D.H. LAWRENCE
Para mí el gran
visionario y poeta del mar es Melville. Su visión es más real que la de
Swinburne, al no atribuir personalidad al mar, y mucho más sólida que la de
Joseph Conrad porque Melville no adscribe al océano sentimentalismo alguno ni
tampoco a los desdichados que sobreviven por esos mares. Gimoteando sobre
un pañuelo empapado como Lord Jim.
Melville tiene la
magia misteriosa y extraña de las criaturas marinas y algo de su repugnancia.
No es del todo un animal terrestre. Tiene algo de escurridizo. Siempre hay algo
marino en él. En vida dijeron que estaba loco –o perturbado. No estaba ni loco
ni perturbado. Pero estaba al borde de serlo. Una de sus mitades era un animal
marino, como aquellos terribles vikingos de barba rubia que rompían las olas
con sus afilados barcos.
Era un vikingo
moderno. Sucede algo curioso con quienes tienen los ojos realmente azules. No
son nunca completamente humanos, en el buen sentido clásico, humanos como lo
son quienes tienen los ojos castaños: lo humano del humus de la vida. En las
personas de auténticos ojos azules normalmente hay algo abstracto, elemental.
Las personas de ojos castaños son, por así decirlo, como la tierra, que es un
tejido de vida pasada, orgánica, compuesta. En los ojos azules hay sol y lluvia
y un elemento abstracto, no creado, agua, hielo, aire, espacio, pero no hay
humanidad. Las personas de ojos castaños son personas del viejo, viejísimo
mundo: Allzu menschlich*. Las personas de ojos azules tienden a ser
demasiado sutiles y abstractas.
Melville es como
un vikingo rumbo a su morada, el mar, demorado por la edad y los recuerdos, y,
por una especie de insuperable desesperación, casi delirante. Porque no puede
aceptar la humanidad. No puede pertenecer a la humanidad. No puede.
* Demasiado humanos
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De Estudios sobre
literatura clásica norteamericana, publicado en el blog CALLE DEL ORCO,
09/09/2013
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