Saturday, March 19, 2016

American visa

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

La otra noche estuve viendo American Visa (2005), una película del boliviano Juan Carlos Valdivia que me gustó mucho: la furia por huir de Bolivia, por conseguir una vida para emigrar a Estados Unidos, a Europa, a dónde sea, pero emigrar: el origen de las remesas que junto al narcotráfico y el contrabando son una de las fuentes de ingresos bolivianas, y de los exilios voluntarios –como el de Claudio Ferrufino-Coqueugniot– y de la no vuelta atrás, porque hay viajes que no la tienen, aunque de manera paradójica parezca que terminan en la puerta de casa: conducen a vivir en otra parte.

Hacía tiempo que quería ver esa película porque está basada en una novela de Juan de Recacoechea, que para mí es especial por ser la primera novela boliviana que compré y leí, en junio de 2004, en un cuartucho de un alojamiento de la Sagárnaga. Un cuartucho ciego, bajo un palomar lleno de palomas que zureaban y expandían un poderoso olor a mierda, en el que acabé atrincherándome. Me impresionó la novela porque veía historias que me acababan de contar sus protagonistas –ese hacer lo que sea con tal de conseguir plata, una visa, algo–, y reconocía escenarios que acababa de conocer, como los patios de venta de oro protegidos por matones armados, al que acudían pirquineros con sus pepas. La lectura pudo acabar tan mal como en parte acaba la novela del Reca, pero esta es otra historia... acabé viajando a Riberalta, pasando por el Lobo de los soldados israelís (mala sombras), sentándome en alguna barbería cerca de la plaza Murillo... pero eso fue en otros viajes.

Ahora confieso que si compré la novela fue por el apellido del autor, descendiente de navarros, de aquí al lado de donde ahora escribo, lo que antes se llamaba la Montaña. Con Juan, el Reca, amigo y pariente de amigos comunes, pasé una tarde gloriosa en el Alexander de El Prado escuchándole historias paceñas y no paceñas (y alteñas), porque es un narrador extraordinario que no hay rincón oscuro que no conozca, lo que con sorna infinita llama el arquitecto Juan Carlos Calderón cuando le cuento: «tus callejones». Recacoechea hace novelas que de policiacas tienen la trama, pero en las que bullen otros asuntos, de su época siempre, el narcotráfico, la emigración, el expolio artístico boliviano.

En Toda la noche la sangre por ejemplo trata del asesinato del jesuita Luis Espinal Camps en 1981 cuya autoría hay que atribuir a los paramilitares de Klaus Barbie y García Meza, sobre cuya pista española andaba hace unos años, y fue el motivo de nuestro encuentro: la muerte del infame Mosca Monroy jugando a la ruleta rusa. Y no solo eso, sino que Recacoechea aporta una visión que otros escritores desdeñan y pienso en la picaresca, en lo grotesco urbano, lo tragicómico... A mí me gusta mucho esa novela porque es la ciudad de La Paz casi su verdadera protagonista y más concretamente el barrio del Rosario que conoce palmo a palmo en sus interiores laberínticos... Es lo mínimo que le puedes pedir a un novelista, que no te de gato por liebre, salvo que su viaje sea imaginario.

Me emocionó ver corretear a uno de los personajes de la película por el laberinto del Pasaje Kuljis, el de Las Cabecitas, los billares, los gatos, los maleantes, por el que anduve con Ricardo García Camacho, o algunos callejones del Rosario, o las casetas azules de los yatiris y amautas –mamautas en burla irreverente y genial de Edgar Arandia, pintor y escritor– de la ciudad de El Alto, los que echan la suerte en la hoja de coca, conjuran lo inconjurable, ensalman... «Cuando no tienes dinero para un neurocirujano...», me decía hace siete años Pavel, mi primer guía por aquellos andurriales, por donde los puteros, las peleas de perros y los muertos vivos.

¿Visión turística la mía? Sí, puede, y qué importa. Me revientan los amos de la visión correcta de las ciudades y de las cosas, los que están en posesión de la Cifra, siempre indescifrable, salvo para su cotarro impenetrable. A algunos de estos los he padecido en Bolivia, ferozmente antiespañoles, pero lambiscones y chupamedias de la Embajada española a la caza de cócteles, jaripeos, dádivas y canonjías tan jugosas como opacas: bellacos que, encima, quieren darte lecciones.

Intenté hace unos años facilitar la publicación de la obra de Recacoechea en España, al alcance mis posibilidades. American visa no se pudo publicar porque Juan tuvo un choque de trenes con el editor, nacionalista vasco radical, algo que él, que estudió en el Ramiro de Maeztu del Madrid de los cincuenta, no es. Vida intensa la de Juan: París no era una fiesta, buen libro.

La obra de Recacoechea tiene en Bolivia una acogida singular. Me gusta un cafetín que hay cerca del edificio universitario de Villanueva, en la Goitia, porque se llama Inbidia, que es uno de los criterios más seguros y comunes de juicio literario y estético que he visto en Bolivia, aunque me temo que ese criterio deconstructivo de ganas no conoce fronteras: al Reca, como escritor, le perdonan la vida, y no le llegan, carajo, no le llegan, cuando menos en su terreno.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 19/03/2016


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