BELÉN SUÁREZ PRIETO
Un grupo de
amigos se va de su país huyendo de la presión impositiva. Son jóvenes aún, pero
dentro ya de la edad adulta, no son unos niñatos. Son atractivos, alguno de
ellos, con un enorme sex appeal. Son ricos. Son famosos. Son
drogadictos.
Se van de su país
para no pagar impuestos y se trasladan a la Costa Azul, primeros setenta, y se
diseminan por la soleada Provenza, con sus familias, con sus amigos, con sus
camellos… Hay mujeres bellísimas, no hace falta aclararlo.
Uno de ellos
alquila una mansión. Se dedican a dar paseos en barco por la costa, que se les
hacen tan cotidianos que aquellas rutas acaban siendo la calle principal de su
deambular exiliado por el Mediterráneo.
Alguno de ellos
se droga a manos llenas. Gastan enormes cantidades de pasta. Se han ido de su
país para no pagar impuestos. Navegan por la costa mediterránea. Toman el sol.
Follan mucho.
Descrita así,
esta pandilla puede repelernos, con un punto de envidia; millonarios evasores
tostándose al sol mediterráneo mientras consumen heroína y demás hierbas en
abundancia…
Pero, mientras
hacían esto, también construían esa catedral de la música popular, parían esa
obra maestra de la cultura popular del siglo XX, el Exile on Main St.
Los Stones, en un
raído sótano de un palacete provenzal, crean su mejor disco; británicos
paliduchos, levantan ese monumento de la música negra, que culminan en
California, una vez más California, siempre California, imprescindible para
entendernos. De Europa a Estados Unidos en un viaje donde hubo de todo, pero,
sobre todo, por encima de todo, hubo una confluencia de talento en estado de
gracia que escupieron en abundancia para que, más de 40 años después de la
publicación del disco, en 1972, haya quienes sigamos descubriéndolo y
maravillándonos y estremeciéndonos y llorando y sintiendo que, tras franquear
la puerta que nos abre “Rocks off”, ya no hay marcha atrás.
Ya no hay marcha
atrás cuando de “Rocks off” se va hasta “Shine a light”, en un buen puñado de
canciones mecidas por esas majestuosas voces negras femeninas. Ya no hay marcha
atrás cuando, casi 40 años después de la publicación del disco, se edita de
nuevo con las sobras de los primeros setenta añadidas y entre el material de
desecho aparece esa piedra preciosa del lamento amoroso llamada “Following the
river”.
La pareja
indisoluble Jagger/Richards compone canciones inmensas, como
si, blancos y flacos, hubieran nacido en el algodón de los campos extensos del
sur; como si hubieran mamado la leche del góspel en los bancos de las iglesias.
Nos narran lo de siempre como nunca, el amor y su consecuencia inevitable, el
desamor; trufado todo, que es lo mismo, con el sexo, el alcohol, el baile...
Nunca es tarde
para bucear en el genio, nunca es tarde para enamorarse, nunca es tarde para el
agradecimiento, a quienes nos han dado las posibilidades materiales y
espirituales para disfrutar de la conmoción que provoca el arte, por el enorme
privilegio de que disfrutamos sumergiéndonos en el Exile.
El miércoles 25
de junio, en el Santiago Bernabeu, rendiremos pleitesía a Sus Satánicas
Majestades, por enésima última vez, por última enésima vez. Bisabuelo Jagger de
la hija que tuvo mientras componía el Exile, recién viudo; superviviente
a los cocoteros Richards tras haber tomado todo el opio de los campos de
Afganistán. Cumpliendo, con Watts, presente en Provenza, y
con Wood, y con tantos otros que se quedaron por el camino, antes o
después, o que están en él, de las más diversas maneras, 50 años haciéndonos la
vida más llevadera.
Lo tenían todo
cuando construyeron el Exile: la erótica de la belleza, la
erótica de la fama, la erótica del dinero… Pero tuvieron, por encima de todas
ellas, la que ha hecho que estén en la historia, la única que la inmensísima
mayoría podemos disfrutar de ellos y con ellos, sin posibilidad de volver
atrás, porque supieron entender que si la poseían nos la tenían que regalar: la
erótica del talento, inmenso y compartido.
Cause you always brought the best in me.
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De NEVILLE, 23/06/2014
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