70 años formando
parte de la URSS cambiaron las costumbres y tradiciones de los pueblos
nativos del norte de Siberia. Los descendientes modernos de estos pueblos
nómadas ahora viven en aldeas, aunque reconocen que siguen sintiéndose gente de
la tundra.
Alexéi Chunanchar
forma parte de uno de los grupos étnicos más antiguos del norte de Eurasia: los nganasán. En Rusia viven menos de
mil, de los cuales cien viven de la caza en la tundra. Alexéi trabaja en la
Casa de Creación Tradicional de la ciudad de Dudinka como maestro tallador en
hueso: a partir de un cuerno de ciervo crea esculturas de varios tamaños. A
pesar de que Alexéi estudió en una universidad artística de Norilsk y de
que vive en la ciudad, se siente cercano a la tundra, al folklore del norte y a la cultura de
los nganasán.
A finales de
junio, el verano no ha hecho más que empezar en el norte de Siberia: en la
tundra, junto a los cerros más bajos, todavía se ve algo de nieve y se siente
frío en las manos sin guantes.
En esta ciudad
viven 22.000 personas, entre las cuales no solo se encuentran rusos, sino
también miembros de pueblos nativos: dolganos, nganasán, evenki, nénets, enets,
etc. Estos intentan conservar su cultura, costumbres y tradiciones culinarias
en plena civilización.
Cazar un
ciervo a los 10 años
En el trabajo y
en la ciudad todos llaman al maestro Alexéi, pero su nombre nganasán es Aliu,
que significa “pequeña piedra”. “Antiguamente los nganasán no daban tan pronto
el nombre a sus hijos — explica Aliu—. Los padres esperaban a que el niño
mostrara cuáles serían sus rasgos de carácter o peculiaridades y solo entonces
le daban un nombre”. En su casa, Aliu nos enseña una fotografía en la que
aparece de pequeño vestido con un traje tradicional, así como los trajes
nganasán que sus hijos llevan en fiestas o representaciones.
Aliu Chunanchar
actúa en un grupo folklórico llamado Dentedie. Domina el arte del canto de la
garganta y toca la guimbarda, viaja por Rusia y por el mundo y transmite su
arte a sus hijos.
"Cuando en
el norte todavía existían los koljós, mi padre apacentaba ciervos,
tallaba figuras y construía trineos para perros — comenta Alexéi— . Desde la
infancia mi padre me llevaba a cazar y a pescar, a los 10 años yo debía saber
cazar un ciervo solo. Mi madre solía quedarse en casa, en el barranco, la
nuestra era una casa de entramado ligero sobre trineos nganasán, llamados narty,
y cubierta con pieles y lonas. Allí cosía la ropa, preparaba la comida y nos
esperaba. Cuando cayó la Unión Soviética, sacrificaron a todos los ciervos. Ahora
mis padres viven en la aldea Volochanka y solo pescan”.
La pesca a
orillas del Yeniséi
Como sus padres,
Aliu sale a pescar a menudo, especialmente en verano.
Pero para poder
pescar con un nganasán y preparar sugudái, el plato favorito de los
pueblos nativos del norte, tenemos que esperar al buen tiempo varios días en Dudinka:
el viento levanta grandes olas en el río y salir en la lancha es peligroso. “El Yeniséi es un río muy feroz, lo sabe todo, no hay
que bromear con él, en seguida puede levantar una ola. Para los nganasán el
agua es sagrada”— me dice Aliu. Cuando los dioses del norte cambiaron su ira
por la misericordia, en la ciudad salió por primera vez el sol y la “Gran
agua”, como llamaban antiguamente los nganasán al río, dejó de parecerles tan
siniestra.
En la orilla,
nuestros acompañantes comienzan a desenredar hábilmente una gran red. “Esta red
es para el corégono pequeño, ahora lo pescamos en la orilla. Mi abuelo no lo
pescaba con lanchas a motor, como nosotros, sino en una vetka, una
barca de madera larga que hacía él mismo. Los plomos para la red también se
hacían de madera” — explica Aliu.
Y efectivamente,
media hora después en el suelo de nuestra lancha ya tenemos unos diez peces
plateados.
Aliu coge uno y
lo destripa con gran destreza, lo limpia, lo corta en trozos grandes, lo sala,
añade pimienta y cebolla tierna y nos sirve un plato de sugudái:
pescado crudo, que antiguamente ni siquiera se aderezaba.
Pero antes de
empezar una auténtica comida nganasán, el pescador “alimenta” a nuestra hoguera
lanzando al fuego un trozo de pescado. Así muestran las gentes del norte su
respeto por el fuego, al que como el agua, consideran sagrado.
"Evidentemente,
poco a poco te vas acostumbrando a la ciudad. Allí todo es cómodo y accesible.
Pero de todos modos yo me considero un hombre de la tundra” — comenta Aliu al
final del día. Antes de emprender el camino de regreso por el río, ata una
cuerda alrededor de un árbol en señal de agradecimiento a los espíritus de la
naturaleza por la buena pesca y el buen tiempo.
__
De RUSSIA BEYOND THE HEADLINES, 09/01/2017
Fotografías de Antón Petrov
No comments:
Post a Comment