JORGE CUBA LUQUE
Tras su brillante
irrupción en 1965 con Las cosas, hasta 1978 con la inmensa La
vida instrucciones de uso, Georges Perec fue construyendo un corpus
creativo tan lúdico como riquísimo en significados y formas, tan innovador como
nutrido por escritores de la tradición literaria de su país, entre los que se
detectan a Jules Verne, Gustave Flaubert, André Breton, Raymond
Roussel o Raymond Queneau. La reciente publicación de sus obras en La Pléiade,
la más prestigiosa colección literaria en Francia, permite por vez primera una
visión global del trabajo de Perec, uno de los escritores franceses más
importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Georges Perec
tenía veintiséis años cuando Las cosas fue galardonada con el
premio Renaudot, lo que le valió inmediata notoriedad. La novela cuenta la
historia de una joven pareja que, en París, alterna su trabajo de encuestadores
con su búsqueda permanente de objetos y ropa para satisfacer lo que ellos consideran
su buen gusto. En un primer momento, Las cosas es tomada solo
como una crítica al sistema de consumo al que se ha entregado la sociedad
francesa en los años 60. Sin embargo, pronto la novela muestra algo más,
gracias a su punto de vista narrativo, en el que mediante una tercera persona
omnisciente habla de los protagonistas, pero antes de exponerlos, el narrador
describe y detalla las cosas que sueñan adquirir. En 1969, con La
Disparition (El secuestro), aparece como un audaz malabarista
de las palabras: a lo largo de trescientas páginas, Perec contará una irónica
historia policial (la desaparición de uno de los personajes) sin utilizar jamás
la letra “e”, la letra más utilizada en la lengua francesa.
Como en Las
cosas, en El secuestro aparecerán sutilmente no pocos
significados ligados a la biografía del autor: sus padres, judíos,
“desaparecieron” cuando él era un niño. Su padre murió como soldado en 1940
combatiendo contra los alemanes, su madre fue deportada al campo de
concentración de Auschwitz, donde fue asesinada. La palabra “desaparición” tiene
un significado profundo en Perec y las “cosas” son una suerte de paliativo que
llena vacíos. Esto será expuesto sin ambigüedades en 1975 en W o
recuerdos de infancia, novela en dos vertientes que se alternan, de las que
una es el relato de una extraña isla llamada W, situada en Tierra del Fuego; W
es un mundo cerrado en el que la actividad principal de sus habitantes es la
práctica masiva de deportes, organizada por el Estado, una suerte de universo
concentracionario. La otra vertiente es un relato autobiográfico en el que
Perec evoca su niñez, de la que dice que guarda solo dos o tres recuerdos
personales y que su memoria se activa más tarde, en la adolescencia. Es acaso
por esa ausencia de recuerdos personales que su lista de “recuerdos” de
1978, Me acuerdo, son todas evocaciones impersonales,
generacionales. Ese mismo año es también el de la publicación de la más
ambiciosa de sus novelas, La vida instrucciones de uso, en la que
uno de los habitantes de un edificio de una calle imaginaria de París, un millonario
excéntrico, decide emprender un viaje alrededor del mundo, comprometiéndose a
enviarle a uno de sus vecinos una acuarela de cada uno de los lugares que él
visitará para que elabore luego un rompecabezas descomunal. Al mismo tiempo, la
novela presenta la vida de cada uno de los moradores del edificio: su pasado,
su presente, los objetos que los rodean, sus historias individuales que se
ramifican y cubren los siglos XIX y XX. Además, el lector conocerá el edificio
en sí mismo, sus diferentes apartamentos, el interior de cada uno de estos.
Pero Georges
Perec es también un deudor: su obra no habría sido lo que es si no era
admitido, en 1967, en OULIPO (Ouvroir de Littérature Potentielle: Taller
de Literatura Potencial), una banda de escritores y matemáticos irreverentes
para quienes la literatura es un acto de desafío, una actitud experimental cuyo
jefe histórico es Raymond Queneau. De ahí algunos de sus libros más
“perecianos”: en 1974, Especies de espacios; en 1975, Tentativa
de agotamiento de un lugar parisino; o la póstuma Pensar/clasificar de
1982. En estos libros los objetos, las palabras y los listados tienen mayor
peso que las acciones o las intrigas novelescas. Tengamos en cuenta que Perec
fue un apasionado cultor de crucigramas, al punto que a mediados de la década
del setenta publicó uno semanalmente en el hebdomadario de actualidades Le
Point.
Hijo de judíos
polacos instalados en París, Georges Perec fue ajeno a toda identidad judía, a
toda religiosidad. Sin embargo, el hecho de haber perdido a sus padres como
consecuencia directa de la política antisemita y criminal de los nazis, el tema
de la Shoah lo habitó siempre, lo mismo que el fenómeno de la inmigración. Así,
junto al cineasta Robert Bober, producirá en 1980 el documental Historias
de Ellis Island, en el que contará la historia del islote junto al puerto
de Nueva York, sórdido puesto de control por el que tenían que pasar los
millones de inmigrantes europeos desde fines del siglo XIX hasta comienzos de
la segunda mitad del siglo pasado. De aquel film saldrá un libro con el mismo
título, con fotografías y los testimonios de las personas entrevistadas en el
documental.
Georges Perec
fue, ante todo, un parisino, no tanto por haber nacido en París sino por haber
hecho de la capital francesa su epicentro vital y creativo. Tras la ocupación
alemana de París, su madre, presintiendo lo peor, envía al pequeño Georges a
instalarse donde unos familiares en el sur de Francia. Tras la guerra vuelve a
París, ahora huérfano, ya no al barrio popular de Belleville sino a uno de
clase media alta, en donde es adoptado por sus tíos. Como Balzac, como
Léon-Paul Fargue, autor de El peatón de París, como Patrick
Modiano, Perec hará de París no solo un espacio privilegiado de sus novelas
sino que se fusionará con la ciudad, identificándose con ella.
Amante de los
gatos y fumador empedernido, autor de una treintena de libros (varios de ellos
publicados de manera póstuma), Perec vivió también algunas historias de amor
hasta el momento de su muerte prematura, a los cuarentaicinco años, de cáncer
al pulmón. Los dos volúmenes que La Pléiade consagra a su obra, precedida, como
estila esta colección, de una minuciosa cronología crítica, rinden homenaje a
este gran autor que, de ser admirado solo por iniciados, va ganando post
morten más y más lectores dentro y fuera de Francia. ¿El motivo? El
rigor y la irreverencia con el que asumió la literatura, su vida misma.
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Del blog de la
Librería SUR, 25/07/2017
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