Las comparaciones
entre épocas y nacionalidades tienden a deslizarse hacia el lugar común, pero
cuando el observador combina sentido del humor con espíritu crítico, su mirada
puede tajear la superficie y hundirse como bisturí en el cuerpo de las
costumbres. Es la operación que hizo Witold Gombrowicz en Argentina, sobre todo
luego de que la radio Free Europe le ofreciera una beca de cien dólares
mensuales en la segunda mitad de la década del 50. Con ese ingreso pudo viajar
y escribir sin la disyuntiva de la pobreza o el agobio de un empleo fijo como
el del Banco Polaco en el que trabajó ocho años. En contraprestación, escribió
dos series de crónicas radiofónicas que serían difundidas en aquella radio
financiada por la CIA con el objetivo de penetrar la Cortina de Hierro en
tiempos de la guerra fría. Una de ellas se tituló “Recuerdos de Polonia” y la
otra, “Peregrinaciones argentinas”. Esta última es la que ahora, después de
muchos años, se vuelve de nuevo accesible en castellano por traducción de
Bozena Zaboklicka y Frances Miravitlles.
Podemos suponer
que Gombrowicz no sabía o, en caso de saber, no hubiera cuestionado el origen
de ese dinero, dada su conocida oposición a los gobiernos comunistas. En todo
caso, el resultado fueron trescientas hojas mecanografiadas con crónicas de
tres o cuatro páginas, cada una equivalente a 15 minutos de lectura por radio.
Halladas en 1976 por Rita Gombrowicz entre los papeles póstumos de su marido,
estos textos complementan y amplían las observaciones del Diario argentino con
esa mirada que más que narrar o describir se inclina por presentar problemas,
desde la belleza sudamericana al nacionalismo reactivo, la mediocridad pequeño-burguesa,
el sentimiento de inferioridad ante Europa, la juventud y la inmadurez, entre
otros tópicos del cronista.
Hay en Peregrinaciones
argentinas páginas con obvias generalizaciones y prejuicios
hetero-sexistas, sobre todo cuando compara a argentinas y polacas, sin esas
menciones explícitas al atractivo del cuerpo masculino que sí aparecen en el
Diario, tal vez por la autocensura supuesta en emisiones radiales para un
público masivo. Pero en todas partes, sea en Santiago del Estero, Córdoba,
Mendoza, el Paraná o el Aconcagua, Gombrowicz plantea tensiones que examina de
arriba abajo y condensa en cinco charlas sobre existencialismo, donde discute a
Hegel, Kierkegaard, Jaspers, Heidegger y Sartre. Expone paradojas, como la
sobreabundancia de bellas adolescentes en las playas de Mar del Plata sometidas
al rigor del control social y familiar y la cantidad de automóviles, accidentes
y cadáveres en la ruta de la costa. La monotonía del inmenso espacio argentino
(“la pampa es más aburrida que chupar un clavo”), la invasión de la soberbia y
la mentira (“cada europeo que llega aquí miente, o si no, al menos embellece
sin mala fe a su lejana patria”), el absurdo de viajar sólo para “ver cosas”
que al fin cansa al turista, incluso ante las cataratas del Iguazú (“al principio
nos invade un odio hacia los demás turistas, pero acabamos odiando al turista
que hay en nosotros mismos”). Y aunque se queja de los mosquitos del Tigre,
dice que los prefiere a los “pesados diálogos artístico-intelectuales con
argentinos”.
A las certezas de
los estudiantes politizados en esos años de luchas entre educación laica o
libre, el cronista opone su lógica de extranjero perplejo: “En mi opinión, los
argentinos son gente psíquicamente muy complicada, difícil, incluso misteriosa,
capaz de hacer cosas muy raras e inesperadas”. Con ironía presenta el caso de
Frondizi, elegido por más de cuatro millones de votos entusiastas por sus
promesas de nacionalizaciones, aumento de sueldos, justicia social, y que nueve
meses después entrega la explotación del petróleo a empresas extranjeras,
despide empleados públicos y proclama el estado de sitio para aplastar con el
ejército una huelga general. Retrata la reacción de la gente defraudada, los
debates sobre la inflación y la liberación del dólar en la calle (“sí, claro,
la inflación y devaluación permanecían desde hace quince años, pero los precios
subían de a poco y enseguida se aumentaban los salarios”), las supuestas cifras
de nuevas inversiones de capitales internacionales, el giro a la derecha liberal
luego de una etapa de control estatal, de precios bajos e impresión de billetes
sin reservas para cubrir gastos, “después de lo cual aparece el fondo de la
caja”. Un cuadro de situación que Gombrowicz ve pasar entre décadas como las
vueltas de la noria.
Dentro de las
mejores páginas están las dedicadas al carnaval, una paradójica fiesta llena de
tristeza, aburrimiento y sensación de vacío que los argentinos solo
“representan”, afirma el cronista, porque fue inventada e impuesta por otros,
ya que hasta los propios participantes suelen decir: “nosotros no sabemos
divertirnos”. Máscaras, arlequines, monstruos y pierrots se agitan en cada
murga sin disipar nunca esa melancolía que los inmigrantes polacos detectan en
los gestos burlones y algo cínicos de los bailarines. Así es como sigue el
baile, los giros y vueltas de la historia de un país que, sugiere Gombrowicz,
tiende a repetirse y a perderse a sí mismo, una y otra vez, en búsquedas que se
realizan con toda “la inocencia de un niño perverso”.
Peregrinaciones
argentinas, Witold
Gombrowicz. EL cuenco de plata, 160 págs.
__
De Revista Ñ, 10/01/2017
Imagen: Peregrinaciones argentinas en Alianza Tres
No comments:
Post a Comment