ALEJANDRO LUQUE
«Mothov manqe:/
Vi o korkoripen ka avel les pesqo agor?/ I xarr ka avel lesqo agor?». Son palabras de José Heredia Maya, añorado
profesor de Literatura de la Universidad de Granada, que además de impulsar
espectáculos flamencos memorables quiso escribir poesía en la lengua de su
pueblo, el gitano: «Dime:/ ¿Tendrá la soledad también su límite?/ ¿Será su
límite el abismo?».
Estos versos
forman parte del libro Penar Ocono, publicado por Huerga &
Fierro en 2011: uno de los pocos poemarios bilingües caló-español que pueden
encontrarse en nuestro país. Algo llamativo en un país en el que lo gitano
forma parte esencial del imaginario nacional, y cuyo lenguaje se nutre
notablemente del vocabulario originario de esta etnia.
El caló es una
lengua que se presenta como una españolización del romaní (descendiente, a su
vez, del sánscrito), pero que los lingüistas no consideran como tal, dado que
no conserva la gramática de aquél. Nicolás Jiménez, uno de los expertos en la
materia, habla de pogadolecto. La mayor parte del vocabulario del caló es
indo-aria, pero la estructura y la sintaxis corresponden al castellano.
Según MSur, web
especializada en culturas mediterráneas, «las estimaciones sobre el número de
hablantes del caló llegan hasta los 300.000, pero sin definir la fluidez o el
empleo del idioma en la vida diaria, y probablemente se refieran más al uso de
un castellano con fuertes influencias de vocabulario caló que al uso de un caló
puro», afirma. Otras cifras oscilan entre 65.000 y 170.000 hablantes,
repartidos entre España, Francia, Portugal y Brasil. De hecho, los lingüistas
distinguen entre varios subdialectos, como el caló español, el catalán, el
occitano –ya extinto–, el vasco o erromintxela, el portugués, el angoleño y el
brasileño.
«Esa es una de
nuestras grandes batallas», comenta Cayetano Fernández, antropólogo que se ha
ocupado extensamente del tema. «Se habla de que en España hay 650.000 gitanos,
pero desde los años 80: si todas las encuestas afirman que los gitanos tienen
una tasa de natalidad mayor que la del resto de los españoles, ¿cómo se explica
que esa cifra se mantenga hasta hoy?».
Otra de los fuentes
de los estudiosos ha sido el rechazo a los diccionarios del siglo XIX como «no
fiables y llenos de manipulaciones», comenta Fernández. «Estaban llenos de
recreaciones hechas desde el castellano, con una perspectiva exotizante.
Llegaban a traducir por separado cosas como ago y sto para
traducir agosto, o arti y culo para artículo. Un
desastre».
Así, el reto de
los especialistas ha sido hacer trabajo de campo por todo el territorio
nacional, «atendiendo sobre todo a personas de mayor edad, pero no solo: a
veces, sobre todo para los oficios tradicionales, los jóvenes tenían un léxico
mayor».
Una de las
sorpresas habituales de quienes ignoran la penetración del caló es descubrir
numerosas palabras de uso corriente en castellano que proceden del habla
gitana, más de 200: gachó, menda, gili, chalao, chalar, chipé, canguelo,
mangar, chanelar, cate, pinrel, chunga...Por no mencionar otras tan
corrientes como chaval, currar o camelar, éste
último emparentado con el sánscrito kama, amor. En cuanto al
conocido vocablo payo, usado a menudo para denominar a los no
gitanos, no todos saben que su uso es peyorativo –podría traducirse como
campesino rudo e ignorante– frente al más correcto gaché o gachó.
«Ha sido una convivencia entre una minoría y una mayoría», prosigue
Fernández, «y los prejuicios y estereotipos han modificado el sentido de muchas
palabras. Por ejemplo, pirar era caminar, pero un pirado ha
terminado siendo un loco; y mangar era pedir, e incluso en
ciertos dialectos era un verbo usado para decir te quiero».
Tampoco pasa
desapercibido el hecho de que a través de las letras flamencas, los no gitanos
han podido familiarizarse con no pocos vocablos del caló, desde Undibé (Dios), lache (vergüenza), naquerar
(hablar) o duquelas (padecimientos).
Licenciado en
Sociología, Nicolás Jiménez González trabaja actualmente en el manual para el
aprendizaje del romanó estándar Sar San? (¿Cómo estás?), impulsado por el
Instituto de Cultura Gitana, y se encuentra diseñando un plan de formación para
monitores que puedan impartir este método en las escuelas con presencia de
alumnos gitanos. «Puedo afirmar que el caló está en peligro de extinción puesto
que ha perdido su capacidad para comunicar», afirma Jiménez, quien defiende que
«la diversidad es riqueza y el aprendizaje del romanó también es un derecho».
Incluso está en marcha la traducción al romanó de El Quijote, un proyecto de la
asociación Presencia Gitana.
«Siempre se habla
del fracaso de los gitanos, sin pensar que no son incluidos como sujetos en el
desarrollo curricular. Y si quieres aprender romanés, tienes que irte a París.
Ni siquiera existimos como pueblo, a pesar de ser ciudadanos de este país desde
hace seis siglos. Hay un proceso de expulsión de los gitanos desde la educación
primaria a la Universidad: el reconocimiento de nuestra lengua es, también, un
reconocimiento político», denuncia Cayetano Fernández. «No somos la única
lengua minoritaria de este país, pero otras han tenido respaldo político y la
nuestra no».
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De EL CORREO,
19/12/2016
Fotografía: Gitanos andaluces (http://www.upbustleandout.co.uk/zahara/home/zahara_home.htm)
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