Thursday, March 17, 2016

Las cuatro guerras de Sofía Casanova

JESÚS GARCÍA CALERO

Una mujer espera, por última vez, cruzar una frontera. La mujer es gallega, nonagenaria, está ciega y rememora, mientras se agotan sus fuerzas, una vida inabarcable de trotamundos, desde los sueños literarios de la juventud, el amor y la soledad, a los viajes por toda Europa y la desolación indescriptible de un siglo de trincheras y destrucción que no dejó de perseguirla, frente por frente, pero que ella no ha dejado de contar como corresponsal de guerra desde 1914. La frontera es ya su propia muerte: en Poznan, enero de 1958.

Así comienza un homenaje lleno de sentido, el que la periodista de ABC Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) ha rendido en su primera novela, titulada «Azules son las horas» (Espasa), a la gran Sofía Casanova, una de las grandes pioneras del oficio que fue la valerosa corresponsal de este periódico en el frente oriental de la Primera Guerra Mundial y en muchos otros sucesivos.

Además de la Gran Guerra, Sofía Casanova fue testigo de la revolución bolchevique (fue perseguida y censurada por sus crónicas desde San Petersburgo, desde donde narró la muerte de Rasputín y entrevistó a Trotski), vivió con el corazón helado la locura de la Guerra Civil española y aún pudo conocer y contar, desde la Varsovia arrasada, el huracán nazi que asoló Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Cuatro conflagraciones que le otorgaron una amarga lucidez basada en hechos reales, que la protagonista de «Azules son las horas» despliega en una revisión de todo lo que fue, un verdadero canto a la vida sobre los restos humeantes de un siglo desgraciado, sostenido con emoción en sus dos últimas semanas de existencia.

El Madrid alfonsino y literario
La novela de Inés Martín Rodrigo nos lleva desde Poznan, en Polonia, al Madrid alfonsino y literario. Allí esta gran intelectual española de vida cosmopolita se relaciona con las grandes figuras literarias de su época (Galdós, Pardo Bazán…). Casanova fue a vivir a Polonia después de casarse con Wincenty Lutoslawski, filósofo polaco de mente febril, idealista y experto en Platón, que le había presentado el poeta Campoamor y cuyo amor descarrilaría.

Mientras Wincenty se evadía al «topos uranos» platónico, a Sofía le tocó asumir toda la realidad. Con las hijas a su cargo, y el dolor por la muerte de una de ellas, en septiembre de 1914 la Primera Guerra Mundial viene a buscarla a su casa de Drozdowo, rodeada por el despliegue ruso y alemán para la batalla de los lagos Masurianos. La fiereza de los combates convierte la propiedad en refugio improvisado.

Se hace enfermera
Casi un mes resisten y cuando abandonan Drozdowo en dirección a Varsovia,el paisaje y el alma de Europa han cambiado: impera la destrucción, la guerra mecanizada desmorona los sueños de una civilización. En la capital Sofía se hace enfermera de batallones moribundos, miles de amputados, envenenados con gas (a punto está de perecer así durante un bombardeo), incluso acude al frente en una misión para llenar un tren de despojos humanos asidos a un hilo de vida y dar sepultura a cientos de cuerpos en la tierra que les ordenaron defender. La muerte los traga, se sacia sin pudor junto a sus lágrimas. Ese viaje al horror la escandaliza, la hiere profundamente, le cambiará la vida.
Todo lo que ve permanece aún inédito: la literatura semeja un sueño de otro mundo, de otra vida anterior, perdida. Y sin embargo allí escribe una de las mejores crónicas de su vida: un informe al Gran Duque Nicolás contraviniendo la orden, recibida en el hospital, de asistir solo a los heridos rusos y dejar a los alemanes a su suerte.

Ya quiere alzar su voz valiente. En aquella Varsovia recibe la invitación a escribir en ABC, de puño y letra de Torcuato Luca de Tena, que la admira. Publicará en este periódico (qué orgullo) más de ochocientos artículos, escritos con pluma de madera y tinta Pelikán. De pronto, España podía leer un testimonio veraz de aquellos hechos que convulsionaban el mundo, las crónicas que Sofía Casanova llenaba de un periodismo con mayúsculas, plenamente vigente hoy. Sigue trabajando en el hospital hasta que los alemanes entran en la ciudad del Vístula, y huye con sus hijas en el último tren a Minsk, Moscú y, finalmente, San Petersburgo. Salvo dos libros y unas fotos, más las últimas cartas de su madre, lo ha perdido todo.

La libertad
En la ciudad, cuyo Palacio de Invierno ya se estremece en espera del cañonazo del crucero Aurora, escribe mucho, pero sus crónicas son a veces interceptadas. Cuenta la revolución de Octubre y entrevista a Trotski «en el antro de las fieras», un texto imprescindible todavía. La libertad es parte de su estilo transparente. A todos lados la acompaña su fiel criada gallega ya parte de la familia, Pepa, a la que retrata en la crónica de Trotski: es el otro gran personaje de esta novela.
Vive la Guerra Civil desde Varsovia, y desde allí, con el ABC incautado, mueve cartas y crónicas en defensa del bando nacional. Franco querrá conocerla.

Cuando tiene casi 80 años y está medio ciega ya, los nazis invaden Polonia y el horror del siglo toca fondo. Narra la Segunda Guerra Mundial hasta donde las fuerzas le permiten. Varsovia será destruida totalmente y con ella el alma de Europa, pero entre aquellas ruinas también fue vista Sofía Casanova comprobando que su casa había reventado por un obús en medio de la catástrofe y que sus familiares estaban a salvo.

La vida y el periodismo llenan este libro que sostiene la mirada a la guerra y a la muerte, porque busca sentido a tanta incertidumbre. De igual modo, el punto final de aquellas crónicas –y las de los periódicos de hoy– busca en los lectores el único sentido posible de todo lo que ocurre y los periodistas hacemos.

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De ABC, 21/02/2016

Imagen: Sofía Casanova, en la sala de heridos de la Estación de Varsovia

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