra japonesa. Se ha considerado a
ambos autores como los creadores de una narrativa bautizada como “erótico
absurdo”, con predilección por el erotismo morboso, la corrupción y la
decadencia.
En la obra de
Hamao el ejercicio del método deductivo, propio de la novela enigma, se
contamina por un viento de locura y sexualidad desquiciada. El protagonista de El
discípulo del diablo, aunque trata de elaborar un discurso razonado en la
confesión de un asesinato, se nos descubre como un personaje degradado, alguien
que ha vivido una juventud depravada influido por la perniciosa influencia de
su mentor y amante que, ironías del destino, será en el futuro el fiscal que
juzgará su caso. Eizo ( el protagonista del relato) vive una sexualidad más
ambigua que ambivalente; adicto a los somníferos, es un misántropo y un
misógino que, sin embargo, como les sucede a muchos que detestan a la mujer, no
puede vivir sin ella. Desengañado por un amor homosexual frustrado, al que se
suma otro igualmente fracasado romance hetero, se verá envuelto posteriormente
en un incómodo triángulo entre una esposa a la que maltrata y desprecia y una
amante de la que parece depender como el toxicómano de su dosis, aunque tampoco
parece amarla demasiado. La trama desarrolla una tortuosa conspiración para
envenenar a su esposa y poder disfrutar con tranquilidad de la amante. Sin
embargo, recuerden las palabras del bardo inmortal: «Los mejores planes de
hombres y ratones suelen fallar». El final sorpresa, sin embargo, no es lo
mejor de la narración, sino la intuición que Hamao desliza entre líneas de que
el criminal no es sincero, ni siquiera consigo mismo, sobre sus verdaderos
motivos. Hamao parece imbricar a Freud con Poe. Aunque
conscientemente proyectamos y realizamos ciertos actos, inconscientemente
tenemos otros deseos. Y dentro de nosotros hay un sentimiento autodestructivo
(Poe lo denominó “el demonio de la perversidad”) que nos arrastra al desastre.
Hay pues una confusión de víctimas y un crimen que resulta nada perfecto. Pero
los lectores sospechamos que ésa era en realidad la intención subterránea del
protagonista, romper con el asfixiante universo femenino y tratar de recuperar,
al menos, la atención de su antiguo amante homosexual, el cual puede que no sea
fortuito, sino que sea el destinado a procesarlo.
En la segunda
narración, ¿Fue él quien los mato?, primer cuento escrito por Shiro
Hamao, aunque el segundo publicado, el autor va aún más lejos. El triángulo
deviene en cuadrángulo entre una seductora muchacha, su decadente marido y dos
jóvenes estudiantes. Hay un doble asesinato y un sospechoso evidente. Pero su
abogado defensor duda de que las cosas sean lo que parecen. Hamao baraja la
intriga judicial con el cuento de raciocinio deductivo, logrando una pequeña
pieza maestra. Se repasa minuciosamente el crimen, buscando explicaciones
alternativas y desmontando los sucesivos aprioris de manera inteligente. Pero
lo más destacado es la disección de cómo la sociedad reacciona ante un acto
violento ocurrido entre la clase alta. La manipulación de la prensa, entonces
como en nuestros días, ansiosa de linchamiento: “A menudo, cuando se captura a
un presunto criminal, a los periódicos les falta tiempo para afirmar que
estamos ante el verdadero culpable y los lectores suelen creer de inmediato lo
que la prensa publica” (p. 76), y el escándalo suscitado entre la
“gente bien”, la cual, sin embargo, asumía, en una mezcla de cinismo e
indiferencia, la doble relación adúltera que presuntamente mantenía la esposa
con dos amantes de pobre fortuna pero lujosa apostura.
El punto central
viene dado por el platónico enamoramiento que el abogado defensor experimenta
por el acusado: “En cuanto estuve frente a él, lo primero que me sorprendió fue
su belleza excepcional […]. Soy de esos hombres capaces de apreciar la belleza
de un apuesto joven, pero Odera en particular me impresionó profundamente” (p.
91).
Si ya
habíamos aludido a que las narraciones de Hamao son como un muestrario de
falsas percepciones y una tragicomedia de errores, en dicho relato llega al
máximo, pues nos encontramos con un presunto culpable, que puede ser un
presunto inocente que puede volver a ser un presunto culpable o… Rehuyamos
el spoiler. Pero lo más inquietante es que todos nos
equivocamos sobre las verdaderas raíces de la trama: su revés desmonta el
supuesto adulterio, desvela la verdadera naturaleza de unas malsanas relaciones
eróticas y postula unas conexiones geométricas inadvertidas entre ellas.
Al final de la
historia, a pesar de la habilidad expositiva de la acción, los lectores nos
quedamos con la sensación de que han quedado cosas sin explicar, que hay gato
encerrado. Los personajes no saben muy bien en qué mundo se mueven y sus
explicaciones no son más que un mero intento de autoafirmarse ante unas
realidades que les superan o no quieren aceptar. Hamao utiliza el relato
policial como pretexto para una constatación de los límites del conocimiento.
No sabemos, pretendemos saber. Pero la verdad se nos escapa, y tal
vez la vida no sea más que una partida de mahjong, y aunque creamos
dominar sus reglas, no podemos ganar, sorprendiéndonos siempre su resultado
final.
Shiro Hamao es un
sutil combinado del Pessoa de los cuentos detectivescos, el
erotismo arcano de Tanizaki y el introspeccionismo psicológico
de un Allan Poe o un Dostoiewski. Sin duda, un autor que merece ser
descubierto.
_____
De NEVILLE, 05/11/2013
No comments:
Post a Comment