NATACHA GONZÁLEZ
Eran las once de
la mañana, el sol se había rendido. No llovía aún. Pero el cielo exponía sus
intenciones sin tapujos. Anoche no pasé por casa. No estaba cansada, tenía
ganas de andar. Paré en un bar, tomé varias copas. El de la barra me preguntó
si quería algo más fuerte. Pensé en tequila. Me mostró varias pastillas.
"Prueba alguna", no supe cual tomar. "La roja". Tragué con
ayuda del vodka. Esperé. Nunca había tomado este tipo de droga. El hombre me
hizo un gesto cómplice, moviendo su mano como indicando paciencia. Terminé
la copa. Pedí otra. No sentía ningún cambio. Decidí marcharme, pero alguien me
sujetó el brazo con fuerza. "¿Te vas?" Preguntó el tipo de la barra.
Me solté violentamente. Volvió a sujetarme por el otro brazo, esta vez no pude
intentar nada. Acercó su frente y la posó en la mía. Sus ojos desaparecieron
del campo visual. Entre sus dientes una de aquellas pastillas. Esta era negra.
Me agarró con más fuerza aún. Su boca se metió en la mía, sentí cómo su lengua
atravesaba sin piedad mi garganta. Tomó la copa y me obligó a beber mientras
reía a carcajadas. Un calor insoportable se apoderaba de mi cuerpo. Sentía como
me ardían las entrañas. Arranqué toda la ropa de mi piel. Corrí hacia la
salida, las carcajadas retumbaban en mi cerebro. Anduve durante mucho tiempo.
No hay nadie en la ciudad. Son más de las once, y el cielo insiste en ese negro cegador.
No hay nadie en la ciudad. Son más de las once, y el cielo insiste en ese negro cegador.
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De la serie Los bares del diablo
Imagen: Adriaen Brouwer, 1633
Muy bueno, como de costumbre en Natacha.
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ReplyDeleteBuenísimo.
DeleteTiene cosas geniales, por cierto Claudio tengo la cuenta Facebook kaput,pero volveré amigo,un abrazo
DeleteTe esperamos, Miguel.
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