Noche de viernes
en la cordillera andina. Los perros parlanchines no quieren dormirse y los
televisores que aún funcionan están encendidos a todo volumen en programas de
farándula. Nuestra casa campestre es grande, pero el chismoseo sobre los
famosos traspasa incluso las paredes más gruesas. Mis audífonos están
parcialmente estropeados tras enviarlos accidentalmente a la lavadora dentro de
un buzo. Los he puesto a secar durante dos días, pero los resultados no son
óptimos y hasta suenan divertido, como un trajinado bafle de gitano pobre. Por
esto no puedo desligarme por completo del mundanal ruido.
Pasan apresurados
agricultores en sus todoterreno hacia los prostíbulos de San Carlos. Van muy
serios y perfumados, como si se tratara de la Conferencia de Yalta. En San
Carlos aún subsisten algunos antros a la antigua, con viejas comadronas,
jóvenes asiladas chilenas y mozos mariconcitos. De Santiago hacia el norte la
situación es distinta, los contactos se hacen por celular, los encuentros son
en departamentos, y predominan las cubanas, colombianas, dominicanas, y una que
otra peruana. Los chilenos, pacatos y fomes, parecen necesitar la sangre
caribeña para espabilarse. Y de verdad yo mismo saldría a tomarme una copa y
bailar una rumba si en cien millas a la redonda no hubiera puros hijos de
puta.
Fue un día de
sudor, de fuerza bruta, de tareas campesinas realizadas a cabalidad. Tras
ducharme y cenar me fui a mi "gabinete"(palabra que usó mi abuelo al
husmear en mi biblioteca buscando posibles libros perdidos de la suya), encendí
luces bajas, preparé un café y abrí mi biblioteca virtual. Avancé algunas páginas
en la Historia Social Comparada de los Pueblos de América Latina,
de Luis Vitale. Buscaba datos antiguos sobre Venezuela que me sirvieran para un
nuevo artículo, pero Vitale, como buen marxista, sólo teoriza en torno a
generalidades. Luego me pasé a la novela Diccionario de nombres
propios, de Amelie Nothomb. Le gustó a Lo y eso despertó mi curiosidad.
Lo es una crítica literaria avezada y desecha rápidamente todo lo que no valga
la pena. Quedo en la página 15 y me salto a La piel de Zapa,
de Balzac. Avanzo poco, la extrema omnisciencia de este super dios narrador me
genera más risa que concentración. Mi último intento es con Mashenka,
de Nabokov, novela que prometí comentar con Ricardo una vez que la finalice.
Salgo un rato al
patio, que está aromatizado con las manzanas maduras que caen por todos lados.
La noche está estrellada, sin luna, y circula un viento frío que mece las ramas
caídas de las parras.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 22/03/2014Imagen: Francesco Clemente/The Departure of the Argonaut, 1986
Muchas gracias, querido amigo. Creo que aprovecharé el impulso para retomar a Balzac.
ReplyDeleteHace mucho que no agarro al maestro. Y debo también.
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