Introducción
El presente
ensayo tiene la labor de reflexionar sobre la subalternidad y la interpretación
de lo social y la política a partir de la novela Huasipungo del escritor
ecuatoriano Jorge Icaza. Pensamos que la novela nos abre la posibilidad de
pensar el mundo campesino desde un lugar dinámico sometido a contradicciones y
conflictos.
¿De qué hablamos cuando hablamos de Huasipungo?
Huasipungo es la novela social por excelencia en el Ecuador
y Jorge Icaza el autor más notorio a nivel internacional. Esta novela ha sido
capaz de congregar decenas de voces y tiempos narrativos en una sola novela con
la finalidad de dar sentido a la interpretación de la realidad rural del
Ecuador. Esta novela rompe cualquier posibilidad de encasillamiento. No es tan
solo una novela indigenista, ni una novela sobre la modernidad ni referida a la
expansión capitalista en las comunidades rurales, ni es una novela que narra el
maltrato y la colonialidad tanto racial como de género. Lo cierto es que cada
una de estas posibilidades está dentro de la continuidad de la novela. Huasipungo es, entonces, un microcosmos
donde se congregan varias historias, cada una de ellas tan importante como la
otra.
Leyendo a Huasipungo desde la diversidad del
pensamiento social
Agustín Cueva, es
de los sociólogos más importantes del Ecuador sino que sus ideas aún generaran
debate porque proponen un nuevo conocimiento sobre los países de la región
andina desde una apropiación sofisticada de las herramientas del marxismo; sus
exploraciones intelectuales tuvieron una trayectoria importante: del ensayo
sobre literatura a los procesos de dependencia y mercantilización de la fuerza
de trabajo en América Latina, pasando por análisis complejos de las estructuras
de poder y organización heterogénea de la sociedad. De este modo, Cueva
encontró un registro múltiple para entender la sociedad, que empieza con el
análisis de su literatura para luego, con el materialismo histórico, emprender
el conocimiento de las contradicciones de clase, raciales y geográficas con las
cuales se establece el poder y las estructuras de dominación.
Así, lo que
podemos entender desde la perspectiva de Cueva es que hay una mirada doble: una
que puede entender la realidad ecuatoriana desde lo histórico para comprender
lo político o, desde lo literario para entender lo social y lo histórico. Y es
por ello que el tema del gamonalismo, en el caso de Huasipungo, se hace tan necesario.
Como se ha llegado a reconocer a partir de los textos de Andrés Guerrero
(2010), el gamonalismo es el sistema que estableció no sólo una figura de
dominación en la hacienda, sino también un control sobre la población
campesina.
Esto quiere decir
que se hizo más complejo el sistema por el cual se obligaba a los hombres del
campo a dar su fuerza de trabajo por remuneraciones minúsculas. El gamonal se
enriquecía a través del trabajo del campesino. Esta es la figura sobre la cual
se ha construido el sistema de las haciendas en el Ecuador y en otros países de
la región andina.
Entonces hay que
tener en cuenta que al campesino se lo domesticó a partir de su
deshumanización. Se le restaron derechos porque se partía en los primeros años
de la república, de la idea de que el indio era un hombre en progreso; un niño,
que debía ser corregido y guiado por un adulto. Y esto para Cueva (1992) hace
referencia a la posibilidad de entender este proceso de dominación en Huasipungo como la manera en que el
Estado empieza a formarse como institución a través de la hacienda.
En otro lugar
el mismo Cueva (2008) dirá que: “la
literatura fue producto de la clase dominadora, a cuyos designios y necesidades
fielmente sirvió” (Cueva 2008: p. 49). Sin embargo, en el caso de Icaza la
literatura, nos permite más bien, desmontar una serie de sistemas hegemónicos
con los cuales funcionó el Estado. Cueva, por medio del marxismo, como
herramienta interpretativa descubre una serie de mensajes en esta novela y por
ello afirma:
Huasipungo no es
una novela al uso sino un poema, desmesuradamente poemático, pues el dolor de
los hombres rebasa los límites de la palabra para convertirse en grito y miedo
de gritar para no seguir viviendo en el grito (Cueva 1992: p. 84)
De este grito
hablaremos hacia el final del siguiente párrafo. Pero lo importante es ver ese
espacio micro social donde los efectos sociales de la modernización tuvieron
sentido y organización.
Se trata,
entonces, de entender cómo, dentro de una formación social determinada, como la
ecuatoriana a decir de René Zavaleta Mercado (1986), existieron diversos modos
de producción en un mismo tiempo, es decir, que el tiempo histórico no es
lineal y tampoco es homogéneo, sino heterogéneo y lleno de rupturas
complejizadas por periodos de crisis; donde uno de esos tiempos es el
representado hacia el final de la novela por los pobladores que se levantan al
grito de “¡Ñucanchic huasipungo!”. Este grito es la revelación de esos dos
mundos: del mundo letrado y del mundo indio. Del mundo capitalista y del mundo
comunitario y sobre todo, ese grito organiza la rebelión futura porque genera
una nueva constatación: los dos mundos conviven, y las rupturas que se dan a
nivel político con la independencia, no se rompen a nivel social, porque el
colonialismo pervive.
La heterogeneidad
estructural, diversidad de identidades
culturales y de etnias, que se ven reflejadas, son cristalizadas sobre todo, en
los momentos de conflicto. El momento de conflicto es donde la sociedad revela
la multiplicidad de sociedades que la integran. El grito de “¡Ñucanchic huasipungo!” en Huasipungo, sirve para romper una linealidad histórica y para
subvertir el orden y establecer la visión de un “programa” político rebelde; es
decir, la presencia, la movilización del campesinado y la toma de la hacienda.
En otras palabras: es la presencia del visitante profundo en la sierra y en el
horizonte de la nación que lucha por liberarse de la opresión gamonal.
La hacienda y el momento constitutivo
Es fácil
encontrar las relaciones de lo narrado por Icaza con lo que en los países de la
región andina ha sucedido desde mediados
de la década de los noventa, pero lo que se narra en Huasipungo en su momento
de producción (el contexto histórico en el cual la escritura de la novela tiene
lugar) era prácticamente imposible de imaginar: el levantamiento campesino era
castigado con la muerte.
Y este sistema
estaba refrendado por actividades como el nombramiento de apoderados que se
hicieron cargo de los campesinos al considerarlos aún niños en proceso de
crecimiento. Limitaba sus derechos e implantó la dinámica de que sus apoderados
hablasen por ellos ante las instancias estatales que organizaban tanto la
economía como la política y el derecho. Este mecanismo se convertía en un
sofisticado ejercicio del poder a partir del uso de los cuerpos ya no como
colectividad sino como individuos, donde cada individuo era parte de la
hacienda, pero al mismo tiempo en cada
campesino, se establecía la dominación. El cuerpo es el lugar donde la
dominación se hace explícita. Esto se hace explícito por ejemplo, en el pasaje
donde los campesinos empiezan a morir en el pantano a causa de la presión que
recibían para proseguir los trabajos de construcción establecimiento de una
carretera que conectará las poblaciones lejanas, con la finalidad de hacer más
eficiente la comercialización de determinados productos.
Ahora bien,
quisiera mencionar que Zavaleta (1986: p. 74) construye el concepto de “momento
constitutivo” para ejemplificar dos cosas; la primera de ellas es que la
historia no es regida por una sola temporalidad y que los modos de producción están
yuxtapuestos en distintos territorios, es decir, que se convive entre procesos
de acumulación capitalistas con otros, precapitalistas. Además, no hay que
olvidar que la historia de un país y por tanto de sus masas campesinas e
indias, es la suma de más de un momento constitutivo. Por la serie de rupturas
y continuidades y transformaciones y reconstrucciones tanto de lo estatal como
de lo comunitario que tienen su lugar en la historia larga del movimiento
campesino y del propio Estado.
Así la fábrica convive
con la hacienda y la agricultura de arado tradicional colinda con la
agroindustria de grandes maquinarias. Esto genera que un momento constitutivo
sea la fragmentación del tiempo, la ruptura con la linealidad histórica. Es el
momento en que la sociedad se revela y se muestra en sus contradicciones y
transforma el orden consolidado. Se organiza, entonces, el mundo una vez más y
se establecen nuevas relaciones con el Estado y su administración. “Un momento
constitutivo es el momento en que se constituye un nuevo horizonte de
reconocimiento social” (Zavaleta 1998: p. 126).
Lo último se
conecta con otra idea importante en Zavaleta que es: “la crisis como método de
conocimiento”, donde establece que el conocimiento surge de un proceso de
crisis connotada de la nación. El momento en que la nación se revela tal cual
es, sus contradicciones salen a flote. En este sentido, la crisis es un método
por el cual se conoce la sociedad y los mecanismos en que la sociedad establece
su relación con el Estado y las maneras, en que se constituye a partir de un
momento de crisis, un momento constitutivo.
Ese momento
constitutivo es el que se revela en la novela de Icaza en tres episodios.
Primero, la violación de la esposa de Andrés Chiliquinga; segundo, cuando los
azotaron por robar una vaca y, finalmente, cuando los hombres murieron en el
pantano. Aquellos otros momentos, marcados por el llanto colectivo y las voces
unísonas que conforman también el desprecio hacia el gamonal, son el telón de
fondo, que hace de la explotación y la esclavitud, algo real. Entonces la
explotación utiliza procesos jurídicos, religiosos y culturales para funcionar.
Porque como se recordará, la iglesia es otro de los actores fundamentales de la
novela; y la administración estatal y extranjera también están representados
por los gringos y por don Andrés Pereira que es quien al final queda suspendido
como un espectro cuando escucha los gritos beligerantes de los campesinos que
empiezan a levantarse contra sus opresores.
Esto, en sí
mismo, puede entenderse como un acto de rebeldía y de transformación social, es
decir, un momento constitutivo, que arma y construye un nuevo horizonte
político y cultural para los campesinos y las naciones indígenas porque
demuestra tres cosas: 1) la organización campesina contra el gamonal. 2) la
opresión del gamonal que se sustenta en los procesos extractivistas
(explotación de recursos naturales) y 3) la identidad étnica como factor de
construcción del “yo común”; es decir, ese yo común o colectivo es lo que hace
que los procesos extractivistas, encuentren resistencia. Esa es la forma en que
desde la diferencia se puede entablar una querella contra los explotadores. Es
hacer política la identidad cultural para convertirlo en el centro del debate
sobre el territorio y su posesión. Aquí hay la existencia de un precepto
subterráneo que si bien no se explícita en la novela, si está dentro de las
consignas políticas de los movimientos campesinos de Bolivia y Ecuador y es el
siguiente: Si como indios o huasipungos, los explotaron, como huasipungos se
van a levantar para reclamar sus derechos.
Formación narrativa de los estereotipos
Para Homi Bhabha
el estereotipo es “un modo de representación complejo, ambivalente,
contradictorio, tan ansioso como afirmativo, y exige no sólo que extendamos
nuestros objetivos críticos y políticos sino que cambiemos el objetivo mismo
del análisis” (2002: p. 95), no se trata entonces de desatender las
contradicciones, sino de afirmarlas. Pero Bhabha, lo que hace es posesionar al
estereotipo en un conjunto de procedimientos que escapan por un momento a la
lógica del texto escrito mismo, así es capaz de desplegarse hacia los pliegues
de la realidad.
Por ello dice que
“su estrategia discusiva mayor, es una forma de conocimiento e identificación
que vacila entre lo que siempre ´está en su lugar` ya conocido, y algo que debe
ser repetido ansiosamente” (Ibid.: p. 91). Lo que es repetido ansiosamente es
el estereotipo convertido en la figura que encarna el mal. Así el estereotipo
marca el maniqueísmo sobre el cual se construyen los discursos sociales y
políticos y es en la literatura, en este caso, en la novela, donde toman cuerpo
y son reproducidas. Por otro lado, el estereotipo es algo fijo y por lo tanto
instituido y colonizante al interior de las mentes de los sujetos porque son
ellos los que se encargan de reproducirlo y transmitirlo.
Bhabha dice:
Un aparato que
gira sobre el reconocimiento y la renegación de las diferencias racial/
cultural/ históricas. Su función estratégica predominante es la creación de un
espacio para los “pueblos sujetos” a través de la producción de conocimiento en
términos de los cuales se ejercita la vigilancia y se incita a una forma
compleja de placer displacer (Ibid.: p. 95)
Así se presta atención entonces al conocimiento y a la diferencia cultural, histórica y racial pero con el fin de limitar espacios. Los espacios se construyen luego de la evidencia empírica de la diferencia en los órdenes ya mencionados. Es sobre éstos aspectos que gravita la novela de Icaza que introducimos en este ensayo. Un estereotipo que funciona como el eje articulador de las identidades y que al mismo tiempo es capaz de estratificar la sociedad gamonal del momento narrado.
La novela narra cierto
tipo de nación y eso tiene que ver con la propia formación del Estado
ecuatoriano y los derechos sociales (salud, educación, libre expresión,
libertad de tránsito, libertad de asociación, etc.) y políticos (derechos para
elegir y ser elegido como representante político de una comunidad ante las instituciones
estatales, espacios para el disenso, legitimación de los espacios públicos como
lugares de deliberación política y construcción de políticas públicas,
etc.), que se han conseguido a lo largo
de los años.
Una breve
anotación sobre la novela nos puede ayudar a entender lo anterior. La novela
sale publicada en 1934, después de haber ganado un concurso organizado por la
Revista Americana. La editorial Losada se hizo cargo de su publicación y
difusión, pero durante la década de los treinta lo que se vivía en el Ecuador,
era la continuación de aquel colonialismo interno que hemos referido páginas
antes; ello se debió a que por un lado, la agroindustria del país era fomentada
desde el sector liberal de la política que había empezado a gobernar el país
desde inicios de siglo. A esto se sumó el hecho que desde la década del treinta
los obreros, comenzaron a organizarse y recibieron el apoyo y la alianza de la
clase media y de los intelectuales con el fin de generar una vanguardia
revolucionaria que pudiera derrocar el régimen liberal. Este estado de
situación generó en el campo mayor explotación hacia los campesinos por parte
de los señores gamonales. Huasipungo
es el resultado de este momento político. Es una declaración de principios
sobre el futuro de la sierra y más que todo, es también la apuesta por una
literatura realista, que no sólo pretende entretener, sino denunciar un estado
de situación y al ejercer esta declaración, llamar la atención al mundo entero
sobre lo que estaba pasando en el Ecuador y las consecuencias de la explotación
de la tierra por una élite de poder que sólo pensaba en satisfacer sus
intereses.
Además, como
hemos visto, un estereotipo es también, el arquetipo por el cual el autor (en
este caso Jorge Icaza), complejiza las relaciones entre sus personajes.
Pereira, Chiliquinga, la Cunshi, los campesinos, el Cura y Jacinto Quintana
(Teniente político) conforman los protagonistas y los antagonistas que arman un
campo conflictivo donde se resumen los intereses de la nación: la identidad y
su búsqueda y reconocimiento. Y por el otro polo, los intereses concretos de
convertir lo tierra y sus recursos naturales en algo que pueda generar riqueza.
Por ello la novela es también una tesis política sobre su momento. Es la novela
realista que intenta politizar la literatura y logra, así, hacer una sentencia
sobre el presente. Es por eso que Huasipungo
cobra vitalidad, dinámica y profundidad.
En este sentido,
lo que se analiza es la gestación de un estereotipo que constituye un
imaginario. Un estereotipo está plagado de carácter, de personalidad, de modos
de ver e interpretar el mundo. Y en este sentido, los estereotipos que se
enfrentan en la novela de Icaza nos plantean no solamente la lucha por
convertir sus deseos en realidad sino como es que sus deseos y valores se
involucran con los demás; al estar condicionados por los demás, estallan y
generan conflicto. La novela se desarrolla en ese hilo argumental. El conflicto
de las identidades, de los estereotipos que se reconocen pero que se aniquilan.
Porque están volviéndose cada uno por su lado, en imaginarios, con los cuales
se construirá la realidad social, política y cultural del país.
Cuando no ocurre
el aniquilamiento, el estereotipo ingresa en un momento de instrumentalización.
La fuerza india o la mujer sumisa, forman parte de un imaginario que es capaz
de establecer nuevos patrones de conducta. El estereotipo de esa forma aparece
como aglutinadora del mundo social y racial. Y es así que en el tiempo, los de
la ciudad letrada pretenden hacer uso de los indios porque no los piensan como
iguales a ellos, pero como no pueden eliminarlos, los integran a su proyecto y
es ahí cuando estos últimos por medio de la explotación, encuentran la muerte.
La colonialidad del género
La Cunshi, mujer
de Chiliquinga fue abusada sexualmente por Pereira, pero también en un pasaje
cerca a la mitad de la novela, lo fue por el propio Andrés Chiliquinga, quien
desconfía de ella, así que la obligó a satisfacer sus deseos.
La hija de
Pereira, fue de alguna manera la detonante de la historia que atraviesa la
mayor parte de la novela. Ella estaba embarazada de un hombre aparentemente
desconocido. La gestación debía ser ocultada a la vista de las amistades de la
familia ya que significaría su degradación social. El ostracismo podría llegar
por esta vía, debido a que el mundo social del que eran parte no aceptada una
hija que fuera de los sacramentos se convirtiera en madre soltera. Así que la
solución que se presentó a los ojos de Alfonso Pereira fue marcharse a Cuchitambo,
la hacienda donde tuvieron lugar los eventos de la novela.
Y para entender
mejor este aspecto y su relación con la contemporaneidad es que lo enmarcamos
en las reflexiones que propone María Lugones (2008), al construir el concepto
de “colonialidad del género” con el cual se puede hacer evidentes los efectos
de la violencia de género en la novela Huasipungo
que, al final, son sintomáticas y ejemplares de un momento de expansión del
capital y de la dominación masculina sobre la cual se asienta este proceso.
Si bien el tema
de la sexualidad en la novela se muestra en su forma menos sofisticada, es
decir, dentro del esquema masculino y casi grotesco; lo que establece las
relaciones de género, ya no sólo una división sexual del trabajo, sino una
división corporal en que las “mujeres colonizadas, no-blancas, fueron
subordinadas y desprovistas de poder” (Lugones 2008: p. 78). Como se sabe la
división sexual del trabajo estratifica el salario y lo divide haciendo que
hombres y mujeres, a pesar de realizar la misma labor, no perciban los mismos
beneficios, ocurriendo esto en desmedro de las mujeres. Al mismo tiempo, no se
reconoce, aún con total legalidad el trabajo doméstico de las madres o la
diversidad de trabajos que realizan las mujeres y que pasan como parte de su
rol como mujeres, lo cual naturaliza y normaliza la explotación y la dominación
masculina.
Todo lo anterior
está presente en la novela, y sólo basta centrar atención en el largo monologo
de preguntas que realizó Andrés Chiliquinga cuando su esposa murió. La
deshumanización del cuerpo de su esposa no ocurrió únicamente por su muerte,
pasó también por la manera en que él la construyó; ella, era la única propiedad
que él tenía. Y, al morir no dejó sólo un lecho vacío, sino que heredó un
espacio de reproducción en blanco: un limbo que no puede ser llenado, sino con
otra muerte. Por ello la subsiguiente rebelión y el abandono de los patrones
ante su dolor como hombre que perdió a “su mujer”.
En Huasipungo,
entonces se ve ejemplificado aquello de que “para las mujeres, la colonización
fue un proceso dual de inferiorización racial y subordinación de género. Uno de
los primeros logros del Estado colonial fue la creación de ´mujeres` como
categoría” (2008: p. 88), donde, la mujer no es un ser humano, sino un objeto
que se posee y se doméstica y que además, está al servicio del hombre.
Por tanto, las
normas, leyes y reglamentos instaurados por el Estado a lo largo del tiempo
están confeccionadas para delimitar los espacios de ejercicio de los derechos;
y esto es claramente lo que sucede en la hacienda cuando los hombres trabajan y
las mujeres solamente se quedan en casa a cuidar de los hijos y de los
animales. Esta división entre el espacio privado (de la casa) y el espacio
público (del trabajo) es la que se rompe en la novela cuando muere la Cunshi y
cuando los azotes a Chiliquinga retumban en todo el páramo.
Pero la violencia
mayor es sobre el cuerpo de la mujer que es tratada como un animal al cual se
somete y se juzga. Andrés Chiliquinga lo hizo también. Pensaba que su esposa lo
había engañado y por eso abusó de ella, forzándola a entregarse a sus placeres
y Pereira, por su parte, también lo hizo. No por celos, sino porque se sentía dueño
de ella, sabiendo que ella vivía en la hacienda y él es el dueño de la
hacienda, reconocía que todo era de su pertenencia y que, Cunshi misma era de
su propiedad y, por ello podía hacer con ella lo que
se le antojara.
Pero, el problema
es cuando esto se convierte en algo normal, no sólo la violación pierde su
calidad de abuso, sino la realidad empieza a convertirse en algo grotesco que
hay que desarticular por medio de un momento constituyente. Justamente la
violación de Pereira a la Cunshi resultó como un acto casi estéril porque ella
no gozaba del acto sexual como él quería y así, él tampoco se sentía
satisfecho. Por ello, llegó a comparar la experiencia con la penetración a un
animal de la hacienda.
Esto es la
colonialidad del género, la dominación racial y sexual que deshumaniza a la
mujer, convirtiéndola en objeto de los deseos del hombre y restando capacidad a
su voluntad de decisión, limitando su espacio de vida a cuarto puertas adentro
donde solo puede divertirse mientras trabaja cuidando a los animales de la
hacienda y a los hijos que va procreando progresivamente.
Para matizar este
apartado, diremos que esto es también lo que ocurrió con Lolita, la hija
adolescente de don Alfonso Pereira, aquella que estaba en gestación. Una vez
que se descubrió su acción, se la aisló del mundo, porque se debía justificar
que, luego de nueve meses fuera su madre, la esposa de Pereira, doña Blanca
Chanique, la que apareciera portando la nueva criatura; es decir, que para que
esto fuera posible ambas mujeres debían mantenerse
encerradas en la casa para no ser vistas y pudiera así, el hombre, evitar las
miradas y las tipificaciones en la hacienda.
Lolita, la Cunshi
y Blanca sufrieron, el mismo tipo de dominación; no podían ir más allá de su
posición social y de género. No pudieron demostrar sus
intenciones ni su realidad. Para ellas, la vida, sucedía puertas adentro. Y con
límites impuestos desde fuera, donde la realidad se convertía en una mentira
que sería, la única válida en el tiempo. Evitando, de ese modo, que las mujeres
sintieran aquello que de verdad querían sentir porque fue el hombre quien les
obligó a rechazar sus sentimientos, a convertir la tierra, el carácter de la
mujer y sus deseos en algo árido, seco y despreciado.
Exclusión, diferencia y territorio
Para finalizar
este ensayo integraremos las últimas reflexiones sobre las formas de la
exclusión: la diferencia y el territorio; haremos eco para este fin de algunas
de las reflexiones de Akhul Gupta, porque de lo que trata Huasipungo es de las posibilidades de
1)
Entender
la transición de espacio a territorio: esto sucede básicamente porque el
espacio que se identifica usualmente con la geografía no está llena de
significado, pero cuando en él se desarrolla la vida, los sistema de
producción, el extractivismo y las comunidades campesinas desarrollan su
existencia en él. El espacio se convierte en territorio porque marca también el
inicio de la frontera y de los límites de lo que puede o no ser suyo y
trabajado para su beneficio en términos alimentarios ya que no podrían tener
privilegios sobre él en una esfera mercantil, debido a cómo se ha sostenido a
lo largo de la novela y en toda esta reflexión, ello no la poseen, sino más
bien son parte del territorio. Sin embargo, esto queda en suspenso y fractura,
organizando una crisis a partir del final de la novela, lo que en otras
palabras quiere decir que cuando la novela acaba, empieza de verdad la historia
de la insurrección de los huasipungos dentro de la hacienda, haciendo del
estupor de los siglos, el campo de batalla de la identidad y de la vida.
2)
La
diferencia como una construcción histórica: Gupta insiste en que una manera de
comprender las relaciones que se establecen en países que han sufrido un
momento colonial, tiene que ver con “insistir en todo momento en las formas como
se distribuyen espacialmente las relaciones jerárquicas de poder, nos es
posible entender mucho mejor el proceso a través del cual un espacio adquiere
una identidad específica como lugar” (Gupta: p. 237). Lo que incide
directamente en “la intersección entre su participación específica en un
sistema de espacios jerárquicamente organizados y su construcción cultural como
una comunidad o localidad” (Ibíd.: p. 238).
De esta forma se
hace necesario problematizar el tema de la hacienda, y la distribución de la tierra
y su propiedad momentos antes de la Reforma agraria, pero también tiene que ver
con el sistema de administración territorial del Estado. La hacienda es el
exterior de lo político, lo político se resuelve en las ciudades, en las salas
de la Asamblea Legislativa (y Constituyente) que delibera y confecciona
políticas públicas que en un principio, van dirigidas a solucionar y hacer la
vida más fácil de una clase social determinada. Las luchas sociales como hemos
mencionado, en la actualidad han logrado la ampliación de los derechos
sociales, políticos, culturales y económicos; con ello se quiere decir que la
novela de Icaza establece nudos problemáticos con la realidad y en ella se
establece la posibilidad de un tiempo abierto que no va sólo a circunscribirse
al momento que es narrado, sino a un momento como el actual[1].
Lo que se
complementa con el criterio de que “una condición generalizada de desarraigo es
la que impera porque en un mundo en el que las identidades están siendo, si no
enteramente desterritorializadas, por lo menos territorializadas de otra
manera” (Ibíd.: p. 239). Así, cuando se habla de territorialidad y de
desterritorialización se habla de la lucha por la ocupación del territorio, por
la extracción de los recursos naturales y las maneras en que el capitalismo se
apropia del territorio y lo llena de nuevos sentidos, sobre la propiedad
privada y sobre las limitaciones que se imponen a la propiedad colectiva.
Al mismo tiempo,
se establece la esclavitud sobre aquellos que ocupan la tierra sin generar
beneficios para el Estado que se reconoce como el único poseedor de la tierra.
A pesar de este
sistema, o mejor dicho, el límite de este sistema de dominación y exclusión se
muestra a través de la ruptura generada entre los huasipungueros y los
gamonales, es la crisis del gamonalismo en su parte más honda y radical lo que
escribe Icaza en las líneas finales de la novela, y que marcan como hemos
mencionado, un momentos constitutivo, donde las relaciones económicas y de
poder, ya no volverán a ser las mismas, porque hay un nuevo reconocimiento
desde el cual se tejarán tanto las historias como las prácticas sociales;
“Ñucanching huasipungo”: “El huasipungo es nuestro”.
3) La exclusión
como un sistema racial organizado: Rebasando la actualidad de la narrativa
desplegada en Huasipungo, se fija el aspecto de la discusión campo-ciudad que
es también donde se establecen las dicotomías: progreso-subdesarrollo,
modernidad-tradición y con estas dicotomías es que se establecen desde arriba,
es decir, desde el Estado los estereotipos que justifican el abuso de la fuerza
y la forma racista de estructurar de la educación: La escuela no es para los
indios, no es para los huasipungueros, cómo entonces se construiría una escuela
en la tierra de Pereira, ellos son animales, así que sólo necesitan comer y
trabajar hasta el fin de los tiempos.
La lectura desde el presente
La lectura de la
novela Huasipungo es un acto de valor
político porque implica reconstruir la historia desde abajo y en atención los
sistemas de dominación establecidos sobre la base de la raza, y desmitificar la
idea del progreso, del desarrollo y finalmente, de la modernización que
alcanzará a todos dotándolos de días mejores. Huasipungo demuestra que dentro de todo sistema de progreso, hay
asimetrías y exclusiones y un pesado orden legar que está construido dentro de
los preceptos de una clase política altamente organizada y aliada a los poderes
económicos. La modernización y el progreso, ocultan la explotación; siendo
posible elevarse sobre los pobres que son al final la fuerza de trabajo
gratuita.
Esto es altamente
político aun cuando se piensa en la modernización como un paso para obtener un
futuro mejor. Donde el progreso se ve como una línea continua hacia el futuro
donde se invisibilizan sus costos. En esa lectura, Icaza, a través de
Huasipungo, interpela y nos dice que esa realidad es sólo una ilusión.
Es también es un
ejercicio estético donde lo político se mezcla con los problemas de género, con
el capitalismo, con la historia y, en definitiva, con la formación del sentido
de lo nacional. Y nos revela que todo está entrelazado y que sólo entender una
parte, es también una forma de ocultar las demás partes despolitizando por un
lado, la novela, y por el otro, el discurso que en ella anida.
Huasipungo narra un momento particular en la historiografía
del Estado, pero está inscrita en una corriente artística continental que genera
una ruptura y un modo de pensar la realidad. La ruptura se emprende porque se
entiende que la apuesta no debe ser solamente estética o con el lenguaje, sino
que por medio del lenguaje se debe producir un discurso sobre el mundo pero
atendiendo a lo que sucede en el mundo.
La apuesta
estética se preocupa por la forma y se entiende que Icaza está pendiente del
contenido altamente político y explosivo porque se aproxima al manifiesto
político partidario, pero no está hecho de consignas, sino de vida. Las vidas
de las personas anónimas son importantes y son narradas desde otro lugar, un
lugar que trata de establecer una continuidad entre la voz de los sujetos
campesinos e indios, y el universo del cual son parte. Así, se deja en otro
apartado la visión folklórica y erotizante del indio y se muestra su hogar, su
terreno y su muerte. Lo que hay no es más de lo que hay. Lo que hay, es una
suma de escenas, que son trazos y cortes sobre la realidad y desde la cual se
enuncia un mundo oculto a los ojos de los visitantes extranjeros que sólo ven
fiesta y pobreza, pero no ven ni explotación, ni violencia ni segregación. Huasipungo hace aparecer ese mundo. Lo
hace flotar sobre la historia de Ecuador y la presenta como el reverso de la
historia que se ha contado. Es justo el proceso inverso el que emprende el
autor al escribir la novela. Es ir a contracorriente y proponer que toda
historia llena de virtud y enriquecimiento también está compuesta de una
historia llena de mendicidad, violaciones y muerte.
Las novelas envejecen,
se vuelven atemporales algunas, otras, en cambio, pasan a ser objetos
anacrónicos en un universo en continua expansión. Y es por medio de ciertas
novelas en que nos acercamos a lo mejor de nosotros mismos y lo más importante
es reconocer la forma en que algo escrito puede tener vida más allá del libro
que las contiene. El caso de Huasipungo
es este: Una novela vital: armónicamente consolidada por las voces múltiples de
sus narradores, lo que justifica un oído atento a los matices, a los ritmos y a
los sonidos de las personas. Icaza capta este sentido de principio a fin,
convirtiendo la oralidad de sus personajes en el centro fundante de su
narrativa.
Una narrativa que
valoriza esto no por fines nacionalistas, sino para dar vitalidad y
contundencia a los personajes que brotan en cada página de su narrativa. Rompe
con ello una manifestación donde el idioma debe ser una zona franca, neutra y
sin matices y sólo denotar el sentido de
lo real. Aquello que está fuera de los personajes. Pero lo que Icaza realiza es
más bien un juego doble, donde el lenguaje precede a sus personajes y ellos
hablan como se habla realmente y es con ese lenguaje que nombran y nominan el
mundo que habitan y sólo así ese mundo adquiere dimensiones reales y es pasible
a ser apropiado y reapropiado constantemente.
Por ello y
también por todo lo señalado a lo largo de este ensayo, una novela como Huasipungo, no debe quedarse como un
objeto sagrado, guardado y olvidado en el baúl de una historia literaria que
tuvo su momento de esplendor y que ahora se anima a transitar por los pasillos
de la reconstrucción de lo urbano y de las identidades que habitan la ciudad.
Porque sin tener en cuenta el ejercicio narrativo de Icaza este nuevo mundo,
simplemente, no sería posible ni de nombrar ni de habitar.
Finalmente,
tenemos una novela que no envejece con el tiempo y que marca un antes y un
después en el conocimiento que se puede hacer desde la narrativa sobre un
determinado país. Esto de por sí no es peligroso. Es lo que hace la literatura.
Despolitizar la literatura sería como quitar el color a los cuadros producidos
por el impresionismo francés. Algo que no sólo sería un sinsentido, sino un
acto peligroso, como mutilarse uno mismo los dedos de la mano derecha.
Queda una nueva
manera de leer; una forma renovada de interesarse por el texto narrativo,
hacerlo frontalmente sí, pero con honestidad y con la defensas bajas,
dispuestos a dialogar con la novela. Aceptar que lo político, como lo estético,
tiene muchas caras y que hay cosas que son políticas pero que no tienen la
dimensión que nos muestran los medios de comunicación. Que la política, la
raza, el género, la identidad y el territorio, son cosas mucho más complejas
que no se hallan en el discurso noticioso de dos horas en el meridiano del día
y al caer la noche.
Lo expuesto por
Icaza es, en ese sentido, un discurso ideológico. Un proceso de crecimiento de
la identidad y de revelamiento del indígena, campesino ecuatoriano.
La vida de unas
cuántas personas es la historia de una región transparente que puede ser muchas
al mismo tiempo. Entrar en el universo de Icaza, es ingresar por la puerta
grande a lo mejor de la literatura ecuatoriana de mediados del siglo XX y es
aprender y aprehender lo que es el Ecuador de una forma distinta a lo que se
expone en determinados libros de historia. Y aunque cabe reconocer que la
historia y la literatura tienen objetivos distintos, podría pensarse que donde
termina una, empieza la otra. Es una línea delgada que pretende zanjarse con la
idea de verosimilitud y objetividad y a pesar de ser una discusión antigua y
que no es motivo de estas páginas, se puede pensar que la historia y la
literatura comparten el estudio de lo que sucede entre los hombres en un
determinado momento de sus vidas. Una novela, entonces, nos sirve tanto como un
libro de historia porque nos muestra lo que hay con las personas concretas y no
anónimas, se fija en procesos cortos y sustanciales.
La manera de leer
nuestra historia haciendo ese contra punto entre literatura e historiografía es
como vivir en dos tiempos simultáneamente. Es establecer una conexión entre las
sensaciones y los razonamientos; es como cuando lo sólido se transforma en
líquido, la materia no desapareció, sólo se ha transformado para mostrar otras
de sus cualidades.
Volvamos entonces
a Huasipungo: Esa historia que Icaza
narra (donde ocurren, entre otras cosas
la muerte de la Cunshi y la rabia de los huasipungueros hacia el final
de la novela) es también un tiempo (un momento cronológico y político), que de muchas
maneras sigue vigente en Imbabura, en Otavalo, en Cotacachi, en Ambato y en
otras regiones del Ecuador. Es un tiempo abierto dispuesto a que nuevas
personas transiten por él. Es el tiempo de la experiencia vital que logra
transformar a los sujetos no para hacerlos mejores o peores, sino para darles
herramientas con las cuales puedan criticar, evaluar y entender de forma
concreta la realidad dentro de la cual ellos también están inscritos.
Lo que resta,
entonces, es el silencio. El momento de la lectura de Huasipungo, reconocer las pistas que dejó y con ellas interpretar y
poner a prueba lo que se escribió y lo que ocurre actualmente. Las miradas de
Icaza se pueden complejizar y se puede aún hacer el ejercicio de releer su obra
narrativa en comparación con otras narrativas de la región andina. Ahora que se
vuelve a pensar el Estado-nación y la plurinacionalidad en países como Bolivia
y Ecuador, un dato importante que puede enriquecer el debate y las acciones
sobre la realidad, puede venir desde la literatura y en este sentido, Icaza se
convierte en una introducción importante que nos permitirá conocer el estado de
situación anterior. Es decir, nos permitirá entender y asimilar cómo es que
hemos llegado a este momento y cuál es la acumulación histórica y cultural que
contiene el presente.
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[1] La figura de Jorge Icaza
es destellante, un hombre robusto, de mirada algo serena, como aquella que
escruta el horizonte para descifrarlo y escribir sobre él. La soltura propia de un hombre que no siente
miedo ante nada porque ya todo lo ha conocido por la experiencia vital o por la
transfiguración de la escritura. Donde él ha logrado por medio del lenguaje
convertirse en otros. Hacer suya la voz de todo un pueblo que fue
invisibilizado. Izaca marca con sus manos los cuadernos donde escribió aquellas
novelas por las cuales hoy se lo recuerda: Huasipungo
(1934), En las calles (1935), Cholos (1937), Huairapamushcas (1948) y El
Chulla Romero y Flores (1958). Y
demuestra que esas viejas historias aún siguen vivas. Que al acercarse a ellas
las voces de cada uno de sus personajes se convierten en algo sólido, capaces
de romper el aire se encuentran con nosotros también en los rasgos de la
conversación de Icaza, en la que cuenta que por medio de su escritura tuvo la
oportunidad de conocer aquello que nunca hubiera podido conocer ni de las
personas ni de sí mismo si hubiera continuado con los estudios de medicina.
Y si
bien es cierto que la medicina lo hubiera llevado a confrontarse con la
realidad desde otros ángulos. Para Icaza, convertirse en un escritor estuvo en
cierto modo marcado por la necesidad. Ser parte de una generación que
necesitaba mirar de frente la realidad ecuatoriana de mediados del siglo XX.
Entrar en ella y sacar de su escondite todos aquellos miedos, resentimientos y
desgracias que acompañaron la formación de la nación. Icaza estaba ahí, mirando
como lo hace ahora, pero sin dudar ni sentir que la tarea no era parte de su
vida. Más bien, la tomó y la hizo suya.
Icaza se
ha sentido responsable de su interpretación de la realidad ecuatoriana desde
siempre, no duda de que haya tenido que ver con los ataques que recibió desde
distintos flancos. Para muchos Huasipungo
fue una declaración de principios morales. Para otros fue la exploración estéril
de un hombre que sólo quería purgar sus pecados y culpas, por medio de la
escritura. Generando de ese modo, resentimiento sobre los patrones y la
organización de la hacienda. Pero el tiempo político y el de la cultura iban
cambiando. Eso generó que una nueva fila de nombres pudieran decir algo similar
en distintos tiempos y latitudes. En Bolivia, quizás Alcides Arguedas con Raza de Bronce (1919) o Jaime Mendoza
con En las tierras del Potosí (1911).
En Perú con José María Arguedas con Yawar
fiesta (1941) Los ríos profundos
(1958) para terminar con El zorro de
arriba y el zorro de abajo (1971) y Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno (1941); fueron los puntales sobre los que
se pensarían los Andes junto con las relaciones entre aquellos que trabajaban
la tierra y los otros, que recaudaban enormes cantidades de dinero gracias a
esta labor de hombres que luego ni recordarían.
Nadie
hubiera imaginado en su momento mayor de felicidad que las obras de Icaza se
traducirían a tantos idiomas en tan corto tiempo. Que la consagración sería
tanto en el plano literario como personal. Icaza no era una persona normal.
Podía atender la librería que había adquirido junto a su esposa, Marina
Moncayo, y luego retirarse a su estudio para escribir aquellas historias que
desde el alba proyectaba con ferocidad y capturaba con la tenacidad de un actor
que aprende que el cuerpo tiene memoria.
Y quizá
por ello el tránsito de actor a escritor, no haya sido casual. Hay algo en
Icaza que demuestra que el lenguaje y la oralidad serán las constantes de su
vida. Ser un personaje de un repertorio teatral implica el manejo del cuerpo,
de la memoria, pero sobre todo, de la voz. La trayectoria de Icaza estuvo
marcada por este evento, ser parte de un la escena teatral lo llevaría a escribir
sus primeras obras y ganar notoriedad pero también harían que su encuentro con
su futura esposa no demorara más y fuera sobre las tablas de un escenario
teatral donde pudieran entregarse a su mutuo encuentro y conocimiento. Seres
destinados a compartir su vida mutuamente sin más entrega que la necesidad de
decir siempre la verdad e inscribir con ella en la piel de la escritura lo que
el fulgor del alma necesita para poder existiendo, latiendo y respirando en
permanente renovación estética, así en la vida como en la escritura.
No es
fácil dar voz a un ser imaginario y prestar el cuerpo a éste para que cobre
vida dentro de las tablas de un escenario frente a desconocidos. Pero éste
desgaste es reconfortado cuando el público se levanta y aplaude con la emoción
de quien ha vivido muchas vidas y situaciones en sólo unos minutos. Lo mismo
sucede en la literatura. La voz, la manera en que los personajes salen a la
superficie del texto y la manera en que ellos encaminan sus acciones, tiene que
ver con el control del autor sobre su cuerpo que logra dar forma a aquello que
sólo fue imaginado.
El
hombre que estaba dispuesto a cambiarlo todo desde la literatura está tan
vigente hoy como hace cincuenta años. Está en mitad de dos tradiciones. Una que
mira aún lo rural como horizonte de sentido de la comunidad, como oportunidad
para reconciliar la nación con las clases sociales y la exploración de la
identidad nacional, más allá de los discursos de los próceres, y más centrado
en la necesidad de reconstruir las redes de la historia ecuatoriana y
latinoamericana, pero también se encuentra enfrentado con una generación de
narradores y poetas que vieron que lo rural estaba superado y olvidado. Que
aquello que exigía el nuevo mundo de los setenta era una interpretación de lo
urbano. La ciudad empezaba a tomar cuerpo y profundidad porque era en ella
donde se desarrollaban las historias de amor, de guerra, sobre todo, aquellas
que tuvieron y tienen que ver con las maneras en que los hombres se adaptan a
sus nuevos oficios, recursos y necesidades. Icaza es precursor en ese sentido,
aunque no lo quieran reconocer. Logra dar forma a dos mundos. Donde ambos se
relacionan. Mundo urbano contra mundo rural no se invisibilizan, sino que se
alimentan mutuamente para generar nuevas realidades mucho más complejas y
capaces de interpelar construyendo identidades sociales, políticas y económicas
que antes no existían.
Icaza
puede escucharte aún cuando no hables. Te lee la mirada y sabe qué estás
pensando. No te convierte en un personaje, te entiende. No se preocupa de la
narración cuando está contigo. Es el hombre que reúne a la familia y les lee
aquello que escribió noche antes. Toma aliento con el impulso que le dan las
personas que lo quieren y están más cerca de él. No es que necesite la
aprobación de alguien para seguir escribiendo, no, no es eso; se trata de algo
más importante. De que aquello que escribió pueda ser real. Cobrar sentido y
vitalidad para los demás. Que no sean simples fabulaciones de un hombre que no
puede dejar de soñar. Cuando lee las páginas recién escritas y encuentra luz en
los ojos de su auditorio familia, él puede seguir adelante. Cada bocanada de
aire en la narración es así como para nosotros se convierte en la mano cómplice
que nos guía por un camino totalmente nuevo y casi, siempre, hermoso.
Cuando
Quito, Ecuador, Perú, Bolivia y todo el mundo ancho y anejo, se convierta es
propio, angosto y peligroso, Icaza seguirá ahí, buscando la manera de hacer que
una historia valga tanto como una vida. Que un territorio no se pierda en las
arenas pedregosas de los trámites y la extorción; que el dinero no sea tan
efímero ni necesario y que el horizonte no sea tan gris ni cubierto de nubes
negras. Icaza siempre será un momento soleado bajo un árbol desde donde se
escuchará cantar al río y la melodía no será ni dulce ni empalagosa, será
solamente, una voz que encuentra su camino después de siglos de estar ausente.
Ese es Icaza, una voz, un latido, un recuerdo y algo constante y presente. Un hombre al cual siempre se
vuelve a escuchar.
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Imágenes:
Primera edición ecuatoriana de Huasipungo
Sello conmemorativo ecuatoriano
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Imágenes:
Primera edición ecuatoriana de Huasipungo
Sello conmemorativo ecuatoriano
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