Junto con La
Momia, mi favorito. No alcancé a conocerlo campeón, pero mi padre me aseguró
que sí lo fue. En una versión perdida de Titanes del Ring de principios de los
70. Aún más, habría derrotado al mismísimo Batman de una de las formas más
humillantes inventadas en la lucha libre: el duelo de máscaras. Yo sólo pude
verlo convertido en un villano en las temporadas 81 y 82. Black Demon aparecía
del interior de un pasadizo, con una música tenebrosa de fondo, sin que nadie
le cantara canción o himno algunos. Entre columnas de plumavit, levantaba una
capa púrpura como si fuesen alas. Ese gesto bastaba para provocar un pifiadera
descomunal desde las graderías de cartón piedra. Y parecía disfrutarlo. Aunque
de una forma menos histriónica que La Momia, más bien para sí mismo.
Malla negra,
cinturón grueso, guantes y una máscara cerrada. La cámara enfocaba un rostro
que alternaba la oscuridad con rayos blancos alrededor de la boca, la nariz y
unos ojos móviles. Siempre lo ponían enfrente de luchadores "buenos".
Triunfadores de Perogrullo, héroes de galucha y, lo que es peor, sin máscara.
Siempre, de una u otra forma, lo hacían perder. Nunca supe de dónde sacó esos
cuatro o cinco puntos con que figuraba en la tabla de posiciones. Tampoco el
origen de esas misteriosas “desapariciones” en algunos capítulos del programa,
donde echaba de menos sus estragos. Lo sabía capaz de mucho más, pero la
popularidad no lo acompañaba.
Hice mías sus
batallas. Ágil y acorazado, Black Demon apenas disimulaba la barriga debajo del
traje ajustado, el cinturón y las rodillas. Peleaba agazapado, con guantes con
las letras B y D bordadas en los puños. Se hacía rebotar en las cuerdas para
lanzarse, con impulso, sobre su oponente -parado en el centro del cuadrilátero,
despistado- con las piernas como una tijera. Recurría al codazo, la patada
voladora, las llaves, el ahogo y a decenas de técnicas bajo la manga. Antes que
caer derrotado con los tres segundos de la plancha, se daba el lujo de
zamarrear de buena forma a su oponente. Rozando el reglamento, al borde de la
descalificación, levantaba los brazos declarándose ganador. Sólo yo celebraba.
Solía aparecer en peleas de duplas acompañado –oh paradoja kirsch- del Ángel
Blanco. Fue uno de los que regresó en la versión remozada y circense de los
Titanes 2000. A pesar de la poca seriedad de los productores, continuó dándole
dignidad a la villanía. Hoy intento seguirle la pista pero se me vuelve
dificultoso. Nunca más lo vi en homenajes y recuentos. Hablan de él como un
forjador de luchadores. Que antes de partir, rescató a unos cuantos muchachones
de la calle para enseñarles, en su propio gimnasio, los secretos de la lucha
libre.
Donde quiera que
se encuentre, me inclino ante el demonio negro.
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De EVOLUCIÓN DE
LA ESPECIE (blog del autor), 19/01/2017
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