En 1902, Tolstói
pasó una temporada en Crimea, en Gaspra, a diez kilómetros de Yalta, en el
castillo de unos amigos. Gorki se encontraba también por la zona, en Oleiz, con
su mujer y sus hijos, en la casa que había alquilado. Gorki y Chéjov iban a
menudo a Gaspra, a ver a Tolstói […].
En su libro de
recuerdos, Gorki habla de esos encuentros en Gaspra.
“Un día Tolstói
dijo: “Estoy viejo y tal vez ya no consigo entender la literatura de ahora.
Pero no me parece que sea rusa. Ahora bien, usted –se dirigió a Chéjov-, usted
es ruso. Sí, muy, muy ruso.” Con una sonrisa afable, posó las manos sobre los
hombros de Antón Pávlovich, que se mostró confundido y, en voz baja, comenzó a
decir algo sobre su casita y los tártaros.” Así lo cuenta Gorki. Y luego
recuerda que en otra ocasión, cuando estaban en el almendral, Tolstói le
preguntó a Chéjov si en su juventud había llevado una vida disoluta. Chéjov
sonrió y “mesándose la barba rala” murmuró palabras ininteligibles. “Sin
apartar la vista del mar –le dijo Tolstói-, yo era insaciable.”
En otra ocasión,
mientras Tolstói y Gorki estaban sentados en la terraza y Chéjov paseaba por el
parque con la más pequeña de las hijas de Tolstói, éste señaló a Chéjov y le
comentó a Gorki: “¡Ah, qué hombre entrañable, qué excelente! ¡Modesto y
tranquilo como una jovencita! Y camina como una jovencita. Es prodigioso.”
En esa época, Tolstói
anotaba en su diario: “Me siento feliz de amar a Gorki y a Chéjov.”
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De LA CALLE DEL
ORCO, 19/01/2013
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