MARIANO DORR
En el actual
contexto de integración regional en el Cono Sur, el rescate del pensamiento de
Juan José Hernández Arregui implica mucho más que un acto de justicia con quien
fuera uno de los más prolíficos intelectuales del Movimiento Nacional
Peronista. Cuarenta años después de su muerte (en Mar del Plata, a donde había
viajado escapando de la sentencia de muerte anunciada desde la Triple A), la
vida y obra de Hernández Arregui constituye un testimonio fundamental de la
lucha por la liberación nacional contra el imperialismo neocolonialista. Desde
2004, la reedición de sus libros La formación de la conciencia nacional,
Imperialismo y cultura, Nacionalismo y liberación, ¿Qué es el ser nacional? y
Peronismo y socialismo, permite un acercamiento a la influyente interpretación
marxista del peronismo conocida y reivindicada históricamente en términos de
“socialismo nacional”.
El autor de
Hernández Arregui. Una interpretación marxista del peronismo, no es ningún
improvisado; entre las numerosas publicaciones de Piñeiro Iñíguez se encuentra
Perón: la construcción de un ideario, una investigación de más de 800 páginas.
Carlos Piñeiro Iñíguez (graduado en Economía y Relaciones Internacionales,
investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos del Instituto Di Tella)
fue director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación y embajador
extraordinario y plenipotenciario en Ecuador, Bolivia y República Dominicana.
Desde esta perspectiva específicamente latinoamericana, Piñeiro Iñíguez destaca
la importancia del concepto de “lo nacional” desarrollado por Hernández
Arregui, según el cual “el nacionalismo ha de ser continental y sustentado en
las clases populares modernas, y en esto se distancia de la idea de un
nacionalismo fundamentalmente argentino, como pudieron sustentar Raúl
Scalabrini Ortiz o Arturo Jauretche; a su vez, a diferencia de Jorge Abelardo
Ramos, Hernández Arregui concibe a América Latina no como nación inconclusa
sino como futura estructura supranacional: es desde esa perspectiva que se
comprende su tajante sentencia de que el peronismo habría cumplido la tarea
histórica de constituir la Argentina como Nación”, escribe. Frente a los
nacionalismos opresores, cerrados en sus propios intereses colonialistas,
existe otro tipo de nacionalismo, el de los oprimidos, abierto hacia los otros
pueblos igualmente oprimidos, unidos en un mismo reclamo de independencia
económica y justicia social.
En el primer
capítulo del libro, Piñeiro Iñíguez repasa la formación intelectual de
Hernández Arregui, sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad de
Córdoba y el impacto de la figura de Rodolfo Mondolfo –el reconocido filósofo
italiano, especialista en filosofía antigua, exiliado en la Argentina por su
condición de marxista–. Tras la experiencia del sabattinismo en Córdoba se
produce la “opción por el peronismo”; Hernández Arregui dicta clases en distintas
universidades hasta que, con el golpe militar de 1955, es expulsado de sus
cargos. El autor cita el particular análisis de Tulio Halperín Donghi: “En un
clima de persecución primero políticamente rigurosa y luego cada vez más
dispuesto a transacciones, los compañeros de ruta que el peronismo había
reclutado a su izquierda tuvieron paradójicamente ocasión de exponer sus puntos
de vista con mayor libertad que bajo la tutela de un régimen que los había
utilizado sólo con extrema cautela y al cual inspiraban las más vivas
desconfianzas”. Piñeiro Iñíguez, en una nota al pie, agrega: “Parece inevitable
aclarar que Halperín era parte entonces de los núcleos que se habían hecho
cargo de la cultura en el nuevo régimen, lo que puede llevarlo a subestimar las
condiciones represivas reinantes (que a él, desde luego, no lo afectaban)”.
En un ambiente
opresivo, en medio de fusilamientos y con el peronismo proscripto, Hernández
Arregui escribe sus obras más importantes, convirtiéndose en el ideólogo más
leído por las organizaciones que combatieron en la resistencia peronista hasta
el regreso del General al poder. El propio Perón, desde el exilio, recomendaba
el estudio pormenorizado de la obra de Hernández Arregui, especialmente La
formación de la conciencia nacional y Nacionalismo y liberación.
Imperialismo y
cultura se publica en octubre de 1957, un trabajo en el que aparecen las
distintas lecturas de Arregui, desde los clásicos griegos hasta Rilke, Kafka,
Sartre, Valéry, Groussac, Alberdi, Arlt o el tango. En la Advertencia a la
segunda edición, Hernández Arregui recuerda las circunstancias en las que
apareció el libro: “Estaba enfrascado en la preparación de las notas para
Imperialismo y cultura cuando, inopinadamente, fui encarcelado a raíz de la
revolución del general Valle..., la mayoría de los detenidos eran obreros. No
los conocía. Asistí a las torturas de esos hombres humildes, incluso a los
brutales castigos a los que fue sometida una joven mujer. Esas cosas no se
olvidan”, escribió. Una de las tareas del libro de 1957 es arremeter contra
Borges: “No es extraño que la labor literaria de Borges coincidiese con la
desnacionalización del país por el imperialismo”, anota Hernández Arregui, que
encuentra en Borges al más grande escritor argentino –antes de su consagración
internacional– y, a la vez, a uno de los más grandes cipayos de nuestra
historia cultural. También, en Imperialismo y cultura, leemos: “Otro de los
mitos de Sur es Ezequiel Martínez Estrada. Escritor anfibológico, detrás suyo
hay un maestro. Se llama Juan Bautista Alberdi. Martínez Estrada también tiene
conciencia de las fuerzas que han deformado a la Nación. Pero para él, el
proceso histórico se resuelve en psicología introspectiva, en melancolía de
rabino, independiente de esa realidad histórica en movimiento y de la cual el
filósofo estepario es un momento de la negación”. Con tono hegeliano, Hernández
Arregui enfrenta a los representantes de la cultura “oligarca” antiperonista,
pero siempre leyéndolos con profunda honestidad intelectual, reconociendo el
enorme talento de sus enemigos íntimos.
Piñeiro Iñíguez
recorre los distintos momentos de la enseñanza de Hernández Arregui, sus
conferencias en el interior del país (una de ellas en la librería de los
hermanos Santucho, en Santiago del Estero), los vínculos con el sindicalismo
(José Pedraza, uno de los arreguistas que más tarde traicionarían el discurso
revolucionario) y la relación con quienes fueran sus principales discípulos:
Ortega Peña y Duhalde (el ex secretario de Derechos Humanos). Juan José
Hernández Arregui aparece como un autor cuya obra comienza a releerse, no para
encontrar allí recetas o soluciones a los problemas actuales, sino más bien
para reencontrar una voz auténtica, capaz de edificar un pensamiento sólido,
“iberoamericano”. Hernández Arregui, autor de una frase que resuena todavía hoy
con toda la fuerza de una consigna política: porque soy marxista, soy
peronista.
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De RADAR LIBROS,
02/03/2014
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