Señoras,
señores:
Un amigo mío, el gran escritor belga Henri Michaux, escribió un libro
titulado Un bárbaro en Asia. Yo lo traduje al castellano y me
llevó largo tiempo comprender que era irónico el título. Él contaba sus experiencias
en la China y la India. Pero lo repito ahora con este candor, con toda
inocencia, porque yo también me he sentido un bárbaro en el
Asia, concretamente en el Japón. Eso no me ha entristecido. El hecho
de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más
compleja que la nuestra, me alegró. Yo he pensado muchas veces: qué
importa que yo sea desdichado si alguien es feliz, qué importa que yo sea
desdichado si existe la felicidad, qué importa que yo sea relativamente un
bárbaro si existe la cultura.
Pasé aquella temporada en Japón, donde me sentía continuamente agradecido,
continuamente atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a
través de mi ignorancia y de mi ceguera. Yo voy a empezar con un mínimo
ejemplo; espero que ustedes me hagan preguntas después. Yo no podré
resolver ningún enigma, ya que el Japón es un enigma para mí. Pero un
enigma que puede ser encantador. Por ejemplo, si tomamos los versos
de Jaimes Freyre, que suelo recordar siempre: "Peregrina paloma
imaginaria / que enardece entre los últimos amores / alma de luz de música
y de flores / peregrina paloma imaginaria;" o aquel verso del famoso
poeta irlandés William Butler Yeats, nos preguntamos qué quieren decir y
no sabemos, pero eso es lo de menos, notamos que hay un enigma y ese
enigma nos encanta.
Yo de algún modo me he ido preparando para esa sorpresa casi total que es
el Japón. Mi primer encuentro con Japón fue con una pantalla japonesa que
había en casa, la que, me di cuenta, era apócrifa. Luego con un libro: Tales
of Old Japan. Desgraciadamente me he olvidado de los argumentos de
esos cuentos de hadas pero recuerdo las ilustraciones, unos demonios
verdes, debidamente demoníacos, debidamente japoneses. Recuerdo esas
ilustraciones como si estuviera viéndolas. Es un poco triste reflexionar
que uno lee un libro y lo que queda es que estaba encuadernado de verde,
que estaba en tal o cual anaquel y que lo demás se ha ido o no se ha ido,
quizá lo hayamos incorporado. De Quincey creía que la memoria era perfecta
y comparó el cerebro humano con un palimpsesto. La memoria va siendo una
pila infinita de palimpsestos, uno encima de otro, pero nada se pierde. Un
estímulo y de pronto uno recuerda algo. Todo está en la memoria. De modo
que algo de aquellos cuentos queda en mí.
Luego, mi otro encuentro con Japón fue cuando leí libros de
Lafcadio Hearn, en cuya casa estuve. Me impresionaron mucho, sobre todo
uno con hermoso título: Some Chinese Ghosts (Algunos
fantasmas chinos). Creo que la fuerza está en la palabra some, "algunos",
pues Chinese Ghosts no tiene por qué impresionarnos.
Algunos los vuelve más precisos y a la vez más lejanos.
Un discípulo de María Kodama, japonés, a quien le había
enseñado castellano, me preguntó cierta vez si no tenía interés en ir a
Japón, y yo le contesté que no estaba totalmente loco, que naturalmente
que sí, y pensé que había dicho eso para llenar un hueco. Pero al cabo de
unos meses llegó una invitación de la Japan Foundation, y nos
ofrecieron aquello que yo había creído increíble: un viaje al Japón.
Fuimos María Kodama y yo. Pero ella tiene jóvenes ojos, una joven memoria;
en cambio yo, viejos ojos ciegos; mi memoria es pobre, pero traté de no
ser indigno de aquel viaje. Visitamos siete ciudades. Yo he escrito un
libro con Alicia Jurado titulado Qué es el budismo; había un
capítulo sobre budismo zen, una de la sectas típicas del Japón. Siempre me
interesó el budismo, que es una religión que no exige de nosotros ninguna
mitología; las otras religiones exigen mitología. Por ejemplo, el cristianismo
nos exige la creencia en una divinidad que se hace hombre, tenemos que
creer en premios y castigos. Pero el budismo no nos exige ninguna
mitología y la permite también. Una prueba de tolerancia, que es una de
las virtudes del Japón, es el hecho de que hay dos religiones oficiales.
Una es el shinto, una suerte de panteísmo; creo que hay ocho millones de
dioses, lo cual para nosotros es casi infinito y el infinito se parece
bastante a cero. Creo que el Emperador profesa la fe del Buda y el shinto.
Si además de eso un japonés quiere convertirse a cualquiera de la sectas
cristianas, puede, ya que se considera que todas son facetas de la misma
verdad.
Nuestro viaje se había organizado un poco alrededor de ese mísero librejo
de Alicia Jurado y mío que había sido vertido al japonés; sin
duda, quienes lo tradujeron sabían mucho más que nosotros sobre el tema.
Les interesaba saber qué podía pensar un occidental, un mero bárbaro, de
la fe del Buda, y así pudimos visitar ciudades, ríos, santuarios,
monasterios, jardines. Yo pude conversar con un monje de un monasterio
budista. Este muchacho, de unos treinta años, había estado dos veces en
Nirvana; me dijo que él no podía explicármelo, y yo le entendí. Toda
palabra presupone una experiencia compartida. Si yo digo
"amarillo", se entiende que el interlocutor ha visto el color
amarillo. Si no lo ha visto, la palabra es inútil. Bien, él no podía
explicarme nada porque yo no había alcanzado el Nirvana. Me dijo
que después de esa experiencia, le acontecían las mismas cosas que al
resto de los hombres, sin excluir el dolor físico, el placer físico, la
soledad, la incertidumbre y por qué no, el dolor, la traición; todo eso le
es dado con no menos generosidad que a los otros hombres. Pero como él
había estado en Nirvana sentía todo eso de un modo distinto, de un modo
que no podía explicarme. Él podía hablar de eso con otro monje en un
monasterio lejano; cuando se encontraban podían hablar de esa experiencia,
pero yo estaba excluido.
Bueno, he usado hace un rato, la palabra jardín. Hay un admirable jardín
japonés aquí en Palermo que ha sido donado por el gobierno japonés, pero
ya me doy cuenta de que usar la palabra, el concepto jardín es distinto al
nuestro. Hay páginas de Chesterton en que habla de "amplios y
ociosos jardines". Si uno piensa en los jardines como un lugar donde
uno se pierde (hay jardines en Inglaterra como laberintos), piensa en el jardín
como un lugar donde errar; en cambio, si no me equivoco, los jardines
japoneses están hechos más bien como espectáculos, están hechos sobre todo
para la vista, y hay uno, cuyo nombre he olvidado, en el cual no se entra,
se lo ve desde afuera; creo que hay cinco piedras. En el jardín japonés la
piedra es un elemento constante, de igual modo que el agua y las plantas.
Creo que son cinco piedras pero uno sólo puede ver cuatro a un tiempo. El
jardín como espectáculo o como una serie de espectáculos. El hecho es que
uno no abarca nunca la totalidad del jardín, uno ve hasta cierto punto;
cuando uno llega a ese punto hay un desvío, aparece algo imprevisto, puede
ser un arroyo, un puente, un pabellón, otro desvío; y así el jardín es una
serie de espectáculos. Pero puedo equivocarme en esto.
Desde luego a mí me había interesado la literatura japonesa. Yo he leído
sobre todo las versiones de Arthur Waley, la versión de Genji Monogatari
de Murasaki Shikibu, y la poesía japonesa. Ya en esa poesía pude apreciar
una diferencia. Porque nosotros pensamos sobre todo en largos poemas, en
La Divina Comedia, en el Paraíso Perdido, en La Odisea, en La Eneida, en
canciones de gesta medievales. En cambio, la poesía japonesa empezó, si es
que los estudios de literatura no nos engañan, por poesías relativamente
breves, de cincuenta a sesenta versos, pero luego se sintió que eran
demasiado largos y se llegó a la tanka, que consta de treinta y una
sílabas, en versos de 5-7-5 sílabas, y luego vendría a ser el alejandrino:
7-7. Para nosotros las treinta y una sílabas nos parecen muy breves, en
cambio para los japoneses eso fue demasiado largo, y les llevó a crear el
haiku, especie de joya de diecisiete palabras: 5-7-5.
El fin de los poemas es apreciar un instante precioso. Un haiku bien hecho
tiene que cumplir una mención de una de las estaciones del año. Creo que
hay libros en los cuales hay por ejemplo cincuenta maneras de indicar
el otoño, cincuenta maneras de indicar el estío, o lo que fuere. Uno
puede repetir una de esas fórmulas y no importa, porque no hay la idea de
plagio. El autor tiene que tratar de hacer algo bello. Si eso bello no es
enteramente original no importa. Bueno, yo he intentado con escaso éxito
el haiku. En algún libro mío hay diecisiete haiku, pero no sé si lo he
logrado. Pero para qué recordar lo que se ha hecho en castellano. Prefiero
rcordar un famoso haiku que dice así: "El viejo estanque / salta una
rana / ruido del agua". Son 5-7-5 sílabas. Hay otro que a mí me
parece mejor pero que es menos famoso y que vuelve ahora a mi memoria:
"Sobre / la gran campana de bronce / se ha posado una mariposa".
En ambos haiku no hay metáfora, no se compara una cosa con otra. Es como
si los japoneses sintieran que cada cosa es única. La metáfora es una
pequeña operación mágica. Hablamos por ejemplo del tiempo y lo comparamos
con un río, hablamos de las estrellas y las comparamos con ojos, la muerte
con el sueño. En la poesía japonesa se busca el contraste. Vemos el
contraste entre la perdurable campana y la mariposa efímera.
Estando en Japón ya sentía continuamente la cortesía, que solía tomar la
forma del silencio. Entramos en un teatro para asistir a
una representación de no y yo pensaba que en la sala no
había nadie, pero sin embargo estaba llena de gente, pero nadie alzaba la
voz. Luego otro rasgo curioso es que el interlocutor siempre tiene razón.
Yo recuerdo que visitamos el santuario del Buda en Nara, me dijeron que el
rostro era terrible. El edificio era de madera, quizá el edificio de
madera más antiguo del mundo. El Buda está sentado sobre una flor de loto.
Hay una escalera por donde uno puede llegar a tocar los pétalos de la flor
y uno sabe que más allá continúa el Buda de rostro terrible; me dijeron
que la cabeza del Buda casi toca el techo de la cúpula. Vimos aquello y
alguien al salir preguntó si la imagen del Buda era de
madera. Un sacerdote que dominaba el inglés contestó: "Sí, es de madera".
Dejó pasar el tiempo y otro preguntó al mismo sacerdote: "¿De
qué está hecha la imagen del Buda?" El sacerdote, sin contradecirlo,
sin ofenderlo, pudo decir: "De bronce, señor". Todo eso
corresponde a un modo muy complejo. A un mundo de buenos modales, a un
mundo de gente educada, culta, y eso para mí, que era un bárbaro en Asia, me
sorprendió.
Ahora veamos por ejemplo la historia reciente del Japón. Japón sufrió una
derrota terrible, la aceptaron. No hubo ninguna hipocresía y sin modificar
sus estructuras, sin perder su reverencia al emperador, el país resolvió
cambiar, aceptar ese mecanismo occidental que los había destruido, y ahora
se da este hecho increíble para nosotros. El hecho increíble es que Japón
ahora posee dos culturas: su cultura oriental y la cultura occidental. A
ésta, la ejercen mejor que los occidentales, a juzgar por las máquinas
que se fabrican en Japón que son más evolucionadas, más refinadas y
más elegantes también, porque el sentido estético del Japón perdura. Así
el Japón ha ido recibiendo influencias. Por ejemplo, cuando se habla de
China, a pesar de las diferencias políticas, se habla con una reverencia
filial. Yo pienso que la introducción de los kanji, del budismo, tiene que
haber sido para ellos una revolución no menos grande que la revolución
actual de la cultura occidental que ellos han aceptado. Son ciento veinte
millones de hombres que están ejerciendo dos culturas. Lo hacen sin
lamentos, sin una elegía. Ellos han adquirido algo más, ellos han visto en
esa derrota una secreta victoria.
He estado tratando de saber algo de japonés. Por ejemplo,
nosotros contamos uno, dos, tres, cuatro, cinco y usamos las mismas
palabras para cualquier cosa. Decimos "un" y lo que viene
después puede ser un ancla, un ángel, un sol, lo que fuere. Pero en
japonés creo que hay nueve modos de contar las cosas, y las palabras
varían también según los números. Por ejemplo hay un sistema que sirve
para contar cosas largas y cilíndricas; este bastón o un lápiz o un taco
de billar. Hay otro para contar animales chicos o grandes. Todo eso me
ayuda a comprender la brevedad de la poesía japonesa. Me dicen que no es
algo que atañe a unos pocos. No, todo el mundo versifica. Creo que por año
se escriben un millón de haiku; los escribe un campesino, un obrero, el
Emperador, y si buscan ese límite es porque sin duda tienen un idioma más
complejo que el nuestro. Yo sospecho que el japonés es a nuestras lenguas
occidentales lo que nuestras lenguas son al guaraní o al quechua. Es más
complejo. Una prueba de ello es que buscan formas breves porque saben que
el idioma les permite hacer poemas admirables de diecisiete sílabas. Ellos
se han impuesto esto porque sin duda saben que pueden hacerlo. He empezado
a estudiar ese idioma que no sabré nunca, pero es algo así como si supiera
que algo es inmortal, que de algún modo seguiré estudiando japonés después
de mi muerte corporal. ¿Por qué no creer en la transmigración, que es algo
que en los países orientales no se trata de explicar?
Conferencia
pronunciada el 8 de julio de 1985 en la sala Promúsica de
Buenos Aires.
_____
De IGNORIA,
25/04/2018
Señoras,
señores:
Un amigo mío, el gran escritor belga Henri Michaux, escribió un libro
titulado Un bárbaro en Asia. Yo lo traduje al castellano y me
llevó largo tiempo comprender que era irónico el título. Él contaba sus experiencias
en la China y la India. Pero lo repito ahora con este candor, con toda
inocencia, porque yo también me he sentido un bárbaro en el
Asia, concretamente en el Japón. Eso no me ha entristecido. El hecho
de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más
compleja que la nuestra, me alegró. Yo he pensado muchas veces: qué
importa que yo sea desdichado si alguien es feliz, qué importa que yo sea
desdichado si existe la felicidad, qué importa que yo sea relativamente un
bárbaro si existe la cultura.
Pasé aquella temporada en Japón, donde me sentía continuamente agradecido,
continuamente atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a
través de mi ignorancia y de mi ceguera. Yo voy a empezar con un mínimo
ejemplo; espero que ustedes me hagan preguntas después. Yo no podré
resolver ningún enigma, ya que el Japón es un enigma para mí. Pero un
enigma que puede ser encantador. Por ejemplo, si tomamos los versos
de Jaimes Freyre, que suelo recordar siempre: "Peregrina paloma
imaginaria / que enardece entre los últimos amores / alma de luz de música
y de flores / peregrina paloma imaginaria;" o aquel verso del famoso
poeta irlandés William Butler Yeats, nos preguntamos qué quieren decir y
no sabemos, pero eso es lo de menos, notamos que hay un enigma y ese
enigma nos encanta.
Yo de algún modo me he ido preparando para esa sorpresa casi total que es
el Japón. Mi primer encuentro con Japón fue con una pantalla japonesa que
había en casa, la que, me di cuenta, era apócrifa. Luego con un libro: Tales
of Old Japan. Desgraciadamente me he olvidado de los argumentos de
esos cuentos de hadas pero recuerdo las ilustraciones, unos demonios
verdes, debidamente demoníacos, debidamente japoneses. Recuerdo esas
ilustraciones como si estuviera viéndolas. Es un poco triste reflexionar
que uno lee un libro y lo que queda es que estaba encuadernado de verde,
que estaba en tal o cual anaquel y que lo demás se ha ido o no se ha ido,
quizá lo hayamos incorporado. De Quincey creía que la memoria era perfecta
y comparó el cerebro humano con un palimpsesto. La memoria va siendo una
pila infinita de palimpsestos, uno encima de otro, pero nada se pierde. Un
estímulo y de pronto uno recuerda algo. Todo está en la memoria. De modo
que algo de aquellos cuentos queda en mí.
Luego, mi otro encuentro con Japón fue cuando leí libros de
Lafcadio Hearn, en cuya casa estuve. Me impresionaron mucho, sobre todo
uno con hermoso título: Some Chinese Ghosts (Algunos
fantasmas chinos). Creo que la fuerza está en la palabra some, "algunos",
pues Chinese Ghosts no tiene por qué impresionarnos.
Algunos los vuelve más precisos y a la vez más lejanos.
Un discípulo de María Kodama, japonés, a quien le había
enseñado castellano, me preguntó cierta vez si no tenía interés en ir a
Japón, y yo le contesté que no estaba totalmente loco, que naturalmente
que sí, y pensé que había dicho eso para llenar un hueco. Pero al cabo de
unos meses llegó una invitación de la Japan Foundation, y nos
ofrecieron aquello que yo había creído increíble: un viaje al Japón.
Fuimos María Kodama y yo. Pero ella tiene jóvenes ojos, una joven memoria;
en cambio yo, viejos ojos ciegos; mi memoria es pobre, pero traté de no
ser indigno de aquel viaje. Visitamos siete ciudades. Yo he escrito un
libro con Alicia Jurado titulado Qué es el budismo; había un
capítulo sobre budismo zen, una de la sectas típicas del Japón. Siempre me
interesó el budismo, que es una religión que no exige de nosotros ninguna
mitología; las otras religiones exigen mitología. Por ejemplo, el cristianismo
nos exige la creencia en una divinidad que se hace hombre, tenemos que
creer en premios y castigos. Pero el budismo no nos exige ninguna
mitología y la permite también. Una prueba de tolerancia, que es una de
las virtudes del Japón, es el hecho de que hay dos religiones oficiales.
Una es el shinto, una suerte de panteísmo; creo que hay ocho millones de
dioses, lo cual para nosotros es casi infinito y el infinito se parece
bastante a cero. Creo que el Emperador profesa la fe del Buda y el shinto.
Si además de eso un japonés quiere convertirse a cualquiera de la sectas
cristianas, puede, ya que se considera que todas son facetas de la misma
verdad.
Nuestro viaje se había organizado un poco alrededor de ese mísero librejo
de Alicia Jurado y mío que había sido vertido al japonés; sin
duda, quienes lo tradujeron sabían mucho más que nosotros sobre el tema.
Les interesaba saber qué podía pensar un occidental, un mero bárbaro, de
la fe del Buda, y así pudimos visitar ciudades, ríos, santuarios,
monasterios, jardines. Yo pude conversar con un monje de un monasterio
budista. Este muchacho, de unos treinta años, había estado dos veces en
Nirvana; me dijo que él no podía explicármelo, y yo le entendí. Toda
palabra presupone una experiencia compartida. Si yo digo
"amarillo", se entiende que el interlocutor ha visto el color
amarillo. Si no lo ha visto, la palabra es inútil. Bien, él no podía
explicarme nada porque yo no había alcanzado el Nirvana. Me dijo
que después de esa experiencia, le acontecían las mismas cosas que al
resto de los hombres, sin excluir el dolor físico, el placer físico, la
soledad, la incertidumbre y por qué no, el dolor, la traición; todo eso le
es dado con no menos generosidad que a los otros hombres. Pero como él
había estado en Nirvana sentía todo eso de un modo distinto, de un modo
que no podía explicarme. Él podía hablar de eso con otro monje en un
monasterio lejano; cuando se encontraban podían hablar de esa experiencia,
pero yo estaba excluido.
Bueno, he usado hace un rato, la palabra jardín. Hay un admirable jardín
japonés aquí en Palermo que ha sido donado por el gobierno japonés, pero
ya me doy cuenta de que usar la palabra, el concepto jardín es distinto al
nuestro. Hay páginas de Chesterton en que habla de "amplios y
ociosos jardines". Si uno piensa en los jardines como un lugar donde
uno se pierde (hay jardines en Inglaterra como laberintos), piensa en el jardín
como un lugar donde errar; en cambio, si no me equivoco, los jardines
japoneses están hechos más bien como espectáculos, están hechos sobre todo
para la vista, y hay uno, cuyo nombre he olvidado, en el cual no se entra,
se lo ve desde afuera; creo que hay cinco piedras. En el jardín japonés la
piedra es un elemento constante, de igual modo que el agua y las plantas.
Creo que son cinco piedras pero uno sólo puede ver cuatro a un tiempo. El
jardín como espectáculo o como una serie de espectáculos. El hecho es que
uno no abarca nunca la totalidad del jardín, uno ve hasta cierto punto;
cuando uno llega a ese punto hay un desvío, aparece algo imprevisto, puede
ser un arroyo, un puente, un pabellón, otro desvío; y así el jardín es una
serie de espectáculos. Pero puedo equivocarme en esto.
Desde luego a mí me había interesado la literatura japonesa. Yo he leído
sobre todo las versiones de Arthur Waley, la versión de Genji Monogatari
de Murasaki Shikibu, y la poesía japonesa. Ya en esa poesía pude apreciar
una diferencia. Porque nosotros pensamos sobre todo en largos poemas, en
La Divina Comedia, en el Paraíso Perdido, en La Odisea, en La Eneida, en
canciones de gesta medievales. En cambio, la poesía japonesa empezó, si es
que los estudios de literatura no nos engañan, por poesías relativamente
breves, de cincuenta a sesenta versos, pero luego se sintió que eran
demasiado largos y se llegó a la tanka, que consta de treinta y una
sílabas, en versos de 5-7-5 sílabas, y luego vendría a ser el alejandrino:
7-7. Para nosotros las treinta y una sílabas nos parecen muy breves, en
cambio para los japoneses eso fue demasiado largo, y les llevó a crear el
haiku, especie de joya de diecisiete palabras: 5-7-5.
El fin de los poemas es apreciar un instante precioso. Un haiku bien hecho
tiene que cumplir una mención de una de las estaciones del año. Creo que
hay libros en los cuales hay por ejemplo cincuenta maneras de indicar
el otoño, cincuenta maneras de indicar el estío, o lo que fuere. Uno
puede repetir una de esas fórmulas y no importa, porque no hay la idea de
plagio. El autor tiene que tratar de hacer algo bello. Si eso bello no es
enteramente original no importa. Bueno, yo he intentado con escaso éxito
el haiku. En algún libro mío hay diecisiete haiku, pero no sé si lo he
logrado. Pero para qué recordar lo que se ha hecho en castellano. Prefiero
rcordar un famoso haiku que dice así: "El viejo estanque / salta una
rana / ruido del agua". Son 5-7-5 sílabas. Hay otro que a mí me
parece mejor pero que es menos famoso y que vuelve ahora a mi memoria:
"Sobre / la gran campana de bronce / se ha posado una mariposa".
En ambos haiku no hay metáfora, no se compara una cosa con otra. Es como
si los japoneses sintieran que cada cosa es única. La metáfora es una
pequeña operación mágica. Hablamos por ejemplo del tiempo y lo comparamos
con un río, hablamos de las estrellas y las comparamos con ojos, la muerte
con el sueño. En la poesía japonesa se busca el contraste. Vemos el
contraste entre la perdurable campana y la mariposa efímera.
Estando en Japón ya sentía continuamente la cortesía, que solía tomar la
forma del silencio. Entramos en un teatro para asistir a
una representación de no y yo pensaba que en la sala no
había nadie, pero sin embargo estaba llena de gente, pero nadie alzaba la
voz. Luego otro rasgo curioso es que el interlocutor siempre tiene razón.
Yo recuerdo que visitamos el santuario del Buda en Nara, me dijeron que el
rostro era terrible. El edificio era de madera, quizá el edificio de
madera más antiguo del mundo. El Buda está sentado sobre una flor de loto.
Hay una escalera por donde uno puede llegar a tocar los pétalos de la flor
y uno sabe que más allá continúa el Buda de rostro terrible; me dijeron
que la cabeza del Buda casi toca el techo de la cúpula. Vimos aquello y
alguien al salir preguntó si la imagen del
Buda era de
madera. Un sacerdote que dominaba el inglés contestó: "Sí, es de madera".
Dejó pasar el tiempo y otro preguntó al mismo sacerdote: "¿De
qué está hecha la imagen del Buda?" El sacerdote, sin contradecirlo,
sin ofenderlo, pudo decir: "De bronce, señor". Todo eso
corresponde a un modo muy complejo. A un mundo de buenos modales, a un
mundo de gente educada, culta, y eso para mí, que era un bárbaro en Asia, me
sorprendió.
Ahora veamos por ejemplo la historia reciente del Japón. Japón sufrió una
derrota terrible, la aceptaron. No hubo ninguna hipocresía y sin modificar
sus estructuras, sin perder su reverencia al emperador, el país resolvió
cambiar, aceptar ese mecanismo occidental que los había destruido, y ahora
se da este hecho increíble para nosotros. El hecho increíble es que Japón
ahora posee dos culturas: su cultura oriental y la cultura occidental. A
ésta, la ejercen mejor que los occidentales, a juzgar por las máquinas
que se fabrican en Japón que son más evolucionadas, más refinadas y
más elegantes también, porque el sentido estético del Japón perdura. Así
el Japón ha ido recibiendo influencias. Por ejemplo, cuando se habla de
China, a pesar de las diferencias políticas, se habla con una reverencia
filial. Yo pienso que la introducción de los kanji, del budismo, tiene que
haber sido para ellos una revolución no menos grande que la revolución
actual de la cultura occidental que ellos han aceptado. Son ciento veinte
millones de hombres que están ejerciendo dos culturas. Lo hacen sin
lamentos, sin una elegía. Ellos han adquirido algo más, ellos han visto en
esa derrota una secreta victoria.
He estado tratando de saber algo de japonés. Por ejemplo,
nosotros contamos uno, dos, tres, cuatro, cinco y usamos las mismas
palabras para cualquier cosa. Decimos "un" y lo que viene
después puede ser un ancla, un ángel, un sol, lo que fuere. Pero en
japonés creo que hay nueve modos de contar las cosas, y las palabras
varían también según los números. Por ejemplo hay un sistema que sirve
para contar cosas largas y cilíndricas; este bastón o un lápiz o un taco
de billar. Hay otro para contar animales chicos o grandes. Todo eso me
ayuda a comprender la brevedad de la poesía japonesa. Me dicen que no es
algo que atañe a unos pocos. No, todo el mundo versifica. Creo que por año
se escriben un millón de haiku; los escribe un campesino, un obrero, el
Emperador, y si buscan ese límite es porque sin duda tienen un idioma más
complejo que el nuestro. Yo sospecho que el japonés es a nuestras lenguas
occidentales lo que nuestras lenguas son al guaraní o al quechua. Es más
complejo. Una prueba de ello es que buscan formas breves porque saben que
el idioma les permite hacer poemas admirables de diecisiete sílabas. Ellos
se han impuesto esto porque sin duda saben que pueden hacerlo. He empezado
a estudiar ese idioma que no sabré nunca, pero es algo así como si supiera
que algo es inmortal, que de algún modo seguiré estudiando japonés después
de mi muerte corporal. ¿Por qué no creer en la transmigración, que es algo
que en los países orientales no se trata de explicar?
Conferencia
pronunciada el 8 de julio de 1985 en la sala Promúsica de
Buenos Aires.
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De IGNORIA,
25/04/2018
Imagen: Templo Nanzoin en Sasaguri, Fukuota