ANA RODRÍGUEZ FISCHER
Apenas habría
reparado en el dato (la efeméride: de enero de 1933 a este enero de 2013), de
no haber sido por una entrada en el blog "Papeles perdidos" (el
pasado 10 de enero), firmada por Julián Casanova. Y eso que estos días pasados
releí (para un proyecto no novelesco) el impar Viaje a la aldea del
crimen, el conjunto de crónicas que Ramón Sender publicó a raíz de los
trágicos sucesos que tuvieron lugar en ese pueblo gaditano, el 10, 11 y 12 de
enero de 1933, cuando un grupo de campesinos proclamó el comunismo libertario.
(La recuperación
más reciente de las crónicas del escritor aragonés, que yo sepa, está en la
madrileña Ediciones Vosa, 2000, con introducción de J. M. Salguero Rodríguez).
Viaje a la
aldea del crimen es
un reportaje de estilo casi catastral (lo cual transforma notablemente la
crónica y el relato, potenciando mucho más su eficacia que si Sender se hubiese
acogido a un registro más sentimental), muy en la línea del que Azorín
escribiera pocos años antes, en 1905, cuando desde La Mancha y tras la ruta
quijotesca se acercó a ver qué pasaba en la "Andalucía trágica".
Los sucesos son
conocidos, y han quedado imágenes.
Yo sólo quiero
recordar las crónicas de Ramón J. Sender citando un par de párrafos: La casa
del "Seisdedos", el patriarca o jefe de clan familiar conocido como
"Los libertarios", y donde fueron masacrados (quemados vivos):
La casa la
formaba una sola habitación con el piso de tierra. La techumbre, de paja y
ramas secas, caía en forma cónica y la sostenían dos maderos en aspa y algunos
listones, reforzando otros podridos por la lluvia. Por fuera tenía el techo un
remiendo de lata y otro de hule, procedente, quizá, de la cuna de alguna casa y
recogido en los vertederos... No se veía salida de humos. Luego vimos que no
hacía falta. Dentro, la choza medía hasta cuatro metros de lado, y era cuadrada.
Aunque parezca que no puede quedar espacio para dos habitaciones, lo cierto es
que un pedazo de arpillera remendado con tela que un día pudo ser blanca y
clavado en un larguero separaba un rincón donde había una cama de hierro. Era
el lujo de la vivienda... El recinto estrecho donde aparece el túmulo de dos
jergones de paja está comenzado a encalar. Hay paja también, amarilla y obscura
a trozos, en el suelo. (págs. 77-78 y 79.)
Luego, tras los
sucesos, con los cadáveres aún humeantes, cuando poco a poco regresaban al
pueblo los que lo habían abandonado para refugiarse donde pudieran y seguían
las detenciones, las mujeres no lloraban:
Con los ojos
hundidos y secos, el
oído atento, pasaban las horas sin que se moviera nadie.... En aquellos
momentos eran "dolientes" todos. Las mujeres no lloraban. Los chicos
miraban espantados a los guardias. No hubo una sola de esas crisis de nervios
con mujeres desmelenadas y frenéticas. Callaban y esperaban. Sólo una mujer
salió de su casa y se dirigió a la plaza, a la Guardia civil:
-Me han matao
al hombre -dijo secamente.
Luego añadió.
-Vengo a pedí
permiso pa que le hagan la caja. (pág. 149)
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Del blog del autor, 13/01/2013
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