GUILLERMO SHERIDAN
A Paz le interesaron
las drogas como problema literario y cultural y escribió sobre el tema lo
suficiente para llenar un libro. Lo hizo en parte él mismo, pues en Excursiones/incursiones agrupó
algunos: “Conocimiento, drogas, inspiración” (de 1960), pero hay otras páginas
que podrían complementarlo, como la recapitulación de 1991 que figura en el
prólogo a ese mismo volumen.
El asunto se
carga de relieve hoy. Por un lado, el diseño y consumo de drogas obliga a
reconsiderar el problema desde el punto de vista cultural, sanitario, legal y
político. Por otro, es cada vez más impostergable tomar desde el poder
decisiones sobre criminalizar y despenalizar. En ambos casos las ideas de Paz
aportan inteligencia al respecto (si bien está lejos de “proponer un remedio”).
Un estudio cabal de sus ideas exigiría, desde luego, un ensayo extenso y
ambicioso: sólo gloso aquí una guía.
En 1960, Paz
pensaba que el apogeo del láudano, el opio, el hachís y “dos drogas mexicanas”
–el peyote y los hongos– servían como agentes supletorios, como una salida más
ante el sacrificio de lo sagrado que cometió la razón moderna. La cuestión era
eminentemente cultural y Paz la cruzaba con la práctica arcaica de las drogas
religiosas y sus supervivencias entre algunos poetas modernos que las
ensayaron, si bien “no intentaron extraer una estética y una filosofía de su
experiencia”.
En 1991, es decir
lustros antes de arribar al campo de batalla en que estamos ahora, reconocía
los riesgos de tocar el tema. En 1960 no era peligroso, mientras que en 1991
“es imposible tratarlo sin exponerse a serios equívocos” pues colinda con el
doble entrevero de la delincuencia internacional y la salud pública. Si por un
lado está el negocio “controlado por bandas sin escrúpulos”, por el otro “los
resultados morales y sociales del uso de esas substancias es aterrador:
millones de seres humanos, principalmente jóvenes, han sido esclavizados por un
hábito que los destruye física y moralmente”.
Paz se halla
obviamente al tanto de las contradicciones. Piensa que los alucinógenos “sagrados”
fomentan la introspección: “el alcohol nos empuja hacia afuera, los
alucinógenos nos retraen” y cree que Huxley acierta cuando dice que “no son más
sino menos peligrosas que el alcohol”, pero
las autoridades
las prohíben no tanto en nombre de la salud pública como de la moral social.
Son un desafío a las ideas de actividad, utilidad, progreso, trabajo y demás
nociones que justifican nuestro diario ir y venir […] la autoridad no obra como
si reprimiese una práctica reprobable o un delito sino una disidencia.
Paz ha narrado
que él consumió bhang, una bebida emparentada con el soma,
“droga de uso común en la India moderna”, propicia a las visiones, “alimento de
videntes y poetas”. Supongo –aunque desde luego no me consta– que de
muchacho habrá fumado mariguana con sus camaradas y, en alguna carta juvenil a
Garro, comenta sentirse tan inquieto que “si esto sigue así tomaré opio”: no sé
si es retórica o propósito, pero en todo caso es menester recordar que opiatos
y cocaína fueron productos farmacéuticos. ¿Y habrá comulgado hongos con
Gordon-Wasson, y mezcalina con Henri Michaux? Su introducción a Misérable
miracle, –en el volumen anotado arriba– y de un fragmento de la cual
encontré un link en inglés es intrigante…
En todo caso, si
bien reconoce que acudir a los alucinógenos “es una manifestación de nuestro
amor por el infinito” (como propone Baudelaire), son una “dolencia social” peor
que el alcohol, escribe Paz, pero le parece obvio que no hay medidas represivas
capaces de erradicar su producción y consumo. Le preocupaba que, por espíritu
de grupo y de imitación, los jóvenes ignorasen el peligro implícito. Más allá
de las muchas circunstancias que explicarían su consumo, le parece que
predomina “el desamparo espiritual, muchas veces también material, a que nos
condena la sociedad contemporánea” y que, por tanto, es menester discutir el
imperativo de reformar los “fundamentos sociales y espirituales” de esa
sociedad.
Luego de señalar,
irónicamente, esa “modesta premisa”, regresa al individuo. ¿Cómo llamar a la
necesidad de drogarse? “Tiene muchos nombres”, se responde: es “una sed de
reposo y de olvido”, de felicidad y bienestar, de rebasar la mezquindad de
nuestras vidas, “de salir de nosotros mismos para encontrar ¿qué?”. Aquello que
antes aportaba el sentido de la comunidad, el consuelo religioso, la fiesta.
Pero esos
rituales que propiciaban formas de felicidad se han desintegrado. “El amor, la
contemplación, las artes, la poesía, la meditación filosófica, la comunión
religiosa” otorgan aún, si se posee algo de “gracia”, cierta dicha relativa y
fugaz, una cierta “gracia”. Las drogas en cambio “parecen ofrecer un camino
corto y fácil hacia el éxtasis”, sin el requerimiento de cuidar nuestra ración
de “gracia”, lo que demanda disciplina y trabajo. Y ese camino corto
invariablemente “termina en un precipicio”. En vez de ser un ingrediente de la
visión espiritual, como lo fueron en tantos pueblos antiguos, las drogas “se
han convertido en un método de autodestrucción”.
No, no es
optimista Paz. Y eso que hablaba sólo de alucinógenos, digamos, naturales. Hoy
que los cantos del chamán y los rituales del druida han sido substituidos por
la fritanga del laboratorio y las ráfagas de la metralleta, el paraíso está
cada vez más lejos, pero cada vez más a la mano…
(Adenda:
¿Alguien ha leído el Ciclo Melrose del novelista inglés Edward
St Aubyn? A mí me han gustado mucho. Creo que es la tercera de las –hasta
ahora– cinco novelas, Bad News, la que narra formidablemente su descenso
a la heroína, no es agradable).
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De LETRAS LIBRES, 12/03/2014
Imagen: Dibujo de Henri MIchaux
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