Apenas había
aprendido a leer cuando mi padre me obsequió una revista Billiken, que en su
interior traía un resumen para niños de La Ilíada; lo hizo para responder al
cuestionamiento que le había hecho de por qué me había bautizado con un nombre
tan feo. Luego me trajo otras, también con versiones resumidas de libros
clásicos. Años después leí la versión completa de La Ilíada y luego de La
Odisea; pobre del que me preguntaba el origen de mi nombre, le contaba estas
dos obras aumentadas y corregidas. Así nació la necesidad de leer algo todos
los días, al punto que leía todo lo que encontraba, desde buenos libros hasta
revistas del corazón.
Sin embargo, en
colegio, no faltó un profesor de literatura que en vez de incentivarnos la
lectura nos hizo pasar calvarios en cada libro que nos obligaba a resumir en un
par de semanas. Recuerdo que a mis 13 años, uno de estos energúmenos nos dio la
tarea de resumir en una semana Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski;
realmente fue un crimen y un castigo para un adolescente. Con los años fui
aprendiendo que leer tiene que ser un placer, si compro una novela por la fama
de su autor y no me gusta, simplemente la dejo.
Recuerdo que
cuando tenía unos 20 años, todo el mundo hablaba de Ulises, de James Joyce; así
que compré el libro, me dispuse a leerlo y no pude pasar de las primeras
páginas, me pareció tedioso; volví a la carga un par de veces más y no lo logré,
lo dejé y leí otras novelas. Veinte después encontré, en la librería de un
amigo, un ejemplar y recordé que era un asunto pendiente, lo compré y abrí la
primera página con el prejuicio de la primera vez; pero para sorpresa mía no
pude dejar de leerla hasta que llegué a la última página. Incluso releí algunas
partes, como el monólogo de Molly Bloom, y descubrí que en el capítulo tres, un
marinero recién llegado a Dublín da cuenta de sus extraordinarias aventuras por
los mares del mundo. Cuenta que ha visto cosas maravillosas y raras por lugares
remotos como el Mar Rojo, los Dardanelos y, también, por América; pero que las
cosas más extrañas de todas ellas las vio en un país de nombre también extraño,
un país de salvajes llamado Bolivia. Ahora, llegando a la edad del ‘Bonosol’,
intento leer más literatura nacional y cada día descubro que tenemos muy buenos
narradores y poetas, que nos hace falta difundirlos y promocionarlos, por eso
mismo es que en mis columnas periodísticas siempre intento comentar libros
escritos por autores nacionales.
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De EL DEBER, 24/07/2017
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