El 19 de mayo de
1984 mi ‘profe’ de gimnasia me trajo al cole el recorte de una foto en blanco y
negro publicada en El Periódico. En la imagen aparecía un
jovencísimo Marco Van Basten, sentado en la grada mirando un partido. Justo
detrás, con una mano sosteniendo una coca-cola y con la otra metida en una bolsa
de patatas chips, estaba yo. Dos días antes había acudido al Mini Estadi con mi
madre, invitados por Johan y Danny Cruyff, con motivo del partido de homenaje
al ‘Cholo’ Sotil. Supongo que Johan se trajo a Van Basten, que por aquel
entonces no debía tener más de 20 años, para que conociera Barcelona. El caso
es que, desde ese momento, seguí la carrera de la promesa del fútbol holandés
como si esa promesa me la hubieran hecho a mí.
Después del
partido, a esa pequeña comitiva, se unió mi padre. Unos diez años antes, y con
la complicidad de mi madre, holandesa de nacimiento, había contribuido de forma
decisiva en las negociaciones para el fichaje de Cruyff por el Barça. Y esa
noche íbamos a acompañar a Johan a un plató de TV3, para que lo entrevistaran.
El Barça acababa
de fichar a Terry Venables, se estaba despidiendo de Menotti y desprendiendo de
Maradona. Y, aunque hoy nos parezca increíble, se estaba decantando por Steve
Archibald como sustituto del astro argentino en lugar de hacerlo por Hugo Sánchez.
Era el tercer o cuarto salto imposible de la era Núñez entre tradiciones
futbolísticas de lo más dispares. Futbol alemán, luego argentino y ahora
inglés, en apenas tres temporadas. El pan de cada día a. de C.
Para el sector
del barcelonismo al que yo pertenecía por nacimiento, Johan y el fútbol
holandés representaban exactamente lo opuesto a esta manera de entender el
fútbol. Es decir, lo opuesto a esta manera de entender cómo se gestiona el
talento. Un equipo puede intentar jugar como la estrella que acaba de fichar o,
bien al contrario, fichar a la estrella que se sepa adaptar al juego del club.
Una sociedad puede dedicarse a esperar el siguiente milagro económico o al
siguiente salvapatrias, puede extender alfombras rojas para que el talento
luzca. O, bien al contrario, puede tomar la iniciativa y organizarse de forma
más abierta, desmitificando un poco la categoría del talento y creando las
condiciones de trabajo para que cada cual pueda desarrollar el suyo. Recuerdo
haber escuchado a Johan diciendo algo así como que el talento no consistía en
nada más que, simplemente, hacer las cosas más rápido que los demás. En boca de
un genio, el talento reducido a una cuestión casi mecánica, temporal, prosaica.
El ídolo de
Cruyff había sido Di Stéfano, ese jugador total: tan bueno para hacer circular
el balón como para rematar a gol, tan válido para driblar como para recuperar
balones. No parece tan raro pues que la ‘Naranja Mecánica’ de Rinus Michels y,
claro está, la de Cruyff, sedujeran al mundo ejerciendo la presión por todo el
terreno de juego y apostando decididamente por la polivalencia de sus
jugadores. Ahí está el tackle de Neeskens, claro. También los de Van Basten. Y,
por qué no, las carreras de Messi volviendo a su portería para recuperar un
balón… Pero también está el gol de Belleti en la final de París. La estrella
del equipo al servicio del colectivo y todas las piezas del equipo participando
en todas las fases del juego.
Pero todo esto no
lo entendí hasta mucho tiempo después. Por aquel entonces, para mí, el fútbol
total sólo era un recuerdo de mis padres, una idea romántica, un poco confusa
(¿Acaso la táctica del fuera de juego de los belgas tuviera algo que ver?).
Pero poco a poco, a medida que Van Basten cumplía la promesa y Cruyff
confirmaba su genio, ahora como entrenador, imponiendo desde 1983 un estilo de
juego espectacular en aquel jovencísimo Ajax que se llevaría la Recopa de 1987,
el cambio de paradigma fue tomando forma, llegando incluso a superar la versión
original.
Con la
perspectiva del paso del tiempo, recordar la victoria de Holanda en la Eurocopa
de 1988 se me hace extraño. La vimos por televisión junto a la familia Cruyff,
en nuestro pequeño comedor de El Montanyà. Esa victoria de toda una generación
de futbolistas formada bajo las directrices de Johan en el Ajax vengaba la
triste final del Mundial’74 en Alemania, premiaba a Rinus Michels y coronaba a
Van Basten. Johan, claro está, no figuraba en los créditos. En ese momento ya
estaba centrado preparando lo que iba a ser una revolución en el Barça. Se me
hace extraño recordar esa victoria total de su idea de entender el juego sin
que él estuviera claramente presente. Claro, se me hace extraño porque ahora sé
que esa no iba a ser la última vez.
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De PANENKA,
29/03/2016
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