GLORIA M. BASTIDAS
Xiomara Scott era
enfermera jubilada. Había trabajado durante 35 años en terapia intensiva del
Hospital Miguel Pérez Carreño: un monstruo del aparato
sanitario. Allí se realizó el primer trasplante de corazón en Venezuela. El
domingo 16 de julio, cuando la oposición celebraba un plebiscito contra Nicolás
Maduro y su propuesta de Asamblea Constituyente, Xiomara cayó sobre el
pavimento. Se hallaba en las adyacencias de un centro de votación ubicado en la
avenida Sucre de Catia (oeste de Caracas) cuando bandas armadas amparadas por
el régimen tomaron por asalto el lugar. Un proyectil perforó la vena femoral de
Xiomara. En medio de la fiesta ciudadana en que se había convertido la consulta
popular, organizada en escasas dos semanas por la sociedad civil, el asesinato
de la enfermera se convirtió en la nota luctuosa. La bala discordante portaba
un metamensaje: si disientes del gobierno, puedes ser fusilado. No importa que
sea en medio de una cola para votar. Los paramilitares escogieron como blanco
la vena republicana de Xiomara. Su femoral democrática.
La trayectoria de
la bala que liquidó a Xiomara no se inicia en el momento en que los motorizados
que la acosaron apretaron el gatillo. Va más atrás. Al menos metafóricamente.
El 28 de junio pasado, Nicolás Maduro pronunció unas palabras con sazón bélica.
Dijo que lo que no se lograra por la vía de los votos (quizás aludía, sin
quererlo, al escaso respaldo con que cuenta su gobierno), se lograría con las
armas. No es Bolívar en la Guerra de Independencia. No es Alejandro Magno. No
es Napoleón Bonaparte. Es Maduro en pleno siglo XXI. Un Maduro que hace
apología de la pólvora. La consecuencia: Xiomara en el pavimento. Las palabras
en boca de un presidente son órdenes. No son órdenes para el grueso de los
venezolanos que llevan más de cien días plantados en las calles, pero sí
constituyen un edicto para las bandas parapoliciales encargadas de defender la
revolución. Antes que el gatillo, fue el verbo. Primero fue el verbo.
Maduro no ha sido
el único. Francisco Arias Cárdenas ha hecho de su alfabeto una Kalashnikov. El
actual gobernador del estado Zulia, y uno de los comandantes del intento de
golpe del 4 de febrero de 1992, conminó a la oposición, hace poco, a que
agarrara los fusiles. Fue una invitación a un cuerpo a cuerpo. Después hizo
un mea culpa. Declaró a la BBC que la afirmación la formuló en un
momento de molestia e incomodidad. Pero las palabras pesan. Soltar la lengua es
como apretar el gatillo. Ahora que la revolución no tiene votos (o tiene muy
pocos) su leitmotiv es el culto a las armas. Helos allí:
empezaron pregonando el evangelio de la democracia protagónica y ahora que el
pueblo quiere expresarse en las urnas electorales (Xiomara en la cola) terminan
convertidos en gánsters. En esa religión bélica también opera como
sacerdote Adán Chávez. El hermano de El Comandante llamó a cerrar filas con
Maduro: armas incluidas.
Y no son sólo
palabras. Hay todo un tinglado montado alrededor de lo bélico. El régimen no ha
escatimado a la hora de apertrecharse. Las estadísticas hablan claramente del
culto que la revolución profesa a las armas. Un reporte publicado por el diario
El Nacional, que toma como base los datos suministrados por el Instituto
Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, señala que durante
17 años el chavismo ha gastado 5 mil 657 millones de dólares en armamentos y
equipos militares. Venezuela ocupa el primer lugar en el ranking de América
Latina en este tipo de adquisiciones en casi dos décadas: ha gastado más que
Colombia (que enfrentaba a las FARC) y más que Brasil, que es un gigante.
La revolución necesita blindarse con balas ahora que los votos le
resultan esquivos.
El chavismo
escala en el ranking de la pólvora. Pero ocupa un lugar dramático en el de
indicadores sanitarios. En 2016 fallecieron en Venezuela 11 mil 466
menores de un año. La cifra supone un incremento de 30 por ciento con respecto
a la registrada en 2015: 8 mil 812 decesos. La mortalidad materna muestra otro
signo alarmante: 756 embarazadas fallecieron en 2016 contra 456 decesos
reportados en 2015. El aumento fue de 65 por ciento. No importa: la revolución
está primero. No hay gasas ni inyectadoras en los hospitales. Los bebés
prematuros mueren porque no hay surfactante pulmonar. Las madres llegan
desnutridas a las salas de parto. Los hospitales parecen morgues. El paisaje
necrológico resulta secundario para la élite chavista. Un fusil es más
importante que un antibiótico. Por eso Nicolás Maduro, Francisco Arias Cárdenas
y Adán Chávez entonan su himno guerrero. Lo civil es herejía. Las balas
son la consigna. Allá quedó Xiomara: en el pavimento.
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De LETRAS LIBRES, 24/07/2017
De LETRAS LIBRES, 24/07/2017
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