ADRIÁN GRAMARY
«Las iniciales
H. L. M. de la oficina de los arrendamientos urbanos de París se convierte en
un saludo personal, en una amplia sonrisa que le está dedicada. Aparece aquel
grato estado de euforia, la exquisita sensación de ser el centro de todos los
acontecimientos, la sensación de haber sido elegida».
Este fragmento, perteneciente al libro autobiográfico El hombre jazmín,
fue escrito por la artista surrealista alemana Unica Zürn. El sentimiento
expresado por la autora, esa «sensación de ser el centro de todos los
acontecimientos», se corresponde con la vivencia psicótica que el psiquiatra
alemán Klaus Conrad describió, en su libro clásico La esquizofrenia
incipiente, publicado en 1958, como una de las experiencias nucleares de la
esquizofrenia, la anastrofé, es decir, la vivencia de
autorreferencialidad extrema del paciente esquizofrénico, a través de la cual
este tiene la sensación de que «todo gira en torno al propio yo». En palabras
de Conrad, en la anastrofé «el enfermo ve que todos los que le rodean le miran,
pero no solo las personas de su entorno, sino también los extraños de la calle.
Adonde vaya, las cosas están dispuestas para él, a él se refieren, pero también
experimenta lo mismo cuando oye la radio o lee el periódico. De esto se deduce
necesariamente la convicción de que todo, el mundo entero, guarda una relación
con él». El texto de Unica Zürn es pródigo en transcripciones poéticas de las
vivencias y las alteraciones psicopatológicas de la esquizofrenia, y, de hecho,
lo que hace de este libro un testimonio único es el extraordinario talento que
la autora demuestra para transformar la vivencia del enfermar psicótico en un
texto poético de extraña belleza.
Unica Zürn nació en Berlín, durante la Primera Guerra Mundial, en el barrio
residencial de Grunewald, en el seno de una familia de clase media alta: el
padre era oficial de caballería, profesión que abandonó para trabajar como
editor y periodista. Su adolescencia, que transcurrió durante los agitados años
de la República de Weimar, se vio marcada por la separación de los padres. A
partir de 1931, y a lo largo de la era nazi, trabajó en la UFA, la principal productora
cinematográfica alemana de la época, inicialmente como auxiliar administrativa
y después como guionista de películas de publicidad.
En 1942, se casa
con Erich Laupenmuhlen, con quien tuvo dos hijos (Katrin y Christian), y decide
comenzar a trabajar como periodista y escritora, lo que la lleva a frecuentar
los círculos artísticos de Berlín. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, conoce
en 1953 al artista surrealista Hans Bellmer (1902-1975), dibujante y escultor
inclasificable, que se tornaría famoso como creador de objetos-fetiches
surrealistas gracias a su famosa serie de muñecas (Poupées), cuerpos de
anatomía imposible, muchas veces situados en escenarios siniestros. Para
Bellmer, el cuerpo es una frase que, sometida al deseo del autor, puede ser
reescrita de numerosas formas. Unica se apasiona por él y ese mismo año la
pareja parte hacia París. En la capital francesa, Unica comienza por dedicarse
a dibujar y a escribir anagramas, juegos de palabras que resultan de la combinación
de las letras de una palabra o frase para producir nuevas palabras. El anagrama
fue una de las técnicas usadas por los surrealistas —como la «escritura
automática» o los «cadáveres exquisitos»— para intentar reducir al mínimo el
efecto de las instancias de control y represión del subconsciente. Si las
frases representan el mundo organizado y lógico —pensaban ellos—, entonces la
búsqueda de otras frases dentro de una frase significaba la búsqueda de otros
mundos alternativos escondidos detrás del mundo cotidiano. La escritura
anagramática, así como la Cábala, se transformaron para Zürn en una auténtica
obsesión, con las cuales pretendía alejarse cada vez más del mundo real. Ella
misma describió esta experiencia: «Diversión inacabable para ella, la búsqueda
de una frase en otra frase. La concentración y el silencio que exige esta
ocupación le permiten sustraerse por completo de su entorno —incluso olvidar la
realidad—, que es lo que ella desea».
Por mediación de
Bellmer, Unica entra en contacto con los artistas más radicales y
experimentales del círculo surrealista parisino: Man Ray, Marcel Duchamp, Max
Ernst, Hans Arp, Henri Michaux y Georges Bataille, por los que descubre una
singular afinidad. El primero nos dejó un famoso retrato fotográfico de ella en
escorzo. Bataille, que había provocado una escisión dentro del grupo
surrealista con sus teorías sobre la trasgresión erótica y la regresión, ya
había colaborado con Bellmer en el libro La historia del ojo, que
contaba con las ilustraciones de este. Por otro lado, el encuentro de Unica con
Michaux, por quien se cuenta que estuvo apasionada, será decisivo para su obra
posterior: él se tornará, a través de una relación imaginaria y bajo las iniciales
H. M., en el protagonista del libro El hombre jazmín.
La relación de
Unica y Hans Bellmer tuvo, sin duda, en estrecha relación con el mito
surrealista del amour fou y con la visión transgresora del
erotismo de Bataille, un componente sadomasoquista, que ella tuvo el coraje de
reconocer explícitamente: «A ella le gusta experimentar dolor con el placer»,
confesó en unos de sus textos. En ese sentido, es inevitable recordar la
impactante y provocadora serie de fotografías que Bellmer hizo en 1958,
utilizando la performance propia de los rituales de bondage sadomasoquista, en
las cuales el cuerpo de Unica aparece, en diferentes posiciones, atado con
cuerdas, como si fuese un pedazo de carne para asar. Bellmer, a su vez, era un
gran erotómano que sublimó, como otros artistas, sus pulsiones sádicas a través
del arte, pero también supo ser su compañero, su principal apoyo artístico y
emocional y el fiel defensor de sus derechos, cuando Unica, ya muy deteriorada,
demostraba no tener capacidad para tratar con los marchantes. Ella tenía por él
sentimientos que oscilaban entre la admiración y la sumisión. Tal vez consiguió
vengarse de él al final, el diecinueve de octubre de 1970, cuando se lanzó por
la ventana del apartamento que ambos compartían en París. Bellmer, paralizado
desde unos años atrás, nada pudo hacer para evitar el desenlace fatal, y no
tuvo otra elección que contemplar impotente el gesto de ella desde su silla de
ruedas. Tras su muerte en 1974, fue enterrado al lado de Unica en el cementerio
de Père-Lachaise, bajo una lápida con una inscripción donde parecen resonar los
ecos de la romántica y transgresora historia de «amor más allá de la muerte»
del libro Cumbres borrascosas, novela tan querida por los
surrealistas: «Mi amor te seguirá hasta la Eternidad».
Los primeros
síntomas de esquizofrenia surgieron en Unica en 1957. A partir de ese momento,
la enfermedad la acompañó, en brotes psicóticos consecutivos, hasta la muerte,
y motivó su ingreso en diversas instituciones psiquiátricas: Wittenau, en
Berlín; y Saint-Anne, Maisson Blanche, La Chesnai y La Rochelle, en París.
Durante los ingresos recibió visitas regulares de Henri Michaux, que se
encargaba de llevarle papel para dibujar. Sus dibujos y pinturas, de carácter
muchas veces automático, que tienen vínculos evidentes con los dibujos de
Bellmer y con algunos de los dibujos realizados por pacientes psiquiátricos,
pertenecientes a las colecciones de Prinzhorn o Dubuffet, representan, con un
trazo denso, obsesivo y repetitivo, criaturas fantásticas: quimeras, híbridos
de animal, planta y humano, o extravagantes seres reticulados que nos hacen
pensar en constelaciones, animales abismales u organismos microscópicos.
Su obra plástica
se expuso, con prefacio de Max Ernst, en la galería Le Point Cardinale de París
en 1962 y 1964, pero se hizo más conocida tras la gran exposición retrospectiva
organizada en Alemania en 1998. Su obra literaria, en gran parte publicada
póstumamente, fue creada al margen de los círculos literarios y sin
perspectivas de publicación. Además de cuentos y folletines publicados en
periódicos berlineses, durante la vida de Zürn solo vieron la luz el pequeño
libro de anagramas Textos de brujas (1954) y el cuento Primavera
sombría (1969). En esta última obra, la autora describe el despertar
psicosexual de una joven adolescente. El propio título del libro nos desvela ya
la tonalidad escogida por Zürn para abordar el tema: la protagonista del
relato, alter ego de la artista, narra sus alegrías y deseos, pero sobre todo
expone con toda crudeza los lados más sombríos de su infancia: los miedos, la
violencia sexual y la aparición de las primeras pulsiones masoquistas. «Ella
desea con todas sus fuerzas a un hombre violento y brutal», confiesa. El texto
ofrece imágenes perturbadoras y cargadas de violencia, como el episodio en el
que la protagonista se inicia en la masturbación con una tijera; o el sueño en
el que se ve rodeada por un grupo de hombres encapuchados y vestidos de negro,
que la violan con un cuchillo que finalmente se transforma en la lengua de un
perro. La narrativa, que tiene mucho de confesión o de diario íntimo, se inicia
con las primeras percepciones conscientes de la joven: el descubrimiento del
propio cuerpo y la fascinación por el sexo opuesto, simbolizado inicialmente
por su padre. Sin embargo, violentada sexualmente por su hermano, no tiene la
posibilidad de defenderse o procurar la protección de otras personas, pues no
encuentra el afecto necesario en su madre, y no puede contar con el apoyo del padre,
muchas veces ausente por viaje, lo que la obliga a digerir su dolor en soledad.
La salida que encuentra al conflicto es la fuga a través de su imaginación:
«Para poder soportar la vida, no tiene más remedio que refugiarse con todo su
afán en la fantasía». Su consuelo es el amor pasivo y edípico por un hombre
adulto, suerte de substituto paterno, a quien solo conoce de vista en la
piscina. Cuando su amor secreto es descubierto por la familia, se le prohíbe
volver. Tal prohibición le corta la última salida. La realidad se le hace
insoportable sin aquel amor, incluso aunque sea totalmente pasivo. Se
desespera: «No volver a verle significa la muerte para ella». Esa misma noche,
presagiando el suicidio real que se ha de producir cuarenta y dos años más tarde,
se lanza por la ventana del cuarto, poniendo así fin abruptamente a su vida.
Sus textos impresionan por la mezcla de exhibicionismo emocional y radical
honestidad, por la sutileza con que se diluyen en ellos las fronteras entre lo
real y lo surreal, el sueño y la realidad, y por la especial predilección por
la paradoja y el absurdo. Sus cuentos, que reflejan una singular fidelidad al
mundo de su infancia, se desarrollan en muchos casos en la Alemania de la
República de Weimar; y están poblados de motivos extraídos de mitos y cuentos
fantásticos, del mundo del circo, la bohemia y el territorio marginal de los
vagabundos. Los protagonistas son muchas veces niños, a quienes, una vez
decididos a abandonar la realidad cotidiana, les ocurren cosas maravillosas:
«El ser humano está rodeado de peligros […] Pero estos peligros tienen para
ella un encanto perverso. Una especie de liberación de la rutina diaria, del
tedio que induce al bostezo».
Su obra más
conocida, El hombre jazmín, inédita durante años, fue publicada
póstumamente, primero en una traducción francesa, en 1971, y después en su
idioma original, el alemán, en 1977. En español, la editorial Siruela ha
publicado, además de El hombre jazmín y Primavera
sombría, el libro de relatos El trapecio del destino.
En El hombre jazmín, crónica documental y poética de su locura,
Zürn narra la aparición y evolución de sus delirios y alucinaciones, hablando
de sí misma en tercera persona, como si se observase desde fuera. La
protagonista encuentra en 1957, en París, a un hombre que constituye la
personificación de su visión infantil del idealizado «hombre jazmín». Este
hecho se le impone con ese carácter de revelación, de verdad absoluta e
indiscutible, que Klaus Conrad definió con el término apofanía (en
griego «revelación»), y que es característico del delirio esquizofrénico.
Unica mantiene una relación imaginaria con ese hombre, por quien se sabe
hipnotizada a distancia, y sigue sus instrucciones. Surgen entonces las
interpretaciones delirantes, las vivencias de influencia y las alteraciones de
la conciencia del yo. A tenor de la descripción hecha en el libro, los actos,
sentimientos y estados de la protagonista son vividos por ella no como propios,
sino como dirigidos o influenciados por el hombre jazmín: «Un maravilloso
magnetizador que posee un poder extraordinario la hipnotiza a todas horas. Él
le impone su voluntad y ella nada puede hacer para resistirse. Por eso, porque
él se lo ha mandado, ha hecho las cosas más disparatadas», podemos leer en el
texto. En breve se separa de él. Deja París y viaja a Berlín, su ciudad natal,
donde la esperan sus amigos. Durante el viaje, y una vez en Berlín, continúan
los delirios, las alucinaciones y los fenómenos de automatismo mental.
El texto de Unica nos hace reflexionar sobre las analogías existentes entre la
experiencia de la locura y la experiencia poética. Klaus Conrad, en su libro La
esquizofrenia incipiente, concluyó que en esta enfermedad se produce «una
relajación de la coherencia de las percepciones, y hay una “liberación” de
cualidades, […] de aquella “nube de propiedades esenciales” que se oculta en
todas las cosas». Así, por ejemplo, tomemos el caso del árbol, nos dice Conrad,
cuyas propiedades esenciales son infinitas: lo verde, la verticalidad, lo
vetusto, lo inflexible, lo movido por el viento, lo arraigado, lo sano y
natural, pero que también evoca metonímicamente el bosque, un espacio
amenazador y hostil, aunque a veces también protector y hospitalario, oscuro y
umbrío, habitado por seres desconocidos, escondite para lo erótico y suministro
de alimentos. Y concluye Conrad que solo mediante el reconocimiento de la
«liberación de propiedades esenciales» nos encontramos en condiciones de
interpretar las vivencias del paciente psicótico. Un fenómeno que
inevitablemente nos lleva a pensar en la experiencia poética. Unica saborea, de
hecho, el carácter maravilloso, poético e insólito del nuevo estado en que se
encuentra: «Si alguien le hubiera dicho que había que volverse loca para tener
estas alucinaciones, en especial la última, no habría tenido inconveniente en
enloquecer. Sigue siendo lo más asombroso que ha visto nunca». La protagonista
actúa convencida de que sus inusuales experiencias son reales. No se da cuenta
de la diferencia entre las alucinaciones y el mundo real, y le parece
absolutamente normal todo lo que piensa y lo que le ocurre. Con todo, su
comportamiento extravagante (por ejemplo, cuando tira por la ventana las gafas
que le quita a un hombre desconocido) determina que finalmente sea ingresada en
una clínica psiquiátrica. Los amigos berlineses la apoyan y animan durante su
permanencia en la clínica. Finalmente recibe el alta, vuelve a París y retoma
la vida que llevaba. Pero, en breve, surgen nuevos delirios y alucinaciones;
vuelve a dejar el ambiente donde vivía y se esfuerza por conseguir una nueva
vida independiente. Sin embargo, esta tentativa acaba a la postre, nuevamente,
con su ingreso en otra clínica psiquiátrica.
El libro tiene evidentes líneas de contacto con el interés del surrealismo por
el poder poético de la locura y por las experiencias que permitían trascender,
a través de alucinaciones inducidas, la realidad cotidiana, como la
experimentación con drogas (pensemos, por ejemplo, en las experiencias de
Cocteau, Michaux o Artaud). La presencia simultánea de la perspectiva interior
y exterior (vivencia y comentario de la locura) crea una tensión extraordinaria
que se mantiene hasta el final de la narración. Esta tensión se debe también a
la excelente manipulación de la alternancia entre los planos de la realidad, la
memoria, el sueño y la alucinación.
Su amigo, André Pierre de Mandiargues, que describió la belleza de Unica como
«diabólica», se refirió a ella como «una alucinada sutil». Al final del libro El
hombre jazmín, ella misma se cuestiona si su fascinación por lo
extraordinario y por el mundo de la imaginación no será la causa de sus
frecuentes recaídas en la psicosis, como si esta fuese la válvula de escape o
el refugio frente a la insatisfacción provocada por la grisura del mundo real.
En uno de sus cuentos, en una suerte de declaración de solipsismo radical,
también se interroga: «¿No son nuestros pensamientos, los que son solo nuestros
y no conoce nadie más, mucho más reales que cualquier realidad?». La suya fue,
sin duda, una vida entregada al autoconocimiento y a la experimentación de los
límites, que ponía a prueba continuamente su frágil estructura psicoemocional,
la vida de una acróbata suspendida en la cuerda floja, en equilibrio inestable
entre la trasgresión y la psicosis.
Bibliografía:
- -Bataille, G. El erotismo. Barcelona:
Tusquets, 2010.
- -Conrad, K. La esquizofrenia
incipiente. Madrid: Fundación Archivos de Neurobiología, 1997.
- -Combalía, V. Amazonas con
pincel. Vida y obra de las grandes artistas del siglo XVI al siglo XXI.Barcelona:
Destino-Imago Mundi, 2006.
- -Crego, C. La muñeca, el
maniquí y el robot en el arte del siglo XX. Perversa y
utópica. Madrid: Adaba, 2007.
- -Foster, H. Dioses
prostéticos. Madrid: Akal, 2008.
- -Foster, H. Belleza compulsiva. Buenos
Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2008.
- -Zürn, U. El hombre jazmín. Madrid:
Siruela, 2006.
- -Zürn, U. Primavera sombría. Madrid:
Siruela, 2005.
- -Zürn, U. El trapecio del
destino y otros cuentos. Madrid: Siruela, 2004.
- -Zürn, U. O Homem-Jasmim. Lisboa:
Editora & Etc., 2000, pp. 15-19.
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De LECTURAS
PSIQUIÁTRICAS (blog del autor), 04/08/2013
Imágenes:
2- Unica Zürn, adolescente en Berlín
3- Hans Bellmer
4- Poupée
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