Monday, March 28, 2016

Sexo, roedores y fisgoneos

JUAN MANUEL VIAL

La hora más corta, de Francisco Díaz Klaassen, aborda la existencia algo monótona de una pareja de jóvenes chilenos innominados que viven en Midwood, un barrio de Brooklyn del que no se llega a saber demasiado, salvo que el nombre “viene del holandés y tiene que ver con los bosques que separaban Bushwick de la bahía”. El narrador es un tipo que va progresivamente sucumbiendo al sedentarismo y que, por lo general, permanece en su departamento, muchas veces espiando a la vecina del frente, mientras que su novia trabaja durante los horarios normales en un lugar no especificado.

El relato está articulado en episodios breves, desarrollados casi siempre en primera persona y en tiempo presente. No obstante, el fragmento que da inicio a la novela, y otros pocos que vendrán más adelante, todos ubicados en partes que al autor le parecieron estratégicas, se valen del uso del pasado, de la segunda persona y de pasajes fuera de la temporalidad del relato central, ello con el propósito de ir introduciendo en el contexto general una tragedia que, obviamente, involucra a los protagonistas.

La monotonía en la vida de los personajes se ve interrumpida por tres hechos bien descritos que cobran importancia en diferentes momentos de la trama: el fisgoneo a la vecina, las escenas sexuales entre el narrador y su mujer, y la irrupción de una rata en el departamento que ambos comparten. Exceptuando las trivialidades del día a día y algunas evocaciones mínimas a su pasado en Chile, es poco lo que le ocurre al protagonista. En consecuencia, la novela se lee de una sentada y está escrita con lo que cualquiera entendería por corrección literaria. Pero nada de esto es suficiente, ya que uno echa de menos algo trascendente, algo que recordar, o al menos masticar, una vez concluida la lectura. Ni siquiera la tragedia, trillada y enunciada en un instante inoportuno, logra el efecto anhelado: conmover y sorprender al lector.

Tal vez lo anterior se debe a que el narrador es un tipo bastante inconmovible. De él, por lo tanto, no cabe esperar otra cosa que un procedimiento mecanizado tendiente a resaltar el aspecto formal del relato (frío y demasiado calculado), concentración de esfuerzo que, lamentablemente, sacrifica la profundidad y renuncia al chispazo de belleza que provocaría alguna frase urdida con el material de lo impredecible. Además, la descripción pormenorizada de un acontecer pedestre -casi todos hemos leído u oído acerca de combates contra roedores en departamentos de Nueva York- ahoga cualquier posibilidad de que el lector simpatice con el que narra.

Tras el éxito que obtuvo Alejandro Zambra con sus primeras novelas (Bonsái se publicó hace 10 años; La vida privada de los árboles en 2007), surgieron varios escritores jóvenes -más jóvenes que Zambra, quiero decir- que pensaron que el minimalismo era una apuesta segura, sin considerar los enormes riesgos que tal opción conlleva. La hora más corta es un buen ejemplo de este tipo de imitaciones fallidas, en donde la correcta forma, es decir, el minimalismo a secas, sigue un patrón que inevitablemente desemboca en la más absoluta levedad.

En el caso de Díaz hay otro detalle formal que puede resultar elocuente. La novela se cierra con la siguiente información: Nueva York, 2012 – Itaca, 2014. El dato, además de presuntuoso, es a todas luces imprudente, ya que de inmediato uno se pregunta si Díaz realmente tardó dos años en escribir esto. Y luego, cómo no, vuelve a la memoria la advertencia que al respecto lanzó Edmund Wilson, el gran crítico estadounidense. Wilson, un tipo muy perspicaz, sostenía que en caso de que el novelista hubiese fracasado, lo último que querrá el lector, al llegar al final del libro, es que le recuerden al autor o la temporada que éste pasó adonde fuese.

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De LA TERCERA (Chile), 26/03/2016


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