PAMPLONA- “¿Para qué inventarse mundos imaginarios
si están en La Paz?” afirma Miguel Sánchez-Ostiz, quien ha realizado, hasta el
momento, once viajes a la capital oficiosa de Bolivia. “Y volvería ahora
mismo”, apuntaba ayer al terminar la presentación de Chuquiago. Deriva
de La Paz, el libro en el que da buena cuenta de ellos haciendo una
radiografía de la citada ciudad boliviana al más puro estilo Sánchez-Ostiz: ese
en el que priman las personas y las historias; ese en el que se cruza la risa
con lo más descarnado del ser humano; ese en el que los ojos y oídos del
navarro se han convertido en radares de última generación capaces de captar
hasta el último detalle.
Presentado por
Pilar Rubio Remiro, su editora en esta ocasión (La línea del horizonte),
Sánchez-Ostiz regaló ayer a los congregados en la librería Walden de Pamplona
un declaración de amor por La Paz cargada, cómo no, de aventuras y desventuras.
El escritor recalcó que la intención de este libro “no era decirles a los
paceños cómo es La Paz, porque eso me parece una grosería. Algo que pasa mucho
en Bolivia, donde los viajeros extranjeros siempre saben lo que tienen que
hacer los bolivianos... Yo en cuanto oigo eso me escapo”. Un premisa que le dio
pie a describir someramente una ciudad “muy compleja, en la que conviven
indígenas originarios, tanto aimaras como quechuas, más una población
económicamente muy fuerte, los cholos, los mestizos. Y a todos ellos se suman
los blancos, que escapan de los dos colectivos anteriores; gente que fue rica y
poderosa, y ahora ha dejado de serlo”. Dicho esto, a Sánchez-Ostiz le brillan
los ojos cuando de verdad hunden sus recuerdos en la ciudad: “La Paz es un
circo. Cuando sales a la calle tienes que estar abierto a lo insólito, a lo
chusco, a lo que te va chocar sin remedio ni misericordia. La verdad es que yo
me lo paso bomba. Luego tiene una arquitectura, que Gómez de la Serna definiría
como cataclismática, es un desdiós con rascacielos de cristal y metal,
callejones, tierra y griterío. Otra cosa que también se ve mucho es algo que no
me gusta, la justicia comunitaria... Hay una afición al linchamiento poderosa; en
este sentido, el europeo aplaude cosas allá que si lo hace aquí se le
sublevarían”.
ONCE VIAJES
DESDE 2004 Sánchez-Ostiz
recordó que aterrizó en La Paz, por primera vez, “de casualidad (en 2004), vía
Chile. Estaba en Valparaíso, donde había terminado un libro sobre la isla Juan
Fernández, cuando pasé por una agencia de viajes y vi un viaje muy barato de
una semana a La Paz. Y como tenía unos días, me fui”. Aquello se convirtió en
un viaje iniciático que desembocó en un sinfín de historias y amistades.
“Cuando llegué por primera vez La Paz, la ciudad está cercada, con la Alcaldía
ardiendo y barricadas por todos lados. Nos detuvieron y nos obligaron a
construir una barricada para que aprendiéramos lo que era trabajar, y así nos
dejaron libres. No tenía mucha gracia porque sus machetes no inducían a la risa
y las señoras tenía una puntería del carajo con las piedras”. Una primera
estancia que acabó con Sánchez-Ostiz sufriendo un secuestro exprés (de los que
ha sufrido varios intentos posteriores). “Algo habitual allí. Se te acerca uno,
te dice que es policía, te meten en un coche y hacen contigo lo que les da la
gana. A mí simplemente me pelaron, me dieron un golpe y me tiraron en
descampao”. A pesar de todo eso, dos años después regresó a La Paz, y si la
primera experiencia fue “con el pie izquierdo”, la segunda fue “con tres pies
derechos. Empecé a conocer gente estupenda, muy generosa, que me ha abierto
puertas en todos lados, que me ha asesorado, con la que me he divertido mucho y
con la que me he sentido muy querido, estimado y respetado en mi trabajo”. El
resultado fueron nueve viajes más, “vamos que no es una cosa de turismo. Porque
una cosa el turismo, que te llevan a Tiguanaco o al Salar de Uyuni, y otra
convivir con bolivianos en su salsa”.
El libro da buena
cuenta de muchos de estos personajes, entre ellos Ramón y Enrique Rocha Monroy,
“que fueron políticos en la revolución del 52. Ambos tenían un truco muy bueno
para escribir novelas, que era hacerse con los sumarios de casos famosos y casi
los fusilaban”.
LA DUREZA DE
LA PAZ
Chuquiago, como no podía ser otra forma, también
recoge el lado duro de La Paz, reflejado principalmente por su cárcel y su
cementerio. De la primera, la prisión de San Pedro, Sánchez-Ostiz explicó que
se puede visitar “pagando 35 dólares. Allí fui a ver a un preso político,
Leopoldo Fernández, gobernador de Pando, acusado de genocidio por muerte de no
se sabe cuántos campesinos. Se lo achacan a él y no me lo creo, porque lleva un
montón de años en la cárcel y todavía no le han dado ni la sentencia”. El
escritor se encontró con un lugar en el que los presos viven con sus familias
hasta el punto de que “no sabías quien estaba preso o no. Es como un termitero
en el que hay lavanderías, bares... todo de un cutre que tumba”.
Los cementerios y
la morgue son la otra cara de esa oscura moneda. “La morgue no te pone los
pelos de punta porque, realmente, lo que ves es tan espeluznante que te
bloquea. Si eso es lo que van recogiendo durante las noches, te hace pensar qué
sucede en ese mundo de miseria”. Y luego están los cementerios, “muchos
clandestinos”, en los que se vive el rito de desenterrar a los muertos y
“llevarte una parte para guardarla debajo de la cama”.
HISTORIAS DE LA PAZ
El ‘fraile’
Sánchez-Ostiz. Rememoraba el autor que en La Paz le suelen confundir no pocas
veces, “con un fraile. ‘Padre, bendígame este retablito’. ‘Padre quiero
recogerme en confesión’. Hasta un cura me confundió con otro cura y me dijo:
‘Padre, celebramos allí arriba’ (risas).
Sus frases. El
escritor navarro dejó frases para el recuerdo: “Bolivia, desde su independencia
en 1821, es un país sin hacer, sin construir”. O, “a un país lo conoces
haciendo cola en inmigración”. Y también sobre su profesión: “Soy incapaz de
escribir una novela convencional porque en la segunda página me entra la risa”.
Klaus Barbie.
“Conocí al que lo detuvo y también a Carlos Soria Galvarro, biógrafo del Ché
Guevara y que fue el que viajó en el avión con Barbie hasta la Guayana”.
También recordó al grupo paramilitar Los Novios de la Muerte, “que utilizaban
insignias del ejército español y estaba dirigidos por Barbie. Me regalaron una
foto de estos en la que, entre otros, aparecía Stefano delle Chiaie, que aquí
en Navarra se le conoció por que fue uno de los Montejurra, el italiano”.
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De NOTICIAS DE
NAVARRA, 26/04/2018
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