La otra noche
estuve viendo American Visa (2005), una película del boliviano
Juan Carlos Valdivia que me gustó mucho: la furia por huir de Bolivia, por
conseguir una vida para emigrar a Estados Unidos, a Europa, a dónde sea, pero
emigrar: el origen de las remesas que junto al narcotráfico y el contrabando
son una de las fuentes de ingresos bolivianas, y de los exilios voluntarios
–como el de Claudio Ferrufino-Coqueugniot– y de la no vuelta atrás, porque hay
viajes que no la tienen, aunque de manera paradójica parezca que terminan en la
puerta de casa: conducen a vivir en otra parte.
Hacía tiempo que quería ver esa película porque está basada en una novela de Juan de Recacoechea, que para mí es especial por ser la primera novela boliviana que compré y leí, en junio de 2004, en un cuartucho de un alojamiento de la Sagárnaga. Un cuartucho ciego, bajo un palomar lleno de palomas que zureaban y expandían un poderoso olor a mierda, en el que acabé atrincherándome. Me impresionó la novela porque veía historias que me acababan de contar sus protagonistas –ese hacer lo que sea con tal de conseguir plata, una visa, algo–, y reconocía escenarios que acababa de conocer, como los patios de venta de oro protegidos por matones armados, al que acudían pirquineros con sus pepas. La lectura pudo acabar tan mal como en parte acaba la novela del Reca, pero esta es otra historia... acabé viajando a Riberalta, pasando por el Lobo de los soldados israelís (mala sombras), sentándome en alguna barbería cerca de la plaza Murillo... pero eso fue en otros viajes.
Ahora confieso
que si compré la novela fue por el apellido del autor, descendiente de
navarros, de aquí al lado de donde ahora escribo, lo que antes se llamaba la
Montaña. Con Juan, el Reca, amigo y pariente de amigos comunes, pasé una tarde
gloriosa en el Alexander de El Prado escuchándole historias paceñas y no
paceñas (y alteñas), porque es un narrador extraordinario que no hay rincón
oscuro que no conozca, lo que con sorna infinita llama el arquitecto Juan Carlos
Calderón cuando le cuento: «tus callejones». Recacoechea hace novelas que de
policiacas tienen la trama, pero en las que bullen otros asuntos, de su época
siempre, el narcotráfico, la emigración, el expolio artístico boliviano.
En Toda
la noche la sangre por ejemplo trata del asesinato del jesuita Luis
Espinal Camps en 1981 cuya autoría hay que atribuir a los paramilitares de
Klaus Barbie y García Meza, sobre cuya pista española andaba hace unos años, y
fue el motivo de nuestro encuentro: la muerte del infame Mosca Monroy jugando a
la ruleta rusa. Y no solo eso, sino que Recacoechea aporta una visión que otros
escritores desdeñan y pienso en la picaresca, en lo grotesco urbano, lo
tragicómico... A mí me gusta mucho esa novela porque es la ciudad de La Paz
casi su verdadera protagonista y más concretamente el barrio del Rosario que
conoce palmo a palmo en sus interiores laberínticos... Es lo mínimo que le
puedes pedir a un novelista, que no te de gato por liebre, salvo que su viaje
sea imaginario.
Me emocionó ver corretear a uno de los personajes de la película por el laberinto del Pasaje Kuljis, el de Las Cabecitas, los billares, los gatos, los maleantes, por el que anduve con Ricardo García Camacho, o algunos callejones del Rosario, o las casetas azules de los yatiris y amautas –mamautas en burla irreverente y genial de Edgar Arandia, pintor y escritor– de la ciudad de El Alto, los que echan la suerte en la hoja de coca, conjuran lo inconjurable, ensalman... «Cuando no tienes dinero para un neurocirujano...», me decía hace siete años Pavel, mi primer guía por aquellos andurriales, por donde los puteros, las peleas de perros y los muertos vivos.
¿Visión turística
la mía? Sí, puede, y qué importa. Me revientan los amos de la visión correcta
de las ciudades y de las cosas, los que están en posesión de la Cifra, siempre
indescifrable, salvo para su cotarro impenetrable. A algunos de estos los he
padecido en Bolivia, ferozmente antiespañoles, pero lambiscones y chupamedias
de la Embajada española a la caza de cócteles, jaripeos, dádivas y canonjías
tan jugosas como opacas: bellacos que, encima, quieren darte lecciones.
Intenté hace unos
años facilitar la publicación de la obra de Recacoechea en España, al alcance
mis posibilidades. American visa no se pudo publicar porque Juan tuvo un choque
de trenes con el editor, nacionalista vasco radical, algo que él, que estudió
en el Ramiro de Maeztu del Madrid de los cincuenta, no es. Vida intensa la de
Juan: París no era una fiesta, buen libro.
La obra de
Recacoechea tiene en Bolivia una acogida singular. Me gusta un cafetín que hay
cerca del edificio universitario de Villanueva, en la Goitia, porque se llama
Inbidia, que es uno de los criterios más seguros y comunes de juicio literario
y estético que he visto en Bolivia, aunque me temo que ese criterio
deconstructivo de ganas no conoce fronteras: al Reca, como escritor, le
perdonan la vida, y no le llegan, carajo, no le llegan, cuando menos en su
terreno.
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De VIVIRDEBUENAGANA
(blog del autor), 19/03/2016
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