Bien, Las pirañas
a las puertas de volver a ser publicada. Fue hace casi 25 años cuando se
publicó por primera vez, en diciembre de 1992. Casi todo lo bueno y lo malo que
me ha ocurrido como escritor desde entonces ha sido, de una manera o de otra,
gracias a esas páginas o por su causa. La novela sentó mal, tanto en la ciudad
en la que nací como fuera de ella dando lugar a un apretado anecdotario. Yo no
escribí una novela sobre nadie en particular, sino sobre la influencia que
tenía en una persona, el protagonista de la novela, llamado Nuestro Hombre, un
medio social pacato, cerril, represivo, cruel en el que había vivido y en el
que se tenía en menos que nada la independencia personal y la libertad de
conciencia y acción, y sobre un momento muy peculiar de arrebuche generalizado,
el de los felices ochenta, los eitis de la movida y sus rebabas suburbiales,
del que disfrutó una generación de bandarras que se sacudían el pelo de la
dehesa de manera tan ruidosa como grosera y que, como me dijo uno de ellos, «se
ponían las botas de champán Beluga», tal cual. Había pasta en el aire y no
hacía falta más que extender la mano para cogerla y a ello se aplicaron con
pasión y ventaja, corruptos hasta las cachas o abogados y asesores de estos,
hampones de banca y caja de ahorros, y guapetones del Partido Socialista, los
urralburidos del GAL y el saqueo de lo público. Me quedé corto. La cosa fue a
peor, como vi en Madrid ocho años después, ha ido a peor. Podría decir, con
Goya, «de aquellos polbos», pero eso se dice solo.
Si de algo trata
de verdad la novela es de un caso de castración y de ruina personal, de un
personaje autodestructivo y de pocas dotes para moverse en lo que es una mezcla
de pozo negro y de pileta de murenas, y del descenso (modesto) a sus infiernos
personales: el verdadero ajuste de cuentas es con sus demonios. Quien de verdad
se pone en la picota es él. De haber escogido yo el cuadro de Goya, Los brujos,
para la cubierta, habría puesto sin duda la parte inferior del mismo. Fue cosa
de Pere Gimferrer. Y si hubiese sabido entonces la historia privada de ese
cuadro, tal vez no lo hubiese utilizado.
Las pirañas pudo
haberse publicado en Plaza Janés, con un jugoso contrato que me hubiese
facilitado de verdad la vida, como bien sabe Enrique Murillo, pero acabó
editándose en Seix Barral, porque tanto Mario Lacruz como Gimferrer me
transmitieron la amenaza empresarial de demandarnos si firmaba el contrato con
Plaza Janés, basándose en un precontrato leonino y a pedo burra, que había
firmado con ellos en el año 1986, cuando Gimferrer leyó unas pocas páginas de
borrador, que no están en la novela, de lo que luego fue el libro que ahora se
vuelve a publicar. El nuevo contrato, pero también a pedo burra, fue firmado
por mediación de la agente Mercedes Casanova que me dejó tirado un año después.
No he tenido suerte con las agentes literarias, ninguna.
Ahora que me
acuerdo, las primeras páginas de Las pirañas se publicaron en 1986 en la
revista Pamiela con el título “Viaje al país de las pirañas”, y con un
seudónimo que ahora mismo no recuerdo, una de las raras veces que lo he hecho.
Pere Gimferrer
tuvo auténtico entusiasmo por el libro y puso mucho empeño en que escribiera
esta novela y no otras (en aquel momento), porque se dio cuenta de que yo
demoraba el reto que suponía su escritura. Suyo es el texto de la
contracubierta de la primera edición; texto que no creo volviera a escribir
ahora. Alguien nos malmetió hace unos años y la relación se hizo humo. Una
pena. En su opinión, acertada, las novelas que había publicado antes de Las
pirañas, eran una especie de biombo o antifaz elegante tras el que me ocultaba,
empezando por El pasaje de la luna, novela que él presentó al premio nacional
de literatura de 1984. Lo cierto es que la escritura de Las pirañas me permitió
escribir de otra manera, con un lenguaje y un léxico de verdad propios, y que
con ella rompí timideces y reparos, y si he escrito lo que he escrito ha sido
gracias a haber podido escribir este libro en concreto, con su precisa prosa. O
escribiendo te la juegas o mejor dedícate a otra cosa. Ahora sé que cuando me
he apartado de la brecha que con ella abrí, ha sido un error.
Yo, que escribí
la novela, sé de qué trata y de qué no. Nunca traté de escribir una novela
sobre una ciudad concreta, eso no se sostiene con el libro en la mano y página
a página. Eso es de paletos, muchos de ellos vinosos y malintencionados que se
buscaron en sus páginas y cuando no se hallaron, fueron con el cuento a otros
para armar camorra. No se trataba de leer la novela –de lectura muy exigente
por otra parte–, sino de a ver «quién salía» o quiénes imaginaban que salían,
lo que acabó produciendo situaciones enojosas por cuenta de libreros, macarras,
camellos, puteros y aristócratas borrachuzos… uno de ellos, cuando se ponía muy
bravo, le juraba al novelista Pablo Antoñana que antes de morirse me iba matar
con una pistolita. Y Antoñana lo reducía con atinadas reflexiones y le
acompañaba a su casa para dejarlo en manos de los bolivianos de servicio. De
modo que el libro fue un magnífico pretexto para encender mentideros
escachafamas, andadas morrocotudas y cuchipandas diversas en las que además de
los platos de racial tradición, me merendaron al chilindrón. Aquello acabó de
mala manera.
La novela hizo
ruido y también alborotó el gallinero literario a pesar de que solo hubo una
edición. La prueba, la copiosa colección de recortes de prensa que conservo.
Tuvo críticas muy elogiosas y otras cargadas de bilis o demostraciones
palmarias de que no se había leído. De los profesores lameculos que se me acercaron,
mejor no hablar. Debí sospechar que sus adulaciones acabarían en el silencio,
como así ha sido. Estoy seguro de que no volverán a escribir los elogios de
entonces, y no están solos.
Las pirañas
estuvo de finalista de los premios nacionales de novela y de la Crítica de
1993. Javier Marías la daba como ganadora y Juan Palomo rompió a su favor
lanzas que no volvería a romper nunca más… sic transit gloria mundi.
También la
pusieron de finalista del premio de las lectoras de la revista Elle, gracias al
ruido mediático que había hecho, aunque, en un almuerzo de lujo que me dieron,
ya me dijeron que no podían darle el premio a la novela porque sería un
escándalo, que lo comprendiera. Lo comprendí porque, en efecto, aquello era un
despropósito mayúsculo, pero le dije un par de cosas al difunto García-Posada
que había colaborado en aquel enjuague, cavando con ello un poco más profunda
la tumba donde yace mi amigo, con la inestimable ayuda de otro que le tomó el
pelo de mala manera, pero con mucho ingenio, demostrando con ello la filfa de
esta feria y antes de proclamar a voz en cuello que el fuagrás de los canapés
estaba oxidado. También le hice una broma a Vila-Matas, tipo simpático y
escritor valioso, porque me preguntó a ver si sabía dónde se podía conseguir
opio en Pamplona y no sé si le sentó muy bien que le dijera que debía
conformarse con el pacharán. Fue sin mala intención. Noche de fiesta aquella,
embarullada, muy de Las pirañas.
Las pirañas tuvo
una edición de Círculo de Lectores, que fue la última, gracias al veto de sus
asesores a las 14 novelas que le han seguido. Le puse un prólogo que ahora me
doy cuenta no he releído, tal vez para por si acaso.
Durante estos
años nadie ha tenido o mostrado interés alguno en volver a publicarla, por muy
mítica y legendaria y del culto ese famoso que fuera o sea. La primera edición
está destruida desde hace tiempo, de modo que cuando recibí la oferta de Limbo
Errante y me di cuenta de que tanto sus editores como la gente que con ellos
está creían en los valores estrictamente literarios del libro, acepté la oferta
sin dudarlo.
Corregir Las
pirañas para su publicación no ha sido tarea grata. No solo porque me ha
obligado asomarme a los años de su escritura –entre 1985 y 1992– y a hacer por
fuerza un balance de mi vida entre líneas durante estos 25 años, sino porque he
tenido que admitir que no podría escribirla de nuevo, por falta de fuerzas y de
ganas. El texto no es fácil (para mí tampoco) y presentaba dificultades y
errores de puntuación que hacían la lectura más difícil todavía, por no hablar
de los asuntos de los que trata, poco gratos y muy irritantes para mí. Ni me
reconozco en el protagonista de la novela –digo porque me conviene, claro– ni
en quien la escribió.
Publicarla ahora
no significa para mí hacer tabula rasa con nada, como pudo haber sido hace 25
años, sino hacer astillas la dichosa mesa. Ya no hay juego.
__
De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 13/01/2017
No comments:
Post a Comment