Idioma
original: español
Año de
publicación: 2017
Valoración: muy recomendable
Pues, por si no
os habéis dado cuenta, voy a ponerme muy insistente en lo de declarar la
crónica como uno de los géneros que veo con más futuro en la literatura. Los
argumentos son variados y habrá quien los considere endebles, pero los veo de
peso: la crónica no tiene un requisito de estilo tan elevado, pues depende
mucho de lo interesante del contenido. Tampoco es tan exigida en la cuestión
creativa, cuando la realidad empieza a ser tan crudamente superior a lo
concebido por la mente humana. Y encima dispone de una coartada acorde a los
tiempos que corren, con la falta de tiempo que nos acucia a muchos. Uno lee
crónica y compatibiliza información, disfrute y hasta formación.
Saber de otras partes del planeta o de otras partes de la sociedad en que
vivimos. No es casualidad ese aluvión de programas televisivos en forma de
reportajes donde asomarnos a la vida en otros entornos: compatriotas que se
buscan la vida lejos de sus lugares de origen, experiencias profesionales de
oficios arriesgados.
Por suerte, las
opciones van aumentando, y las crónicas ya van superando el estereotipo de la
bitácora de viaje o el reportaje periodístico y adoptando distintos cauces, y
lógicamente el abanico de autores se enriquece, aunque haya que lamentar que
algunos hayan desaparecido. Chatwin, Kapuscinski o Politkovskaia. Pero nos
queda Alexiévich, Krakauer, Anderson, Aldekoa, Villoro, Carrión, muchos que
olvido y algunos que espero descubrir en el futuro, como he descubierto a
Izagirre presentado por la inquieta gente de Libros del KO, que ya me trajo
a Fariña, y he disfrutado de lo lindo. Con un texto
bien estructurado y asequible, dinámico y elusivo de lo blandengue. Que arraiga
en el pasado lo justo para enlazarse con el Galeano reivindicativo de Las
venas abiertas de América latina, pero que se proyecta de forma contundente
en el presente, para contarnos la historia de Alicia, otra de esas víctimas
anónimas de todo el lodo que arrastra el proceso de colonización y
descolonización.
Todos conocemos
la expresión vale un potosí. Pues Potosí es la ciudad de
Bolivia organizada alrededor del enorme potencial minero de la zona.
Explotación que ya empezó con el expolio de los metales preciosos (algún imbécil
ha dicho que ese expolio fue compensado ampliamente con la aportación de los
conquistadores: nuestra fe, nuestro idioma
y nuestro sentido de la civilización) en los siglos XVI y
posteriores, y que continúa hoy en día, cuando los metales que la zona minera
alberga (estaño, por ejemplo) son explotados a destajo por trabajadores en
condiciones precarias a las órdenes de compañías de intereses multinacionales
sujetas a los vaivenes de los precios de las materias (vaivenes muchas veces
predefinidos por turbios intereses especulativos, por necesidades de las
cadenas productivas o por puras manipulaciones en los ciclos de demanda de
éstas). Y toda esa economía local alrededor de esas explotaciones acompaña esa
montaña rusa de contrataciones y despidos masivos, y qué mejor ejemplo que una
mina donde generaciones trabajan y desgastan sus organismos en condiciones
deplorables que son prácticamente garantía de severas afecciones físicas.
Izagirre usa a esa niña obligada por las condiciones al trabajo para dibujar
todo el panorama, un panorama demasiado complejo y rico en matices para
destriparlo en una reseña. La clase de libros que fortalecen las convicciones
de quien lo lea, a poco sentido común de que uno disponga, y la clase de libros
(esto lo he dicho ya alguna vez, pero aquí es particularmente cierto) cuya
lectura, sea por cabreo, indignación, confirmación de sospechas,
etcétera, mejora a quien lo lee.
Y con un autor
dispuesto a perder un ratito respondiendo alguna cuestión.
¿Esta clase de
historias se buscan o le encuentran a uno?
Las historias no
te caen del cielo mientras estás sentado en el sofá. El trabajo del periodista
es salir a buscarlas. Luego es cierto que en esas historias, cuando les dedicas
tiempo, aparecen asuntos inesperados, llamativos, interesantes, urgentes, que
te hacen plantearte otros modos de trabajar: por ejemplo, pasar de un primer
reportaje sobre una niña minera en el año 2010, a desarrollar todo un libro en
2017, porque esa niña es un personaje muy poderoso que rompe todos los moldes y
que sirve para contar un mundo, el de las minas de Bolivia.
¿Qué piensa de
ese establecimiento de vínculos emocionales ante tanto abuso y tanta
injusticia?
Que es
inevitable, es humano y es el inicio del camino. La empatía te lleva a querer
conocer las historias de los demás. Otra cosa es escribir: creo que Richard
Ford decía que para escribir hay que tener una aguja de hielo en el corazón. No
puede ser que las emociones te aplasten o te distorsionen demasiado la
capacidad de observación.
¿Siente que
condiciona el proceso creativo?
Por supuesto,
pero es algo que hay que manejar, hay que acertar con las dosis: se necesita
una implicación personal para interesarse por alguien, se necesita una
distancia para escribir.
¿Se ayuda más
con el teclado o con las manos?
Seguramente con
las manos, pero hay que escribir como si sirviera. No se me ocurre otro modo de
hacer lo poco que yo sé hacer.
¿Obtendrá
alguna vez la crónica el lugar que se merece?
No sé cuál es ese
lugar. No tengo ninguna queja especial con el lugar de la crónica.
Y si no lo
obtiene en el peculiar mundo literario, ¿se reconocerá esa valiosa inducción a
la reflexión?
Es que no
entiendo muy bien cuál es el supuesto de esta pregunta –una falta de
reconocimiento-, ni qué quiere decir lo del peculiar mundo literario. Solo sé
que la crónica es una herramienta valiosa para contar la realidad, que por
supuesto debe servir para menear un poco los pensamientos y las ideas. Si no
hablamos de los mecanismos que producen las injusticias, de sus beneficiarios,
si solo contamos escenas emotivas del sufrimiento, estamos haciendo un
exhibicionismo de las víctimas que suele tener recompensa pero no sé si sirve
para algo.
¿Alguna
influencia no reconocible que quiera destacar?
No, no creo que
deba ser yo quien lo haga.
En general, o
aplicado a este libro, cuando se escribe sobre estas situaciones, ¿uno empieza
a mirar más quien viene a su espalda?
No sé si te
refieres a que me ataque alguien que queda mal en el libro o algo así. Bueno,
yo planteo unas críticas y unos argumentos. El debate es libre y me expongo a
críticas y contraargumentos.
El
periodista/escritor/cronista haciendo preguntas incómodas tras una mesa o
abordando en la calle, ¿es el nuevo detective global? ¿Es el descubridor que
empieza a sembrar las semillas de lo conspiranoico o simplemente va entregando
piezas del puzzle?
No entiendo bien
la pregunta. El trabajo del cronista es antiquísimo: cuenta realidades poco
conocidas para sus lectores, intenta explicarlas de la manera más completa y
atractiva posible, y si es bueno, consigue abrir algunas buenas preguntas y
cuestionar algunas de las formas en las que se organiza el mundo.
¿Otros
proyectos?
Sí, pero muy
verdes aún
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De UN LIBRO AL
DÍA, 10/07/2017
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