Dado que soy
una persona que, para paliar ciertas carencias de memoria a
corto plazo, se aferra a listas tan necesarias como la de compra, he de reconocer
que de vez en cuando me gusta hacer inventario de libros a fin de
organizar la amalgama de lecturas que coexisten en algún desconocido, pero
existente, compartimento estanco de mi mente. Así pues, haciendo memoria y
repasando algunas notas digitales de lectura y mi cuenta de Goodreads, paso
a destacar algunos títulos, de épocas y autores muy dispares, que me han
hecho disfrutar a lo largo de este año 2015. No son los mejores ni los peores,
pues algo tan subjetivo no puede convertirse en categórico; son los que están,
los títulos que quiero resaltar; a partir de aquí, comprarlos o sacarlos de la
biblioteca corre de tu cuenta:
Para mí este ha
sido el año de Ian McEwan, de cuya autoría había leído solo “En las nubes”, una
obra tal vez menor que me había dejado sensaciones neutrales. Todo empezó un
día de verano cuando me topé con "Expiación", libro que
tenía ganas de leer, en una librería de viejo y la adquirí por un módico
precio. El resultado: tras acabar la novela compré tres obras más de
McEwan, “Operación Dulce”, “Ámsterdam” y “Sábado”. Las dos primeras me
parecieron soberbias, la tercera, quizá una de las obras del autor que cuenta
con mejores críticas, me decepcionó debido a su exceso de material, en gran
parte irrelevante. Meses más tarde adquirí además otros dos títulos que aún no
he leído y que guardo para uno de esos momentos en que me apetezca tomarme un
McEwan: “Chesil Beach” y “Amor perdurable”.
Algo similar me
ha ocurrido este 2015 con otro autor con patronímico, “Mc”, en este caso; me
refiero a Cormac McCarthy, uno de mis autores fetiche. Hasta este año, había
leído “Meridiano de Sangre”, “Hijo de Dios”, “No es país para viejos” y “La
carretera”, pero tenía pendiente como una costra a medio arrancar la Trilogía
de la Frontera. “Todos los hermosos caballos” marcó a principios de año un
antes y un después en mi manera de entender la narrativa, al menos en lo que
respecta a la creación de imágenes. “En la frontera” completó las buenas
sensaciones y elevó el gozo lector hasta la categoría de vicio insano. El
tercer volumen, "Ciudades de la llanura" sigue esperando su turno; escondido
como una reliquia, como el último coco de un naúfrago; la última bala antes
de verme obligado a releer al autor norteamericano.
Este 2015 también
me he aventurado a leer algunos clásicos, como “Los mutilados”, de Herman
Ungar, una novela dura y original, una narración brutal que lleva al lector al
límite con la agilidad de lo breve, un relato que deja huella y revolotea por
la memoria incluso mucho después de haber cerrado el libro para siempre, o al
menos hasta una nueva relectura, pues la obra merece volver sobre ella. Consta
también en mi lista "Fortunata y Jacinta", de Galdós, ese culmen
del realismo más puro, retrato social y humano de los habitantes de
aquel Madrid y obra que además me lazó a una bizarra investigación
que narré en este artículo: La cava de San Miguel, 11 o tras los pasos de la Fortunata de Galdós.
Entre los autores españoles
destaco “Los viejos amigos”, de Chirbes, obra que compré, casualmente, un par
de horas antes de enterarme de su muerte a través de las redes
sociales; “El río que nos lleva”, de José Luis Sampedro, novela de ambiente
rural que rinde homenaje a los gancheros y que me sorprendió
sobremanera por su complejidad dentro de su sencillez expositiva, y “La
vida Mitigada”, de Tomás Sánchez Santiago, obra intimista y personal de la que
hablé por extenso, aquí. Entre los más jóvenes, por cierto, he
disfrutado mucho con la alegoría minimalista firmada por Iván Repila, “El niño
que robó el caballo de Atila”, y con “Atila”, de Javier Serena.
Cabe destacar en
este texto que casi todos los años suelo leer al menos una de las
muchas obras de Gabriel García Márquez, y este año le tocó el turno a “Noticia
de un secuestro”, una crónica maravillosa que me hipnotizó con su musicalidad y
su pulso. Siguiendo con la narrativa hispanoamericana, debo apuntar que lo
pasé muy bien, como de costumbre, con César Aira y “Los fantasmas”, libro
surreal y cargado de humor que vira hacia espacios inexplorados y sorprendentes.
Y con "El reino de este mundo", de Alejo Carpentier, novela
de peso que destaca a pesar de la recargada, florida y
barroquísima prosa del autor.
Como revelación
de la temporada, aparece el destello de ese talento rumano llamado Mircea Cărtărescu.
Comencé leyendo el relato "El ruletista" y me entusiasmo; sin
respiros ni concesiones, directo, ágil, excepcional. De ahí que adquiriese
"El Levante" en cuanto salió, y aún otro título,
"Lulu", cautivador y brillante, personal y certero.
Luego están los
libros publicados por amigos; son muchos los que me regalan o envían,
también los que compro, y entre ellos me gustaría destacar sobre todo,
“Angustia”, de José Ángel Barrueco, novela sobre la cual me extendí en esta entrada, y dos libros publicados en la editorial que editó mi
última novela, Lupercalia; me refiero al libro de cuentos “Mi marido es un
mueble”, de Esteban Gutiérrez Gómez, y a la crónica
“Madrid-Cochabamba”, de Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Coqueugniot.
Pero lo mejor del
año ha llegado en el último tramo, con la lectura de “Las
correcciones”, de Jonathan Franzen, una gran novela americana que extrapola el
concepto de novela realista decimonónica a nuestros días para retratarnos la
Norteamérica más profunda y contradictoria, y con una obra que
se encuentra en sus antípodas, en el experimentalismo más puro, y que sigue la
corriente de autores como Gaddis, me refiero a "El cuaderno perdido",
de Evan Dara, ese escritor desconocido que aglutina en su seudónimo el
avance de la narrativa hacia otros terrenos. Una obra compleja y difícil que
precisa ser paladeada despacio, tan despacio como ha transcurrido este año
2015: intenso en lo personal y tranquilo en lo literario.
__
De EL VIENTO QUE
AGITA LA CEBADA (blog del autor), 22/12/2015
Imagen: Durero, 1506
No comments:
Post a Comment