1. Súbditos
del Imperio perdido. Stefan Zweig (1881-1942) nació en el seno
de una familia judía acaudalada vienesa; autor de éxito, fue un enamorado ejemplar de la
gran cultura y la libertad. En 1930 trabó amistad con Joseph Roth (1894-1939),
nacido en Brody (Galitzia); agudo periodista que por entonces se forjaba una
carrera como escritor. Les unió la admiración mutua y la nostalgia del Imperio
Austrohúngaro, símbolo para ambos de la Europa multicultural y unida, la patria
del pensamiento y el sentimiento. La I Guerra Mundial los despertó de aquel
sueño de paz y equilibrio; el terror nazi desatado contra los judíos los empujó
al exilio.
2. Autores
geniales. Zweig y Roth
fueron creadores extraordinarios. Del primero son célebres sus colecciones de
relatos psicológicos y las novelas —La impaciencia del corazón o Novela de
ajedrez, por ejemplo (extraordinarias)—. Del segundo destacan La
marcha Radetzky y Job (excepcionales). Zweig fue un maestro de la biografía: María Antonieta o Fouché (apasionantes);
y de retratos paradigmáticos como los de Nietzsche, Hölderlin y Casanova. Roth
fue un periodista genial, con artículos sociales amenos y modélicos. El relato
de su viaje por la Rusia soviética destapó la tristeza del estalinismo; el
conmovedor ensayo Judíos errantes dio pie a su amistad con Zweig.
3. La mutua
admiración. La amistad se
apoya en la simpatía y la admiración, la afianzan el trato y el respeto, se
alimenta de pequeños y grandes favores; la envidia sobra en su escenario. En
los buenos tiempos, Roth y Zweig intercambiaron ideas: hay mucho de Zweig en
algunas novelas de Roth y a la inversa. En los malos tiempos, Zweig apoyó
cuanto pudo a Roth, siempre ahogado por las deudas y el alcoholismo; necesitaba
dinero y aquél se lo dio a espuertas junto a buenos consejos que el amigo,
desmañado y trágico, desoía. Roth murió alcoholizado poco después de escribir El santo bebedor.
4. El suspicaz
y el confiado. Roth, más
desconfiado y pesimista que Zweig, vapuleado por la penuria laboral y la
escasez económica, vio con antelación lo que les aguardaba a los judíos con los
nazis —“esa panda de mierdecillas y asesinos”—. Zweig, refinado y culto, fue
más inocente: creía en el triunfo del humanismo. Se identificaba con Erasmo de Rotterdam, el pacífico; no creyó que el populismo
hitleriano triunfaría en Alemania.
5. Novedades literarias. Acantilado publica la correspondencia
entre los dos amigos (traducción de J. Fontcuberta y E. Gil Bera). Ariel, El
exilio imposible, de G. Prochnik (traducción de Ana Herrera Ferrer); útil
para conocer el exilio al que marcharon Zweig y su joven segunda esposa. ¿Qué
pasos dieron éstos hasta acabar en Brasil y suicidarse? Y Alianza, Ostende, de
Volker Weidermann (traducción de E. Gil Bera); ensayo que rememora un episodio
hermoso del exilio alemán: el veraneo de los proscritos en la blanca costa
belga; Zweig, Roth, Keun, Toller y otros intelectuales germanos pasaron allí
alegres días —los últimos— en aquel ominoso verano de 1936.
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De BABELIA (EL
PAÍS), 23/03/2015
Fotografía: Zweig
y Roth
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